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La
narrativa breve de Mariana Enriquez y Selva Almada. Entre lo terrorífico y lo
cotidiano
En 1973 nacen en Argentina dos autoras
cuya infancia transcurrirá en medio de la turbulencia política, social y
económica tras la instauración de la Junta Militar, caracterizada por la
represión, la tortura y la desaparición de miles de personas: Mariana Enriquez
y Selva Almada. La profunda huella de este periodo de sus vidas, derivada tanto
del contexto social como del ámbito familiar, las ha llevado a dirigir su
mirada de escritoras adultas a sus lugares de origen para conformar, mediante
la ficción breve, una trama coherente de lo vivido, ya sea mediante lo macabro
y lo fantástico, en el caso de Enriquez, o bien a través de un costumbrismo
permeado por la muerte y el abandono, aunque no carente de belleza y ternura,
en el de Almada. Este periodo es también el telón de fondo de Chicas muertas (Random House,
2014), libro que incluye la crónica de los asesinatos de tres muchachas en la
Argentina rural cometidos años atrás, en la época en que Selva era aún una
niña.
La
coincidencia temporal y la divergencia geográfica permiten que la obra de estas
dos escritoras sea una muestra sólida de la nueva narrativa argentina, y
ofrezca al lector un caleidoscopio emotivo, y en ocasiones desgarrador, de lo
que significó vivir y crecer en este país sudamericano en las décadas de 1970 y
1980, tanto en la capital como en la provincia. Uno de los puntos de
convergencia de la cuentística de Enriquez y Almada es la perspectiva femenina
e infantil de la mayoría de los relatos, la cual, conforme las protagonistas se
acercan a la adolescencia y juventud, se va llenando de irreverencia, primero,
y luego de una madurez precoz, en una sociedad que exigía enfrentar los
problemas económicos y familiares desde muy pronto. La precariedad, en ambos
casos, fue otro de los signos de aquellos años y, en cuanto a sus influencias
literarias, ambas son herederas, entre otros autores, de los escritores del sur
de Estados Unidos del siglo xx: Carson McCullers, Cormac McCarthy, Flannery
O’Connor y William Faulkner, a quienes Mariana Enriquez no duda en mencionar
entre sus favoritos, y quienes comparten con Selva Almada una fuerte tendencia
hacia lo regional y lo íntimo.
Mariana Enriquez nace en Buenos Aires
en un clima de miedo y angustia. Sus cuentos, editados por Anagrama en los
volúmenes Los peligros de fumar en la
cama (2009) y Las
cosas que perdimos en el fuego (2016), abordan el terror
mediante hechos sobrenaturales, en algunos casos, y a través de la crueldad y
la sordidez, en otros. “La casa de Adela”, por ejemplo, ambientado en un barrio
bonaerense, narra la inexplicable desaparición de una niña en una casa
abandonada a la que ingresa con sus amigos. Ellos la buscan desesperadamente en
el inmueble, y más tarde sus padres y la policía, pero nunca vuelven a verla.
Este cuento reproduce el horror de los familiares de los desaparecidos.
Como
Enriquez comentó en una charla en México el año pasado: “Todas las dictaduras
trabajan con el terror directamente, yo crecí con eso, ésa fue mi infancia, y
en Argentina le decimos aparecidos a los fantasmas; los militantes asesinados
por la dictadura son desaparecidos porque no están los cuerpos. Para mí la
falta del cuerpo es lo más siniestro”.
Otro
de sus relatos, “Los años intoxicados”, describe en diferentes épocas las
vivencias de un grupo de chicas deprimidas que viven una crisis económica en
donde se corta la electricidad en turnos de seis horas. “Nuestras madres
lloraban en la cocina porque no tenían plata o no tenían luz o no podían pagar
el alquiler o la inflación les había mordido el sueldo hasta que no alcanzaba
más que para pan y carne barata”, señala la escritora.
Selva Almada, por su parte, nace en
Villa Elisa, un pequeño pueblo de Entre Ríos en donde se ambientan las andanzas
de la protagonista de El
desapego es una manera de querernos (Random House, 2015), una
niña que va creciendo ante los ojos del lector, al pasar de las páginas, y que
recuerda a Del Jordan, la narradora y personaje principal de La vida de las
mujeres, de Alice Munro. Al igual que Del, la pequeña narra en primera persona los
acontecimientos de su vida en un entorno rural a partir de una serie de
elementos autobiográficos, entre ellos el suicidio de su tío —en una casa sin
terminar, bajo una llovizna persistente—, y la forma en que éstos cimbran un
mundo conformado por su núcleo familiar y sus amigos de la infancia.
Los relatos incluidos en la primera
parte del libro se habían publicado bajo el título de Una chica de provincia (Gárgola,
2007), mientras que los siguientes, también con el paisaje como protagonista y
que igualmente logran lo extraordinario a partir de lo cotidiano, sólo habían
aparecido en revistas y antologías de escasa circulación, por lo que la edición
de este volumen —con la totalidad de la narrativa breve de la autora hasta este
momento— resulta más que afortunada. EP
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Claudia
Cabrera Espinosa es candidata a doctora en Letras
Españolas por la UNAM. Se ha desempeñado como editora y traductora y sus
cuentos se han publicado en diversas revistas y antologías. Es autora de los
libros infantiles El
cuaderno de Ana y Una
historia de aventis.
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