Bernadette: una tortuga en un jardín de rosas

Lucrecia Arcos Alcaraz reseña Bernadette (2024), el primer largometraje de ficción de la realizadora francesa Léa Domenach y que se presenta actualmente en el Tour de cine francés.

Texto de 26/09/24

Lucrecia Arcos Alcaraz reseña Bernadette (2024), el primer largometraje de ficción de la realizadora francesa Léa Domenach y que se presenta actualmente en el Tour de cine francés.

Tiempo de lectura: 4 minutos

En un salón del Palacio del Elíseo –la residencia presidencial francesa–, entre muros dorados, techos altos y candelabros, una audiencia diminuta espera alrededor de un telón improvisado. De entre las cortinas sostenidas por dos trabajadores, tímida, sale Catherine Deneuve, quien interpreta a Bernadette Chirac, esposa del expresidente francés Jacques Chirac. Similar a aquellas comedias románticas –desde My Fair Lady (1964) hasta Pretty Woman (1990)– aquí también sucede la transformación de una mujer: la primera dama Chirac debe dejar sus vestidos viejos y pasados de moda para volverse una figura pública moderna y dejar su metamorfosis en manos de Karl Lagerfeld, diseñador de Chanel. Salvo que, a diferencia de aquellos filmes, el cambio aquí no sucede para complacer a un hombre o para, después de todos los obstáculos, poder estar finalmente con él. El cambio de Bernadette sucede porque busca agradar al pueblo francés.

Bernadette (2024) es el primer largometraje de ficción de la realizadora francesa Léa Domenach. Como el título lo anuncia, el filme narra la historia de Bernadette Chirac como primera dama francesa desde 1995 hasta 2007, los años del mandato presidencial de su esposo que además acabaron con casi quince años de la izquierda en el poder. El filme alterna la ficción con formatos de falso reportaje para imitar el seguimiento y visibilidad de un personaje político. Sin embargo, lo que aquí vemos no siempre es cierto, es una obra de ficción, nos anuncia un coro cantando en una iglesia al inicio de la película. Este coro musicaliza determinados momentos del filme y además funciona como el personaje colectivo de los dramas de la Antigua Grecia: interviene para comentar la acción y nos recuerda que lo que estamos presenciando dista mucho de la realidad. Entonces, este filme no sólo es evidentemente una ficción, también es una comedia. 

Si bien el filme puede entenderse como una comedia política, la realizadora sólo toma esta segunda como punto de partida para construir el retrato novelesco de una mujer que busca luchar contra su tristeza por sentirse incomprendida por su pareja, sus hijas y su país; no sin dejar indicios de una sátira de los altos mandos de un ala política ridícula y obsoleta. Así, el presidente de la República Francesa pareciera más un niño inútil e indeciso que debe llamar a su esposa para que le ayude a decidir qué comer antes que un representante de la autoridad. Y mientras ella busca continuamente acercarse y ser reconocida por su esposo, el personaje de Jacques Chirac entabla relaciones laborales, afectivas y sexuales con mujeres que lo alejan de su esposa y que, claramente, no son Bernadette. 

La distancia entre la pareja Chirac se evidencia con la presencia de ella usualmente en exteriores –en entrevistas, en elecciones locales o acercándose a la gente– y él, casi siempre enclaustrado e inmovilizado, en el interior del Elíseo, observándola furioso e impotente a través de una pantalla de televisión. Y aunque ella se caracteriza principalmente por habitar los exteriores, también recorre los pasillos del palacio e irrumpe sin permiso en las reuniones de hombres que no sólo la repudian: también le temen. Al contrario de Jacques Chirac, quien se distancia de ella en la búsqueda de otras mujeres, Bernadette se sostiene y acompaña con Bernard, un hombre contratado como su asesor político y de imagen y con quien comparte la subestimación y el rechazo. El personaje de Bernadette se edifica a partir de la evolución, el cambio y el movimiento, mientras que el estatismo presidencial nos remite a las ideologías anquilosadas. 

Bernadette no sólo se ve rechazada por un hombre infiel que la subestima, o por una hija que la censura, sino que para complacer al pueblo y ser menos anticuada, cambia su vestimenta. Es ahí cuando, tras haber abandonado sus atuendos coloridos, camuflada entre grises y oscuros –como una más de ellos–, toma la palabra en un discurso público y Chirac le ordena que se calle. Similar a Marie-Antoinette, la tortuga que tiene como mascota y, a la vez, una reina incomprendida, repudiada y condenada por el pueblo, Bernadette deberá enfrentar a los hombres que, por miedo a ser confrontados por una mujer que dice lo que piensa, buscan orinar sobre ella, literal y metafóricamente. Y a pesar de la opresión y la censura tendrá que usar su verdadero encanto que está en aquello que la autoridad y el deber-ser prohíben: la verdad y el juego. Porque, como dice el personaje de Nicolas Sarkozy cuando se reúnen secretamente en el confesionario: “Siempre he pensado que el verdadero hombre político del clan Chirac es usted.”

Como el cambio y el movimiento caracterizan al personaje de Bernadette Chirac en el filme, podemos pensar en la estructura narrativa de forma cíclica: la película comienza con Bernadette entrando a una iglesia, lista para confesarse con el padre. El filme cierra con este espacio, cuando la mujer, en ese mismo confesionario, da su aprobación y apoyo al sucesor en el mando de la presidencia. En ambas escenas el coro acompaña a Bernadette que en un principio, con zapatos de tacón, entra al recinto de espaldas, discreta, apenas visible y cabizbaja. Finalmente, sale triunfante y calzando tenis, porque aunque ha vuelto a usar algunos de sus trajes estridentes y ella ya no es la misma, no todo lo de esta modernidad debe ser forzosamente malo. 

Léa Domenach realiza en Bernadette el retrato ficticio de una mujer real y usa la comedia para, a la manera de la mujer encarnada por Catherine Deneuve, reírse de todo aquello que la autoridad y el deber-ser no sólo prohíben, sino también ocultan. Bernadette es un homenaje a una generación de mujeres que ante la soledad, el hartazgo y la tristeza, supieron construir caparazones y mantener el rostro en alto cuando las obligaron a callarse. Pero que, sin embargo, quizá olvidaron que está permitido jugar y reírse también. Y por otra parte, pero no menos importante, es un homenaje a una era del cine, con una de las grandes divas de la pantalla grande, para recordar los colores algodón de azúcar de Los Paraguas de Cherbourg (1964) de Jacques Demy o el rojo memorable de Belle de Jour (1967) de Luis Buñuel. Que en alguna sala de cine de algún lugar del mundo, las lágrimas, la voz o los ojos de Catherine Deneuve nos iluminen a todos. EP

DOPSA, S.A. DE C.V