Boca de lobo: Valenzuela estaba en esa bolita humana

A raíz del triunfo de los Dodgers en la Serie Mundial, Aníbal Santiago rinde un sincero homenaje a Fernando Valenzuela y sus proezas beisbolísticas.

Texto de 01/11/24

Dodgers

A raíz del triunfo de los Dodgers en la Serie Mundial, Aníbal Santiago rinde un sincero homenaje a Fernando Valenzuela y sus proezas beisbolísticas.

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La pérdida de peso, dramática e intempestiva, hacía intuir lo peor: el pitcher que durante 43 años había representado al México combativo que respira, crece y vence pese al dolor profundo de cruzar el Río Bravo y enfrentar la hostilidad del exilio, estaba muy enfermo. Fernando Valenzuela, el discreto deportista al que considerábamos uno más de los millones de “espaldas mojadas” que han alcanzado Estados Unidos, ya no se parecía el pitcher que con sus kilos de más, sus formas redondas, sus cachetes gordos y rozagantes, firmaba siempre un pacto con el cielo un instante antes de atormentar a su hombro con ese screwball con tal de que los bateadores sufrieran aún más: se les venía encima un aerolito incontenible.

“[…] nuestro Toro fuerte, sano y robusto había quedado en el pasado, y que en este 2024 algo malo le sucedía.”

Era claro que nuestro Toro fuerte, sano y robusto había quedado en el pasado, y que en este 2024 algo malo le sucedía. Quizá por eso, aunque solo tenía 63 años, la noticia de su muerte no fue inesperada. Algo ya andaba mal. Lo inesperado, incomprensible, inaudito, fue que el beisbolista sonorense que México adoraba como ningún otro deportista, muriera justo el 22 de octubre, apenas tres días antes de que sus Dodgers, el equipo que llevaba en la sangre y al que ayudó con su mágica habilidad a ser campeón en 1981 contra los Yankees, volviera a jugar después de 43 años una Serie Mundial contra los mismos Yankees. ¿Debía morir ahora, horas antes de que tras una interminable demora, después de una vida entera, los mismos equipos volvieran a enfrentarse por el campeonato?

En 1981, el chico de Etchohuaquila de apenas 20 años y que costó a los Dodgers 45 mil dólares —o sea, nada— había realizado una locura de lanzamientos, 148. En el 149, con un rictus de angustia y empapado en sudor, ponchó en la novena entrada al yankee Lou Piniella. Dodgers ganaba 5-4 el tercer partido de la Serie Mundial y en la transmisión que todo México vio, en un estadio que era un volcán de alegría, el locutor televisivo Pedro Septién dijo: “Bravo por ti, Fernando. Tienes el pincel en la mano y la luz en el alma. Nunca olvidaremos esto”.

No hay duda, Valenzuela, el mexicano del pincel y la luz, hubiera querido ver y con su sosegada voz comentar en la estación de radio KTNQ 1020 AM esa quinta entrada memorable e incomprensible del juego cinco en Nueva York, en la que se concatenaron acciones insólitas para que con un 5-0 en contra, pulverizadas las esperanzas, los Dodgers renacieran. Es probable que jamás volvamos a atestiguar una entrada así. Cuesta creer que los errores de los Bombarderos del Bronx no fueron obra de un Dios travieso que movió con sus grandes manos a los jugadores neoyorquinos para que fallaran tanto y con enigmática gravedad. Herido del hombro, el superestrella Shohei Ohtani se ponchó en el primer out. Y entonces, cuando todo era una noche dulce para Yankees, la catástrofe: Aaron Judge quitó la vista a un elevadito inocente de Tommy Edman y la pelota rebotó en el césped. Con un inatrapable tiro picado, Anthony Volpe permitió que Kiké Hernández llegara safe a tercera. Y en una rolita débil el pitcher Gerrit Cole no asistió a su primera base: Betts se envasó y los angelinos anotaron. De 0-5 a 5-5 en solo minutos. El Yankee Stadium, atónito, pasó de carnaval a mausoleo.

Y claro, Valenzuela hubiera querido ver el último lanzamiento de Walker Buehler, una curva endemoniada que Alex Verdugo, irónicamente mexicano, abanicó descomponiendo el torso, retorciéndose, apaleando inútil y torpemente el aire mientras la gloriosa pelota blanca entraba al guante del cátcher Will Smith.

“Los Dodgers ganaron y volvió a ganar Valenzuela.”

Y desde luego, Valenzuela hubiera querido ver lo que siguió: ese estruendo de alegría en el cierre de la novena entrada, con el manager Dave Roberts, los geniales Mookie Betts y Freddie Freeman y todos los demás corriendo locos de éxtasis hacia el montículo para gritar, saltar y abrazarse por el título de los Dodgers, el equipo más mexicano de las Ligas Mayores. En realidad, como en 1981, Valenzuela estaba dentro de esa feliz bolita humana, igual que millones de mexicanos que aquí y allá también se abrazaron. Los Dodgers ganaron y volvió a ganar Valenzuela. Gracias, Toro. EP

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