En la columna Registro, Pablo Íñigo Argüelles escribe sobre el mundo que observa, pero sobre todo de fotografía y todo lo que implica.
Registro | Tres libros de mi biblioteca: sobre los reencuentros y los libros
En la columna Registro, Pablo Íñigo Argüelles escribe sobre el mundo que observa, pero sobre todo de fotografía y todo lo que implica.
Texto de Pablo Íñigo Argüelles 06/09/24
Una de las cosas que más me emocionan de venir a México es reencontrarme con mi biblioteca. Cuando me fui a vivir a Nueva York hace dos años, recuerdo haber sentido un vacío en el estómago por saber que dejaba una parte de mí, dejaba atrás una especie proyecto inconcluso. Aunque estoy lejísimos de terminar mis libros alguna vez, cada uno de ellos significa todavía una promesa, un recuerdo y una posibilidad.
Es, quizá, una tontería, pero anticipo el encuentro como quien sabe que verá a un amigo o a un viejo amor. Verla de frente es recordar, desde el momento mundano de la compra, hasta el momento en que la chispa que me llevó a conseguir cualquiera de ellos surgió en medio de una lectura, una conversación o un recuerdo. Mi reencuentro con ella se parece mucho a ver un álbum de fotos viejas por milésima vez.
Está organizada en cubículos: en la parte más alta están los libros grandes y los que menos uso (dentro de los cuales están, generalmente, los libros que yo no elegí tener). En la fila de abajo están las novelas, antologías y libros de mapas. La fila central, que queda justo a la altura de mis ojos, contiene mis libros habituales: los poemarios, las entrevistas, las biografías, mis tres copias de Las ciudades invisibles, las enciclopedias de música pop y mis libros de fotografía.
Lo primero que hice el domingo, cuando me encontré con ella de nuevo, fue sacar impulsivamente algunos libros que en el último año recordé y que en algún momento preciso deseé tener al alcance. Entre aquellos que arranqué del librero como si fueran frutas de un árbol, y que vivirán en mi buró durante el tiempo que esté en México (y seguramente regresaré a Nueva York sin haberlos visto todos), hubo algunos de fotografía. Para el fin de esta columna, aquí comparto, sin jerarquía alguna, tres de ellos.
- Vasco Szinetar, de la Biblioteca PHotoBolsillo de Fotógrafos Latinoamericanos
De esta genial colección de monografías de bolsillo, editada por La Fábrica, sale este pequeño compendio de las fotos más icónicas del venezolano Vasco Szinetar. Compré este libro en Madrid hace unos años, cuando La Fábrica aún estaba en Alameda (hoy cambió de sede a unos metros de ahí, en Verónica) y nunca lo abrí. Conocer el trabajo de Szinetar, sobre todo su serie Frente al Espejo, en la que se fotografía a sí mismo al lado de otros íconos (Jorge Luis Borges, Dizzy Gillespie o Salman Rushdie) ha sido, para mí, una revelación: de un tiempo acá, no sé por qué, me llaman los espejos.
- Italo Calvino en México, de Petra Ediciones
Encontré este libro en una mesa de saldos en la FIL Guadalajara de 2019. Me costó unos gloriosos 20 pesos. Si no hubiera sido porque me encontré este libro, no me habría encontrado de frente con David Huerta y claro, no hubiera tenido tampoco de qué hablar con él. Italo Calvino estaba fascinado con Oaxaca y el árbol del Tule. Este libro combina las fotografías blanco y negro de Jill Hartley y tres textos de Calvino: La forma del árbol, el tiempo y las ramas y La Selva y los dioses. Este libro, invariablemente, lo abro siempre que puedo.
- Tamayo, fotógrafo en Nueva York, de Editorial RMj
Rufino Tamayo además de artista visual fue fotógrafo y estuvo, también, deslumbrado por Nueva York. Esta serie de transparencias estereográficas Kodachrome, explica Pablo Ortiz Monasterio en el ensayo que las acompañan, son parte de numerosos viajes que Tamayo hizo a esa ciudad para “saber lo que la pintura era en realidad”. “Eramos ciegos aquí”, dice Tamayo, refiriéndose a los años treinta en México, “y Nueva York me hizo ver las modas y nuevas corrientes que existían por esos años”.
Las fotos, que podrían pasar por imágenes cándidas de cualquier turista atraído por el edificio Chrysler o el Puente de Brooklyn, cobran sentido décadas después, como la visión inocente de quien empezaba a abrir los ojos. EP
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