En esta entrevista, María Herrera y Juan Carlos Trujillo Herrera, fundadores de la Brigada Nacional de Búsqueda, reflexionan sobre “hermanar el dolor”, un concepto que han desarrollado para dotar de una identidad colectiva a la lucha de todas y todos aquellos que día con día buscan a sus familiares desaparecidos.
Hermanar el dolor: breves reflexiones sobre el camino andado de Juan Carlos y doña Mari
En esta entrevista, María Herrera y Juan Carlos Trujillo Herrera, fundadores de la Brigada Nacional de Búsqueda, reflexionan sobre “hermanar el dolor”, un concepto que han desarrollado para dotar de una identidad colectiva a la lucha de todas y todos aquellos que día con día buscan a sus familiares desaparecidos.
Texto de Eber Huitzil 11/12/23
“Es fuerte verte a ti mismo en el paso del tiempo”, nos dijo Juan Carlos al final de la primera proyección que hicimos del documental Así buscamos, así amamos. Durante dos horas, Juan Carlos Trujillo Herrera se vio en un repaso fugaz junto con otras buscadoras y buscadores para hablar sobre los lugares a donde la búsqueda los ha llevado, sobre el recorrido que él y su madre, doña Mari Herrera, han hecho tratando de encontrar a sus cuatro hermanos: Raúl, Jesús —desaparecidos hace 15 años en Guerrero—, Luis Armando y Gustavo —desaparecidos hace 13 años en Veracruz.
No se trata de revisar con melancolía las fotografías de la infancia resguardadas en algún álbum viejo, ni de evaluar cuánto pelo menos se tiene o cuántas arrugas más. Se trata de una búsqueda incansable de tres lustros que difícilmente se pueden resumir pero que ha florecido, por ejemplo, en algunas cosas tan importantes como la Brigada Nacional de Búsqueda o la Red de Enlaces Nacionales. Y es que, sin duda, la familia Trujillo Herrera es ahora un referente de las y los buscadores de personas desaparecidas en el país, por su capacidad de estrechar lazos, por su capacidad de compartir y de construir colectivamente, por poner siempre al centro la máxima de la Red de Enlaces Nacionales: “Buscando nos encontramos”.
La intención de la entrevista presentada a continuación no es ahondar en un recuento del pasado lleno de injusticias y dolor, sino más bien tratar de compartir un poco algunas reflexiones breves sobre ese andar que se ha transformado una y mil veces, pero que continúa teniendo exactamente el mismo objetivo: “encontrarlxs”.
Eber Huitzil: ¿Cómo se ven ahora, en este momento, cuando voltean a ver el camino recorrido?
Doña Mari Herrera: A mí me deja la sensación de que hemos hecho lo que hemos podido hacer; incluso nos hemos esforzado por lograr que nuestras cosas salgan bien. Sigo diciendo que no tenemos los conocimientos plenos que debiéramos tener, pero, buscando con el corazón, se encuentra y se logran muchas cosas. Es lo que yo le digo a las compañeras, que si le echamos todos ganas, pero sobre todo si convencemos a la sociedad de que voltee a ver el esfuerzo y se una, es la única forma que vamos a estar del otro lado, porque mientras la sociedad siga apática, siga normalizando esta situación… créeme que me da un frío tremendo el pensar que no lleguemos ahí.
Pero con todo lo que se está haciendo, lo que se está viendo, creo que vamos por buen camino y esperemos que sí se pueda lograr el objetivo, porque la verdad es que esto es desesperante, es doloroso el pensar que nos estamos yendo. Se nos han ido muchas madres: unas asesinadas, otras por enfermedades, sin lograr el objetivo. Yo creo que es lo más doloroso para el momento de la despedida: el no poder decir: “Logré mi objetivo”, llevar a mis hijos a un lugar digno, que estén en un espacio donde tengan el reconocimiento de toda la familia, que sientan que están ahí.
Juan Carlos: Yo creo que los primeros choques que tuvimos fueron los emocionales. Ver la frustración de las familias que estaban en las reuniones con el procurador de la República, con fiscales, con la Secretaría de Gobierno, y ver la manera discrecional de cómo le daban a unos una cosa a otros otra… cuando la necesidad era general y nos atravesaba a todos. Yo me ponía a pensar: “¿A poco puede haber tanto dolo en una persona?”; y estamos hablando de personas que representan al país, de la institución, que saben que el dolor es general y buscan cómo darle una aspirina para que no le duela tanto, por diez minutos, a una familia que no tiene a su familiar.
Y eso nos hacía reflexionar. Como ya decía mi mamá, Javier [Sicilia], el Movimiento por la Paz, nos enseñó no a hablar por las personas desde la parte central del país, porque este país es centralista, sino a voltear a ver a las comunidades, a los estados. Uno como familia tiene otra necesidad y otra visión de hacer las cosas. Entonces, cuando nos vamos a recorrer el país había una desconfianza enorme. Inclusive hablábamos del Movimiento por la Paz, algo que a nosotros nos hacía tanto sentido, y la gente nos decía: “No queremos saber nada del Movimiento por la Paz; pasaron, se llevaron nuestra información”. Y quizás no de mala manera. El Movimiento pasó y no sabía qué hacer con esa información, no sabía qué hacer con las familias, nadie sabíamos qué hacer con nadie.
Y comenzamos a trabajar con las familias. Trabajo en reciprocidad; aunque no teníamos nada nosotros, lo que ofrecíamos era la información que ya habíamos acumulado a lo largo de los años para que eso pudiera servir como punto de gestión para intentar avanzar. Sí fue muy triste tener que estar recorriendo los estados y tener que convencer a la gente de que esto no era lo mismo y las únicas cosas que teníamos eran las ideas que teníamos en la cabeza, puras ideas para desarrollar. Prometer una propuesta firme y consolidada, pues no existía.
Pero decíamos nosotros: “Algo va a pasar, estando juntos algo va a pasar”, y ver cómo ha pasado el tiempo, ver que hoy con la desaparición de los 43, mencionado en el documental, esas reflexiones de las marchas que yo pensaba: “¿Qué sigue después?”. Estar en la marcha caminando y decir: “Pues sí, me van a convocar, estoy, sigo”, pero en términos prácticos: “¿Qué sigue hacia adelante?”. Es seguir llorando, seguir implorando, seguir generando una situación de descomposición en tu cuerpo, con los corajes, con las frustraciones, con las impotencias; o es pensar en algo que nos haga dar un paso adelante y ahí no sabíamos ni qué. Pero con este proceso construido con los otros desaparecidos de Iguala, el haberlos conocido y la propia necesidad que ya teníamos como familia en el estado de Veracruz, nos hizo pensar que, sumando todos los complementos, podíamos tener una realidad diferente.
Y es bonito darnos cuenta cómo en la Primera Brigada se logró darle la vuelta al Estado, en todas sus instituciones, para poder evidenciar la realidad del país. Pero hoy en día es tan astuto el gobierno que ha sumergido, controlado y administrado el dolor de las familias, prometiéndoles que van a seguir buscando, pero de una manera dolosa, administrando su dolor, y creo que hoy, 2023, ha sido un año muy difícil, al menos para mí. La pandemia nos metió en una crisis de paralización y ha sido muy complicado echar a andar el proceso de movilidad. Hoy se genera la misma situación de crisis que hubo en 2014, 2015, 2016, que es el contexto donde nace la Brigada Nacional de Búsqueda.
Yo creo que estamos obligados a replantearnos como personas, como familias, como organización, para ver cómo esa fuerza que no nos dábamos cuenta que teníamos, que existía… es de los grandes retos. Estas reflexiones que estamos haciendo ahorita las hacíamos luego en la casa, entre mi mamá, Miguel y yo: “¿Qué vamos a hacer en adelante? ¿Qué sigue? ¿Nos vamos a quedar?”
Inclusive el tema de la Brigada era muy cuestionado entre nosotros, porque me acuerdo que Miguel y Ceci, que en paz descanse —la esposa de Mario Vergara—, decía: “Es que, carnalito, vas ir a Veracruz pero nadie tiene capacidad de sostener lo que puedan hacer, lo que salga, no lo van a sostener”. Y hubo un momento en el que dije: “Lo que salgan no ocupa sostenerlo, con que salga cambia la cosa, con eso. Que se sostenga solito el día de mañana. Y que la propia Brigada, o Brigadas de Búsquedas Nacionales, se sostengan solas.” Pero no es suficiente.
Creo que es bonito. La verdad es que pega, a mí me pega mucho. Cada que nos vemos, trato de no ver los videos, las entrevistas, porque no sé… de un tiempo para acá como que me hice más chillón. Y veo y, a lo mejor me mueve la propia debilidad de la pandemia, me bajó un poco ese coraje que sentía, que tenía, de impotencia, de querer comerme lo que fuera, y ya la parálisis facial, que me paró mucho también, me ha hecho reflexionar mucho en cómo me he descompuesto en el cuerpo, por dentro.
Eber Huitzil: Hace poco veía de nuevo los diálogos de Chapultepec con Calderón. Vi a doña Mari y luego veo el documental: la veo en una reunión con el papa, la veo en Times como una de las 100 personas más influyentes del mundo, en otras partes, y me pregunto: ¿En qué momento, doña Mari, empezó a hablar de “hermanar el dolor”?
Doña Mari: Yo ahorita, viendo todo esto, no me la creo. Siento que no es realidad, porque si tú te imaginaras todo lo que tuvimos que vivir como familia… y por eso entendemos a las familias. Por eso hablo yo de “hermanar el dolor”, porque la verdad es que toda la familia quedamos súper desgastados, como he dicho siempre, física, emocional, económicamente.
Mi hijo Rafael, que fue el que empezó a hacer las denuncias, lo traían… no te imaginas. Y él se cansó, se fastidió; estaba tan indignado que me decía: “¿Cómo es posible que esta gente no sea capaz de pasarse la información que ya se les dio en un determinado lugar, para no hacerte vivir todos los días el mismo dolor, el mismo proceso?”. Él llegaba desgastado, no quería comer, molesto, se ponía sus manos, aquí en su cabeza, se apretaba y decía que ya no aguantaba. Se cansó de tal forma que dijo: “Yo ya. Voy a ver de qué otra forma los puedo ayudar, pero yo ya no quiero andar en eso, porque esta gente —dice y tenía razón— nomás se está burlando de nosotros”.
Y pues ahora sí que se nos fue. Lo único que hacía yo era decirle: “Hijo, necesitamos dinero para esto, necesitamos para lo otro…”, y él empezó a conseguir, porque lo conseguía, porque ningún negocio te da para hacer lo que estás haciendo. Y en una ocasión me dijo: “Mamá, te quiero decir algo. Ya no puedo, porque la verdad es que ya no hay quién me preste. Ya no puedo ni siquiera pagar los réditos”. Decía: “Ya no puedo, ya no me alcanza, la deuda sigue ahí y yo nada más estoy pagando lo que me van cobrando, y la verdad ya no”, como diciendo: “Ya no me pidas porque ya hasta aquí llegamos”.
Y toda la familia quedó tan destruida, tan dañada, tan mal, que yo, ahora que recuerdo mi infancia y veo cómo mi abuela nos anheló tanto, mi abuela materna, yo ahora no he podido darme ese gusto de estar con mis nietos, disfrutarlos, estar con ellos. Ni con mis niños de mis hijos desaparecidos, que veo que se sienten abandonados por mí porque piensan que estamos haciendo nada por acá; como que no entienden. Y con los que tengo ahí, cerca, de igual manera, por andar de un lado para otro, nunca podemos tener o sentir ese calor, esa unión de familia porque también han sufrido, han sufrido mis hijos. Se sienten abandonados. Luego el cambio de escuelas tan seguido ha sido una cosa tremenda.
Por eso yo entiendo perfectamente bien a los migrantes, porque nadie se imagina cómo se sufre cuando llega uno a salirse de su casa, de su hogar y se enfrenta a tantas adversidades que no sabes ni cómo solucionarlas, ni cómo enfrentarlas. Es lo más doloroso, porque, te digo, a estos niños les arrebatamos la infancia, a todos los niños. Porque los hijos de Carlos, de Miguel, de una escuela a otra, apenas estaban empezando los niños a acomodarse, a conocerse entre sus compañeros, cuando ya vámonos a otra escuela.
Anduvimos aquí, allá, luego en otro lado, nos regresamos y otra vez. Han sido cambios tremendos para esos niños. Todo eso los desestabiliza de tal manera que luego dices: “¿Cómo le hago?, ¿qué hago?”. Es un sufrimiento, es un dolor. Por eso yo entiendo a las familias, y he hablado siempre de “hermanar el dolor” porque la verdad es un dolor indescriptible, que no sabes cómo llamarle, porque aprendes de todo, sientes de todo, te duele todo lo tuyo y todo lo de los demás.
Juan Carlos: Algo que particularmente me ayuda a mí como familia Trujillo es que ya caminamos entre la parte institucional de abajo, pero no funciona. Buscamos entre la parte delincuencial; tampoco funciona. Buscamos en la parte alta del país, donde están los presidentes de la República, y tampoco funciona. Se han abierto paraguas de leyes, tampoco funciona. Y algo que sí ayuda, y un poco sumado a lo que dice mi mamá, es que, si bien es cierto que hay una situación de saturación de restos, porque hay una “no estructura” de registro mexicano para la identificación, ellos no pensaron jamás que las familias en medio del conflicto iban a salir a buscar. Mientras ellos seguían simulando, mientras las instituciones estaban como medianamente respondiendo…
Pero sí veo con alegría que, a raíz de los procesos de búsqueda, la compañera Maricela Orozco, que comenzó mucho después que nosotros, en las fosas de Santa Fe encontró a su hijo, y encontró con ello la paz, un sentido de vida. Ahorita yo la veo, por ejemplo, en sus fotos y digo: “Solamente por eso todo esto vale la pena”. Y veo a otras familias a las que ya les han entregado a sus familiares, que jamás hubieran regresado a su casa si esto hubiera quedado paralizado.
También, algo que me da tranquilidad, y que es parte de ese hermanar el dolor, es que, aunque el cuerpo se canse, el impulso que desarrollaste se desbordó en todo el país y quizás el día de mañana, Dios quiera, quizás sin estar nosotros directamente en Guerrero, Veracruz, Poza Rica, alguno de los compañeros y compañeras que contagiamos pueda encontrar a mis hermanos. Nada se descarta en un país donde, ahora sí, verdaderamente se está buscando.
Para mí eso si es una realidad. Si hay algo que cambió la vida, que cambió el país, es que en México hay más de 200, 300, 500 o 1000 familias buscadoras que han adoptado el buscar con dignidad. Y me refiero a la búsqueda en campo, porque hay miles y miles de familias que hoy se han convertido en buscadoras y han generado una realidad distinta en el país y eso no se logra si no se hermana el dolor, si no sienten el nuestro, si no compartimos el de ellos; es la única manera en que vamos a poder sacar a este país de esta crisis en que se encuentra.
Eber Huitzil: En todo este camino ha habido varios momentos de nombrarse, de saberse; han pasado por la dimensión de víctima, activista, buscador, constructor de paz. ¿Dónde están ahora?
Juan Carlos: Es buena pregunta, y yo te diría que las familias siempre fueron constructores de paz, pero han sido una figura y un fenómeno de construcción de paz que no ha tenido tiempo de reconocerse.
El hecho de que nosotros desde la Brigada estemos haciendo énfasis en eso va por dos sentidos: primero, que le den un valor al esfuerzo, al amor y a la resiliencia. A la resistencia que han puesto para poder buscar a sus hijos y a los de los demás. Y segundo, que el buscar nos está costando la vida en términos de salud. Creo que el cuerpo se mueve con emociones, con sensaciones, con sentido y con calor humano, y el día que nosotros lográramos desinstalar desde la condición de víctima, con todo el dolor cargando, a las familias y convertirlas en constructores de paz para un país que tanta falta le hace, se entenderán muchas cosas.
No es lo mismo vivir sumergido en esa tristeza, en ese llanto, toda la vida llorando y sufriendo porque la realidad de las familias comienza cuando termina la realidad de un proceso acompañado de búsqueda. Cuando llegas a tu casa, encuentras el espacio vacío, encuentras las necesidades, encuentras esa realidad tan cruel, te encuentras con tu verdadera condición de quién eres.
Pero si logramos que las familias regresen a su casa en este proceso sabiéndose, reconociéndose, valorándose: “¿Qué fue a hacer a una brigada, a un estado diferente, a transformarle la vida a alguien…?”. Es algo que te va a generar algo que se queda como emociones en pausa, en el ser humano, que muchas familias lo tienen. Hay una descomposición emocional cuando tu familiar desaparece, ya no sabes si sigues viviendo, si estás muriendo o qué sigue para tu vida, si la formación que les dejas a los que vienen va a tener algún sentido o se lo van a quedar si te vas tú mañana. Esa sensación en las familias te perjudica, te mata. El saber que, a raíz de mis hermanos, se ha encontrado un proceso de construcción diferente en el país…
Yo siento que mis hermanos, donde estén, estoy seguro de ello, están orgullosos de lo que hemos podido hacer. Y eso te pone en un nivel diferente y te saca de una situación donde el dolor te está acabando, y al menos yo veo oportunidades, pues tenemos hoy de donde insistirle mucho a las familias: que lo vean, que lo reconozcan, que se asimilen, que se sientan como constructores de paz en el país.
Por ejemplo, cuando estábamos con mi mamá, nos decía diario: “Vamos a SEIDO a ver qué nos dicen”. Y uno no es tonto. Miguel, mi hermano, es muy astuto; veíamos cómo nos disfrazaban el dedo, todo lo decían al revés, nos cambiaban las cosas; ibas a que te dijeran lo mismo, y ya no hallaban qué decirte. Y hubo un momento donde nos costó mucho trabajo hablar con mamá: ”Ya, mamá, ya no queremos que sufras, no nos dicen nada porque no lo estaban buscando”.
En este momento, si hay alguien que sí está buscando a mis hermanos son las familias que pudimos abrazar, hermanar y potencializar. No son las instituciones pues, dicho sea de paso, hoy estoy seguro de que el expediente de SEIDO está archivado; estoy seguro de ello. Entonces, son las familias las que mueven.
Eber Huitzil: Es un proceso que va y viene, ¿no?
Juan Carlos: Y hay que respetar los procesos de cada quien, cuando le toque.
Doña Mari: Hace poco me preguntaban cómo me sentía porque me llamaron para, supuestamente, darme un reconocimiento como una de las mujeres más importantes del mundo. Y yo digo: “¿Cuál importante?”. En otros lugares, en otros espacios, reconocen tu trabajo o te ven, pero en tu casa, tu pueblo, tu comunidad, México, aquí, no hay ni quién. Y yo no digo porque quiera eso, sino porque valoren el esfuerzo, porque la verdad estamos dejando la vida en esto. Claro, con el compromiso, con el deseo de encontrar lo que me hayan dejado de mis hijos. Pero, como dice Carlos, también a mí me consuela el saber, y pienso que mis hijos me dejaron una misión, que tal vez no he cumplido al cien, como debería, como tendría que cumplirla, pero siento que hemos estado haciendo todo lo humanamente posible para lograr al menos que otras personas, que otras familias, no se vean inmersas en este mar de dolor, de sufrimiento, porque es lo que queremos, que esta situación pare; pero, en contra de nuestra voluntad, pareciera que va avanzando, la verdad. Porque este sexenio estuvo peor: más desaparecidos, más gente masacrada; y el presidente sin querer reconocerlo. Y esto es doloroso porque hay momentos en que siento que estamos nadando contracorriente, pero aquí estamos y vamos a seguir hasta donde la vida nos dé, hasta donde las fuerzas nos alcancen, porque es, como te digo, un legado, una misión.
Eber Huitzil: Y veo que no dejan de hacer cosas, de todos modos. Es un malabar impresionante, entre tener tiempo para sentir, actuar, volver a hacer, volver a salir; ¿dónde, cómo continuar?
Doña Mari: Yo lo único que quisiera es no irme de este mundo sin haber dado una sepultura digna a mis hijos. Y al decirte a mis hijos estoy involucrando a todas y cada una de las madres que tenemos a nuestros seres queridos desaparecidos. Yo reflexiono todas las noches y digo: “Dios mío, que amanezca mañana, permíteme amanecer y pues seguir haciendo algo”. Eso parece que es lo que nos da vida, parece que es lo que nos da el impulso para seguir sosteniéndonos de pie. Es muy difícil despertarte sin ninguna respuesta de nada.
Juan Carlos: Creo que ahorita lo que nos toca es poner la mirada en común, que nos pregunten lo que nos quieran preguntar; las reflexiones, las dudas que otros puedan tener. Yo veo que gran parte de la frustración, del dolor, impotencia, enojo, es porque hay un desconocimiento enorme. Creo que si Dios nos prestó la posibilidad de poder compartir, es necesario hacerlo de una manera mucho más profunda y evitar en lo posible que la energía y la vida se les vaya a las familias por desgastes, por problemas o choques entre ellas.
Yo no sé cómo me veo a futuro, pero la verdad no soy nada de lo que yo me imaginé en algún momento de la vida; jamás me hubiera imaginado andar así, andar en esto. Yo me imaginaba otra forma de vivir, de estar, pero nos tocó estar aquí. Entonces, creo que buscar formas que alienten a las familias a que se sientan esperanzadas, en que esto está cambiando por parte de ellas y se reconozcan como una comunidad, va a ser importante.
Yo me veo recorriendo un poco más el país. Insisto, cuerpo y espíritu: el espíritu ahí está, aunque el cuerpo se cansa, y buscando la manera de devolver a las familias lo que en confianza nos han entregado… Quizás será la parte que nos corresponda como familia: hacer una entrega digna de la confianza de 10 o 15 años que hemos trabajado por el bien común. Y lo demás vendrá. Yo cambiaría todo lo que sé por la cuarta parte de lo que hoy me falta por saber, porque eso es lo que nos está acabando, lo que no conoces, lo que no sabes, lo que no entiendes.
Y es que, por ejemplo, vamos a Chiapas porque se quieren organizar y quieren que estemos porque eso fue lo que pidieron. Regresando nos vamos a Michoacán y pasado mañana estamos en Michoacán y el jueves estamos en Morelos para ver la continuidad de las oficinas. Y ni le he dicho a mi mamá, pero el fin de semana nos están pidiendo en Zacatecas: 5 estados en una semana. Estar brincando de un lado para otro, pero crear esa esperanza. El que cinco colectivos de Zacatecas digan: “Sí nos estamos organizando, ya nos hermanamos, ¿ahora qué sigue hacia adelante?”. y que nos pidan: “Es que quisiéramos que vinieran personas de la Brigada, doña Mari, Juan Carlos”, es bonito; o sea, no es bonito por el tema del ego, es bonito porque las familias se organizaron.
Doña Mari: Por la confianza que te dan.
Juan Carlos: Exactamente, y porque te permiten ser quien lleva una parte de la semilla, nada más. Con orgullo porque sí es un orgullo al final…
Doña Mari: El poder dar algo de lo que no te imaginas cómo lograste o cómo lo vas consiguiendo. Compartir lo que vas aprendiendo, porque la vida es una escuela continua; jamás deja la gente de aprender. Yo estoy muy, muy agradecida de ver todo este cariño, todo este respeto que me han dado; me hace sentirme cada día más comprometida, aunque ya no puedo cumplir porque estoy fallando en todos lados, porque hay ocasiones de “ven para acá”, y pues ya no puedo porque ya se empalmó con lo otro. Ahorita lo que hacemos es dividirnos con Carlos: uno para acá, otro para allá. Es mucho, pero no se siente el cansancio cuando lo haces con amor, con voluntad.
Juan Carlos: Y, por ejemplo, que dos buscadoras que han participado en la Brigada nos pidan estar porque ya se organizaron todas las familias y porque todos los colectivos de Zacatecas quisieran sentarse para platicar con la Brigada y hacer escuela, es una cosa que te llena de orgullo.
Doña Mari: Una escuela no reconocida. EP
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