“Las aves no conocen fronteras” es un proyecto socioambiental esperanzador. Agustín B. Ávila Casanueva nos trae la historia de unas lechuzas que podrían significar un remanso de paz en medio del conflicto israelí-palestino.
Paloma Pasajera | No paloma, sino lechuza | Evolución de un proyecto de paz entre Palestina y Gaza
“Las aves no conocen fronteras” es un proyecto socioambiental esperanzador. Agustín B. Ávila Casanueva nos trae la historia de unas lechuzas que podrían significar un remanso de paz en medio del conflicto israelí-palestino.
Texto de Agustín B. Ávila Casanueva 26/11/24
Hace siete años entrevisté a Alexandre Roulin, un investigador de la Universidad de Lausana, en Suiza, quien tenía un proyecto increíblemente esperanzador: generar diálogos entre los granjeros de Israel y Palestina mediante el cuidado comunal de las lechuzas blancas. El problema era claro y había empezado casi una década antes: el número de lechuzas blancas estaba disminuyendo notoriamente. La causa era sencilla de determinar, para proteger sus cultivos de ratones y ratas, los granjeros llenaban sus campos de raticida. Si bien los roedores mordían el cebo, el veneno también era ingerido por las lechuzas al comerse a las ratas y ratones, y también caían muertas sobre los campos de cultivo. Algunos granjeros empezaron a construir casas para las lechuzas y dejaron de poner veneno para roedores en sus cultivos. Sin embargo el número de lechuzas no aumentaba.
La cuestión —que además daba nombre al proyecto que encabezó Roulin, en su calidad de experto ecólogo de lechuzas— es que, a diferencia de los humanos, “Las aves no conocen fronteras”. Así que algunas aves anidaban en Palestina, pero se alimentaban en Israel, mientras que otras hacían lo contrario. Cruzaban libremente la frontera, sin distinguir en cuál territorio los roedores estaban envenenados y en cuál no. Para Roulin era evidente que había que eliminar el veneno por completo. Si no se limpiaba toda la zona, las lechuzas no tendrían oportunidad de crecer, ni de vivir.
Poner a un grupo de personas a trabajar para una meta en común puede llegar a ser complicado. Pero si ese grupo tiene una historia tan complicada y violenta como la de las poblaciones humanas en Palestina e Israel, suena a una misión casi imposible.
Lo que Roulin me dijo hace siete años parecía simplificar —de manera efectiva— el problema: “No hay que hablar de política, sólo hay que hablar del medio ambiente, de generar un símbolo en el que la gente pueda creer”. Además, contaba con aliados valiosos para este proyecto que también se logró extender hacia Jordania. “Nos ayudó mucho contar con el apoyo de la gente que trabajó en los tratados de paz de la región en 1994, como Abu Rashid Mansour del gobierno de Jordania; él se dio cuenta del poder que podían llegar a tener los pájaros. Hablar de los recursos naturales es hablar en un idioma que todos entendemos y que a todos nos interesa”, afirmaba Roulin. Así, las lechuzas empezaron a convertirse en las guardianas de los dátiles, las granadas, y otros frutos cosechados en la región, e Israel logró reducir en un 45 % el uso de raticida. Actualmente, cerca de cinco mil cajas —donde las lechuzas pueden anidar— se han instalado en Israel y se ha convertido en un proyecto nacional, aunque el dinero que destinaba el gobierno israelí a este proyecto ahora se utiliza para sostener la guerra.
“Las aves no conocen fronteras” logró llegar mucho más allá del cuidado de las lechuzas. En aquella entrevista —vía Skype— a Roulin, el investigador estaba haciendo escala en un aeropuerto: “Vengo llegando del Mar Muerto, acabamos de tener un evento en el que artistas de Israel, Jordania y Palestina se reunieron a pintar el Mar Muerto y sus aves, rodeados por familias y niños de todos los territorios conviviendo y generando arte a partir de sus recursos naturales”.
Han pasado siete años. Hace más de un año empezó un genocidio por parte de Israel que ha dejado más de 44,000 muertos. En este conflicto, las lechuzas claramente no son nuestra prioridad. De hecho, tardé un par de meses en recordar esta historia una vez que las hostilidades habían escalado y los ataques se volvieron constantes. Inmediatamente quise escribirle a Roulin, saber qué pensaba de todo esto. ¿Seguía manteniendo la esperanza que alguna vez le otorgó el proyecto “Las aves no conocen fronteras”? Al mismo tiempo, no quería saber. ¿Y si al otro lado del —ahora— Zoom me encontraba a un hombre desconsolado? ¿Qué derecho tenía de hacerle más preguntas? Decidí que él mismo podría declinar la entrevista, aunque todavía tardé varios meses más en escribir el correo solicitándola.
“Me dí cuenta de que las cosas pueden colapsar muy rápido”, me comentó el investigador en nuestro segundo encuentro. “Todas las personas de mi equipo de trabajo conocían a alguien que fue asesinado”. Además de la tragedia humana, Roulin también reconoce que el conflicto es “un desastre para la naturaleza”. Hace una pausa para tomar aire y me dice: “Aún hay esperanza. Debemos de ser más fuertes que la guerra”. La esperanza de Roulin está depositada en su mismo proyecto: “Es un proyecto muy positivo. Amamos la paz, y amamos la naturaleza”.
Me contó que, antes de que iniciara el genocidio, habían logrado expandir el proyecto, es decir, habían logrado que otras comunidades, en distintos países del Mediterráneo y del Medio Oriente, abandonaran el uso de raticidas en sus cultivos y le dieran la bienvenida a las lechuzas (nombre científico: Tyto alba). “Fuimos a Marruecos con amigos israelíes. Hay mucha hostilidad entre Marruecos e Israel”, sin embargo, el proyecto en Marruecos logró dar buenos frutos. “Vengo regresando de allá, estuvimos componiendo muchas cajas”. Desde el 2023, 43 cajas han sido instaladas en Marruecos, en cinco regiones distintas, y esperan llegar a cien cajas en los próximos años.
En Chipre, este proyecto ha logrado alcanzar las 800 cajas de lechuzas, y también se ha reducido significativamente el uso de raticida en el país. En Grecia, después de un periodo de estudio y seguimiento de cien cajas durante dos años, el año pasado se instalaron otras 190 cajas. Jordania cuenta con 250 cajas y España con 300. El éxito es notorio. Y es que las lechuzas son muy efectivas. Se calcula que cada familia de lechuzas puede consumir miles de roedores anualmente —entre dos mil y cuatro mil—, esto reduce significativamente las pérdidas de las cosechas que, sin la ayuda de estas aves rapaces nocturnas, implicarían miles de millones de dólares.
Claramente el proyecto no es tan sencillo como llegar y montar cajas para lechuzas. “Tenemos que hablar con mucha gente”, me explica Roulin, “desde los granjeros hasta autoridades universitarias —quienes les ayudan a dar seguimiento al proyecto—, como autoridades del gobierno —quienes apoyan con los recursos necesarios—. La clave es tener gente en los terrenos”, gente que conviva con las lechuzas y pueda saber cómo les está yendo. En un artículo publicado en la revista Conservation, a inicios de este mes, Roulin y sus colegas también recomiendan que las personas deben de ser parte de la toma de decisiones sobre el crecimiento del proyecto, cuántas cajas más se pondrán y en qué lugares. Para que el proyecto se mantenga, las comunidades deben de apropiárselo.
Roulin también me cuenta que ha logrado hacer de su laboratorio en Suiza “un punto de reunión, ha venido la gente de Grecia, de Marruecos, de Chipre, hemos platicado juntos, y hemos hecho amistad, todo bajo la meta de proteger a las lechuzas”. Sin embargo, confiesa que no sabe cuándo podrán regresar a Palestina o a Israel. Con una frase me deja saber que el retorno no será sencillo: “vamos a necesitar de mentes nuevas y frescas”, alguien que les ayude a tomar valor para retomar el proyecto. Si bien, eso no significa que sus ánimos se vean disminuidos: “Si todo sale bien, empezaremos otro proyecto en Ucrania el siguiente año”. Esperemos que estas lechuzas blancas logren traer ramas de olivo en el pico.
Ligas ligables
A continuación, una serie de recomendaciones de material con el que me he encontrado este mes y, aunque no necesariamente tiene que ver con las lechuzas y Palestina, sí tiene que ver con el medio ambiente. Tengan, para que se entretengan:
- Raquel Prior nos cuenta en este reportaje sobre el rescate del último río vivo de la Ciudad de México, el Magdalena
- Estados Unidos se roba la lluvia del desierto sonorense, cuenta Alejandro Ruiz desde Pie de Página
- La historia de Keiko, la ballena más famosa del mundo, desde Radio Ambulante
- Y en la música, la artista morelense Luz María Cardenal acaba de estrenar disco, échenle oreja.
Gracias por leer. EP
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