La izquierda política enfrenta una crisis profunda, donde sus ideales históricos parecen desdibujados frente a las demandas del presente. Libertad, igualdad y solidaridad eran sus pilares, pero ¿qué queda de ellos?
Otra política, otra izquierda
La izquierda política enfrenta una crisis profunda, donde sus ideales históricos parecen desdibujados frente a las demandas del presente. Libertad, igualdad y solidaridad eran sus pilares, pero ¿qué queda de ellos?
Texto de Isidro H. Cisneros 02/12/24
En los últimos tiempos, los contenidos y significados tradicionales del término “izquierda”, de obvios que eran, se han transformado en inciertos y problemáticos. Tanto, que actualmente es legítimo preguntarse qué significa: “ser de izquierda”. El campo político de la izquierda concebida como práctica y concepción del mundo que se orienta a su radical transformación, se encuentra en profunda crisis. El sueño de configurar una República democrática que sea al mismo tiempo una República social aún está pendiente. Las batallas antiautoritarias, antipartidocráticas y anticoloniales entraron en pausa con el declive de la izquierda. Actualmente, las izquierdas realmente existentes en sus tres versiones: leninista, socialdemócrata y postmarxista se encuentran inesperadamente huérfanas de ideas y sin nexos con la realidad.
Intentando una aproximación, se puede decir que el término izquierda se refiere a un conjunto heterogéneo de actores, concepciones y proyectos políticos muy diferentes entre sí y que, en ocasiones, son portadores de estrategias, símbolos y estructuras organizativas de carácter heterogéneo e incluso, antagónico. Cuando hablamos de izquierda, hacemos referencia a una categoría del juicio y de la acción política, a una concepción y a una modalidad de la política.1 La izquierda, por lo tanto, puede ser definida como una forma de acción y pensamiento, como un conjunto de prácticas y teorías que nacen en oposición al “status quo”, es decir, a un orden establecido que es considerado injusto y opresivo.
En los tiempos que corren y a la luz de las experiencias concretas, resulta evidente que de esta convicción política no descienden automáticamente opciones que sean vinculantes en materia económica o social, así como en materia de derechos civiles. Por lo tanto, es legítimo preguntarse si tiene todavía sentido formular la vieja distinción política entre izquierda y derecha más allá de las declaraciones dogmáticas y de las representaciones míticas sobre el antagonismo social. A pesar de la pérdida de rumbo y de sus debilidades teóricas, se puede afirmar que es justamente esta caída de las certezas y la renuncia al mito, lo que podría permitir un potencial liberatorio del cual la izquierda puede servirse en la búsqueda de nuevos proyectos concretos que la distingan de otras fuerzas y, al mismo tiempo, le permitan reforzar aquellos valores en los cuales la izquierda históricamente se ha reconocido y que están representados por la libertad, la igualdad y la tolerancia. Valores que son, además, justamente aquellos con los cuales el socialismo realmente existente se demostró incompatible.
A la izquierda ideologizada y fantasiosa de los últimos decenios le siguió una izquierda pragmática, anodina y burocrática alejada de los fines que la inspiraron originalmente.2 A pesar del desencanto que existe sobre la izquierda resulta necesario ofrecer un nuevo mapa de las actitudes mentales y de las referencias teóricas con las cuales la izquierda podría construir una nueva identidad. Se debe recordar que la izquierda nació como una concepción y una modalidad de la política que derivó de los anhelos de cambio que inspiró la Revolución Francesa, con sus poderosos reclamos de emancipación y la proclamación de los derechos inalienables del ciudadano.3 Desde entonces, la izquierda, en sus diferentes versiones, se propuso construir una sociedad del futuro, abierta a todas las voces y coincidente con el ideal del desarrollo humano. En este punto se diferenció de la derecha cuya apuesta histórica era conservar el orden establecido, las jerarquías y las distinciones sociales. La relación de la izquierda con la democracia nunca fue fácil pero se acentúo cuando sus expresiones liberales y socialistas se alinearon con ella para combatir a las tiranías del siglo XX representadas por el nazismo, el estalinismo y el fascismo.4
El drama que caracteriza a la izquierda de nuestro tiempo radica en que precisamente en un momento histórico como el actual, donde podría ofrecer nuevos caminos de acción política, aparece huérfana de ideales y propuestas alternativas.5 Se puede afirmar que hoy en día el proyecto de sociedad que ofrece se encuentra subordinado política e ideológicamente al conservadurismo y a la derecha elitista. Esto resulta evidente en los gobiernos de los países occidentales donde se alternan partidos de derecha y de izquierda, y sin embargo, nada parece cambiar para el pueblo y sus instancias. Es una alternancia sin alternativa, con las diferentes facciones de la vieja política igualmente subsumidas en el orden neoliberal. Aquellos que en el pasado eran agrupamientos en lucha por dos visiones opuestas del mundo, actualmente, representan las dos caras intercambiables de la misma moneda: la agenda capitalista. Al parecer la izquierda ha abdicado de su rol de instrumento de emancipación global y, en los hechos, la derecha no se preocupa mínimamente del pueblo soberano. De esta manera hemos pasado de la democracia o el gobierno del pueblo en la dialéctica de sus articulaciones, a la “demofobia”, es decir, el miedo al pueblo por parte de quien gestiona el poder.6
Las rápidas transformaciones del capitalismo financiero dejaron rezagada a la izquierda tradicional. Este sistema económico dejó de fungir como un incentivo para el crecimiento de la riqueza, además de que produjo una disociación entre capital y burguesía que eclipsó la posibilidad de transformar a la clase dominante en una clase dirigente. Entre estos cambios se observa el eclipse del universalismo en materia de derechos ciudadanos así como el paulatino abandono del disenso organizado y de masas, para convertirse en oposición de carácter individual. Con escasas y muy honrosas excepciones, el pensamiento crítico de la izquierda después de la caída del Muro de Berlín en 1989 se apagó. El triunfo electoral de fuerzas políticas de izquierda en diferentes países hace pensar a muchos que el péndulo de la historia se inclina nuevamente hacia el progresismo en la realidad contemporánea.7 No obstante, es posible identificar una sistemática contradicción entre los ideales y los objetivos, así como entre las acciones emprendidas y las consecuencias no deseadas de las políticas aplicadas por la izquierda en diferentes latitudes.
La izquierda cree saber qué cosa quiere para la sociedad pero no sabe cómo lograrlo, e incluso, muchas de sus decisiones han producido resultados opuestos a lo esperado. Para superar estas contradicciones es necesario dar un paso atrás respecto a la contingencia política e indagar seriamente en la esfera ideal. El elenco de principios que resultan fundamentales para la izquierda moderna involucran la igualdad de oportunidades, la solidaridad en relación con los más vulnerables, la creciente atención por los bienes públicos, el medioambiente y los derechos sociales.8 En paralelo se observa un intenso debate sobre los significados que implica el concepto de izquierda en las actuales condiciones sociales y políticas.
De un lado, se aprecia una concepción hegemónica denominada estadocéntrica porque toda iniciativa que propone deriva invariablemente del poder, representando una modalidad de acción política que culpabiliza de los graves problemas a la especulación, la globalización financiera y al libre mercado. Las soluciones que propone para enfrentar los crecientes problemas sociales se concentran principalmente en el crecimiento del gasto público y en una mayor presencia del Estado en los distintos ámbitos de la economía. Esta modalidad de la izquierda considerada populista, busca una transformación radical del sistema político y social con el objetivo de colocar en el centro de la acción pública al pueblo.9 Sin embargo, tal esfuerzo no ha logrado desarrollar una cultura de la responsabilidad para proponer soluciones atentas a las consecuencias y tampoco la capacidad para representar a los distintos sectores sociales en su conjunto. Esta incapacidad política ha producido una percepción social sobre esta modalidad de izquierda más bien como un movimiento conservador, interesado principalmente en la defensa de la realidad existente y encerrada en el sueño nostálgico del pasado.
Del otro lado y en abierta contraposición se aprecia una concepción social y liberal de la izquierda, que aún no logra comunicar con los ciudadanos para formular estrategias y programas de acción orientados a mejorar las políticas e instituciones públicas en nombre de la inclusión, la justicia social, la eficacia y la eficiencia así como para salir de la crisis en que se encuentra el pacto social.10 Esta postura establece límites a la intervención del Estado en la vida social y económica para fortalecer el valor de la responsabilidad individual y social, al tiempo que redefine el objetivo de las políticas públicas no solo para generar servicios de calidad y carácter universal, sino también para aumentar la eficiencia del sistema, generando una mayor igualdad de oportunidades e incentivando la responsabilidad de todos en función del bienestar colectivo.11 El nexo entre libertad, equidad y eficiencia se refiere al significado que tienen los derechos económicos y sociales en toda democracia. Ella condiciona la distribución del rédito y compensa las adversidades del mercado.12 La igualdad de oportunidades debe ser compatible con la libertad individual para producir un igualitarismo liberal con una visión racional y práctica de la justicia social. Actualmente, el reto de la izquierda es evitar que las desigualdades sociales se conviertan en desigualdades políticas.
El fantasma del comunismo que recorre la política no existe más. Murió junto con los teóricos de la dictadura del proletariado quienes se imaginaron la posibilidad de construir una sociedad de masas absolutamente igualitaria. La caída del Muro de Berlín marcó el fracaso de una tipología de sistemas políticos que cancelaron las libertades, el pluralismo y la participación ciudadana en los asuntos públicos.13 Sin embargo, la derrota del comunismo no significó, de ninguna manera, el triunfo definitivo de la democracia occidental y sus valores. Ella no es, todavía, la última verdad de la historia, ni el mejor de los mundos posibles. Lo peor de todo es que los diferentes actores de la izquierda realmente existente, nunca realizaron una autocrítica respecto al significado del fracaso de la utopía política más grande de la historia, para mejorar sus ofertas políticas o sus concepciones ideológicas. Simplemente, cambiaron de ropajes y siguieron como si nada.
Como resultado hoy tenemos una izquierda a la moda, es decir, una izquierda light, útil para toda ocasión. En el pasado, la izquierda era sinónimo de búsqueda de justicia y seguridad social, de resistencia y revuelta contra de las crecientes desigualdades, de compromiso en favor de la progresividad de los derechos y libertades, así como de acciones para generar políticas públicas a favor de los vulnerados de la sociedad.14 Ser de izquierda significaba proteger a las personas de la pobreza, la humillación y la explotación, para abrirles nuevas posibilidades de formación y ascenso social para hacer su vida más fácil. Quien era de izquierda creía en la capacidad de la política para plasmar un modelo de sociedad alternativo al interior del Estado democrático y para corregir los efectos del libre mercado sobre las personas. Existía la certeza de que los partidos de izquierda –sin importar su orientación- no representaban a las élites sino a los más desprotegidos.
Hace tiempo la izquierda era todo esto, en efecto. Pero no lo es más. Las cosas cambiaron radicalmente para dar vida a nuevos Frankenstein.15 Si en el pasado el centro de los intereses de quien se definía de izquierda eran los problemas sociales y económicos, actualmente, el imaginario público de la izquierda se encuentra dominado por una izquierda acomodaticia que coloca como eje de su política no los problemas cotidianos de las personas, sino más bien, cuestiones que se refieren a su permanencia a toda costa en el círculo del poder, sin importar ideales o programas.16 Los representantes de esta izquierda neoliberal se manifiestan en favor de la globalización, se preocupan por el clima, los migrantes y las minorías sexuales, pero no se definen como socialistas y ni siquiera como socialdemócratas, sino simplemente como progresistas. Aunque postulan la sociedad abierta y tolerante, la izquierda a la moda -que también es partidocrática- muestra en relación con opiniones distintas a las suyas una increíble intolerancia, que no envidia en nada a la intolerancia de la extrema derecha. La izquierda light es fluctuante en cuanto a sus principios e identidades.
Reformar radicalmente el mundo continúa siendo la tarea principal de la izquierda social y democrática. Una tarea imposible, no obstante, para las actuales izquierdas si no asumen plenamente el significado de la caída del comunismo, de su lógica y de sus inevitables consecuencias.17 La izquierda que se requiere debe ser radicalmente reformista, empoderando a los ciudadanos y dotándolos de nuevas capacidades, titularidades y derechos. Debe impulsar un nuevo constitucionalismo para reconocer, acoger e institucionalizar los reclamos materiales y espirituales de dignidad, igualdad, libertad, justicia, tolerancia y solidaridad.18 Debe también reconstruir su identidad superando los esquemas culturales y políticos del pasado, para ofrecer a la sociedad una perspectiva innovadora de izquierda democrática. Sin embargo, hasta ahora todo ello han sido solo buenos deseos por su incapacidad para transformar en política cotidiana el rico legado de ideas del que dispuso durante decenios.19 También porque a lo largo del tiempo vivió el síndrome de la impotencia y el complejo de la derrota, siendo marginada frecuentemente de los procesos de toma de decisiones y mostrando problemas para articular un proyecto alternativo socialmente creíble.20 Cuando cayó el sistema socialista en 1989 parecía que había llegado el momento de su necesaria renovación política e ideológica que, a pesar de todo, nunca llegó.
El derrumbe de la Unión Soviética marcó el final de un orden político que pretendía la emancipación humana, pero que terminó ofreciendo un modelo autoritario. Entre las razones de su fracaso destaca la naturaleza antidemocrática de los regímenes que nacieron a su amparo, la ausencia de oposiciones, la violación sistemática de los derechos humanos y de las libertades civiles, la ineficiencia económica producida por la centralización planificada, el carácter autorreferencial de su ideología, la rigidez de las jerarquías en la esfera política, así como la presión sofocante del Estado sobre el conjunto de la vida social. Todo ello sin que la izquierda fuera capaz de formular una autocrítica respecto a la crisis global del socialismo. Simplemente se asumió, sin más, la nueva configuración de fuerzas sin renovar el proyecto político.
Las tareas que hoy se le presentan a la izquierda son inmensas. En primer lugar, entender el problema difícil -pero necesario- de asumir la democracia en serio, no como un medio para algo más sino como un fin en sí mismo.21 Debe constituirse en una izquierda que asuma a la democracia como el eje central de su propia cultura política, lo cual nuevamente la colocaría a la ofensiva respecto a las condiciones de la modernidad. También tendría que asumir que no existe política, y ciertamente no puede existir una política de izquierda, sin ideas, sin cultura, sin propuestas programáticas y valores éticos. A diferencia de nuestros padres que confiaban en esta visión del mundo, las generaciones más jóvenes han encontrado al final del camino sólo un gran vacío ético y moral. La izquierda no se debe renovar, reconstruir, repensar o recomponer, sino que, por el contrario, debe reinventarse radicalmente y desde el inicio.22 Muchos piensan que una nueva izquierda reformadora de lo existente debe sustituir a la actual clase dirigente, que es ineficiente y autoritaria, pero la pregunta clave que se impone es si puede hacerlo esta izquierda. EP
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