En la columna Registro, Pablo Íñigo Argüelles escribe sobre el mundo que observa, pero sobre todo de fotografía y todo lo que implica.
Registro | He pensado mucho en William Klein: sobre la nada y una foto movida
En la columna Registro, Pablo Íñigo Argüelles escribe sobre el mundo que observa, pero sobre todo de fotografía y todo lo que implica.
Texto de Pablo Íñigo Argüelles 30/10/24
Están el miedo y los esbozos del exilio; están las flores, el aire de los muertos, el cielo prístino de octubre; están la música, la foto de Pan, los ácidos de mi cuerpo, la dichosa lontananza; están la sequía y la ansiedad; los cohetes de San Baltazar, los libros no leídos, la desidia constante, el diente postizo; están la sobreinformación y los mundos paralelos, el perro, la gastritis, la culpa, la sensación de ir tarde a todo, la seguridad de estar yendo tarde a todo; está un diario en blanco, el café malo, los fantasmas del veinte, los nuevos amigos, las promesas suspendidas; están las miles de fotos que nunca veré, los mensajes de M.; está esta banda como de supermercado sempiterna, en la que voy contra mi voluntad sin detenerme; está una foto de William Klein: “Elsa Maxwell’s Tory Ball, Waldorf Hotel, New York 1955”, que me mira burlándose o espera a que nos riamos juntos, cómo saberlo. Están tantas cosas, pero también la nada, el llanto ahogado, lo que no puede decirse.
Está todo aquello y, en medio, yo.
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William Klein llevaba unos años viviendo en París, coqueteando con la fotografía y la pintura abstracta (como más tarde lo haría con el cine y el diseño), cuando en 1954 el legendario Alexander Liberman le ofreció a ese joven veinteañero el trabajo de su vida: regresar a su natal Nueva York (que detestó hasta su muerte en 2022) para trabajar en la revista Vogue. La encomienda: hacer fotografía de moda, pues la competencia, Harper’s Bazaar, tenía en sus filas al titánico Richard Avedon, tótem de la fashion photography, quien, sobre la marcha, iba haciendo el borrador de los cánones que, hasta hoy, se siguen al pie de la letra en los estudios más pequeños y recónditos de la tierra (mucha luz, fondos muy blancos).
Klein no lo pensó mucho; no podía dejar pasar aquella oferta que, en el auge de las revistas impresas, significaba un caudal de recursos ilimitados (cámaras, lentes, película, ampliadoras) para hacer sus proyectos personales. Las asignaciones que Liberman le pedía (sesiones con modelos, pasarelas, eventos sociales) y que no eran prioridad para Klein resultaron en fotografías transgresoras y rebeldes que se anidaron en los límites de la sátira.
Esa foto del baile de Elsa Maxwell en el hotel Waldorf es el mejor ejemplo: un artista abstracto, fotógrafo de calle, haciendo moda por necesidad. Y su intención no venía del error de un novato, como lo pensó al menos por un segundo Liberman, cuando recibió las fotos en su escritorio de Vogue, temiendo que su mayor inversión fuera un fiasco.
¿Cómo podría publicar eso?
No olvidemos que, además de editor de Vogue, Liberman también era pintor, escultor y fotógrafo. Así que hubo valentía y resignación; se publicaron las fotos y, con ello, comenzó la nueva era en la que la moda se fundía con el arte abstracto.
Hoy vamos a las Olimpiadas, a Fashion Week, a la Fórmula 1 y hacemos —según nosotros— experimentos desafiantes con los barridos, las bajas velocidades, los colores; captamos el movimiento con el lente “transgresor” de nuestra cámara digital.
Pero hay noticias: al principio, hubo un Klein.
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Emiliano tiene 14 años y ayer llegó al estudio de Proyecto Análogo queriendo conocer más sobre su cámara. Su mamá, Gaby, fue mi profesora en la universidad; hoy es una amiga entrañable: “E. no me deja tranquila. ¿Qué día de ésta o la próxima semana tienes tiempo de enseñarle a usar su cámara?”, escribió Gaby por Instagram, a lo que yo respondí de inmediato que el sábado era el mejor día.
Cuando E. llegó al estudio, además de sentirme un poco más viejo (lo conocí cuando tenía 4), descubrí que sabía utilizar su cámara perfectamente. Lo que tenía, más bien, eran muchas dudas más allá del artefacto. Después de que me enseñó sus primeras fotos, probamos diferentes profundidades de campo, hablamos del diafragma y le enseñé algunos libros: Metinides, Frank, McCartney, Rulfo y Doisneau.
Luego llegó la pregunta: ¿cómo puedo hacer fotos barridas?
¿Cómo enseñas a alguien a cometer un error? Bueno, es posible, fácil, hasta cierto punto; aprender a identificarlo y a abrazarlo viene después, y a Emiliano le auguro una carrera como la de Klein: polifacética, transgresora, rebelde, repleta de afortunados errores, de esos que cambian la historia. EP
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