Maximiliano Sauza Durán nos hace una cautivadora invitación a la lectura de Los brotes de la milpa, obra póstuma de Alfredo López Austin.
Alfredo López Austin: el mitólogo, el mitógrafo, el mito
Maximiliano Sauza Durán nos hace una cautivadora invitación a la lectura de Los brotes de la milpa, obra póstuma de Alfredo López Austin.
Texto de Maximiliano Sauza Durán 03/05/24
Es indudable: uno de los elementos por los que Mesoamérica nos resulta tan fascinante es por su mitología. Todos hemos escuchado o leído “La leyenda de los Soles” o el relato de la huida de Quetzalcóhuatl y su retorno en el funesto año de Cé Ácatl, que coincidiría con la llegada de los españoles a las Costas del Golfo, Tlillan Tlapallan. Al entrar a un museo en México, o con una rápida búsqueda en Google, podemos encontrarnos con imágenes de Tláloc, Mictlantecuhtli o Tezcatlipoca, y no es difícil identificarlos “a ojo de buen cubero”. No faltan los energúmenos que van vestidos de blanco a Teotihuacan “a cargarse de energía en las pirámides”, ni escasean los campesinos que hoy en día siguen pidiéndole permiso a los “dueños” de los cerros para adentrarse entre la maleza y cazar un animal o recolectar un fruto. Por costumbre antigua o moda new-age, por interés arqueológico o curiosidad antropológica, los dioses prehispánicos y los héroes civilizadores nos siguen magnetizando con fruición y entusiasmo. Los arqueólogos desenterramos de su vetusta claustrofobia a los ídolos de antaño, y los historiadores y antropólogos hilvanan los relatos con el devenir colectivo, con ese gran e imperturbable tejido que es la Historia.
Alfredo López Austin nació en Ciudad Juárez en 1936 y falleció en la Ciudad de México en 2021. Fue un renombrado historiador, experto en la cosmovisión mesoamericana, un nahuatlato consumado, alumno del eminente padre Ángel María Garibay K. y del arqueólogo que acuñó el término ‘Mesoamérica’ para referirse a la civilización ubicada en buena parte de México y Centroamérica, Paul Kirchoff. Es autor de un sinnúmero de estudios sobre cultura náhuatl, cosmovisiones indoamericanas, una serie de libros que sería ocioso enlistar aquí; solo se me ocurre denominarlo con dos adjetivos: mitólogo y mitógrafo. Estudió profundamente la mitología indígena, sí, pero también la escribió y reescribió. Tal es el caso de este último libro publicado póstumamente por Ediciones Era, Los brotes de la milpa. Este libro, a su vez, perteneció a un estudio previo publicado junto con el investigador peruano Luis Millones, Los mitos y sus tiempos, también bajo el sello de Era, en 2015, donde ambos eruditos mostraron de manera comparativa las mitologías andinas y mesoamericanas.
Me corrijo. No solo mitólogo y mitógrafo, Alfredo López Austin es ya también un mito por sí mismo. En Los brotes de la milpa, el historiador devela su vena novelística. Nos lleva por un recorrido a lo largo de mitos modernos y antiguos, demostrando las pervivencias y adaptaciones que tienen las cosmovisiones indígenas —pueblos devastados por regímenes coloniales. Con estilo elegante y una deslumbrante erudición (su signo y su sino), López Austin relata, de inicio, las distintas versiones mexicas de los Soles, las Eras y los hombres; los contrasta con versiones quichés, tepehuanes, huicholas y otomíes. Urde las diásporas de los héroes proteicos que nos brindaron nuestro sustento —el maíz, por su puesto— y los berrinches de los númenes que, no contentos con las creaturas que no supieron adorarlos —monos, perros, aves, venados, peces—, nos dieron a nosotros, los seres humanos, la Palabra. Su prosa puntual, refinada y concreta, nos trasplanta a escenarios legendarios, entre seres fabulosos y culturas en perpetua metamorfosis, porque, no hay que olvidarlo, todos los mitos indígenas, aun con intrusiones judeocristianas e incluso de otras tradiciones culturales, son parte de un “núcleo duro” que se nutre, enriquece y paradójicamente se afina día con día, como la música que con variantes y fugas nos retorna a un solo tema, y que, citando un par de versos de Octavio Paz, es “un caminar de río que se curva, / avanza, da un rodeo y llega siempre”.
He dicho que López Austin estudia mitos y que los reescribe, y que él mismo es ya un mito de la Antropología Mexicana. En Los brotes de la milpa encontramos la maduración y simbiosis de esas facetas. Por ejemplo, cuando habla del origen de la fauna, hace un repaso por los nahuas, tzotziles, mazatecos, tzeltales, zapotecos, tlapanecas, chinantecos, etc., mientras conocemos las fábulas y cuentillos prehispánicos, coloniales y modernos, que se hilvanan al orden cósmico donde todo tiene un motivo, una explicación. López Austin sabe detectar cuando un mito mazateco contemporáneo tiene una génesis africana o es un eco de La Fontaine, haciendo vernáculo lo universal y prístino lo novedoso. Al reescribir los mitos, tenemos en la obra del académico López Austin una homóloga a la literaria del Robert Graves que escribía y comentaba Los mitos griegos.
Al arqueólogo en ciernes o al aficionado recién advenedizo a la materia les puede ganar la impotencia al momento de explicar por qué hay mitos universales, como el del Diluvio, los héroes nacidos de diosas vírgenes o las hazañas que pueden compartir un Gilgamesh sumerio o un Heracles griego. Pero lo importante no es el origen de los mitos, sino la facilidad que tienen para volcarse a la literatura, al cine, o a otras expresiones artísticas. Me salgo del libro de López Austin y me pregunto: ¿no comparten Jesucristo, Fausto o Anakin Skywalker la tentación del poder de un Demonio, un Mefistófeles, un Darth Sidius? Sólo cambia lo que el héroe en cuestión resolvió con esa tentación. ¿No tienen los héroes de la cultura contemporánea, como Harry Potter, Aang, Peter Parker o Luke Skywalker las mismas dificultades que un Quetzalcóhuatl, un Ulises, un Siddhartha Gautama, un Cid Campeador? ¿No se someten estos héroes a riesgosas pruebas donde deben poner a prueba su temple, su inteligencia, su imaginación y bizarría, arriesgando y sacrificando incluso a sus seres cercanos? Pienso, después de leer este libro, que es asombroso que el mito mexica de los Cinco Soles tenga alguna lejana similitud con la moderna teoría del Big-Bang: al final, estamos ante una explosión primigenia que le dio movimiento —allá entonces— al Universo —en el aquí ahora.
El mito dota de sentido a las cosas y a los seres. Nuestras calamidades e infortunios, nuestros júbilos y regodeos, tienen una explicación en el ámbito mitopoético. La fusión y fisión de los dioses, la ruptura y amalgamiento entre los lindes de la leyenda y los rincones de la Historia, el retorno de antiguas creencias y su sincretismo con relatos venidos de ultramar, dan como resultado el increíble texto que todos urdimos y tejemos, y del que somos nudo y desenlace. De la frondosa milpa mitológica brotan, en las páginas de López Austin, narraciones en verdad extraordinarias y bellísimas, que explican las manchas en la cara de la Luna, la relación de Cristo con el Sol, la condición acéfala del alacrán, los árboles que sostienen los cuatro rumbos del universo, los montes sagrados que son jícaras de mantenimientos, o por qué las ardillas, en ojos otomíes, parecen monjecitos castigados que se persignan, juntan sus manitas, alzan su cabeza al Cielo, y le piden perdón a Dios, rogándole que les devuelva su condición humana de antaño. Lejos de proponer que el tiempo de los mitos eran los de Homero u Ovidio, Los brotes de la milpa demuestra que el mito es un fruto constante e imperturbable de todos los que moramos en este mundo. EP
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