En este texto, Alejandra Atzín Ramírez escribe sobre la flor de cempasúchil y su importancia social y cultural para el pueblo de México.
Cempasúchil: la flor que une el pasado y el presente en el otoño mexicano
En este texto, Alejandra Atzín Ramírez escribe sobre la flor de cempasúchil y su importancia social y cultural para el pueblo de México.
Texto de Alejandra Atzín Ramírez H. 17/10/24
El viento sopla con más fuerza, las hojas se tiñen de ocre y el naranja domina la paleta de colores en nuestros mercados y tianguis. Las mandarinas abundan en los puestos y la flor de cempasúchil se convierte en la protagonista de la temporada. El otoño ha llegado, y con él la temporada preferida de mexicanas y mexicanos: un tiempo de reconexión con nuestros ancestros que ya no están, un tiempo para comer pan de muerto, adornar con papel picado y cantar La Llorona con nostalgia.
Antes de que el cempasúchil embelleciera nuestros mercados y ofrendas como lo hace hoy, su historia recorrió un largo y fascinante camino cultural. La Tagetes erecta, mejor conocida como flor de cempasúchil, se ha consolidado como un símbolo de la identidad cultural mexicana y un emblema de nuestro vasto patrimonio biocultural. Detrás de cada flor, hay una historia de tradición, trabajo y dedicación, sostenida por las manos de agricultores y agricultoras que, año tras año, preservan esta herencia ancestral. Gracias a su esfuerzo, podemos continuar honrando a nuestros difuntos con la luminosidad y el aroma de esta flor que, desde tiempos prehispánicos, guía el retorno de los difuntos a nuestras ofrendas.
El cempasúchil: Un símbolo de la diversidad cultural y natural
La palabra ‘cempasúchil’ proviene del náhuatl sempôwalxôchitl; significa ‘flor de 20 pétalos’. Es una planta herbácea de la familia de las Asteraceae, es decir, pertenece a la misma familia que otras flores famosas como la manzanilla, la margarita o la caléndula. El cempasúchil puede alcanzar alturas de entre 30 y 110 cm, y se le encuentra en grandes campos de sembradío, en invernaderos y en macetas. Es una planta anual, lo que significa que completa su ciclo de vida en un solo año, germinando, floreciendo y produciendo semillas en la misma temporada.
La flor de cempasúchil es originaria de México y crece en diversos climas, desde cálidos hasta templados, a altitudes que van de los 8 a los 3,900 metros sobre el nivel del mar. Se adapta a varios tipos de vegetación, como bosques tropicales, matorrales xerófilos, bosques espinosos, mesófilos de montaña y bosques de encino y pino. Se ha adaptado también a un gran número de hábitats, se cultiva en huertos y también crece en milpas o zonas urbanas. Tal es el caso de la Ciudad de México, donde existe una gran tradición y legado de producción al sur de la ciudad, en el suelo de conservación.
Esta planta ha dejado su huella desde Aguascalientes hasta Zacatecas. Su presencia está registrada en estados tan diversos como Campeche, Chiapas, Coahuila, Durango, Guerrero, Hidalgo, Jalisco, Michoacán, Oaxaca, Puebla, Querétaro, Quintana Roo, Sinaloa, Sonora, Tlaxcala y Veracruz, entre otros. Aunque su nombre proviene del náhuatl, la amplitud de su distribución ha permitido que forme parte integral de diversas culturas a lo largo del tiempo. Este vínculo cultural se refleja también en la riqueza lingüística con la que es conocida. En la lengua purépecha o tarasca es nombrada como Apátsicua y Tiringuini. En la lengua huasteca, se le conoce como Caxiyhuitz y Santoorom wits. Para los zapotecos, adopta nombres como Guie’biguá, Guie’coba, Picoa y Quiepi-goa. Los totonacas la llaman Kalhpu’xa’m, mientras que en lengua mixteca es conocida como Ita-cuaan. Para los otomíes es Jondri, y para los zoques, Musá o Musajoyó. Este abanico de nombres no solo nos habla de la riqueza lingüística de México, sino también del profundo simbolismo y cosmovisión que esta planta ha adquirido en las diferentes regiones donde florece, mostrando un claro vínculo entre naturaleza-sociedad y consolidándose como un ícono de la diversidad cultural y natural del país.
De los códices al presente
La importancia de la flor de cempasúchil en la cultura está documentada ya en Códice Florentino, una obra histórica del siglo XVI. Este códice, escrito por Fray Bernardino de Sahagún, fraile franciscano español —en colaboración con informantes indígenas, especialmente nahuas— tuvo como objetivo documentar la cultura, costumbres y cosmovisión de los pueblos indígenas, sobre todo de la cultura mexica. Es una obra monumental que recoge una vasta cantidad de información sobre la civilización prehispánica, y está escrito en náhuatl y español. Además, contiene poderosas ilustraciones. En el “Tomo XI” se aborda el “mundo natural”, lo que incluye el conocimiento tradicional y el uso de las plantas. En este tomo se documenta el uso ritual, religioso y funerario de la flor de cempasúchil, ya que se creía —y se sigue creyendo— que su color brillante y su potente olor tienen el poder de guiar a las almas de los muertos. También se describe su uso en la medicina tradicional, pues, según el códice, era utilizada en ungüentos y remedios para tratar enfermedades como el dolor de estómago y las infecciones.
La flor de cempasúchil, pues, tiene aplicaciones que van más allá de su uso ceremonial y ornamental en el Día de Muertos. Estudios recientes han revelado que es rica en compuestos antioxidantes que protegen a las células del daño causado por los radicales libres. Además, es una fuente valiosa de carotenoides (pigmentos naturales que dan los tonos amarillos, naranjas y rojos a diversas plantas); entre estos destaca la luteína, utilizada como colorante natural en la industria alimentaria, por ejemplo, para pigmentar la piel de pollos en engorda. Asimismo, su capacidad antimicrobiana la convierte en una alternativa prometedora para tratar infecciones. En la agricultura, el cempasúchil es apreciado por su capacidad de repeler de manera natural plagas como pulgones y moscas blancas, contribuyendo a la reducción del uso de pesticidas químicos. Incluso se recomienda reutilizar los restos de la flor de cempasúchil, después de retirarlas de las ofrendas, para preparar insecticidas naturales y caseros.
Hoy en día sabemos que la importancia medicinal de la flor de cempasúchil no era solo una creencia, ya que existe evidencia científica que respalda sus propiedades curativas. Sus múltiples usos están profundamente arraigados en el valioso conocimiento ancestral, reflejando la relación integral entre las culturas tradicionales y aspectos como la medicina, la alimentación, los rituales y otras prácticas de la vida cotidiana. Esto nos recuerda que gran parte del desarrollo científico actual se debe al legado del conocimiento ancestral y al estudio de la etnobotánica.
Es importante señalar que contamos con un valioso legado de códices que documentan el conocimiento tradicional de las culturas prehispánicas. Este acervo ha sido fundamental para forjar nuestro patrimonio biocultural y científico. Gracias a él sabemos que, en la vida de nuestros ancestros, los colores brillantes de las flores de cempasúchil, en tonos naranjas y amarillos, ya eran protagonistas de sus festividades y se utilizaban también con fines medicinales para curar diversas dolencias.
Cempasúchil: la flor que une tierra, economía y tradición
Hace algún tiempo tuve la oportunidad de desarrollar un proyecto comunitario en San Pedro Tlanixco, Estado de México. A lo largo del proceso, viví muchas experiencias y sorpresas, como conocer la gran biodiversidad de hongos de la región. Sin embargo, lo que más me emocionó fue visitar las parcelas y los extensos cultivos de cempasúchil, cuyas flores de un vibrante color naranja me impresionaron profundamente. Aún recuerdo que iba en una combi rumbo a la comunidad cuando en el camino comenzaron a aparecer enormes tapetes de flores, a tal punto que no pude resistir la tentación de bajarme para caminar entre los cultivos; nunca había visto algo así. Mientras admiraba el paisaje, un grupo de personas encargadas de cortar las flores y preparar los bultillos —paquetes listos para su distribución— se me acercó. Con amabilidad, les pedí permiso para tomar fotografías, y entonces comenzó una conversación que me permitió conocer más sobre la importancia del cempasúchil para la economía de la región. Me explicaron que cada temporada, la cosecha y venta de estas flores es fundamental para el sustento de muchas familias locales, ya que el proceso de cultivo involucra una extensa cadena de participantes, desde los agricultores hasta los comerciantes que se aseguran de que las flores lleguen a mercados y festividades de todo el país.
El cultivo del cempasúchil comienza en junio y en muchas comunidades rurales está estrechamente ligado a rituales de agradecimiento a la tierra. En diversas regiones de México, se realizan ceremonias para bendecir los cultivos o celebrar las lluvias que aseguran una buena cosecha, lo que mantiene viva una tradición ancestral. La producción de esta flor se concentra en nueve estados, con Puebla como líder con 1,557 hectáreas sembradas, seguida por Tlaxcala, Hidalgo, San Luis Potosí, Guerrero, Oaxaca, Morelos, Durango y Sonora. Este ciclo de cultivo no solo sostiene una práctica cultural milenaria, sino que también impulsa la economía local en estas regiones.
Según la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (SADER), el valor estimado de la producción nacional de la flor de cempasúchil supera los 500 millones de pesos. Esta flor ha experimentado un crecimiento constante, impulsado por la creciente demanda durante el Día de Muertos. La flor de cempasúchil no solo es esencial para las ofrendas tradicionales, sino que también desempeña un papel crucial en el turismo cultural, pues atrae a turistas nacionales e internacionales que buscan vivir esta experiencia única. La popularidad de películas como Coco y Spectre 007 ha incrementado aún más el interés recreativo por la celebración. En 2021, se produjeron alrededor de 19,442 toneladas de esta flor, equivalentes a 27 millones de plantas, mientras que en 2022 la producción creció un 4.1 %, alcanzando las 20,245 toneladas; se estima que estos números vayan en ascenso.
La flor de cempasúchil ante los retos del cambio global
A pesar de que la flor de cempasúchil es un símbolo cultural y con relevancia económica, enfrenta serios desafíos debido al cambio climático, al igual que muchas especies de nuestra biodiversidad. El aumento de temperaturas, las sequías prolongadas y las lluvias fuera de ciclo complican su cultivo, obligando a los productores a modificar las fechas de siembra para asegurar cosechas de calidad, aunque en algunos casos los cultivos se pierden debido a las inclemencias del tiempo. Por ejemplo, a inicios de octubre de este 2024, las fuertes lluvias que azotaron a la Ciudad de México afectaron los cultivos de cempasúchil, específicamente en Xochimilco; estas lluvias atípicas inundaron los invernaderos y chinampas. Se estima que hasta el 50 % de las plantas destinadas al Día de Muertos quedaron bajo el agua, lo que podría traducirse en pérdidas económicas significativas —además, los cultivos de romeritos en Tláhuac también sufrieron daños. Ante esta situación, el gobierno entrante, encabezado por Clara Brugada, y la Secretaría de Medio Ambiente, dirigida por Julia Álvarez Icaza, implementaron acciones inmediatas para apoyar a los productores afectados con el objetivo de mitigar las consecuencias. Es fundamental que las autoridades continúen ofreciendo apoyo para enfrentar este tipo de desastres y proteger los medios de vida de estas personas.
Otro factor que pone en riesgo las flores de cempasúchil es la introducción de semillas mejoradas e importadas, hecho que ha desplazado el uso de las variedades nativas. Esto afecta gravemente la diversidad genética de las plantas, haciéndolas más vulnerables a plagas, enfermedades y cambios en el clima; además, altera los ecosistemas locales, ya que las variedades nativas están mejor adaptadas a su entorno y juegan un papel clave en el equilibrio de la flora y fauna locales. A nivel técnico, el uso de semillas importadas incrementa los costos de producción y genera dependencia del mercado, lo que perjudica a los pequeños productores. En términos culturales, se pierde la herencia agrícola local y los conocimientos tradicionales, lo que afecta la identidad agrícola que han sostenido a las comunidades durante generaciones.
La flor de cempasúchil, símbolo ancestral desde tiempos prehispánicos, sigue iluminando nuestros altares en el Día de Muertos, acompañando con su característico color y olor las fotos de quienes hemos perdido: padres, abuelos, familiares, amigos e incluso animales de compañía. Asimismo, esta flor es un sustento para muchos productores que, con técnicas heredadas de sus antepasados, preservan el patrimonio biocultural y aportan a la economía local. La cempasúchil, como decía Elena Garro, nos recuerda que “todo lo que vive, vive solo en un lugar y un momento”, uniendo el pasado con el presente, el tiempo de los mexicas con el nuestro. Su imagen, plasmada en códices antiguos y celebrada por artistas como Diego Rivera, Frida Kahlo, María Izquierdo y Guadalupe Posada sigue siendo fundamental en nuestras ofrendas.
Su vibrante color y significado nos muestran que en México la muerte no es el fin, sino parte de la continuidad de nuestra identidad. Mientras la música tradicional acompaña estas celebraciones, entendemos que la muerte es un lazo que nos conecta con nuestros seres queridos (por cierto, les comparto la lista de canciones que me inspiraron y acompañaron durante la escritura de este texto). Reconozcamos el valor de la flor de cempasúchil, pero también de las productoras y productores que hacen posible que lleguen hasta nuestras ofrendas.
Bibliografía
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