Este mes, Susana Chacón cuenta la experiencia de Yasuaki Yamashita, uno de los pocos sobrevivientes de Nagasaki.
Observatorio Internacional: Hiroshima y Nagasaki más allá de Oppenheimer
Este mes, Susana Chacón cuenta la experiencia de Yasuaki Yamashita, uno de los pocos sobrevivientes de Nagasaki.
Texto de Susana Chacón 31/08/23
Este verano de 2023 se estrenó la película Oppenheimer en la que se relata cómo el mismo Oppenheimer, a la cabeza de un importante grupo de científicos de talla internacional, desarrolló el Proyecto Manhattan para la creación de las bombas nucleares en Alamos, Texas, con el presupuesto del gobierno estadounidense. Ninguno de estos científicos conocía realmente el alcance ni el daño físico, material y humano, ni los alcances o las consecuencias que ocasionarían. Contaban con el mandato de desarrollar armas nucleares y por supuesto lograrlo antes que los alemanes o que sus propios aliados, los soviéticos. El gobierno de EUA buscaba terminar la Segunda Guerra Mundial y al utilizar estas bombas lo logró. Nunca se preguntaron cuáles serían las posibles consecuencias ni el daño que causarían. Lo importante era contar con las bombas y demostrar su superioridad mundial. Sin duda, lo lograron con creces.
A partir de ese momento, en 1945, hace 78 años, el 6 de agosto se vivió el ataque nuclear con una bomba de Uranio a la Ciudad de Hiroshima y el 9 del mismo mes, a las 11 de la mañana con 12 minutos, el ataque se dio con otra bomba de plutonio sobre la Ciudad de Nagasaki. Para ese momento, cerca de 63 ciudades japonesas habían sido antes prácticamente destruidas con bombas no nucleares. Japón estaba ya muy débil y buscaba rendirse y lograr un acuerdo de paz. No obstante, las armas nucleares fueron lanzadas y sus consecuencias fueron aterradoras. Estados Unidos confirmó su superioridad ante la naciente potencia y quien sería su futura rival, la Unión Soviética.
Más allá de los ataques nucleares en ambas ciudades, platicar con uno de los pocos sobrevivientes de Nagasaki, Yasuaki Yamashita, es una vivencia que quiero compartir con ustedes. Residente de San Miguel de Allende, Guanajuato, desde finales de los años noventa y particularmente a partir del año 2000, y amigo siempre, ha compartido con nosotros su experiencia y, desde un aspecto muy personal, lo que le tocó vivir. En una reunión con él, este pasado 29 de agosto, platicamos algunas cosas que nos comparte miradas poco conocidas. No trato de transmitir su historia completa, pero sí algunos pasajes tan significativos del momento del ataque que nos permiten comprender las consecuencias de una guerra nuclear para lo que nada tenía que ver con la vida cotidiana de quienes fueron asediados.
Nagasaki no era el objetivo militar originalmente, la bomba se debió de haber soltado sobre la ciudad de Cocora, pero como un día antes había sido atacada, estaba totalmente incendiada y no ofrecía visibilidad. El piloto militar estadounidense no podía regresar con la bomba, pero tampoco tenía suficiente combustible para ir a otra ciudad más alejada, con un peso de más de cuatrocientas toneladas, por lo que decidió soltarla en Nagaski. No en el centro de la ciudad, sino en la zona cercana al mar. De ahí, él se siguió a Okinagua, Ciudad ya ocupada por el ejército norteamericano. Por esta razón, la población de Nagasaki no estaba preparada cuando se empezaron a escuchar las alarmas que significaban que era necesario ir a un refugio para protegerse. Normalmente los niños jugaban en la montaña a cazar insectos. Ese día Yasuaki, entonces con tan sólo seis años de edad, se quedó en su casa y jugaba solo, cuando su hermana les avisó que en la radio informaban que había un avión misterioso sobrevolando la ciudad y que había que protegerse. Su madre les dijo que entrarían al refugio de la casa. La mayoría de las casas japonesas contaban con pequeños refugios que eran realmente hoyos. Su hermana se adelantó. Al momento de que su madre tomó a Yasuaki de la mano, se vio una luz muy fuerte seguida de una gran explosión por lo que sólo pudo cubrir completamente al niño con su propio cuerpo. No alcanzaron a entrar al refugio en el que estaba su hermana. Al llegar ahí, ella les dijo que sentía que le había caído aceite. Al no saber lo que significaba lo nuclear, en Japón se creía que les lanzarían algún tipo de aceite para acabar con ellos. Al salir de su casa en medio de la penumbra y rumbo al refugio de la comunidad, se dieron cuenta de que la cabeza de la niña estaba llena de vidrios incrustados y que lo que corría era sangre y no aceite, por lo que su mamá la limpió con mucho cuidado y se encaminaron al refugio comunitario.
Ya ahí, junto con vecinos y amigos y, después de muchos días de silencio, dolor, obscuridad y pérdidas —incluida la de uno sus amiguitos que sí fue a la montaña y acabó totalmente quemado—, seguían viendo que Nagasaki continuaba ardiendo en llamas y en el refugio no había nada de comida. Se encaminaron en búsqueda de ayuda con algunos parientes agricultores por lo que tuvieron que pasar a pie, por el lugar del epicentro de la bomba. Todo y todos estaban completamente calcinados, edificios y personas. Su casa estaba como a 2.5 kms del epicentro y el daño había sido gravísimo, pero menor. En el epicentro, donde cayó la bomba, todo se perdió; la ciudad se perdió. Al llegar con sus familiares, tampoco tenían alimentos. Para Yasuaki, de seis años, el regreso por el mismo camino fue mucho más doloroso que atravesar el infierno. Todavía hoy, carece de palabras para describir tanto dolor. La población japonesa estaba agotada. Tan sólo en Nagasaki murieron cerca de 70,000 personas y en Hiroshima, 140,000 más. Nagasaki es una ciudad rodeada de montañas por lo que las radiaciones se fueron hacia el mar mientras que Hiroshima que es una ciudad abierta, a las radiaciones no las contuvo nada por lo que murieron el doble de personas. El padre de Yasu de 50 años, por edad no podía estar en la guerra por lo que después de la explosión, el gobierno lo llamó para que fuera al centro de la ciudad a quemar cadáveres que, por su cantidad, no podían enterrar. Eran tantos que no los pudieron quemar a todos, por lo que decidieron taparlos y sobre de ellos, reconstruir la ciudad cerca del centro. Quienes estuvieron trabajando en esa zona, como el padre de Yasu, desconocían los efectos posteriores por las radiaciones, por lo que tanto él como muchos otros trabajadores, murieron también muy pronto o algo de tiempo después.
Aunque médicos japoneses empezaron a investigar los sucesos y efectos nucleares, a finales de agosto que entraron los estadounidenses, censuraron toda posibilidad de hablar de la bomba atómica, por lo que nadie sabía realmente lo que sucedía ni lo que significaban las consecuencias que continuaban viviendo. Después del lanzamiento de las bombas, y como consecuencia de lo mismo, siguieron lluvias de cenizas radioactivas posteriores y en diferente momentos, que al tampoco saber lo que eran, ocasionaron la muerte de muchos más. Por otra parte, por falta de alimentos muchas otras personas morían de hambre. Arroz era imposible de conseguir; si acaso, papas o camotes. Cada persona debía salir adelante para sobrevivir por sí misma y tuvieron que reconstruir sus propias casas sin apoyo alguno del gobierno que nada tenía que ofrecer. En Tokio, por ejemplo, 60% de la población no tenía casa dada la gran destrucción. El 35% de todos los hogares japoneses estaban destruidos.
Ya en preparatoria y de adulto, Yasuaki trabajó en el hospital de la bomba atómica en Nagasaki después de haber pasado dos años enfermo como consecuencia de los efectos del ataque. Fue hasta ese momento, ya trabajando en el hospital y en el que se dieron múltiples casos de cáncer y leucemia después de la guerra, que se concientizó de que era un sobreviviente de la guerra. Por esta razón, vivió entonces de discriminación por parte de sus compañeros. Dado que era un sobreviviente y por lo tanto, un posible transmisor de daños desconocidos por haber recibido alguna radioactividad, nadie lo quería cerca. La mayoría de los sobrevivientes sufrieron de discriminación. Muchas mujeres y hombres discriminados optaron por el suicidio antes que seguir solas. Dicho sufrimiento, por sus vivencias en el hospital, lo llevaron a optar por dejar Japón. Buscó salir del país y se abrió la posibilidad de venir a México en 1968 para trabajar en las Olimpiadas. Llegó a manejar una oficina de prensa japonesa pues había estudiado administración de empresas. Se encargó de todos los periodistas y después de las Olimpiadas cerró esa oficina y se quedó a vivir aquí. Su estadía en este país no será, en este momento, relato de este texto.
Dejo hasta aquí parte de su historia después de compartir con ustedes las vivencias de alguien que, aún hoy, sufre las consecuencias no sólo de una guerra sino, en este caso, de un ataque nuclear. La población está siempre expuesta a ser dañada por las decisiones de los gobernantes y de los países con intereses hegemónicos. Una guerra nuclear nada tiene que ver frente a una convencional. Hoy y después de tantos años, estamos a tiempo de evitar daños mayores a poblaciones que nunca serán las responsables de dichas decisiones y que. sin embargo, están expuestas a las consecuencias de todas las guerras. EP
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