El legado de los Juegos Olímpicos de París 2024 queda empañado por una serie de incidentes que cuestionan su sostenibilidad. Desde la contaminación del Río Sena hasta daños ambientales en Tahití, estos eventos subrayan la necesidad de repensar cómo se organizan los megaeventos. ¿Podrán Los Ángeles 2028 marcar la diferencia?
París 2024: ¿Medalla en sostenibilidad o greenwashing?
El legado de los Juegos Olímpicos de París 2024 queda empañado por una serie de incidentes que cuestionan su sostenibilidad. Desde la contaminación del Río Sena hasta daños ambientales en Tahití, estos eventos subrayan la necesidad de repensar cómo se organizan los megaeventos. ¿Podrán Los Ángeles 2028 marcar la diferencia?
Texto de Mariana Mastache-Maldonado 20/08/24
Los Juegos Olímpicos de París 2024 terminaron. Varias imágenes quedaron para la posteridad: una boxeadora argelina resiliente a la desinformación y la transfobia, un tirador turco poco ortodoxo, un pódium de gimnasia reivindicadoramente negro…
Sin embargo, no todas estas imágenes fueron positivas. La imagen del triatleta canadiense Tyler Mislawchuk que vomitaba después de nadar en el contaminado Río Sena o la retirada del equipo belga de triatlón mixto tras la detección de E. coli en Claire Michel, son difíciles de olvidar. Estos incidentes no solo retratan un problema de salud, sino que también me hicieron reflexionar sobre una cuestión más amplia: la falta de foco en la sostenibilidad y el ambiente.
Incluso si analizamos desde una perspectiva transeccional, indispensable para comprender lo que nos afecta, veremos que también hay un saldo social rojo: “limpiezas” urbanas que desplazaron poblaciones de migrantes, trabajadores sexuales y personas sintecho. Y así podríamos seguir.
Además, sería ingenuo pensar que las repercusiones para la ciudad anfitriona terminan junto con los Juegos Olímpicos. De hecho, algunas duran años. Recordé los Juegos de Río 2016. Las instalaciones quedaron abandonadas y la contaminación y basura generadas continuó tras la clausura de los JJOO. Un año después, según ESPN, el estadio Maracaná fue vandalizado, debía una factura de electricidad por 950 mil dólares y muchos de los 27 estadios originales quedaron sin uso. Esta es una realidad que se repite en distintas ediciones: grandes estructuras convertidas en “elefantes blancos”1 que simbolizan una inversión insostenible.
Lo que queda es una mala herencia para la posteridad y una deuda con el medio ambiente. Tras la vorágine que fue Río 2016, los remanentes fueron piscinas lodosas y clausuradas, así como barrios cariocas empobrecidos que no vieron cumplidas muchas promesas de mejora. Esto sin contar la enorme cantidad de residuos y las emisiones de gases de efecto invernadero asociadas con el transporte, la construcción y la operación de estos eventos, que tienen un impacto significativo (y duradero). Hoy no podemos afirmar que los Juegos Olímpicos, ni otros eventos similares, sean realmente sostenibles.
Lo que digo, encuentra respaldo en un estudio reciente que evaluó la sostenibilidad de los Juegos Olímpicos entre 1992 y 2020. El estudio reveló que las ediciones de Río (Brasil) 2016 y Sochi (Rusia) 2014 fueron las menos sostenibles. Los demás Juegos no lo han hecho mucho mejor. De hecho, la tendencia de la sostenibilidad general de los Juegos Olímpicos es media y, desfavorablemente, ha disminuido con el tiempo. Salt Lake City (Utah) 2002 fue la edición más sostenible de los Juegos Olímpicos en este periodo.
¿Desviamos el camino a la sostenibilidad en París 2024?
Sabemos que es importante que los eventos sean sostenibles, pero ¿por qué? En pocas palabras, porque es un requisito en el contrato entre las ciudades anfitrionas y el Comité Olímpico Internacional (COI). La sostenibilidad representa uno de los tres pilares fundamentales de la Agenda Olímpica 2020 del COI, y continúa como una prioridad en su extensión, la Agenda Olímpica 2020 + 5.
Sin embargo, en el trecho para garantizar que los Juegos Olímpicos sigan una línea de sostenibilidad y sean respetuosos con las generaciones futuras pueden haber tropiezos y reticencias. El COI intentó (en la década de los 2000) medir los impactos de los Juegos en cada ciudad anfitriona durante más de 10 años. No obstante, este esfuerzo sólo se completó con los Juegos Olímpicos de Invierno de Vancouver en 2010, para luego ser abandonado en 2017.
Scott Campbell, profesor de Planificación Urbana y Regional en la Universidad de Michigan, señala que ni el COI ni la FIFA (que organiza los Mundiales de futbol) han incorporado en sus marcos discursivos medidas de sostenibilidad que incluyan planificación urbana a largo plazo, uso de sedes después del evento, equidad social o participación democrática. En realidad, los pocos intentos independientes de evaluar la sostenibilidad de los Juegos Olímpicos y otros megaeventos son limitados y no permiten una comparación efectiva a lo largo del tiempo.
París 2024 se presentó en su sitio online con la promesa de que la sostenibilidad sería parte del “ADN” de sus Juegos Olímpicos. Sin embargo, en los años previos (y por mencionar el ejemplo del Sena) Francia gastó más de mil millones de dólares en limpiarlo, por considerarse demasiado contaminado para el consumo humano durante más de un siglo (¡hasta nadar en sus aguas era ilegal!); pero es claro que no se logró plenamente. Los triatletas que no dejaban de arquear una y otra vez durante las competencias son síntoma de ello.
Por otro lado, para reducir la huella de carbono, los organizadores de París 2024 declaran haber minimizado la construcción de nuevas sedes, al levantar solo dos instalaciones deportivas adicionales (un centro acuático y una zona de escalada) y dos sitios más: la Media Village y la Villa Olímpica. Dicen haber usado materiales de origen biológico, como la madera, y promovido el reciclaje, al reutilizar incluso los asientos del centro acuático, fabricados con desechos plásticos locales. Una utopía verde-francesa.
Si salimos de Francia (como en Tahití, sede de la competición olímpica de surf) veremos que los Juegos parisinos provocaron un daño ambiental evidente. Si bien se comprometieron a utilizar el 95% de la infraestructura temporal o existente, esto no tuvo en cuenta los impactos de la construcción y la infraestructura invisible que se perforó en el lecho marino.
Tahití (isla en la Polinesia Francesa) alberga un arrecife de coral que resultó dañado durante la instalación de una torre –que, por cierto, era totalmente opcional– para los Juegos. Una barcaza fue la responsable. Este daño movilizó a pescadores, agricultores, surfistas y ciudadanos y más de 250 mil personas firmaron una petición para eliminar la torre. Ante la presión, los organizadores dieron marcha atrás.
No obstante, estos esfuerzos (¿les podemos llamar así?) son insuficientes. Dentro y fuera de Francia. Un informe de las organizaciones Carbon Market Watch y Éclaircies llamado Going for Green critica la falta de transparencia y precisión en la estrategia de sostenibilidad de París 2024. Señalan que “carece de metodologías detalladas, de seguimiento exhaustivo, y no se comunica con claridad”. Arriesgar ecosistemas y medios de vida por unos días de competencia no debería ser aceptable para una organización realmente comprometida con el ambiente y su agenda.
La huella de carbono de los Juegos es demasiado alta para considerarse verdaderamente sostenible, lo que indica que, de entrada, es necesario replantear de forma radical cómo se organizan estos eventos.
Otros Juegos Olímpicos son posibles
Repensar los Juegos Olímpicos implica aceptar que no se podrán reducir significativamente las emisiones sin abordar el inmenso tamaño de estos eventos. El desafío principal radica en que el tamaño de infraestructuras, la cantidad de comidas servidas y, sobre todo, el número de vuelos internacionales dependen del número de espectadores.
En otra publicación de Carbon Market Watch, se describe un modelo alternativo que podría cumplir con la meta de proteger la barrera de temperatura de 1,5 °C establecida en el Acuerdo de París. Este modelo propone repartir las disciplinas deportivas entre diferentes países y restringir el acceso físico a aquellos asistentes que puedan llegar a los Juegos por tierra. Esto no solo reduciría drásticamente el impacto ambiental, sino que también podría aumentar la cantidad de personas que experimentan los Juegos en persona, al ampliar el alcance de los valores olímpicos. Por lo tanto, la necesaria parte social también es contemplada bajo este paradigma.
Este es solo un ejemplo de cómo se podrían reimaginar los Juegos Olímpicos. Otros estudios sugieren reducir el tamaño del evento, aplicar normas de sostenibilidad independientes y rotar los Juegos entre las mismas ciudades anfitrionas. Considero que hay múltiples caminos para hacer más sostenibles estos eventos, y contamos con el conocimiento necesario para guiar esta transición, un compromiso que se remonta a la Comisión Brundtland de las Naciones Unidas en 1987, que estableció la sostenibilidad como eje imperativo para asegurar nuestro futuro.
Sin embargo, quisiera poner sobre la mesa que el consenso sobre la sostenibilidad se construyó sobre la idea de que el medio ambiente debe preservarse como un bien común universal. Hasta ahí todo bien. Pero, sorpresa, este consenso no se extiende fácilmente hacia la vivienda, movilidad, el trabajo y la justicia social, ya que en estos ámbitos siempre habrá un grupo o coalición que se beneficie a costa de otro.2
Todos dependemos del entorno natural, y la preservación de los recursos del mundo se entendió como un objetivo que podía unir a las personas en los ámbitos político, económico y social. Esto permitió que lo que favorecía la globalización (es decir, la expansión de los mercados) también se comercializara o se interpretara erróneamente como una práctica sostenible,3 como hoy sucede con Juegos Olímpicos, Mundiales de futbol y conciertos. La misión ahora es deconstruir nuestras narrativas de sostenibilidad y cómo realmente las aplicamos.
Hoy es tarde para París, pero si los organizadores olímpicos realmente desean ser sostenibles, deben aplicar medidas como reducir el tamaño de los Juegos, limitar la cantidad de turistas que viajan desde lejos, ecologizar por completo sus amplias cadenas de suministro y asegurar una rendición de cuentas hacia lo transparente. Los Ángeles 2028 tiene la oportunidad de ser parteaguas en ese sentido. Hasta que eso ocurra, los Juegos Olímpicos y otros megaeventos serán más de lo mismo: un ejercicio de greenwashing. EP
- Una posesión que es inútil o problemática, especialmente una que es costosa de mantener o difícil de desechar. [↩]
- Friedman, Thomas. The world is flat: A brief history of the twenty-first century. Farrar, Straus and Giroux. 2005, [↩]
- Hayes, Graeme y Horne, John. Sustainable Development, Shock and Awe? London 2012 and Civil Society. Sociology, 45(5), 749-764. 2011. [↩]
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