Elecciones en Alemania: Sahra Wagenknecht no es tu amiga

¿Qué significa la alternativa política de “izquierda conservadora” que representa Sahra Wagenknecht ante el avance de la extrema derecha en Alemania?

Texto de 24/09/24

¿Qué significa la alternativa política de “izquierda conservadora” que representa Sahra Wagenknecht ante el avance de la extrema derecha en Alemania?

Tiempo de lectura: 7 minutos

Las recientes elecciones de Sajonia, Turingia y Brandemburgo han sido un auténtico terremoto en la política alemana. Ante el primer triunfo de la extrema derecha desde la caída de Tercer Reich, algunos han visto una esperanza en el ascenso simultáneo de un nuevo partido de “izquierda conservadora”, que plantea abandonar la pose “woke” y volver a preocuparse por los “alemanes de a pie”. Sin embargo, hay razones para pensar que esta iniciativa liderada por Sahra Wagenknecht, lejos de ser la receta para frenar a los ultras, es el mayor síntoma del avance de sus ideas en un país que se creía vacunado contra el extremismo.

El terremoto ultra de septiembre

El pasado 1 de septiembre, Turingia y Sajonia votaron por sus parlamentos estatales. En la jornada, el partido de ultraderecha Alternativa por Alemania (AfD) obtuvo alrededor de un tercio de los sufragios, siendo el más votado en el primero de estos länder (con 32.8 %) y quedando cerca de estarlo en el segundo, con una campaña centrada en la xenofobia. El pasado 22 de septiembre se celebraron unas terceras elecciones, ahora en Brandemburgo, en las que el desenlace fue preocupantemente similar. Aunque las tres regiones representan apenas una décima parte de la población del país y tienen una dinámica propia de la Alemania del Este, los resultados muestran la fuerza del desafío ultra y lo poco capacitados que están los partidos tradicionales para hacerle frente.

Mientras tanto, el gobierno de Olaf Scholz, que sucedió a Angela Merkel como canciller, no ha dejado de perder popularidad en medio de una recesión y una opinión pública en la que, al menos desde 2015, cala cada vez más el sentimiento antinmigrante. La situación es tan crítica que, según el recuento de la periodista Ingrid Ros, fuentes dentro de la propia coalición gobernante —formada por el Partido Socialdemócrata, los Verdes y los Liberales— la han definido como “de transición”. ¿Hacia dónde? No queda claro. Y aquí es donde entran Sahra Wagenknecht y su nuevo partido, un “híbrido” que pretende oponerse tanto al establishment como a AfD uniendo propuestas de la izquierda tradicional con otras que parecen calcadas de los ultras.

Un fenómeno llamado Sahra Wagenknecht

Sahra Wagenknecht es una política peculiar. Nacida en Alemania del Este hace 55 años, fue una firme estalinista en su juventud, ya bien entrados los años noventa, y hoy defiende una especie de economía social de mercado en línea con la ola soberanista que recorre el mundo. Sin ser propiamente una intelectual, tiene una sólida formación académica. Licenciada en Filosofía, la mayoría de sus perfiles destacan su tesis de maestría sobre el joven Marx, así como su doctorado en Economía, completado mientras era diputada.Fotogénica y buena polemista, su rostro es habitual de los programas de debate y sus libros suelen colocarse entre los más vendidos. Tiene además una legión de seguidores en redes sociales. Es, sin duda, la política del momento.

“Nacida en Alemania del Este hace 55 años, fue una firme estalinista en su juventud, ya bien entrados los años noventa, y hoy defiende una especie de economía social de mercado en línea con la ola soberanista que recorre el mundo.”

Hasta hace unos meses, Wagenknecht era la voz más conocida, aunque también la más rebelde, de Die Linke (La Izquierda), una coalición formada en 2007 entre excomunistas y políticos socialdemócratas disidentes de la que fue vicepresidente y portavoz. En una historia que quizá nos resulte familiar, el distanciamiento de Wagenknecht con Die Linke culminó, luego de muchas especulaciones, en un rompimiento a principios de este año, cuando anunció la creación de un nuevo partido, llevándose consigo a un grupo de diputados y reduciendo a su antigua formación a un cascarón vacío que hoy vive sus horas más bajas.

El resultado fue la Alianza Sahra Wagenknecht por la Razón y la Justicia (BSW, por sus siglas en alemán), una organización de “izquierda conservadora” que nació buscando “rebasar” a Die Linke y, al mismo tiempo, robarle votos a AfD, sobre todo entre los sectores populares. ¿Cómo? Combinando una retórica populista con la recuperación de políticas tradicionales de izquierda, como el énfasis en la redistribución económica, un rechazo a lo que considera valores “woke”, como el ecologismo y el feminismo, y adoptando una postura de mano dura en materia migratoria.

Contra los engreídos, ¿una izquierda conservadora?

Ya desde su nombre, la Alianza Sahra Wagenknecht llama la atención por dos cosas. En primer lugar, por el personalismo que muestra, poco común en la política alemana, aunque marca de la casa de muchos nuevos populismos. En segundo, por la ausencia de la palabra “izquierda”. No se trata de una elección casual. La apuesta de Wagenknecht es recuperar un tirón popular que, desde su perspectiva, requiere abandonar esa etiqueta. Para la BSW, hoy la izquierda ha olvidado a los alemanes “normales” para concentrarse en una “clientela académica”, urbana y cosmopolita, más interesada en fiscalizar los “estilos de vida” que en el aumento del salario mínimo. Para Wagenknecht, esta deriva “woke” explica el éxito de organizaciones como AfD entre sectores populares, golpeados por los recortes gubernamentales y temerosos de una migración percibida como “fuera de control”. El argumento es el centro de su último libro, traducido al español como “Los engreídos” (2021), en el que plantea que los partidos han abandonado a los votantes de clase trabajadora para enfocarse en distracciones como el lenguaje políticamente correcto, las dietas orgánicas o el activismo contra el cambio climático.

Ciertamente, Wagenknecht apunta a un fenómeno existente y que no es, por cierto, exclusivo de Alemania. Sin necesidad de recurrir el término “woke”, que hoy es seña de identidad entre la ultraderecha, la filósofa estadounidense Nancy Fraser lo bautizó hace tiempo como “neoliberalismo progresista”: la alianza política entre las fuerzas del mercado —sobre todo de las finanzas, la high tech y el entretenimiento— y algunos sectores de movimientos sociales como el feminismo, el antirracismo y el ecologismo, en el que los últimos le dan un barniz progresista a las medidas antipopulares avanzadas por los primeros. La adopción del neoliberalismo progresista por el ala dominante del Partido Demócrata ha sido barajada, por ejemplo, como uno de los factores que explican el éxito de Donald Trump. El énfasis en las “guerras culturales”, junto con el abandono de la justicia material y redistributiva, habría creado las condiciones en Estados Unidos para que la nueva derecha radical diera voz a los dolores de la clase trabajadora blanca y les ofreciera también un chivo expiatorio: los migrantes. Algo similar parece estar pasando en Europa.

La prueba última del avance de la ultraderecha

Al menos si se juzga por sus números totales (su procedencia es otro asunto, al que volveré al final), los hechos han validado el buen olfato de Wagenknecht. El desempeño del nuevo partido en las elecciones europeas de junio, a sólo unos meses de haberse creado, fue una sorpresa: obtuvo 2.5 millones de votos. Septiembre ha confirmado su éxito electoral, obteniendo el tercer lugar en Turingia, Sajonia y Brandemburgo. Hoy no son pocos quienes creen que la BSW será el actor clave en las próximas elecciones federales de 2025.

Ahora bien, aunque la BSW parece haber identificado un problema real en la política contemporánea, lo que resulta más cuestionable es que su idea de “izquierda conservadora” —¿o habría que decir “conservadurismo de izquierda”? — sea un remedio efectivo. El dilema —el gran dilema— de la BSW es que su proyecto puede ser la prueba última de un fenómeno que politólogos como Cas Mudde han llamado la normalización de la ultraderecha: un proceso en el que cada vez más partidos dejan de denunciar los discursos y propuestas ultras para comenzar a adoptarlos como propios, legitimándolos y reforzándolos. El tema de la migración es el más conocido, pero lo mismo puede decirse de la política de seguridad, el género, el ecologismo e incluso las reacciones ante la pandemia.

“El dilema —el gran dilema— de la BSW es que su proyecto puede ser la prueba última de un fenómeno que politólogos como Cas Mudde han llamado la normalización de la ultraderecha”

En teoría, Wagenknecht ha buscado presentarse, como resume Loren Balhorn, como una alternativa “realista” entre el abierto racismo de AfD y la promesa de “fronteras abiertas” de la izquierda (que muchos consideran poco deseable y mucho menos creíble). En la práctica, la normalización del discurso xenófobo de AfD es hoy tan marcada a lo largo del espectro político que ha obligado a Wagenknecht a radicalizar aún más su discurso, equiparando a los migrantes con “bombas de tiempo”. Al hacerlo, su “izquierda conservadora” no sólo desvía la atención de los verdaderos responsables de las penurias del pueblo alemán, sino que refuerza la lógica de suma cero según la cual cualquier mejora en la vida de los recién llegados redunda en una pérdida para los nativos.

Wagenknecht tiene sobrada razón en criticar el neoliberalismo progresista. Y su éxito es signo de un justificado rechazo al statu quo. No obstante, el peligro es que lo que propone para reemplazarlo sea una especie de “chovinismo del bienestar” que la acerca más a Marine Le Pen que a Rosa Luxemburgo, con quien ha sido comparada. Como Le Pen y otros líderes ultras, el soberanismo de Wagenknecht la ha hecho reemplazar la política de “clase” con la de la “nación”, una postura que desemboca pronto en políticas regresivas.

En el fondo, la BSW nos pone frente a una disyuntiva. El mes pasado, en este mismo espacio, hablábamos de cómo el apoyo al régimen de Maduro sugería que para un sector de la izquierda internacional parece inevitable elegir entre los valores democrático-liberales y los avances en materia redistributiva. Lo que ocurre en Alemania muestra que también hay izquierdistas para los que la agenda por una mayor igualdad económica parece incompatible con las luchas identitarias y el cosmopolitismo. De nuevo, no es sólo un fenómeno alemán. Los desencuentros entre la 4T y los movimientos sociales progresistas podrían leerse en estos mismos términos. Se trata, sin embargo, de un falso dilema: la única manera de frenar el crecimiento ultra es avanzar hacia una idea de la justicia social que no se entienda sólo en términos económicos, pero tampoco exclusivamente culturales, sino que logre integrar exitosamente ambos.

“Quien con monstruos lucha…”

Quizá la mayor tragedia de Wagenknecht y su partido sea que, buscando “reconducir” a los votantes de AfD, lo que acaben haciendo sea desfondar a la izquierda partidista y derechizar a los votantes de Die Linke. Pese a que la gran justificación de la retórica antimigrante de la BSW ha sido socavar las bases ultras, lo cierto es que su desempeño ha sido muy modesto entre los votantes de AfD. Su mayor cosecha sigue estando entre los simpatizantes de su antiguo partido. Desde luego, la apuesta de Wagenknecht es una alternativa a lo que plantean los partidos del establishment y eso hay que reconocerlo. Sin embargo, se trata de una opción que, más que un remedio contra la ultraderecha, podría acabar siendo su manifestación más retorcida. Y es que, como escribía otro filósofo alemán, Friedrich Nietzsche, en uno de sus más célebres aforismos: “Quien con monstruos lucha, cuídese de no convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti”. EP

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