En los Juegos Olímpicos París 2024 tres arqueras mexicanas hicieron historia. Esta crónica, escrita por Aníbal Santiago, relata la emocionante competencia de Ana, Ángela y Alejandra contra el equipo de Países Bajos.
Tres arqueras enamoraron a México
En los Juegos Olímpicos París 2024 tres arqueras mexicanas hicieron historia. Esta crónica, escrita por Aníbal Santiago, relata la emocionante competencia de Ana, Ángela y Alejandra contra el equipo de Países Bajos.
Texto de Aníbal Santiago 31/07/24
Cuando hace 14 mil años, en el Pleistoceno, los seres humanos prehistóricos practicaban el primer “deporte” sobre la Tierra, el tiro con arco, quizá se la pasaban bien: matar mamuts —esas bestias peludas de 4 metros y hasta 8 toneladas— seguramente era disfrutable y divertido. La actividad desparramaba adrenalina en el cuerpo, pues de la puntería, la firmeza y la fuerza con que la flecha se lanzaba dependía la supervivencia. Diversión para existir.
Catorce milenios después, hace exactamente un año, una de las grandes herederas mexicanas de esa caza primitiva, Ana Paula Vázquez, sabía que estaba apagado su placer por acertar en un blanco. “Quiero tirar disfrutando y divirtiéndome, no sufriendo”, avisó en su Instagram. Y en ese momento ya solo sufría. Una lesión en su hombro derecho —compleja articulación que entre sangre engarza cápsulas óseas, ligamentos, tendones, músculos y huesos— causaba a la atleta olímpica en Tokio 2020 un profundo dolor al elevar su arco recurvo.
No había opción. La joven de 22 años debía someterse a una cirugía comandada por los médicos Garza, Carrillo y Castillot. Abrirían su piel y se sumergirían con toda su sabiduría en el hombro herido para salvar su carrera. Salió del quirófano y publicó una foto en bata, sobre la cama del hospital. “Los médicos hicieron su parte, ahora me toca hacer la mía”, posteó.
En la rehabilitación, durante cinco meses, tirar estuvo prohibido. Y una vez que ese periodo transcurrió y pudo subir el arco, apenas restaba medio año para los Juegos Olímpicos París 2024. ¿Llegaría a tiempo? Complicado.
Por eso, cuando la voz del estadio anuncia “Mexique!” sorprende ver a Ana sonriendo jubilosa frente a la multitud francesa que llena la Esplanade des Invalides, segundos antes de que la coahuilense busque el bronce junto a Alejandra Valencia y la también mexicana Ángela Ruiz, adolescente que segrega calma, como si lo que estuviera haciendo en este instante es jugar con sus amigas en un parque de Saltillo —algo que hace poco hacía, de niña— y no buscar la primer presea por equipos en la historia olímpica mexicana del tiro con arco. Quizá la edad le sirva para vivir serena, con un desenfado adolescente liberador de esa mochila de ladrillos que es esta “responsabilidad histórica” que le toca con 18 años.
Y también sorprende que la tercia de deportistas sonría tanto cuando las presentan a la afición porque apenas hace minutos perdieron la semifinal ante China. Sufrieron el adiós del oro con un duro 5-3. Pero ya están otra vez en competencia.
En la mañana dominguera a un país ansioso lo absorbe la televisión, y no para ver un partido de futbol —esa agotadora y habitual monomanía nacional—, sino tiro con arco. Exótico pero maravilloso: a l@s mexican@s hoy nos mueve un deporte que ya nos ha dado varias medallas olímpicas. Increíblemente, desde Londres 2012, con las primeras preseas en esta especialidad, el tiro con arco se nos vuelve cada día más querido y apasionante.
Es un domingo 28 de julio y México busca el bronce, metal que para nuestro deporte, tan sufrido, sería más dorado que rojizo en este partido contra las naranjas, Países Bajos, de Roeffen, Van der Winkel y Schloesser. Latinoamericanas y europeas jugarán cuatro sets, y cada tercia tirará dos veces por set. Set ganado brinda dos puntos y el que alcanza cinco puntos, gana. Simple e inquietante.
El partido inicia. ¿Solo se requiere buen pulso, firmeza, concentración, fuerza? No, además de elevar con destreza el arco, la flecha, la mira, los estabilizadores, las arqueras están obligadas a convertirse en veletas humanas que miden el viento: su fuerza, dirección e intensidad que puede jalar al arco, para entonces sí apretar el arrow puller, el botón de presión que definirá su suerte.
México gana el primer set 57-50, y todas beben agua, sedientas, desgastadas, con la presión que seca el cuerpo.
En el segundo set, una ráfaga no quiere ser domada y da un sacudón al arco de Ana, que sonríe pese al arrebato del viento. México pierde 54-56, y el marcador se empata a 2.
En el tercero, cuando Angélica levanta el arco, Ana Paula le murmura cosas al oído, instrucciones secretas para reforzar su convicción. Angélica oye sin gesticular, y tirando con una mirada fulminante, de seriedad adulta, da la victoria en el set a México, que aventaja 4-2 el marcador. Otro punto y habrá bronce.
A las chicas de Países Bajos se les va la mira en los últimos tres disparos del cuarto set. Ana Paula necesita 5 puntos (un tiro flojo) para que México triunfe, pero si no logra ese puntaje todo estará perdido. Ajusta sus lentes, desvía los ojos a la derecha —a un punto incierto— como si ver a la nada la concentrara, y resopla. Cuando está por disparar, la veterana Alejandra Valencia le dice varias cosas y la despide con un “tú puedes”. Ahora sí, todo depende de Ana Paula en su soledad. El viento le levanta la coleta, señal invisible de que nada será fácil. Repleta su mano derecha de pulseritas de colores, se mantiene firme y vuelve a resoplar (demasiado aire en esos pulmones tensos). No hay movimiento en sus dedos de uñas de barniz negro. Aprieta, la flecha viaja. Un segundo después, la punta atraviesa la carátula de papel. Blanco absoluto. 10. El bronce es mexicano.
Sin soltar jamás sus arcos metálicos —una extensión de su cuerpo— las tres se abrazan, saltan, cierran los puños, gritan, enredan con sus brazos al entrenador Miguel Ángel Flores, formador de estas mujeres que con todo y angustia siempre ríen y ríen aunque no ganen, pero que ahora ríen sin pausa porque ganaron.
Ya en el podio, Ana, Ángela y Alejandra, las tres arqueras de la A, mandan besos y más besos a la tribuna. La bandera mexicana ondea el azul cielo parisino y el deporte de la prehistoria que ya ha dado a México cuatro medallas olímpicas en solo 12 años cumple una misión que nadie jamás imaginó: enamorar a un país. EP
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