¿Puede haber activismo en una taza de café? O de cómo nuestro consumo es político

Mariana Mastache-Maldonado invita a reflexionar sobre el impacto de nuestras decisiones de consumo y a optar por un café que no solo sea de calidad, sino también social y ambientalmente responsable.

Texto de 12/11/24

Mariana Mastache-Maldonado invita a reflexionar sobre el impacto de nuestras decisiones de consumo y a optar por un café que no solo sea de calidad, sino también social y ambientalmente responsable.

Tiempo de lectura: 7 minutos

En esta época donde la información llega a borbotones, como consumidores ya no nos conformamos con campañas de marketing que destacan el origen exclusivo o el “proceso natural” de un producto; buscamos pruebas fehacientes de que lo que adquirimos es sostenible y responsable. Esto aplica a una variedad de bienes; un ejemplo que puede ilustrar este cambio de conciencia es el café.

Al mencionar “café”, podemos pensar en Colombia o Brasil, pero la historia de esta semilla de arbusto y su recorrido antes de llegar al sitio más aesthetic de tu colonia va mucho más lejos. Se cree que las primeras plantas de café silvestre (Coffea spp.) crecieron en la región de Kaffa, en Etiopía, de donde quizá deriva su nombre. Otras versiones señalan a Yemen, país compartido entre Asia y África, como el punto de partida. En cualquier caso, la popularidad del café creció en Arabia gracias a sus propiedades estimulantes y, aunque enfrentó prohibiciones por razones religiosas, el consumo de café se expandió entre los árabes y sus vecinos. 

Aun así, el cultivo del café fue conservado en secreto por siglos. Desde Oriente Medio, su consumo llegó a Italia y luego se extendió por Europa. En 1720, Gabriel de Clieu, un marino francés, llevó plantas de café al Caribe, y pronto la isla de Martinica tenía miles de cafetos. Llegó a otras islas, como Haití, y eventualmente a México. Esta cadena de eventos parecería anecdótica (y tal vez olvidable), si no consideráramos que la historia del café, así como la de otros productos, se ve atravesada por diversos factores.

Pensemos en Haití, entonces una colonia francesa conocida como Saint-Domingue, que en el siglo XVIII producía la mitad del café mundial. En 1791, la Revolución haitiana puso fin a la esclavitud, lo que transformaría también el panorama cafetalero. Disminuyó la producción. Con el tiempo, Brasil asumió el liderazgo mundial en el gremio (título que aún ostenta), aunque su entrada a este pódium no fue sin costos: enormes extensiones de territorio –especialmente la mata atlántica– fueron taladas para dar paso a plantaciones de café.1

Entender los elementos cotidianos que nos rodean implica reconocer los efectos de su elaboración, no sólo en términos socioeconómicos, sino también en sus impactos al ambiente. 

En México, al igual que en Haití o Brasil, el café quedó bajo una lógica extractivista. Surgieron plantaciones principalmente en Oaxaca, Veracruz y Chiapas, donde el cafeto encontró un ambiente propicio tanto en humedad como altitud. Muchas plantaciones fueron impulsadas por inmigrantes europeos, y los trabajadores indígenas percibían salarios bajos, así como una falta de derechos que persiste hasta hoy.

“En México, al igual que en Haití o Brasil, el café quedó bajo una lógica extractivista”. 

Podemos hacerlo (consumir) mejor

Algo que conecta todos los ejemplos mencionados es que cada decisión que tomamos sobre los alimentos y cada cambio en la forma en que los producimos tiene consecuencias, entendidas en una dimensión social y ambiental. En otras palabras: consumir es político.

Para Magnus Boström, investigador en sociología ambiental y del consumo, este “consumismo político”2 abarca desde boicots hasta el aumento en la demanda de productos orgánicos y de comercio justo. Nosotros como consumidores tenemos la capacidad de usar el mercado como una plataforma de acción política, adaptar decisiones que reflejen valores sociales, culturales y éticos más amplios, no solo intereses inmediatos. ¿Qué elegimos favorecer? Esto es la contraparte del boicot: el buycotting nos invita a apoyar a productores, porque protegen el medio ambiente o tienen condiciones de trabajo dignas, entre otras razones. 

Muchas desigualdades se reproducen en todo lo que usamos y compramos. El nicho del café no es la excepción. El suelo sigue sin estar parejo para todos los caficultores. Un pequeño productor enfrenta retos distintos a los de uno grande, me explica Jesús Vallarta, agrónomo de formación y cafetero. Junto con Blanca, su pareja, arrancó desde 2022 el proyecto Musa Café en Córdoba, Veracruz y Ciudad de México. La misión de Musa es loable: lograr que la gente pueda vivir dignamente del café; pero no es fácil.

“Muchas desigualdades se reproducen en todo lo que usamos y compramos. El nicho del café no es la excepción”.

“Los papás, los tíos, los abuelos de Blanca recuerdan cómo hace 30 o 50 años era muy diferente la situación con el café. Antes, la gente de pueblos cercanos se peleaba por venir a cortarlo; llegaban familias enteras, desde adultos hasta jóvenes. Ahora eso no se ve”: cuenta. Ese cambio se debe, en parte, a la caída de los precios del café. Hace décadas, dice Jesús, las familias realmente vivían cómodamente del café. Sin procesarlo mucho era rentable. La mayor dificultad para Jesús y Blanca como pequeños productores es que no encuentran suficiente gente para trabajar las cosechas. 

Luego, viene otro reto: comercializar el café. Jesús recuerda el primer año de Musa Café: “Queríamos vender casi toda nuestra cosecha en verde a cafeterías, y estábamos muy emocionados, pensábamos que nos comprarían sin problema”. Sin embargo, la realidad fue distinta. Supongamos que de diez lugares a los que ofrecieron su café, solo dos aceptaron el producto. Faltaba dar a conocer su producto. 

Jesús y Blanca le dan difusión a Musa con un enfoque concientizador: los potenciales consumidores deben conocer el valor del café y sus sincretismos. Por ejemplo, para que el café llegue a nuestra mesa las fases van desde la cosecha y selección de las cerezas hasta los métodos que afectan el sabor final: lavado, natural y honey. Hay un problema: el café lavado consume mucha agua, lo cual es insostenible en la crisis hídrica que enfrentamos. Cada kilogramo de café lavado requiere entre 38 y 42 litros de agua.3 A la lista se suma buscar, sí, cafés de calidad y socialmente justos, pero que también contemplen sus implicaciones ambientales. 

“–Antes solo existían los cafés lavados, que son los que la mayoría de los productores aún usan”: cuenta Jesús. En Musa, buscan hacerlo diferente. Usan otros procesos que no consumen esa cantidad de agua, como los cafés honey (o enmielados). Jesús añade que al cosechar procuran reutilizar el máximo de agua posible.

Acercarse al café sostenible

El café sostenible beneficia a quienes lo cultivan y al ecosistema en el que se desarrolla. No podemos olvidar que antes de su llegada al supermercado o a una cafetería, el café pertenece a un entorno natural complejo que alberga biodiversidad.

Cuando el café se cultiva en sistemas agroforestales, es decir, con árboles y arbustos integrados para optimizar otros beneficios, favorece a otras especies además de nosotros. Aves, abejas y mamíferos encuentran refugio y alimento en esas plantaciones.4

La evidencia señala que el cultivo de café en sombra brinda importantes servicios ecosistémicos, como el control natural de plagas, polinización y la retención de humedad. Irónicamente, a principios de los años 90, se alentó a talar bosques y cultivar café a sol directo. Hubo consecuencias. Se eliminó la barrera natural que suponen los árboles contra plagas, redujeron los hábitats de animales como aves y se requería un mayor uso de pesticidas químicos para mantener a raya plagas y enfermedades para el café. Esto llevó al Centro Smithsonian para las Aves Migratorias a estudiar el impacto de la eliminación de sombra en cafetales. La investigación arrojó que este método afecta la supervivencia de las aves migratorias. En respuesta, crearon la certificación “Bird Friendly”, que garantiza café orgánico cultivado bajo sombra para preservar estos “agrobosques”. 

“Además, si se tiene un agrobosque de manera informada, las especies de árboles que dan sombra traen consigo otros beneficios como frutas y madera”.

La iniciativa se replicó y adaptó. En México la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales (SEMARNAT) sacó una certificación de café cultivado bajo sombra. Es clara la importancia de esta práctica para los ecosistemas, pero también para producirlo: los agricultores se benefician al integrar árboles con el cafeto pues mejora el suelo y la provisión de sombra.5 Además, si se tiene un agrobosque de manera informada, las especies de árboles que dan sombra traen consigo otros beneficios como frutas y madera.6 

¿Café mexicano en la cuerda floja?

Por cada taza, existe una cadena de trabajo y cuidados que a menudo permanece invisible. Si consideramos que muchas variables entran en juego para la obtención del café, hay impacto con lo que decidimos comprar y a quiénes. Las cifras del Sistema de Información Agroalimentaria de Consulta (SIACON) muestran que desde 2016 la producción de café en México no ha alcanzado los niveles de los años 90, pero la demanda aumenta. ¿Por qué la producción de nuestro país es baja cuando vemos tantos cafés por todas partes? En parte, por la competencia que supone el café industrializado para pequeños productores, donde intermediarios, conocidos como “coyotes”, les compran grandes volúmenes a precios muy bajos. En consecuencia, varios de estos productores abandonan el campo al no resultarles rentable, tal como Jesús relató. 

Michael Burrows | Pexels

Optar por productos más baratos y de menor calidad –como tiende a ser con muchos productos industrializados–, en lugar de aquellos producidos de forma sostenible y ética, es un voto a favor de la fabricación masiva y condiciones laborales injustas. Por el contrario, hacer buycott de productos locales y de calidad, apoya una visión de futuro que favorece a comunidades productoras y a los ecosistemas.

“Optar por productos más baratos y de menor calidad, en lugar de aquellos producidos de forma sostenible y ética, es un voto a favor de la fabricación masiva y condiciones laborales injustas”.

La trazabilidad del café, o sea, el seguimiento desde la semilla hasta tu taza, ayuda a entender y valorar la procedencia de lo que consumimos. Nuestras decisiones son relevantes: existe un sistema que puede dignificar o vulnerar a quienes lo sostienen. Cada compra puede verse como una apuesta por quienes dependen de este cultivo, las especies que coexisten con el apreciado cafeto y los ecosistemas que lo vuelven posible. EP

  1. Watson, K.J. (2004). Deforestation , Coffee Cultivation , and Land Degradation: The Challenge of Developing a Sustainable Land Management Strategy in Brazil ’ s Mata Atlântica Rainforest. []
  2. Oosterveer, P., Micheletti, M., & Bostrom, M. (Eds.). (2019). The Oxford handbook of political consumerism. Oxford University Press. []
  3. “The Hidden Cost: How Many Liters of Water Are Needed to Produce a Cup of Coffee?” (2023, December). UNEP/UNESCO/BMUV Course Program. []
  4. Gove, A., Hylander, K., Nemomisa, S., & Shimelis, A. (2008). Ethiopian coffee cultivation—Implications for bird conservation and environmental certification. Conservation Letters, 1 []
  5. Nguyen, M., Vaast, P., Pagella, T., & Sinclair, F. (2020). Local Knowledge about Ecosystem Services Provided by Trees in Coffee Agroforestry Practices in Northwest Vietnam. Land. []
  6. Lamond, G., Sandbrook, L., Gassner, A., & Sinclair, F. (2016). LOCAL KNOWLEDGE OF TREE ATTRIBUTES UNDERPINS SPECIES SELECTION ON COFFEE FARMS. Experimental Agriculture, 55, 35 – 49. []
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