La nochebuena: una flor mexicana bajo registro extranjero

En este texto, Alejandra Atzín Ramírez escribe sobre el valor de la flor de nochebuena en esta época de fiestas, así como sobre el papel de las y los productores mexicanos en su cultivo y comercialización.

Texto de 02/12/24

nochebuena

En este texto, Alejandra Atzín Ramírez escribe sobre el valor de la flor de nochebuena en esta época de fiestas, así como sobre el papel de las y los productores mexicanos en su cultivo y comercialización.

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Tan pronto concluyen las festividades de Día de Muertos, los vibrantes tapetes de cempasúchil en tonos naranjas dan paso, casi sin que lo notemos, a deslumbrantes arreglos de flores de nochebuena rojas, blancas y rosas. Esta transformación cromática marca la llegada de la Navidad, el frío y la recta final del año. Sin embargo, este cambio ocurre con tal rapidez que pocas veces nos detenemos a reflexionar: ¿quién está detrás de su producción y distribución? ¿Cuál es su historia?

“¿Por qué las flores de nochebuena se han convertido en un ícono mundial de la Navidad?”

Además, surge otra pregunta clave: ¿Por qué las flores de nochebuena se han convertido en un ícono mundial de la Navidad? En este texto, me propongo explorar la relevancia de la flor de nochebuena en nuestro contexto cultural, así como los retos y desafíos que enfrentan las y los productores en cada etapa del proceso, desde su cultivo hasta su distribución final.

De la cosmovisión prehispánica al símbolo vavideño mundial

La flor de nochebuena pertenece a la familia Euphorbiaceae, una de las más diversas en las regiones tropicales y subtropicales del mundo, y la sexta familia más diversa en México. Cada una de sus hojas y brácteas encierra un relato lleno de historia y simbolismo. Originaria de México y América Central, esta planta puede crecer como un arbusto o un pequeño árbol perenne que, en su hábitat natural, alcanza alturas de hasta 4 metros. Sin embargo, bajo el cuidado humano en cultivos, adopta formas más compactas, y los procesos de selección artificial han fomentado una gran diversidad en sus formas, tamaños e incluso colores. La nochebuena (Euphorbia pulcherrima) es una planta originaria de México y ha alcanzado gran relevancia ornamental; actualmente es reconocida mundialmente como un símbolo de la Navidad.

Sus orígenes se remontan a las culturas prehispánicas de Mesoamérica; los mexicas la conocían como cuetlaxochitl, un término en náhuatl que significa ‘flor que se marchita‘. Para ellos, esta planta no solo destacaba por su apariencia llamativa, sino también por sus propiedades medicinales y su profundo simbolismo ritual. En su cosmovisión, la cuetlaxochitl era ofrecida en ceremonias dedicadas a Tonantzin, la diosa vinculada al renacimiento y la renovación, simbolizando así la conexión sagrada entre la naturaleza y los ciclos de la vida.  

En La historia hatural de la Nueva España, Francisco Hernández describe al cuetlaxochitl como un árbol mediano, con hojas de tres puntas y grandes flores rojas similares a las hojas. En su obra, resalta los beneficios terapéuticos atribuidos a esta planta, como el aumento de leche en nodrizas y ancianas al consumir sus hojas o su látex —aunque hoy se sabe que la ingesta del látex puede causar indigestión e incluso es tóxica para mascotas. El legado cultural del cuetlaxochitl también se refleja en los códices de Fray Bernardino de Sahagún, particularmente en La historia general de las cosas de la Nueva España, donde se destaca su importancia simbólica y ritual.

Tras la época prehispánica, la nochebuena se integró al sincretismo de las tradiciones religiosas y culturales introducidas por los españoles, especialmente en las celebraciones de la Navidad. Durante el siglo XVI, los misioneros franciscanos utilizaron la planta en altares y decoraciones navideñas, aprovechando su color rojo para representar simbólicamente la sangre de Cristo. Su popularidad creció en conventos y posadas, donde adornaba procesiones y nacimientos. Con el paso del tiempo, la flor de nochebuena trascendió fronteras, llevando consigo su historia y riqueza cultural a festividades y tradiciones alrededor del mundo.

La nochebuena: un símbolo mexicano bajo registro  extranjero

La flor de Nochebuena fue llevada a Estados Unidos en el siglo XIX por el diplomático Joel Roberts Poinsett, quien quedó impresionado por su belleza durante una visita a Taxco, Guerrero. Poinsett renombró a la flor como “poinsettia” en honor a su propio nombre. Fue posteriormente presentada como planta comercial en una exposición en Filadelfia en 1929. Y décadas después, la familia Ecke en California monopolizó su mercado, patentando variedades genéticamente mejoradas.

Por este motivo, algunas semillas, esquejes y plántulas cultivadas en México deben adquirirse en tiendas extranjeras o a través de vendedores externos. Este fenómeno ejemplifica la apropiación del patrimonio biocultural mexicano y la pérdida del valor cultural y biológico de estas plantas, favoreciendo en cambio intereses extranjeros. Aunque las patentes se aplican únicamente a variedades específicas, el control sobre su comercialización ha generado una pérdida simbólica, económica y de conocimiento tradicional en el país. Este impacto afecta directamente a los agricultores y agricultoras, quienes deben adquirir semillas, esquejes y plántulas a precios elevados para sustentar sus cultivos. En contraste, en cultivos como el cempasúchil nativo, los productores pueden intercambiar semillas, lo que fortalece redes de conocimiento tradicional y preserva prácticas culturales.

Las manos que la cultivan en nuestro país

En México, se comercializan anualmente alrededor de 20 millones de plantas de nochebuena, lo que genera un valor aproximado de 718 millones de pesos. Los principales estados productores son Morelos, Michoacán, Ciudad de México, Puebla y Jalisco. Sin embargo, gran parte de las variedades utilizadas son importadas, lo que incrementa los costos de producción, reduce la diversidad genética local y propicia un menor conocimiento local para atender plagas y otras contingencias.

“se comercializan anualmente alrededor de 20 millones de plantas de nochebuena…”

En la Ciudad de México, tuve la oportunidad de conversar con productores de nochebuena, quienes me compartieron los principales desafíos que enfrenta el cultivo de esta emblemática flor, así como las satisfacciones que encuentran al preservarla como símbolo de la temporada.

José Méndez Ceja, filósofo y productor agrícola, comparte su trayectoria y pasión por la flor de nochebuena, una planta que cultivó durante más de tres décadas en San Juan Ixtayopan, Tláhuac. Con raíces campesinas heredadas de sus padres en Michoacán, Méndez combinó su labor como profesor con la producción agrícola, iniciándose en 1978 gracias a la influencia de una familia cercana. Desde pequeños invernaderos en su patio hasta terrenos más amplios, llegó a establecerse en una parcela propia con dos invernaderos donde cultivaba diversas variedades de nochebuena.

Para José, el mayor desafío fue obtener un terreno propio, pero su mayor satisfacción radicaba en la estética de los invernaderos florecidos, un espectáculo de colores y texturas que le brindaba un profundo sentido de orgullo. Sin embargo, enfrentó diversos retos, como la creciente competencia de estados como Morelos y Michoacán, que han incorporado tecnologías avanzadas y control de plagas, lo que dificulta la producción en zonas húmedas como Xochimilco y Tláhuac. José me contó que actualmente la producción depende casi exclusivamente de esquejes comercializados por grandes empresas. Además, a pesar de los avances tecnológicos, Méndez enfrenta las implicaciones del cambio climático y el estrés hídrico, con invernaderos que requieren innovación constante para mantener las plantas saludables frente a temperaturas extremas y la falta de agua.

Más allá del comercio, José ve en la nochebuena un símbolo de la celebración navideña, una flor que adorna y da solemnidad a los hogares, hecho que lo conecta a él mismo emocionalmente con las familias que embellecen sus festividades gracias a su trabajo. Para José, la producción de nochebuena no solo implica sustento económico, sino también una labor estética y significativa que aporta vida y belleza a las tradiciones mexicanas.

También conversé con Martha Alicia Martínez Baena, a quien conocí en Paseo de la Reforma mientras vendía hermosas flores silvestres de cempasúchil. Ella, además, es productora de nochebuena y amablemente compartió su experiencia conmigo. Martha, química farmacéutica de profesión, ha encontrado en la producción de la flor de nochebuena una pasión que une paciencia, técnica y un profundo amor por la naturaleza. Aunque su incursión en este ámbito fue circunstancial, pronto quedó fascinada por los retos y las satisfacciones que ofrece este cultivo. La nochebuena, con su vibrante gama de colores, representa para ella tanto un desafío constante —plagas, necesidades específicas de riego y el impacto del cambio climático—, como una fuente de orgullo. Martha relata cómo las recientes olas de calor extremo y las lluvias intensas han incrementado la presencia de hongos, lo que complica aún más la producción.

Desde Cuemanco, donde comercializa sus productos —que incluyen suculentas y plantas medicinales—, Martha describe la nochebuena como una flor “maravillosa, majestuosa e imponente”, capaz de inspirar ternura y esperanza en medio de un mundo convulso. A pesar de las dificultades, cada flor es para ella un testimonio del triunfo de la naturaleza y de su propia dedicación. Su experiencia no solo destaca por el arte de cultivar, sino también por su admirable resiliencia frente a los retos ambientales y económicos que enfrenta como productora.

Las historias de José Méndez Ceja y Martha Alicia Martínez reflejan la riqueza de la producción de nochebuena en la Ciudad de México, un esfuerzo que combina tradición, conocimiento técnico y amor por la naturaleza. Ambos productores enfrentan retos que van desde la competencia y la dependencia de nuevas tecnologías hasta los impactos del cambio climático. Sin embargo, encuentran en esta icónica flor no solo un sustento económico, sino una pasión.  Conversar con ellos me llevó a reflexionar que cada flor que adorna nuestra Navidad tiene detrás una historia y la dedicación de quienes trabajan con amor la tierra.


El robo de biodiversidad y saqueo genético de Joel Roberts Poinsett sigue afectado hasta nuestros días la vida cotidiana de productores y productoras mexicanos. Estas prácticas de biopiratería han puesto en riesgo la soberanía genética de México, por lo que es fundamental desarrollar mecanismos para proteger el patrimonio biocultural del país. En este contexto, el Protocolo de Nagoya se presenta como un mecanismo clave para garantizar la distribución justa y equitativa de los beneficios derivados del uso de los recursos genéticos, mientras que el Acuerdo de Escazú refuerza el derecho a la información, participación y justicia ambiental, herramientas indispensables para visibilizar estas historias de saqueo.

“la producción de nochebuena no solo implica sustento económico, sino también una labor estética y significativa…”

Para salvaguardar la riqueza biocultural de México, es crucial no solo implementar y fortalecer estos acuerdos internacionales, sino también reconocer el esfuerzo de los productores locales, apoyar su trabajo a través del consumo directo y promover su papel esencial en la preservación de la biodiversidad mexicana. Solo así será posible garantizar la justicia y sostenibilidad necesarias para enfrentar los retos socioambientales. EP

Gracias a José y Martha por compartirme su conocimiento y reflexiones acerca de las flores de nochebuena.

Bibliografía
  • Aguilar, V., Herrera-González, I., & Cervantes, G. J. (2022). La nochebuena (Euphorbia pulcherrima), el tesoro mexica. Herreriana3(2), 42-45.
  • Corona Martínez, E. (2022). La planta de Nochebuena y sus muchas historias por desempolvar.
  • Trejo-Hernández, Laura, Mark E. Olson-Zúnica, and Robert A. Bye-Boettler. (2015), “Datos históricos y diversidad genética de las nochebuenas (Euphorbia pulcherrima) del Distrito Federal, México.” Revista mexicana de biodiversidad 86.2: 478-485.
  • Secretaría del Convenio sobre la Diversidad Biológica. (2011). Protocolo de Nagoya sobre acceso a los recursos genéticos y participación justa y equitativa en los beneficios que se deriven de su utilización al Convenio sobre la Diversidad Biológica: Texto y anexo. Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente. Recuperado de https://www.cbd.int/abs/doc/protocol/nagoya-protocol-es.pdf
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