El post-populismo que viene

El ascenso electoral de Donald Trump cuestionó los valores fundamentales de la democracia más antigua de América. Isidro H. Cisneros se pregunta si enfrentamos una crisis de la democracia o una más general, la crisis de las sociedades capitalistas modernas.

Texto de 07/10/24

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El ascenso electoral de Donald Trump cuestionó los valores fundamentales de la democracia más antigua de América. Isidro H. Cisneros se pregunta si enfrentamos una crisis de la democracia o una más general, la crisis de las sociedades capitalistas modernas.

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El asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021 sorprendió a todos. Fue un hecho inesperado que el propio presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, incitara a sus seguidores para activarse en una insurrección violenta. Fue la culminación de un periodo de gobierno que se había caracterizado por la imposición de paulatinos retrocesos democráticos. La confusión, indignación y miedo que se vivió fue el resultado de una serie de acontecimientos ya observados en otras latitudes, donde los regímenes democráticos cayeron víctimas de las pulsiones autoritarias. El país sufrió una reacción conservadora tan feroz que sacudió los cimientos de la República y aunque Joe Biden tomó protesta casi de inmediato, el daño ya estaba hecho. Esta fue una expresión más del síndrome populista que actualmente recorre el planeta1 . El asalto a la democracia estadounidense por parte de una fracción de la derecha conservadora mostró la vigencia de una realidad incómoda, representada por la convicción de que los procesos políticos pueden ser reversibles y que una democracia puede convertirse en su contrario.

“Esta situación ha colocado al edificio democrático en crisis, produciendo un declive de los partidos políticos tradicionales, el establecimiento de democracias sin ciudadanos y lo peor, un desencanto creciente por la participación política…”

El ascenso electoral de Donald Trump en la política estadounidense tuvo como una de sus consecuencias principales el cuestionamiento de los valores de la convivencia pacífica y razonada en la que es considerada la democracia más antigua de América. Pacífica porque el recurso a la violencia política nunca ha conducido a nada productivo, y razonada porque la deliberación entre ciudadanos en igualdad de condiciones es necesaria para el desarrollo democrático. El sistema político norteamericano siempre buscó poner límites a los excesos del poder a través de sus diferentes ordenamientos legales2 . No obstante, algunos estudiosos afirman que los defectos de la Constitución norteamericana son los que han puesto en peligro a la democracia: “concebida en una época pre-democrática, la Carta Magna estadounidense permite que las minorías dentro de los partidos boicoteen a la mayoría de forma frecuente, y que a veces los gobiernen. Las instituciones que dan alas a esas minorías pueden convertirse en instrumentos para el gobierno de unos pocos”3. Esta situación ha colocado al edificio democrático en crisis, produciendo un declive de los partidos políticos tradicionales, el establecimiento de democracias sin ciudadanos y lo peor, un desencanto creciente por la participación política, lo cual ha generado otras crisis, esta vez de legitimidad y consenso. Lo anterior obliga a formular las preguntas: ¿estamos enfrentando una crisis de la democracia y de sus fundamentos? o por el contrario, ¿asistimos a una crisis más general de las sociedades capitalistas modernas?

De un lado, una crisis de la democracia como un objetivo a perseguir que deriva esencialmente de sus “promesas no mantenidas” y de sus metamorfosis4, y del otro, una crisis de la democracia capitalista responsable de las grandes desigualdades, injusticias y precariedad, dado que el virus de la desigualdad que afecta a nuestras democracias ha producido no solo desigualdades económicas sino también desigualdades políticas5  . Además, la ruptura del estado social clásico ha profundizado la actual crisis democrática. El concepto de crisis de la democracia no es nuevo. Contrariamente, se puede sostener que la democracia representativa ha siempre vivido periodos de crisis. Es un problema congénito, inscrito en su ADN de régimen plural, abierto y, por lo tanto, siempre discutible e inevitablemente vulnerable. Esta crisis se caracteriza por problemas antiguos y modernos, los primeros representados por la caída en la confianza en los partidos tradicionales, en los políticos de profesión y en las instituciones representativas, los segundos por un declive de la participación, un aumento en la volatilidad del voto, una crisis prolongada de los gobiernos, un abuso de los instrumentos de la democracia directa y, sobre todo, la aparición y desarrollo de los partidos populistas.

“[…] se puede sostener que la democracia representativa ha siempre vivido periodos de crisis. Es un problema congénito, inscrito en su ADN de régimen plural, abierto y, por lo tanto, siempre discutible e inevitablemente vulnerable.”

El régimen democrático vive una fase crítica en dos sentidos: en el plano de la participación y la representación, y en el plano de la eficacia, la eficiencia y la rendición de cuentas. Se ha configurado una democracia mediatizada, dominada por las emociones públicas, por la extrema individualización y la pérdida de sentido social. La convergencia de tales problemáticas ha generado un malestar contra el sistema democrático acusado de no poder lograr la conjunción entre equidad social y nuevas libertades públicas y privadas. E incluso, el tema mismo de la libertad busca redefiniciones6 . Respecto a las metamorfosis de la democracia podemos afirmar que esta forma de gobierno no es buena por las decisiones que permite adoptar, porque no siempre las decisiones tomadas por la mayoría son las mejores o las más sabias. Por el contrario, la democracia es una buena forma de gobierno por sus procedimientos, reglas e instituciones, por un orden de participación diseñado de manera tal que hace posible que todas las decisiones adoptadas se encuentren abiertas a la crítica y a la revisión, y sobre todo, que este sistema permite a los ciudadanos participar en las fases de su proceso de toma de decisiones. La democracia es una obra en construcción permanente en cuya base se encuentra la idea pragmática de sus imperfecciones y límites, muchos de ellos relacionados principalmente con sus vínculos con el capitalismo7.

De esta manera, otra metamorfosis de la democracia es la legitimación del uso de la riqueza para adquirir influencia política. Hacen su aparición política los oligarcas. El rasgo común de la oligarquía es que la riqueza les define, les da poder y les expone intrínsecamente a diferentes amenazas8. Lo que varía a lo largo de la historia es la naturaleza de estas amenazas y cómo responden los oligarcas para defender du patrimonio. La democracia no desplaza a la oligarquía sino que se fusiona con ella. Los datos sobre riqueza e ingresos en EUA muestran que la mayor parte de las ganancias que causaron la enorme brecha de riqueza se acumularon también en una porción de la población. La insuficiente participación de los pobres y la plena participación de los ricos dieron como resultado políticas que dejan atrás a los pobres. Las desigualdades políticas que surgen de las desigualdades de riqueza son cualitativamente diferentes. La riqueza extrema tiene una profunda influencia en las capacidades de los oligarcas para defender y promover sus intereses fundamentales. El ejemplo de Donald Trump es exactamente este, combinando dinero de su fortuna privada con otros recursos mediáticos logró adquirir una influencia política desmedida. Fuertes salvaguardias en el ámbito de la propiedad, incluidos acuerdos que protejan a los oligarcas entre sí, pueden coexistir con las libertades democráticas. Los oligarcas pueden ser propietarios únicos o controladores de corporaciones y también pueden utilizarlas como instrumentos personales de poder.

“La democracia no desplaza a la oligarquía sino que se fusiona con ella.”

La visión dominante entre los científicos sociales es que las democracias pluralistas casi por definición no pueden ser oligárquicas, pero Trump acabó con este paradigma9 . La riqueza personal masiva es una forma extrema de desequilibrio de poder social y político. Dicho de otra manera, la desigualdad material extrema produce una desigualdad política extrema. La desigualdad material entre los ciudadanos es ampliamente reconocida como una cuestión política importante, pero no como una fuente relevante de poder político desigual. De hecho, una riqueza masiva en manos de una pequeña minoría crea importantes ventajas de poder en el ámbito político. Cuanto más desigual es la distribución, más exagerados se vuelven el poder y la influencia de los individuos enriquecidos. De esta forma, la brecha material adquiere objetivos políticos. Grandes desigualdades en la riqueza generan enormes desigualdades en el poder político incluso dentro de la democracia. Ninguna élite puede ser oligárquica sin poseer y desplegar personalmente un poder material masivo. Son actores que despliegan políticamente recursos materiales. Incluso los sistemas que son democráticos contienen importantes asimetrías de poder cuando enormes recursos se concentran en pocas manos. De hecho, la democracia y la oligarquía pueden coexistir indefinidamente siempre y cuando las clases bajas no utilicen su participación política ampliada para invadir el poder material y las prerrogativas de los más ricos.

La democracia ha perdido fuerza y los gobiernos, más que ofrecer respuestas a las necesidades de los ciudadanos, se concentran en la manipulación de los problemas y la opinión pública. Con oscuros presagios inician a proponerse nuevas definiciones sobre la democracia: como democracias tardías, democracias sin calidad, democracias manipuladas, democracias no democráticas, post-democracias, e incluso, despotismo democrático. En tal contexto de cuestionamiento del sistema democrático, surgen movimientos antidemocráticos como el populismo. Esta ideología y práctica política siempre aparece en periodos de incertidumbre, en momentos traumáticos o en fases de crisis. Crisis económicas y sociales con sus consecuencias en términos de miseria, angustia y radicalización al interior de los grupos vulnerables. Crisis culturales que reflejan cambios en los comportamientos y los valores que trastocan hábitos, usos y costumbres. Así como crisis políticas que se colocan en el ámbito de lo excepcional, lo inesperado, lo imprevisto y lo inédito que generan en los gobernados críticas radicales a la legitimidad de los gobernantes porque no se sienten representados por ellos y porque aparecen distantes de los problemas y preocupaciones de los ciudadanos.

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El populismo y los líderes carismáticos son producto del malestar social que produce la conjunción de estas crisis. Sin embargo, el populismo no es un fenómeno nuevo. Apareció desde finales del siglo XIX y principios del XX procediendo en paralelo a los procesos de democratización que iniciaron desde entonces. Lo que es nuevo en el populismo es la intensidad de sus manifestaciones en distintos puntos del planeta de Polonia a Hungría, de Turquía a los Estados Unidos, de Brasil a Rusia, de Italia al Reino Unido, de Filipinas a México. Muchos conciben al populismo no solo como un síntoma de desilusión en relación con las instituciones y los partidos políticos existentes, sino también como un reclamo legítimo de poder por parte de la gente común. Por ello, es que en diferentes latitudes el populismo ha logrado construir una enorme base social y electoral. El populismo proyecta una visión moralista de la política y un modo de percibir el mundo que opone al pueblo puro y unificado contra las élites corruptas.

La mentalidad populista está representada por una forma de mesianismo político que comparte las expectativas de aquellos sistemas exclusivistas que abrazan todo y que se creen representantes de los intereses verdaderos y de la voluntad popular genuina. El mesianismo político necesita de un profeta infalible que produzca una retórica inflamable, grotescas fantasías y extrañas asociaciones de ideologías contrapuestas entre sí. Donald Trump es el representante de ese mesianismo político que ha florecido como el mayor de los proyectos utópicos que pretende ofrecer una solución definitiva y completa a los problemas creados por los defectos de la sociedad. Pregona un evangelio social para iniciar una obra de reconstrucción social y política del país, para lo cual impone la tarea de neutralizar y si es posible destruir, el viejo orden político liberal que es el sustento esencial de cualquier sistema democrático. Así es como el populismo entra en una nueva fase. EP

  1. Arato, Andrew y Cohen, Jean L., Populismo e Societá Civile, Metelmi Editori, 2023. []
  2. Grau, Luis, Orígenes del Constitucionalismo Americano, Universidad Carlos III de Madrid, 2009. []
  3. Levitsky, Steven y Ziblatt, Daniel, La dictadura de la minoría, Ariel, 2024. []
  4. Bobbio, Norberto, El futuro de la democracia, Fondo de Cultura Económica, 1986. []
  5. Bauman, Zygmunt, Daños Colaterales. Desigualdades Sociales en la Era Global, Fondo de Cultura Económica, 2012. []
  6. Snyder, Timothy, On Freedom, Crown, 2024. []
  7. Sandel, Michael, El descontento democrático, Debate, 2023. []
  8. Winters, Jeffrey A., Oligarquía. Historia de su dominación, poder y privilegios, Arpa, 2024. []
  9. Rachman, Gideon, La era de los líderes autoritarios, Crítica, 2022. []
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