Un llamado a la acción

Reseña obra plástica de Patricio Robles Gil

Texto de 18/01/21

Reseña obra plástica de Patricio Robles Gil

Tiempo de lectura: 4 minutos

Todo es cuestión de perspectiva, decimos los humanos. Para muchos, el 2020 ha sido el peor año de nuestras vidas, lleno de destrucción y muerte. Y sí, desde el punto de vista humano cada individuo tiene un valor y la acumulación de decesos (al contrario de como dijo el cínico Stalin) no  convierte a esta pandemia en estadística, sino en una tragedia creciente. Y, sin embargo, uno o dos millones de decesos no son una marca estadística significativa en la humanidad. En las regulaciones de cacería deportiva, por ejemplo, se considera que cazar hasta el 3% de una población no representa peligro alguno para la supervivencia de una especie. Es decir, la pandemia no representa una amenaza existencial para nuestra especie, ni mucho menos para el conjunto de seres vivos en el planeta, que rebasa los 15 millones de especies.

No se puede decir lo mismo del millón de especies que actualmente sí enfrentan el peligro de extinción. Nuestra perspectiva humana no nos permite ver a los animales y plantas como individuos, ni la imaginación nos alcanza para sentir la angustia de ver amenazados, de manera sistémica, no solo nuestras vidas sino nuestro alimento y entorno completo. Pero llevamos décadas adentrándonos en un Holocausto, y no considero el término una exageración toda vez que las acciones que lo realizan son, si bien inconscientes, voluntarias. Desde el punto de vista de un extraterrestre, nuestra presión sobre el mundo animal no puede parecer menos que una acción bélica.

¿Qué hacer ante un acto de guerra? Lo fundamental, lo han entendido todos los estrategas, líderes, pensadores y artistas de nuestra Historia, es actuar. Reaccionar. Esta es precisamente la intención del fotógrafo y artista plástico Patricio Robles Gil, en cuya exposición “Los rituales de la extinción” documenta, exhibe y denuncia la tragedia más significativa de nuestra era.

La exposición está en la Galería Patricia Conde, en la San Miguel Chapultepec. Se puede asistir con cita privada (sin costo) y ver las obras en vivo, que tienen una calidad impresionante.  Las obras llegan a nuestra consciencia de manera inmediata. No hay que pensarle mucho, porque las verdades de este tamaño siempre son evidentes.

Por una parte, piezas naturales intervenidas por temas y materiales desgarradoramente humanos, como son balas, alambre de púas, y placas metálicas. Son chocantes en cuanto se yuxtaponen elementos que no tienen nada que hacer el uno junto al otro. El animal está descontextualizado en el mundo y geometría humanas, como ocurre con un cráneo de Oribi Africano —una parte natural y redonda— inserta en un soporte rectilíneo e industrial que nunca tuvo vida. Asimismo, la serie “animales en jaulas” muestra piezas frágiles de arcilla —el material de la vida— dentro de alambres de metal oxidado.

También hay fotos desesperadas, como la del colorido Extinto Carpintero Imperial en blanco y negro, o la de un águila en acrílico con marcas de bala, en una serie de intervenciones. Llama mucho la atención la pieza Desire is only in our minds, que expresa con claridad el absurdo de que un rinoceronte sea buscado hasta su extinción por la sola idea de la potencia masculina. En Gone with the wind, las fotografías de animales se desvanecen en tiempo real, como la de un tigre del cual solo vemos el reflejo en el agua, recordatorio del poco tiempo que le queda a dicha estampa. El título de esta última es Al polvo volverás, que suena bastante bíblico pero…¿qué mejor referencia a la Creación?

Esta referencia me hace pensar en la escritora Olga Tokarczuk, que transmite una relación con la naturaleza que va más allá del ambientalismo, alcanzando la mística. “Para los animales”, nos dice en su novela Un lugar llamado Antaño, “Dios es un pintor”. Desde los ojos de un perro, la escritora nos habla de la concepción animal del tiempo, y de cómo estos contemplan y admiran la Creación. Pero también sufren en un presente continuo, advierte, mostrando su capacidad increíble para la empatía o lo que los japoneses llaman mono no aware. Si ponerse en los pies de un perro —o un árbol, o el micelio— no es empatía no sé qué es. Robles Gil nos muestra una versión antropomorfa de la empatía, pues reconoce de entrada que la destrucción natural que vivimos no puede ni debe entenderse fuera del contexto humano.

Da para pensar. Pero Robles Gil es una persona de acción. Ha viajado tomando fotos desde Kamchatka, Rusia (ver foto de cabra saltando al vacío) al Pantanal brasileño, y así durante décadas, documentando decenas de libros. En 1989 fundó la Organización Conservacionista Sierra Madre, y en 1992, Unidos para la Conservación.

No seré yo el que recomiende ir a una galería en plena pandemia, pero sí al menos visitar la página web[1] para ver un reflejo de lo que ahora, de manera reciente y mínima, empezamos a sentir los humanos. Que la muerte ronda. Como los perros salvajes de África (lycaon pictus), cuyas prácticas sociales los hacen vulnerables a transmitir enfermedades infecciosas, nosotros mismos potenciamos el efecto destructor del virus actual por medio de nuestros hábitos de consumo y tránsito irrestricto por el mundo. La gran diferencia es que estos perros no pueden hacer nada ante la reducción creciente de su hábitat y mayor contacto con las personas, mientras que nosotros sí. La exposición “Rituales de la extinción” de Robles Gil me dice que no solo podemos, estamos obligados a hacerlo. EP


[1] https://www.theextinctionrituals.com/

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