¿Adoptarías un árbol de 600 años de vida?

Patricio Robles Gil, artista y conservacionista, nos cuenta sobre una interesante iniciativa que busca preservar la riqueza natural de nuestros bosques.

Texto de 29/07/24

Patricio Robles Gil, artista y conservacionista, nos cuenta sobre una interesante iniciativa que busca preservar la riqueza natural de nuestros bosques.

Tiempo de lectura: 10 minutos

Resiliencia es una bellísima palabra, resguarda en su seno toda la fuerza de la sobrevivencia, de la adaptabilidad ante las adversidades y ante la extinción. La vida en la Tierra es resiliente: no sólo ha resistido a grandes agentes exterminadores mostrando una gran capacidad de adaptación, también ha generado una mayor diversidad de especies.

En la actualidad, estos agentes perturbadores de la biota mundial son engendrados por nosotros los humanos, que por milenios hemos desertizado, deforestado y defaunizado el planeta. Ahora bien, a los esfuerzos por mitigar estas acciones los llamamos conservación. En esencia, el conservacionismo busca garantizar la vida en el planeta.

Después de una vida dedicada a la conservación, cada vez tengo mayor claridad sobre cuáles son las acciones que mejor pueden incidir en el cuidado de las especies y ecosistemas en el largo plazo. Si queremos conservar la biodiversidad actual, debemos proteger el cincuenta por ciento de la superficie del planeta y reservarla exclusivamente a la naturaleza: esta es, sin duda, una de las iniciativas más ambiciosas. El concepto lo lanzamos hace 15 años en el IX Congreso Mundial de Tierras Silvestres (WILD9), en Mérida, Yucatán. Hace dos años, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) abrazó la iniciativa en su congreso de Marsella, Francia. Así, ya son muchos los gobiernos que están trabajando y comprometiéndose a proteger una mayor extensión de su territorio.

Igual de importante es el reto de crear una cultura socioambiental sustentada en la permanencia; sin ella estaremos perdidos. Es decir, es necesario trabajar y apoyar aquellos proyectos exitosos para que perduren en el tiempo, y que nos puedan inspirar y brindar certidumbre.

Cedro rojo. Foto: Patricio Robles Gil

El Parque Nacional Sierra de San Pedro Mártir es uno de esos ejemplos. Con 72 mil hectáreas, sus bosques de coníferas son de una gran importancia ecológica. Este bosque milenario presta invaluables servicios ambientales al planeta, siendo los más importantes la recarga de los acuíferos y el secuestro del carbono. En el parque destaca, por un lado, el trabajo de la dirección y el equipo de guardaparques que, con los pocos recursos asignados, logran hacer lo inimaginable por controlar los fuegos y atender al turismo. Por otro lado, el parque resguarda a uno de los proyectos más contundentes y exitosos de recuperación de especies en peligro de extinción en México: el retorno del cóndor de California, especie endémica a Las Californias que se extinguió en el territorio nacional en los años setenta. Hoy, después de 22 años de ininterrumpido trabajo, 50 cóndores vuelan en libertad.  

Inspirado por este emblemático resultado que dirigieron dos amigos y colegas conservacionistas, me comprometí a apoyarlos en la búsqueda de fuentes de financiamiento. Con esa intención en mente, lancé una campaña de adopción de cóndores para, en el mediano plazo, asegurar los recursos necesarios que garanticen la permanencia de su equipo y la de estas majestuosas aves.

En San Pedro Mártir se reintrodujeron seis cóndores de California hace 22 años. El Parque fue seleccionado para este histórico evento precisamente por el extraordinario grado de conservación de sus ecosistemas y por lo saludable de las poblaciones de mamíferos que, al morir, constituían el alimento de estas aves carroñeras. En este entorno natural destacan sus enormes árboles, individuos de casi 50 metros de altura y de 5 especies diferentes; tres de ellas son pinos (Pinus jeffreyi, contorta y lambertiana), un abeto (Abies concolor) y un cedro (Calocedrus decurrens). Este bosque ha sobrevivido por millones de años a los diversos embates naturales, como las severas sequías, los fuertísimos vientos, las tormentas eléctricas y los fuegos naturales. Nunca ha sido talado comercialmente y es uno de los pocos refugios de bosque templado de Norteamérica que no ha estado sujeto a algún tipo de manejo forestal.

Pinos Contorta. Foto: Patricio Robles Gil
Espécimen de Pino Jeffrey de casi cincuenta metros de altura. Foto: Patricio Robles Gil

El manejo de un bosque prístino es un tema muy controversial entre los conservacionistas y los profesionales forestales. Hay quienes argumentan que es necesario sanearlo, es decir, que hay que remover la madera muerta del suelo con la finalidad de reducir el material combustible que es como gasolina para los incendios. Sin embargo, hay que considerar que los bosques de coníferas evolucionaron con el fuego. Este elemento de la naturaleza limpia el sotobosque y permite a las semillas de pino germinar. A final de cuentas, el ecosistema a sobrevivido millones de años sin la intervención del humano. Por ello, el bosque de San Pedro Mártir es único y extremadamente valioso. 

El Parque Nacional Sierra de San Pedro Mártir se localiza en la región que forma parte de la Provincia Florística de California, uno de los 35 hotspots de biodiversidad global con un numero importante de endemismos. Estas regiones del planeta son las más ricas biológicamente hablando, pero también las más amenazadas. Por diversas razones, en ésta se encuentran algunas de las especies de árboles de mayor tamaño y longevidad del planeta. No sólo están los grandes pinos de San Pedro Mártir en México, también se encuentran las gigantescas secuoyas de California con más de 3 mil años de vida, así como el pino bristlecone, una especie que, aunque más pequeña, es por mucho la más longeva del planeta. De hecho, existe un individuo de esa especie con más de 5 mil años.

La edad de un árbol se puede determinar al contar los anillos de su tronco, luego de hacer un corte transversal. Cada línea oscura es un año de vida y comienzan en el centro del tronco. Cuando los árboles están vivos, se puede hacer una estimación midiendo el grosor de su base y comparando el tamaño con un ejemplar ya cortado. En muchos museos y en las salas interpretativas de los propios parques naturales, se colocan cortes trasversales de uno de estos imponentes árboles para resaltar algunos de los grandes acontecimientos de la historia de México o del mundo, señalando en el anillo correspondiente el año en que sucedió dicho evento. En algunos de los árboles de San Pedro Mártir se podría señalar la llegada de los españoles a América, el año de nuestra Independencia, o el de la Revolución Mexicana. Podemos jugar personalmente con los anillos, al buscar los diferentes momentos de nuestras vidas. Para ello, es indispensable conocer la fecha en que murió el árbol, ya que ese año dejó de crear anillos.

Pino Jeffrey de 600 años. Foto: Patricio Robles Gil

En San Pedro Mártir hay pinos Jeffrey de más de 600 años, los he admirado, medido y fotografiado. Su presencia no pasa desapercibida; dan gran certeza al futuro de este bosque. En los últimos dos años he regresado a San Pedro en nueve ocasiones, sumando más de 200 días en la sierra. Regreso principalmente por la paz que este bosque me trasmite, el caminar entre estos gigantes me libera de la carga que he acumulado al vivir en una gran cuidad. Este bosque y el increíble trabajo que se ha realizado para concretar el retorno del cóndor a Baja California me ha permitido retomar mi compromiso con la conservación de la vida salvaje.

“En México, a diferencia de otros países, no existe la cultura ambiental necesaria para incidir decididamente en la conservación de la biodiversidad y de los espacios que resguardan el espíritu salvaje del país.”

Al estar en espacios tan salvajes como San Pedro he llegado a cuestionarme si estos sobrevivirán, si lograrán enfrentar exitosamente el cambio climático. Por ello, cuando hace pocos meses recibí un artículo en donde presentaban la iniciativa de conservación de uno de los bosques más antiguos de Europa, en Rumania, con gran curiosidad leí la gran idea que presentaban: la adopción de los árboles de este bosque. Para ello, previamente habían catalogado y fotografiado cada uno de los ejemplares en adopción. La idea me pareció extraordinaria por sencilla y contundente.

En México, a diferencia de otros países, no existe la cultura ambiental necesaria para incidir decididamente en la conservación de la biodiversidad y de los espacios que resguardan el espíritu salvaje del país. No tenemos una relación de respeto y admiración hacia la naturaleza; nos encontramos alejados y distantes de ella. Es por ello muy inspirador ver cómo en otros países existe un culto por los árboles y bosques. Algunos países tienen registro de los árboles de mayor tamaño y edad, como en España. En este país europeo han diseñado excursiones para visitar, conocer y admirar a estos monumentos naturales; existe un enorme respeto y veneración hacia los árboles. En Estados Unidos, estos árboles son considerados celebridades, hasta les llegan a poner nombres de algunos personajes de su historia y los cuidan entrañablemente.

James Balog, un colega fotógrafo norteamericano, se dio a la tarea de fotografiarlos. Le tomó 10 años. Comenzó con los que se encontraban en ciudades y pueblos, y para poder destacar su enorme silueta frente al caos urbano donde se encontraban, mandó a hacer unas grandes mantas blancas, que usó a modo del fondo,de background, como si fuera un megaestudio fotográfico. Con cada situación, desarrolló diferentes técnicas de los usados en sus trabajos anteriores. Pero al enfrentarse a las gigantescas secuoyas, tuvo que recular e improvisar.

Pinos Jeffrey. Foto: Patricio Robles Gil
Base masiva de un pino Jeffrey. Foto: Patricio Robles Gil

¿Cómo capturar la fotografía de un árbol que mide más de 100 metros de altura dentro de un bosque de gigantes sin perder la belleza del detalle? Al acercarse a pocos metros de la base del tronco, la dimensión del árbol se perdía completamente y la copa desaparecía detrás del denso follaje. Para poder resolver visualmente este dilema, contrató a un grupo de alpinistas, quienes subieron a la copa de dos grandes secuoyas y aseguraron una cuerda entre ambas. A la mitad de la primera cuerda, sujetaron una segunda cuerda que colgó libre y verticalmente hasta el suelo. De esta última, Balog se descolgó, documentando fotográficamente cientos de imágenes totalmente horizontales y a diferentes alturas. Con esta solución evitó la distorsión que genera un disparo con un ángulo distinto. El resultado de la unión de todas las imágenes fue un gran y bello mosaico de la secuoya completa. Para enfatizar la dimensión del árbol, Balog le pidió a dos de sus compañeros alpinistas que posaran a diferentes alturas de su tronco, también les pidió que vistieran de rojo para que resultara más sencilla su localización. Uno de ellos subió hasta la cima del árbol, con lo que Balog logró una poderosa imagen de uno de los seres vivos más grandes y antiguos del planeta. James publicó un libro de gran formato en el 2004 con el resultado de todo su trabajo con los árboles, Tree: A New Vision of the American Forest. Su propuesta significó un parteaguas en la documentación del mundo natural, nos permitió vislumbrar otras dimensiones de la naturaleza y nos inspiró a buscar nuevas formas de comunicar.

México tiene su versión al culto de los árboles majestuosos, se llama Centinelas del Tiempo. Es un concurso fotográfico de árboles silvestres, rurales y urbanos más grandes y majestuosos. Las imágenes más dramáticas y conmovedoras son premiadas con un recurso económico importante. De forma paralela, se hace un registro por especie y localidad. La organización Reforestamos México es quien ha lanzado este certamen desde hace ya más de 20 años. Sin duda es el esfuerzo más importante que México ha realizado para fomentar una cultura en torno a árboles y bosques. Así, con el espíritu de apoyar este extraordinario esfuerzo de la sociedad civil y de aportar al importantísimo trabajo que realiza la dirección del Parque Nacional Sierra San Pedro Mártir para proteger sus bosques, hemos unido fuerzas con Reforestamos México para lanzar la campaña de adopción de los grandes árboles de esta sierra. La hemos llamado Centinelas de San Pedro Mártir, con el objetivo de fortalecer al equipo de profesionales que laboran protegiendo la biodiversidad de ese importante parque nacional.

La adopción de un árbol en San Pedro Mártir se hace a través de una aportación económica, que va de diez mil a cien mil pesos dependiendo del tamaño del árbol que se quiera adoptar. A mayor tamaño, mayor es la aportación. También se puede seleccionar la especie que se quiera, ya sea una de las tres especies de pinos, del abeto o cedro. Los árboles que se han seleccionado son ejemplares maduros a los que se ha medido el grosor de su base y altura; se les ha fotografiado individualmente; se ha documentado su locación y posición geográfica. La aportación para la adopción se hace una sola ocasión. Al donante se le pide que nombre al árbol con un alias, mote u apodo, y se le entrega una fotografía de este. La organización conservacionista Reforestamos México expide el recibo correspondiente deducible de impuestos con los datos fiscales del donante. Si usted desea comprometerse con este esfuerzo al adoptar un árbol en este programa, Centinelas de San Pedro Mártir, por favor envíe un mail a contacto@reforestamos.org señalando su interés por hacerlo.

Muchos son los monumentos que el ser humano ha construido para conmemorar importantes momentos de su historia, estos están presentes en las vidas de los diferentes pueblos del mundo y son objeto de culto y hasta veneración. El hombre también ha impreso otro tipo de huella en el planeta, una de tal magnitud que es visible desde el espacio. A esa distancia podemos observar las líneas que dividen a las naciones como consecuencia de las diferentes políticas de uso de suelo de cada país; en algunos casos es muy definido el nivel de cobertura vegetal que uno u otro país tiene.

Es tiempo de que nuestra huella sea el no dejar huella y permitir que bosques, praderas, selvas y mares permanezcan llenos de vida, y por qué no, que los monumentos a venerar sean bosques, grandes árboles, especies que salvamos de la extinción. Esto hablará de nuestros valores, de nuestro compromiso con la vida.

La resiliencia es una facultad asombrosa que guarda celosamente la naturaleza. Podemos adoptar un árbol y con ello ayudar a fortalecer esa capacidad que tienen los bosques de proveernos de aire y agua. Al hacerlo como hombres y mujeres conscientes de nuestra responsabilidad para con la biodiversidad planetaria, podremos ayudar a forjar una cultura de mayor respeto y admiración hacia el mundo natural. EP

Juan Vargas y el autor. Foto: Hiram Licona

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