El Centro Tepoztlán Víctor L. Urquidi, en su proyecto México próspero, equitativo e incluyente. Construyendo futuros 2024-2030, presenta la sección Condiciones indispensables para la conformación de un Estado democrático y de derecho, coordinada por Susana Chacón, José Antonio Crespo y Guillermo Knochenhauer.
El factor humano de la política pública
El Centro Tepoztlán Víctor L. Urquidi, en su proyecto México próspero, equitativo e incluyente. Construyendo futuros 2024-2030, presenta la sección Condiciones indispensables para la conformación de un Estado democrático y de derecho, coordinada por Susana Chacón, José Antonio Crespo y Guillermo Knochenhauer.
Texto de Javier A. Matus Pacheco 15/01/24
La política pública, en términos muy simples, puede entenderse como la acción del Estado para atender todas las necesidades de los ciudadanos. Pero configurar y aplicar una política pública efectiva no es nada sencillo ya que para ello deben cubrirse los siguientes requisitos y condiciones, todos intrincados e indispensables:
1.- Ser de Estado, no sólo de gobierno, es decir, debe contar con la participación efectiva de la ciudadanía, principal elemento integrante de un Estado (junto con el territorio y las instituciones). Esta intervención de la ciudadanía es la esencia de la gobernanza, conforme al criterio de la UNESCO.
2.- Tener una visión de largo plazo, no coyuntural, pero al mismo tiempo contener una estrategia para el presente inmediato, para el momento en que se inicie la aplicación de la política.
3.- Responder a intereses fundamentales de la sociedad entera, y no sólo de algunos sectores o grupos sociales específicos de cualquier especie.
4.- Partir del reconocimiento de la realidad para alcanzar consensos sociales basados en equidad (no de intereses parciales o individuales), por medio del diálogo y la conciliación de intereses (no por la negociación de éstos). En este contexto, ‘desigualdad’ y ‘negociación’ no tienen cabida en una política de Estado.
5.- Tener visión holística (que se refiere al todo), lo que implica estar necesariamente sustentada en un ejercicio interdisciplinario.
Una explicación básica de estos elementos se desarrolla a lo largo de este texto, quizá no suficiente por razones de espacio y porque se privilegia la atención al factor humano, el cual, en mi opinión. permanentemente se ha descuidado como clave para la solución de la problemática social. Hoy en día estamos enfrentando condiciones sociales, políticas y económicas inéditas, de gran complejidad y con efectos imprevisibles y polarizantes, ante las cuales persiste una falta de consenso sobre el rumbo que se debe de seguir debido a la confrontación que se da entre grupos sociales que parecen carecer de la capacidad de conciliar sus intereses en aras de una competencia insaciable e inhumana por riqueza, poder y reconocimiento social.
Próximamente habrá en México el relevo de la presidencia de la República y la elección de 128 senadores y 500 diputados federales, además de 9 gubernaturas, 31 congresos locales, 1,580 ayuntamientos, 16 alcaldías y 24 juntas municipales. Sin embargo, aún no hay claridad en cuanto a contar siquiera con planteamientos o esbozos coherentes de lo que podría ser una política de Estado para corregir los innumerables problemas acumulados, mejorar las condiciones de vida de la mayoría de nuestros conciudadanos y encontrar un camino de progreso para todos. Peor todavía, no parece haber entre los políticos y ciudadanos en general un conocimiento y comprensión a cabalidad de la realidad que vivimos, que es el punto de partida para cualquier estrategia.
Independientemente de sus errores, hoy en día tenemos un gobierno que, desde mi perspectiva, ha intentado avanzar en la dirección correcta; sin embargo, en opinión de muchos, que no constituyen mayoría pero representan poderes importantes en el país, no ha sido así y además ha provocado una mayor polarización de la sociedad y una gran incredulidad en sus planteamientos y medidas. En contraste con estas percepciones, este gobierno ha mantenido altos grados de aceptación entre la población, los mayores en las últimas décadas.
Desde mi punto de vista, es un hecho incontrovertible que el país requiere profundos cambios en sus estructuras sociales para corregir importantes desviaciones y, sobre todo, para orientar la acción del Estado hacia formas que permitan terminar con la degradante desigualdad y establecer condiciones de verdadera equidad en cuanto a oportunidades de desarrollo personal para todos los ciudadanos. Y es probable que en esta visión exista un alto grado de acuerdo, incluso por parte de los grupos que desaprueban al actual gobierno. Pero en lo que no existe entendimiento, y parece muy difícil alcanzarlo, es en lo que se refiere al rumbo que estos cambios deben tomar. Las visiones que se manifiestan sobre la problemática actual y sus posibles soluciones son notoriamente contrapuestas y no se alcanza a apreciar que se pueda lograr un diálogo que permita conciliar los encontrados entendimientos e intereses de los diferentes grupos que integran nuestra sociedad.
Esto tiene implicaciones serias y preocupantes porque así resulta imposible llegar a soluciones, debido a que dentro del supuesto sistema democrático que tenemos es demasiado complicado alcanzar acuerdos, en virtud de que las decisiones que hoy se tomen por una mayoría, mañana podrían ser diferentes, quizá contrapuestas a las de hoy, tomadas por una mayoría distinta a la actual. En otras palabras, siempre habrá una fracción de la población que tomará el papel de oposición y peleará por imponer su criterio, por lo que en todos los casos siempre se tendrá un ganador y un perdedor. Es por esta razón que la política pública no debe sustentarse en la negociación, donde ganan unos cuantos, no la sociedad; la política pública tiene forzosamente que buscar mediante el diálogo los consensos sociales que son los que permiten obtener la equidad y la igualdad en el sistema.
Esta condición de confrontación no es algo novedoso. Podría afirmarse que nunca ha habido consenso. Si esto es real, significa que nuestra sociedad no ha aprendido a arribar a consensos. ¿Por qué sucede esto? En este trabajo someto a consideración una hipótesis que pretende enfocar la atención sobre dos aspectos absolutamente interrelacionados y generalmente descuidados: el factor humano y la política pública vistos como una complejidad, no desde la perspectiva académica, sino de la praxis política. Es un hecho que la dimensión humana se ha ignorado por completo, nunca se ha tomado como parte indispensable de un análisis ni de una definición de una estrategia de Estado que busque imprimir racionalización a nuestras posiciones y actitudes. Para mí ésta es la razón principal por la que la política pública no ha resultado efectiva para los propósitos centrales que debe cumplir. Sostengo por ello que la consideración del factor humano nos puede dar la respuesta a la pregunta de cómo alcanzar el desarrollo equitativo que merece el ser humano.
¿Qué es en concreto el factor humano en esta revisión de la política pública? Es la responsabilidad que tenemos todos los seres humanos en la configuración y funcionamiento de la organización social en la que vivimos. Todos de alguna manera participamos en la construcción y operación de las estructuras que nos rigen, por ello todos en alguna medida somos causantes de lo que existe y por tanto todos podemos ―y debemos― contribuir a corregir las desviaciones. ¿Pero es posible forjar el comportamiento de los individuos y de las sociedades? Para responder necesitamos conocer la naturaleza humana y entender cómo se comporta el ser humano en lo individual y en lo social. Mi respuesta es que sí tenemos estos conocimientos, pero aún son insuficientes y sobre todo están mal orientados.
La caracterización por excelencia de la naturaleza humana es la racionalidad, en primer término, porque es una facultad exclusiva del ser humano, que es la capacidad de pensar y discurrir o reflexionar. El problema es que tendemos a confundir naturaleza humana con comportamiento humano y la esencia de la primera está en que su racionalidad tiene el potencial de determinar al segundo. Sin embargo, en nuestro largo proceso evolutivo y evolucionista, los humanos hemos desarrollado un sistema muy complejo de interrelaciones que han conformado condiciones que también influyen en nuestro comportamiento, muchas veces por encima y hasta en contra de nuestra racionalidad. Es a través de este complejo proceso de interrelaciones que los seres humanos configuramos estados de cosas en la sociedad que reconocemos como statu quo, que no se trata solamente de una categoría de análisis social, sino que constituye una nueva atribución resultado de las interrelaciones o la interdefinibilidad del sistema complejo que conforma la conjunción de los tres pilares que integran la organización global de la sociedad (social, política y económica).
Es este elemento o condición el que en gran medida determina, sustenta y orienta el comportamiento individual y colectivo de las personas. No debe confundirse el statu quo con la cultura. La cultura es sinónimo de conocimiento y sabiduría, en profundidad y extensión. Cuando se dice de alguien que es culto, obviamente no se hace alusión a sus defectos o carencias. No podemos manchar a la cultura asignándole los lastres de las debilidades humanas, como por ejemplo la corrupción. Pero el statu quo sí abarca a la cultura y también contiene a la corrupción y a todas las rémoras y vicios creados por el ser humano, condiciones estas de donde proviene su principal fortaleza. Es como un agujero negro que lo absorbe todo: lo bueno, lo malo y lo regular.
En ese complejo proceso de desarrollo social los humanos descubrimos el bien, pero también desarrollamos el mal. Tanto bien como mal son creaciones humanas y está en nuestra racionalidad cómo las utilizamos. Algunas de estas, llamémosles fuerzas, tienen un carácter neutro; somos nosotros quienes les damos la orientación o inclinación hacia lo bueno o lo malo. Una de estas fuerzas, fundamental en el comportamiento humano, que no forma parte de su esencia o naturaleza, pero que surge con mucha potencia como una consecuencia natural de la convivencia social, la constituye el poder, entendido como el dominio sobre personas, cosas y espacio o territorio. El poder es también una fuerza neutral que se aplica o se ejerce para bien o para mal, por lo que no es el poder en sí lo que debe preocupar, sino cómo es utilizado por los seres humanos en su convivencia y por tanto en su organización social. De hecho, el poder es una fuerza útil y necesaria, dado que toda estructura organizativa humana requiere de jerarquías, mandos y división del trabajo, en todo lo cual el poder interviene.
Pero la experiencia acumulada en el statu quo prevaleciente muestra que el poder no se ha utilizado con racionalidad; podría incluso decirse que el poder en su orientación negativa ha dominado al mundo, a pesar de que el poder como fuerza social puede y debería ser controlado a través de la autoridad establecida mediante la organización política, que es la estructura a la que corresponde esta tarea. En este contexto, puede afirmarse que la organización política ha fallado, pero no por ello ésta debería desecharse. El statu quo se ha construido primordialmente mediante relaciones de poder en su vertiente negativa que, en una especie de simbiosis, han ido conformando élites o grupos minoritarios que han adquirido el dominio del comportamiento humano, lo que significa que no todos los seres humanos contribuimos en igual medida a su configuración, pues es un hecho que no todos detentamos poder en la misma escala. Sin embargo, no debe perderse de vista que todo individuo contribuye ―aún de manera involuntaria o inconsciente― a perpetuar dicha dominación al asimilarla como modus vivendi, que es lo que nos sucede a la mayoría de las personas que ni somos parte de las élites dominantes ni de las mayorías arrumbadas en la desigualdad. De alguna manera, sin ser sus creadores directos, nos volvemos presas del statu quo, como beneficiarios o como sometidos y, al mismo tiempo, nos convertimos en sus perpetuadores.
¿Cómo operan los mecanismos del statu quo para lograr los propósitos de sus creadores y perpetuadores conscientes? No se trata de reglas o normas que se imponen a la manera de leyes. El statu quo no constituye una institución, pero se impregna en las instituciones creadas por los humanos. De hecho, se asimila y en buena medida domina a las estructuras sociales. ¿Y cómo lo logran? Simplemente influyen en el encauzamiento del comportamiento humano que hace que éste actúe por sí solo en el sentido que conviene a los propósitos de los grupos que dominan el estado de cosas. Y el sustento real de este mecanismo radica en evitar que los seres humanos utilicemos nuestra capacidad racional para corregir nuestro comportamiento, para elegir y apoyar lo que conviene a la sociedad y en cambio la apliquemos en promover el beneficio de los intereses de unos cuantos, esencialmente porque nos favorece, pero también porque carecemos de espíritu de lucha, porque desdeñamos el raciocinio o por la fuerza.
Como parte de todos estos complejos procesos y mecanismos, el statu quo ha generado una serie de mitos, fantasías, síndromes y sofismas que son distorsiones de la realidad y que refuerzan el dominio de nuestro pensamiento, conocimiento y conducta. Yo considero que estas distorsiones los humanos las generamos o asimilamos a nuestra conducta particularmente debido a nuestra debilidad racional y a que normalmente estos comportamientos desembocan en absurdos que sólo podrían ser superados por la razón. Es decir, el raciocinio al principio y al fin de la cadena. Por ello las denomino “distorsiones de la racionalidad”.
Estas distorsiones constituyen el factor humano que tratamos de describir y son las que estructuralmente impiden la resolución de los problemas sociales. Es importante reconocer que resulta muy difícil modificar, estar o actuar en su contra. Tienen una fuerza arrolladora y dominante que arrastra la conducta y dificulta o impide las correcciones. Confrontarlas puede implicar incluso la pérdida de la vida. Pero no son todopoderosas. Esta es la realidad que tiene que afrontar la política pública, tanto para los hacedores de política o agentes públicos que participan en su elaboración y aplicación, como para los ciudadanos o individuos que conformamos el Estado y que debemos de participar en su configuración. Esto significa que el asunto no se reduce a las autoridades públicas, sino que tiene que ver con toda la población.
Las distorsiones de la racionalidad son innumerables. Por razones de espacio, a manera de ilustración esbozaré una distorsión relacionada con cada una de las estructuras que conforman nuestra organización social, es decir, la social, la política y la económica, sugiriendo no perder de vista las interrelaciones que necesariamente se dan entre ellas y analizarlas en su total complejidad.
- La estructura social inicia con la naturaleza humana, por lo que es fundamental conocerla y comprenderla. Una de las distorsiones más trascendentales y dañinas se relaciona con ésta, que se ha convertido en un mito muy socorrido. Solemos atribuir a la naturaleza humana muchos de los vicios y defectos del comportamiento humano, pero estos vicios y defectos no provienen de ella. El raciocinio permite a los individuos distinguir entre el bien y el mal, y otorga la capacidad a los humanos de conducir su conducta. Este mito impide a los seres humanos reconocer que son los creadores de su propio destino, que pueden modificar su conducta y corregir sus errores. Y, peor todavía, el mito ha servido para justificar conductas maliciosas bajo la premisa falsa de que derivan de la naturaleza de la persona. Esto tiene que ver con el llamado libre albedrío; sé que existe una fuerte discusión sobre el tema, pero yo creo que éste existe y considero que la Biogenética y la Psicología y la Antropología evolucionistas, poseen elementos importantes para demostrarlo.
- El statu quo ha establecido que la estructura política ideal y prácticamente única es la democracia. Por más que nos ufanemos de vivir en una democracia, el statu quo prevaleciente no es democrático en lo absoluto. La sola existencia de la desigualdad la niega o excluye contundentemente. La democracia, analizada como sistema complejo, es una absoluta fantasía. Para empezar, la democracia es mucho más que un simple sistema electoral o de votación. Creemos vivir en una democracia porque elegimos a nuestros gobiernos por votación, pero ni siquiera reparamos en cómo se hace la selección de los candidatos, los ciudadanos no participamos en ese proceso ni parece importarnos. La democracia esencialmente alude a sistemas de gobierno, pero tiene que ver con libertad, pluralismo, tolerancia y convivencia, y por tanto, con derechos humanos. Estos se encuentran en buena medida contemplados en nuestra Constitución, pero no por ello somos una nación democrática, ya que no se cumplen efectivamente. Una gran cantidad de condiciones e instituciones no sólo no son democráticas, en sus efectos son antidemocráticas. La llamada democracia representativa es insuficiente e ineficiente, la ciudadanía en general no está representada. A pesar de tantas evidencias en contrario, el statu quo nos impone la fantasía de que vivimos en la democracia. ¿Es racional proceder en cualquier terreno sobre bases irreales? ¿Qué sentido tiene interactuar en un sistema que no es real, que no es efectivo? ¿A quién engañamos o por qué nos dejamos engañar? ¿Cuál es la racionalidad de un sistema supuestamente democrático cuyas instituciones obedecen a intereses y no a necesidades? Podrá quedar superado el principio de ganar ‘democráticamente’ por votación, pero ¿en qué terreno queda la solución de la problemática a resolver? A final de cuentas, son la manipulación, la simulación, el mito y la fantasía lo que domina, y lamentablemente funcionan. La mejor demostración de lo irracional de este esquema es que la lucha política no se da entre propuestas y estrategias (política pública) para conocer y resolver problemas sociales, sino entre grupos y posiciones que detentan y defienden el control político. ¿Es racional pretender que las próximas elecciones en nuestro país las gane un aspirante opositor, no por un programa de gobierno (una política pública), sino solamente para sacar del poder al actual partido?
- El sistema económico neoclásico, de mercado, capitalista, neoliberal (denominación más reciente) o como se le quiera identificar, es una quimera. Constituye la estructura más representativa del statu quo que vivimos hoy en día y desde luego la más poderosa. Domina la operación económica prácticamente en todo el mundo. Esta estructura se desarrolló básicamente por el surgimiento de la economía como ciencia que le proveyó de fundamentos, pero curiosamente se consolidó mediante eventos eminentemente políticos, durante la etapa de la Guerra Fría del siglo pasado, donde toma fuerza inusitada al dar inicio a un impactante proceso de globalización de la economía (sustentada en el Consenso de Washington en la década de los 80 del siglo pasado) y que coincidió con el ocaso del bloque comunista encabezado por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (caída del Muro de Berlín en 1989). Lo irónico e irracional de esto es que la estructura económica dominante, responsable de la inequidad, la desigualdad, la pobreza y miseria extremas en el mundo, no es el resultado de la búsqueda de un esquema eficiente y equitativo de sustento y bienestar para los seres humanos y para el medio ambiente, sino la consecuencia de una guerra ideológica en contra de lo que se consideró (y se sigue considerando) como el principal enemigo de la humanidad, el comunismo. Basta repasar la historia para constatar esto. Es muy difícil resumir en poco espacio cómo operan los innumerables factores que intervienen en las actividades económicas y su interrelación con los esquemas sociales y políticos, pero hay evidencia de que en los hechos o resultados, el mercado no equilibra la oferta con la demanda ni determina los precios como se quiere hacer creer a los consumidores. El mercado prioriza al capital sobre el empleo y, por supuesto, no busca el pleno empleo en aras de la llamada productividad del capital que se constituye en el criterio absoluto para la inversión redituable; por el contrario, actualmente, con el cambio tecnológico exponencial, el mercado se beneficia con la eliminación de los puestos de trabajo. El mercado tampoco respeta al medio ambiente, más bien es depredado debido a la sobre explotación de mar, de la tierra y los yacimientos minerales. Aunque aún hay discusión sobre ello, se plantea que el cambio climático se debe al papel depredador humano. En todos los países del mundo los mercados de bienes y servicios operan bajo condiciones de absoluta manipulación; las llamadas preferencias del consumidor, sustentadas en la teoría económica como decisiones racionales de las personas, están determinadas por cuestiones de moda, creación de necesidades tanto por gustos personales como por reposición de artículos por obsolescencia artificial, explotación del ego, etcétera. Como se mencionó en el tema de la democracia, la desigualdad invalida al mercado pues para que éste opere conforme a sus principios, las condiciones de los consumidores deberían ser iguales o muy parecidas, lo cual no sucede en lo absoluto. Resulta también inexplicable que, siendo todas estas fantasías muy evidentes a cualquier observador racional, nuestra racionalidad como consumidores no lo perciba o acepte, aunque el hecho es que, a pesar de que lo contemplemos, como simples consumidores del voraz mercado es poco lo que podemos hacer para modificarlo a nuestro favor, pues estamos totalmente supeditados a los caprichos de las corporaciones que controlan las operaciones comerciales. Y algo fundamental, los mercados no son algo etéreo que surgió espontáneamente en la naturaleza, los mercados tienen dueño. De hecho, en un análisis estructural debería hablarse de dueños más que de corporaciones; éstas aparecen, desaparecen, se fusionan, se fraccionan, se disfrazan, etc., a conveniencia, pero hacerlo conlleva acusaciones de desarrollar teorías de la conspiración, muchas veces con mortales resultados.
Las circunstancias descritas que ejemplifican nuestra realidad las vivimos todos, pero no todos somos conscientes de ellas; de hecho, creo que muy pocos las asimilamos. Y la razón patente es que muchos parecemos olvidar que somos exclusivos poseedores del don del razonamiento, que es el elemento que otorga el sentido a nuestras vidas. Por ello debemos llegar al fondo del asunto y averiguar qué es lo que provoca esa carencia del ejercicio del raciocinio. Esto es otro asunto que la Antropología, la Psicología y la Sociología evolucionistas deberían ayudarnos a desenmarañar.
Si nos referimos al terreno de la política pública, tema central de este trabajo, el statu quo debe contemplarse como el plazo inmediato, el ahora, por donde debe empezar la atención y aplicación de toda política. Si esto no se toma en cuenta, la política no tendrá bases reales de sustento que le permitan tener éxito. Los economistas hacemos mucho hincapié en los plazos tanto para la aplicación de las medidas como para los resultados esperados, y normalmente consideramos el corto, el mediano e insistimos mucho en el largo plazo por la consolidación de los resultados, pero tendemos a olvidar el primero de los plazos ―la teoría económica no lo contempla― que puede ser más decisivo que los subsiguientes, porque no considerarlo implica que las restricciones impuestas por el statu quo anulen la efectividad de las medidas de política diseñadas para atender problemas que seguramente fueron creados por el statu quo mismo.
Pretendería que este ejercicio que estoy realizando llegara a ser considerado y asimilado no sólo por las nuevas autoridades que resulten elegidas en las próximas elecciones federales y locales, sino también por los ciudadanos en general, dado que todos formamos parte del Estado y debemos participar en todos sus procesos. Por ello es fundamental que conozcamos y asimilemos estos conceptos.
Una política pública que no se desarrolla en su dimensión holística, que no empieza por atender el ‘ahora’, que no busca corregir el statu quo involucrando alcomportamiento humano y que no toma en cuenta la desigualdad predominante en la sociedad, está irremediablemente condenada al fracaso. EP
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