Mensaje de Arecibo: a medio siglo del primer ping cósmico

En conmemoración de su 50 aniversario, Martín Méndez escribe sobre el mensaje interestelar enviado desde Arecibo, Puerto Rico, en búsqueda de vida extraterrestre.

Texto de 07/11/24

Arecibo

En conmemoración de su 50 aniversario, Martín Méndez escribe sobre el mensaje interestelar enviado desde Arecibo, Puerto Rico, en búsqueda de vida extraterrestre.

Tiempo de lectura: 9 minutos
"Lo grandes radiotelescopios del mundo se erigen en sitios remotos por la misma razón que Paul Gauguin puso proa hacia Tahití: porque, para trabajar bien, es preciso estar lejos de la civilización."
Contacto, Carl Sagan.

"le sorprendía que, en la búsqueda de inteligencia extraterrestre, lo que podía hacerse superaba en gran medida lo que se había hecho. En su opinión, los recursos asignados a esa investigación eran magros."
Contacto, Carl Sagan.
El mensaje

Imagina levantarte un día sabiendo que serás testigo de una apuesta histórica. No es la típica apuesta entre dos personas que desean dirimir alguna cuestión probablemente sin importancia atizados por algunas copas de alcohol de más, o el ego de dos inteligencias que creen tener la razón sobre un punto en particular. Se trata de una apuesta que involucra a todos los habitantes de este planeta. Casi con certeza absoluta se puede decir que no vivirás lo suficiente para conocer el resultado, ni tampoco varias de las generaciones que vienen detrás de ti. Pero ser testigo del envío del primer mensaje interestelar para buscar a alguna civilización extraterrestre que nos regrese un saludo de vuelta hace que la esperanza de obtener una respuesta, en una escala de décadas y no de milenios, no solo se mantenga inocentemente viva, sino que resplandezca un poco más cada día que pasa, y te obligue a pensar cada vez que le arrancas un día al calendario: “Quizás hoy sea el día, porque el mensaje ya está ahí afuera, viajando a la velocidad de la luz… y alguien podría estar escuchando”.

“durante tres minutos se transmite a la velocidad de la luz el primer mensaje interestelar de la humanidad.”

El mero hecho de saber que no estamos solos en el Universo —a pesar de que “congestionamos” ciudades enteras con nuestra presencia y nuestras variables formas de pensamiento, arropados por nuestros inventos y la tecnología de la época— parece ser la última pieza que le hace falta al rompecabezas de nuestra existencia, aunque no sabemos a ciencia cierta si ese alivio se deberá a que por fin hemos hallado y terminado el rompecabezas, o bien a que, por alguna razón desconocida, esa pieza y ninguna otra, por absurdo y mágico que parezca, es la que única que esclarece la imagen completa que forma el rompecabezas de nuestra evolución.

Ahí estás tú, un 16 de noviembre de 1974, bajo un sol de mediodía en Arecibo, Puerto Rico, observando el verdor que ondula ininterrumpidamente por el relieve cárstico de esa región de la isla, con excepción de ese disco de 305 m de diámetro suspendido sobre una depresión natural. Al igual que el resto de los invitados que contemplan el radiotelescopio, se te vienen a la mente palabras como “simbiosis”, “ingenio”, “inteligencia”: parece un aparato que evolucionó junto con el terreno, uno que siempre ha estado ahí en lugar de haber sido incrustado para estudiar el cosmos. La más reciente renovación del radiotelescopio la razón del evento consiste en una nueva superficie reflectora que brilla bajo el sol en la forma de 38,778 paneles de aluminio (350 toneladas), mismos que cubren toda la superficie del disco y le otorgan precisión milimétrica a sus estudios. Cada panel cuenta con agujeros que permiten el paso de la luz solar, lo que promueve el crecimiento de la vegetación por debajo del disco, hecho que controla la erosión y mejora la estabilidad estructural. Otra innovación técnica es la capacidad de operar a frecuencias más elevadas (hasta 2,380 Hz), con lo que se podrán estudiar con mayor detenimiento planetas cercanos como Mercurio, Venus y Marte, y otros más lejanos como Júpiter y Saturno.

El momento clave de la ceremonia llega. De una bocina surgen los tonos de una transmisión de radio, y los invitados emergen de la carpa y concentran sus miradas hacia arriba, a unos 150 m de altura donde se localiza el transmisor del radiotelescopio. Ninguno de los invitados puede verlo, pero durante tres minutos se transmite a la velocidad de la luz el primer mensaje interestelar de la humanidad. El entusiasmo de algunos asistentes es palpable; hay rostros donde se asoman lágrimas de emoción: el primer ping cósmico ha sido lanzado a un cúmulo de estrellas (alrededor de 300,000) en la constelación de Hércules, denominada Messier 13. Le tomará 25,000 años al mensaje llegar a esa esquina del cosmos y, si hay alguna civilización escuchando, otros 25,000 años de vuelta para indicarnos si aún seguimos en pie que han recibido nuestro llamado. 

El mensaje, creado por Frank Drake, Carl Sagan y otros científicos, está compuesto por 1,679 bits ceros y unos de información. El número de bits no es trivial: es el producto de dos números primos (aquellos divisibles por uno y por sí mismos), 73 y 23. La idea subyacente es que al ordenar los ceros y unos en un arreglo de 73 filas por 23 columnas, asignando un espacio o cuadrado blanco al cero, y un espacio o cuadrado negro al uno, se desplieguen los pictogramas que representan la información sobre nosotros y nuestro sistema solar.1 Por ejemplo, al inicio del mensaje se representan los números del uno al diez en código binario; le siguen los números atómicos de los elementos químicos fósforo, oxígeno, nitrógeno, carbono e hidrógeno; las fórmulas químicas de los nucleótidos que forman nuestro ADN y su estructura en doble hélice; el número de planetas que conforman el sistema solar, indicando al tercero como el nuestro, así como el número de habitantes; también está el perfil del radiotelescopio de Arecibo y su diámetro. Es una gran cantidad de información empaquetada en una secuencia de menos de dos mil caracteres.

Versión a color del mensaje de Arecibo enviado en 1974. / Wikimedia Commons

Algunos creen que el mensaje de Arecibo no era un esfuerzo serio por contactar con alguna civilización extraterrestre —debido al movimiento natural de las galaxias, Messier 13 no se encontrará en la región del espacio al que fue transmitido el mensaje—, sino más bien una muestra de las mejoras tecnológicas recién instaladas en el radiotelescopio. ¿Ego tecnológico? Otros defienden la postura de que allí fuera existen civilizaciones lo suficientemente avanzadas para captar nuestra señal y, aunque no logren descifrar el mensaje, habremos llamado su atención, hecho que provocaría, en caso de que seamos los primeros con los que entran en contacto, una revolución en su forma de pensar sobre su propia visión del universo; quizás estos mensajes las impulsen a desarrollar tecnologías para salir de su planeta. Y si no somos los primeros que han descubierto, quizá cuenten con un “protocolo de contacto”, por lo que podríamos ser los siguientes en su bitácora cósmica para recibir un mensaje de respuesta o su propia visita.

El Sputnik y la oreja cósmica

El ambiente en la cual se concibió el mensaje de Arecibo fue completamente científico, un esfuerzo multidisciplinario enfocado a transmitir, de manera concisa, qué somos como especie y de qué somos capaces tecnológicamente, un ambiente aséptico en cuanto a ideas políticas. Sin embargo, el radiotelescopio de Arecibo no hubiera existido de no ser por el lanzamiento del Sputnik el 4 de octubre de 1957, evento que desencadenó un tsunami de paranoia en los Estados Unidos respecto a la superioridad tecnológica de la Unión Soviética. La imagen de cientos de ojivas nucleares siendo transportadas por un Misil Balístico InterContinental (MBIC) como el que puso en órbita al Sputnik, dirigiéndose a ciudades claves de Estados Unidos, de pronto adquiría consistencia. Solo era mera cuestión de tiempo.

Estados Unidos respondió a la afrenta tecnológica creando la Agencia de Investigación de Proyectos Avanzados (ARPA, por sus siglas en inglés) y la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio (NASA, por sus siglas en inglés) un año después del lanzamiento del Sputnik. En particular, la ARPA “estaría a cargo de los proyectos militares más avanzados del país para la defensa nacional, incluido todo aquello que volara en el espacio exterior”. Lo que había añadido el Sputnik al tablero geopolítico requería una agencia que “visualizara las necesidades [en materia de defensa] del país antes de que éstas existieran”, una agencia “que desarrollara los vastos sistemas de armas del futuro.” Así, mientras la NASA se ocupaba de llevar al hombre a la luna en la carrera espacial para cumplir con la agenda de política pública, la ARPA se ocupaba de crear sistemas de defensa que requerían comprender el espacio exterior para cumplir con la agenda militar. En su lista de prioridades se encontraba la creación de un sistema de alarma y defensa contra los MBIC.

En este punto de la historia, la necesidad creó oportunidades para el trabajo de dos científicos: Nicholas Christofilos y William E. Gordon. El primero, un físico autodidacta, tenía la hipótesis de que, si se hacían estallar bombas nucleares en la ionosfera, los electrones de alta energía emitidos por la explosión serían atrapados por el campo magnético terrestre, mateniéndolos allí por incluso meses de duración lo que se conoce como efecto “Christofilos”. Así, la radiación producida sería lo suficientemente elevada para desactivar cualquier MBIC, satélite o avión que volara a dicha altura. En otras palabras, se trataría de una especie de escudo protector contra los misiles nucleares: la bala mágica que la ARPA buscaba para proteger a los Estados Unidos. Suena a ciencia ficción, pero había que probar la idea, y para ello era necesario conocer cómo se comportaba la ionosfera cuando los misiles o satélites la atravesaban.

En paralelo, William Gordon, profesor de Ingeniería Eléctrica en la Universidad de Cornell, tenía en mente perturbar la ionosfera utilizando ondas de radio con el objetivo de medir su densidad y temperatura, entre otras propiedades relacionadas con la transmisión de ondas de radio a largas distancias. Para conseguir este objetivo a escala real se requeriría un radar lo suficientemente grande y poderoso para perturbar la ionosfera (de 305 m de diámetro). Gordon se dio cuenta de que el financiamiento sería elevado para los estándares de la investigación científica académica y que no podría “vender” el proyecto únicamente como estudios de radar, por lo que decidió agregar el concepto de radioastronomía que comenzaba a tomar auge en el ámbito científico y buscar fuentes alternativas de financiamiento.

Los estudios iniciales sobre el diseño del radar fueron financiados por diversas entidades militares en diciembre de 1958. Durante el verano de ese año, Gordon se enteró de la recién creada ARPA y decidió tocar la puerta con ellos. Para ese entonces, la ARPA ya había realizado tres detonaciones nucleares entre julio y agosto de 1958 en la alta atmósfera sobre el Atlántico Sur el proyecto Argus, el gigante de 100 ojos en la mitología griega para comprobar si el efecto Christofilos realmente sería suficiente para detener el avance de MBIC. No lo era. Había que seguir estudiando la ionosfera.

A pesar del fallido efecto Christofilos y de que la ARPA tenía luz verde con su programa “Defender” (Defensor) para investigar, desarrollar y construir sistemas defensivos contra misiles soviéticos por ejemplo, detectar los rastros que dejaban los misiles balísticos en la ionosfera, Gordon tuvo que cabildear el proyecto un año más, hasta que el 6 de noviembre de 1959 se firmó el contrato de colaboración entre la ARPA y la Universidad de Cornell. ¿Dónde construir el radiotelescopio más grande del mundo hasta ese momento? Tendría que ser en el trópico porque de esta manera los planetas pasarían casi por encima y dentro del cono de visión del radiotelescopio. Como posibles localizaciones se barajearon las isla de Hawaii y algunas islas del Caribe, la parte central de México, Cuba y Puerto Rico. Finalmente, la estabilidad política en Puerto Rico y su topografía determinaron su elección: se aprovecharían las depresiones cársticas naturales del sur de Arecibo para alojar el enorme disco del radiotelescopio. En noviembre de 1963, a un lustro de su concepción y diseño, se inauguraba el Observatorio de la Ionosfera de Arecibo su nombre oficial, y con él vendrían una serie de descubrimientos pioneros sobre el universo a lo largo de los años.

Sin embargo, para finales de 1968 ya resultaba claro que el radiotelescopio de Arecibo no iba a estar envuelto en operaciones de índole militar, por lo que la ARPA comenzó a gestionar su traspaso a la Universidad de Cornell y a la Fundación Nacional de Ciencias (NSF, por sus siglas en inglés), por lo que se convirtió en un observatorio civil. De hecho, una cláusula en el memorándum de entendimiento entre la ARPA y la NSF prohíbe el uso del observatorio para realizar mediciones “clasificadas” o que sirviera como repositorio de “material clasificado”5. Con el traspaso, el radiotelescopio de Arecibo adquirió un nuevo nombre oficial: Centro Astronómico Nacional y la Ionosfera (NAIC, por sus siglas en inglés). A lo largo de los años, con las subsecuentes renovaciones y aumento de la capacidad del radiotelescopio, Arecibo sí resultó útil en la detección de “misiles”, pero provenientes del espacio exterior: asteroides potencialmente peligrosos por sus trayectorias cercanas a la Tierra.

Cuando William Gordon presentó su proyecto del radiotelescopio a finales de los años 50, muchos ingenieros albergaban serias dudas sobre la factibilidad de su construcción. Al ser cuestionado sobre cuánta vida útil estimaba para el radiotelescopio, Gordon respondió que alrededor de diez años. Estuvo en pie 57 años, hasta el 2020, cuando, debido a los recortes de financiamiento y la falta de mantenimiento apropiado, el radiotelescopio de Arecibo terminó colapsando por debilitamiento en su estructura tras el paso de los últimos huracanes en la región. Actualmente, el Telescopio Esférico de Quinientos metros de Apertura (FAST, por sus siglas en inglés) es el más grande del mundo, y su enorme superficie se asienta de manera similar al de Arecibo en la depresión cárstica de la región China de Guizhou. El futuro de las instalaciones del radiotelescopio de Arecibo es incierto. Actualmente está dirigido a desarrollar actividades científicas educativas, así como labores de preservación histórica, aunque en algún punto surgió la posibilidad de una rehabilitación mediante discos más pequeños, pero con mayor sensibilidad y rango de frecuencia que el original.

“gracias al radiotelescopio de Arecibo, allá afuera hay un mensaje que avanza chisporroteando por la oscuridad del espacio…”

Más allá de su futuro aquí en la Tierra, gracias al radiotelescopio de Arecibo, allá afuera hay un mensaje que avanza chisporroteando por la oscuridad del espacio, pasando cerca o lejos de regiones del universo que albergan zoológicos de criaturas moldeadas y sazonadas por las características físicas y químicas de sus planetas. Puede ser que algunas de ellas nos escuchen y logren descifrar el mensaje; otras quizá estén saliendo del fango y nunca sepan de nosotros; quizá haya alguna que en estos momentos esté lanzando su propio mensaje “en la botella” y nosotros lo captemos. Quizá ya no existamos para ese momento, pero el mensaje de Arecibo nos dio un motivo para soñar con llegar a otros mundos y otras civilizaciones.

Referencias
  • Cohen, M. H. GENESIS OF THE 1000-FOOT ARECIBO DISH. Journal of Astronomical History and Heritage 12, 141–152 (2009).
  • Sagan, C. Murmullos de La Tierra. El Mensaje Interestelar Del Voyager. (Planeta, 1981).
  • The Staff at the National Astronomy. The Arecibo message of November, 1974. Icarus 26, 462–466 (1975).
  • Jacobsen, A. The Pentagon’s Brain: An Uncensored History of DARPA, America’s Top-Secret Military Research Agency. (Hachette UK, 2015).
  • Butrica, A. J. To See the Unseen: A History of Planetary Radar Astronomy. (NASA, 1996).
  • Zastrow, M. The rise and fall of Arecibo Observatory – an oral history. Astronomy Magazine https://www.astronomy.com/science/the-rise-and-fall-of-arecibo-observatory-an-oral-history/ (2021).
  • Jie Wang. Arecibo Telescope: On the Radio Telescope Throne for Four Decades. in Astronomers’ Universe 67–82 (Springer Nature Singapore, Singapore, 2024).
  1. Por supuesto, también se puede usar un arreglo de 23 por 73 en la decodificación del mensaje, pero eso no generaría las imágenes codificadas inicialmente. Los patrones de ceros y unos, aunque no completamente al azar, indicarían que hay algo más de estructura en la señal. La información completa sólo tiene sentido en un arreglo de 73 por 23. []
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