Desaparición. Purgatorio y frontera

¿Cómo entender el espacio que nos ha legado la guerra contra el narcotráfico y la crisis en materia de desaparición? Este ensayo explora la relación entre purgatorio, desaparición, frontera, sufrimiento, castigo y colectividad.

Texto de 25/07/23

Frontera México Estados Unidos

¿Cómo entender el espacio que nos ha legado la guerra contra el narcotráfico y la crisis en materia de desaparición? Este ensayo explora la relación entre purgatorio, desaparición, frontera, sufrimiento, castigo y colectividad.

Tiempo de lectura: 11 minutos

Desaparecieron todos
Desiertos de amor

Raúl Zurita

“La violencia es el tema de nuestra generación”. Fueron las palabras que pronunció  un amigo mientras pensábamos que hemos visto la transformación política, social y cultural de un país que atraviesa por lo que, en 2006, Felipe Calderón denominó como una guerra contra el narcotráfico, la cual ha tenido como consecuencia la desaparición de más de 100 mil personas. El proceso de cambio al que hemos asistido tras el inicio de la guerra nos plantea preguntas sobre cómo y a partir de qué vivencias entendemos y nombramos el alcance disruptivo de la desaparición en la vida de las víctimas, pero también sobre la forma en que otras personas percibimos el espacio. El acompañamiento que he realizado desde hace tiempo a mujeres buscadoras que viven en la ciudad de Tijuana me ha llevado a pensar que la desaparición, debido al sufrimiento prolongado que induce, se asimila al tránsito tortuoso que se realiza por un purgatorio.

Fotografía: vista al mar
Foto: Valeria Gutiérrez Vega

Entender la desaparición a través de la idea de purgatorio ha implicado reflexionar —a partir de los relatos y  experiencias de las buscadoras— sobre los significados polivalentes de esta condición. Esto es importante ya que no es posible, ni es mi intención, elaborar una interpretación general sobre las experiencias individuales de la desaparición y la búsqueda; por otro lado, si bien la desaparición representa un evento desgarrador que ha desestructurado la vida de las buscadoras, cada una de sus historias da cuenta de las especificidades que este evento ha impreso en sus vidas. Teniendo esto presente, si bien considero el purgatorio como una representación espacial y simbólica de la desaparición, esta reflexión sólo ofrece un muestreo de pistas que orientan el entendimiento de la transformación del espacio, en tanto que esta es producida y gestionada por elevadas dosis de violencia estatal que, a través de una política de tolerancia ante la desaparición, han sembrado a lo largo del país espacialidades del sufrimiento. En ese tenor, los significados que se derivan de la triangulación entre espacio, purgatorio y desaparición son diversos y se construyen, en última instancia, a partir de la vivencia de quienes encarnan los efectos de la desaparición.

Las ideas que se exploran sobre el purgatorio abordan su constitución como producto de la espacialidad del sufrimiento. Los significados que se le atribuyen se hilan con un imaginario fronterizo que se sitúa en Tijuana, con las heridas de la desaparición que se han producido en esta frontera y con las sensaciones que se desprenden de un estado de sufrimiento social inducido por las desapariciones de la guerra. Asimismo, se explora cómo las buscadoras han remontado el curso de sus vidas. En medio de un purgatorio, ellas oponen el peso de la memoria al del olvido y el silenciamiento del Estado. El purgatorio es dolor y pena, pero también es un lugar donde crece esperanza. El territorio donde tiene lugar esta reflexión ha sido la ciudad de Tijuana, precisamente una frontera que representa un lugar de tránsitos y cruces interminables.

Fotografía: Mujer buscadora en un terreno con piedras
Foto: Valeria Gutiérrez Vega

Frontera y herida

En el medio del camino

 Raúl Zurita

La frontera es un estado de transición; lugar de indeterminación. Localizada entre un inicio y un final, es un espacio de superposición donde lo indeterminado y lo preciso se indistinguen en el encuentro con una línea. Es un punto de tránsito donde algo está a punto de comenzar porque, a su vez, está por acabar, pero en la frontera ese tránsito culminante se halla suspendido. Para Gloria Anzaldúa, la frontera entre México y Estados Unidos no sólo era un lugar indeterminado, era un lugar de  encuentro, donde el Tercer Mundo y el Primer Mundo chocan y se desgarran. “The U.S.-Mexican border es una herida abierta where the Third World grates against the first and bleeds” (Anzaldúa, 1999 p. 25). Un lugar desgarrado donde se perpetra una marca que es herida. La herida que se sitúa en esta línea es la de las desapariciones de la guerra.

En el medio del camino, la frontera es un linde situado entre el infierno y el paraíso, un purgatorio que no es vida ni es muerte. La frontera como purgatorio es un lugar de condena, pena y expiación, un intersticio que eternamente buscará ser abandonado por las vidas que han quedado atrapadas y suspendidas ahí. Las miles de desapariciones en el país, producto de la guerra contra el narcotráfico, han quedado varadas en esta frontera que es purgatorio, donde tanto vida como muerte se encuentran suspendidas y la existencia se encuentra herida. Como se puede leer en un discurso del dictador argentino Jorge Rafael Videla:

Si al desaparecido se le encuentra vivo tendría un tratamiento “a”, si al desaparecido se le encuentra muerto tendría un tratamiento “z”, mientras sea desaparecido no puede tener ningún tratamiento especial, es una incógnita, es un desaparecido, no tiene entidad, no está ni muerto ni vivo, está desaparecido” (Discurso de Jorge Videla, 1979).

Entre el infierno y el paraíso se ubica el umbral entre vida y muerte: la desaparición de una persona, la ausencia del cuerpo, la incertidumbre y la zozobra que acompaña siempre la pregunta por saber “¿dónde están?”, la necesidad de encontrarlas. La frontera como un purgatorio se refiere al tránsito en el que han sido condenadxs a vivir tanto los cuerpos desaparecidos como quienes los buscan. Ambos habitan este portal entre la vida y la muerte, un umbral que es muerte en vida.

Fotografía: Dos mujeres buscadoras en un terreno con hierbas.
Foto: Valeria Gutiérrez Vega

Sufrimiento

En el medio del camino
¿Quién hablará de la soledad del desierto?

Raúl Zurita

¿Cómo se prepara el cuerpo para una pérdida?, ¿cómo se hace para dejar ir a una persona que no ha dejado de estar, pero a la que se le ha impedido volver?, ¿puede el recuerdo de la ausencia atrapar una vida? Para 2022, de acuerdo con cifras de la Fiscalía Estatal, Baja California contaba con más de 14 mil personas desaparecidas, y Tijuana era el municipio que concentraba más desapariciones en el estado. Esta frontera material y simbólicamente se ha transformado en purgatorio donde el estado de suspensión no sólo se ciñe sobre los cuerpos ausentes, sino que se extiende sobre sus familias, sobre las personas que los buscan —la mayoría mujeres. La frontera es una herida que se abre entre dos mundos: el purgatorio es un desierto plagado de incertidumbre y dolor.

Quienes han perpetrado las desapariciones han inscrito un daño irreparable: “En la desaparición de personas el daño es ‘aún más radical’ se borra ‘la muerte’ y la existencia de la persona” (Carbajal, Monárrez, Medina: 2020: p. 91). En las palabras de una madre, lo que este limbo quiere decir es que le han “mutilado una parte del alma” y que su vida no puede volver a ser la misma (Diario de campo Valeria Gutiérrez, marzo 2020). A las personas desaparecidas se les ha negado la existencia y la muerte, y a quienes las buscan se les ha impuesto un sufrimiento que ha hecho de sus vidas un calvario donde se sienten como muertas en vida. Esto se refleja en las palabras de las buscadoras; sus testimonios, recabados entre 2018 y 2023, dan cuenta de lo que ha significado este calvario:

Isabel: Tener un hijo desaparecido es morir día a día. Es como una espinita que tienes en el corazón. Y ahí está, sangrando. Se muere uno a ratos y revive uno.
Amada: Éramos bien apegados. Yo crié a mis tres hijos sola y siempre estuve bien apoyada, apegada a ellos y ellos a mí, para todo. Me cambió mi vida en que ya no es lo mismo, ya, como quien dice, estoy muerta en vida.
Consuelo: Pues en mi pecho, es en esta parte de aquí [señala el pecho] como esa falta de, como que te falta algo, porque en realidad aunque uno quiera vivir su vida así normal o como llevar su vida normalmente, siempre, no te quitas eso de la cabeza: ¿dónde estará?, si ya comió, si le pasaría algo. No te lo puedes quitar ni un minuto de la cabeza, aunque tú quieras, aunque la gente te vea que estás normal o que llevas tu vida normal, en realidad no saben lo que uno siente. Yo, para mí, créemelo que a veces prefiero quedarme tiempo extra que venir a las dos de la mañana porque eso de venir viendo todos los cerros, digo “mi hijo está aquí, mi hijo estará tirado aquí” y es algo que me viene dando vueltas toda la cabeza, y ¿qué es lo que hago todo el camino?; venir con el celular o venir entre dormida y despierta.
Valeria: Son los cerros.
Consuelo: Sí, son los cerros los que así me ponen.
Fotografía: Vista de montículos de tierra en un terreno. Al fondo a la izquierda se ven casas.
Foto: Valeria Gutiérrez Vega

Castigo y colectividad en la búsqueda

Te amo más que a nada en el mundo
En el medio del camino
¿Quién hablará de la soledad del desierto?

Raúl Zurita

La desaparición no culmina, es un estado constante de transición. En el medio del camino, la condena que se paga no responde a ningun pecado cometido mas que el hecho de habitar una periferia, vivir en la frontera, ser mujer, ser migrante, vivir en un campo de batalla donde las consecuencias se dirigen a lxs más pobres. Como lo describe Gloria Anzaldúa “A borderland is a vague and undetermined place […] It is a constant state of transition. The prohibited and forbidden are its inhabitants” [Una tierra fronteriza es un lugar vago e indeterminado […] Es un estado constante de transición. Lo prohibido y lo censurado son sus habitantes.] (Anzaldúa, 1999: p. 25). La condena que se paga es la pobreza, ser trabajadora de una maquila, la condena que se paga es la zozobra y la incertidumbre, la indiferencia del Estado, la exclusión y el abandono de la justicia; ¿cuál es la salvación si solo parece haber penitencia? ¿cuál es la salida de este umbral?

No hay un pecado que purgar, sólo un calvario. La única salida para finiquitar ese estado constante de transiciones es encontrar a quien está ausente. La desaparición, como referente ineludible del pasado y del presente, es sufrimiento, pero su inscripción también desencadena una reacción: la necesidad de querer calmarlo o, si es posible, revertirlo. Encontrar a sus hijxs, no caer, sobreponerse al dolor, sostener y sostenerse de otrxs se vuelve necesario para seguir viviendo y, si ellas lo deciden, seguir buscando. En la búsqueda han sentado la posibilidad para poder volver a unir aquello que nunca debió separarse: el nombre del cuerpo. La vida nunca volverá a ser la misma, pero para poder salir de ese umbral hace falta la certeza del cuerpo, es decir, saber que de nuevo nombre y cuerpo se han reunido: 

Consuelo: Hubo momentos, o todavía de vez en cuando hay momentos en los que la ausencia se siente más, hay momentos en los que uno se tiene que hacer más fuerte porque hay otras personas que dependen de ti o que les duele lo que te está pasando y tienes que ser fuerte para que la otra persona no caiga, pero hay veces en los que es difícil y pues no puede uno más. Pero salir a “búsquedas” es una ilusión que te ayuda a decir “lo tengo que encontrar, en algún momento lo voy a encontrar”.
Bárbara: Es algo muy difícil porque la familia se aleja de ti, las amistades por miedo se alejan de ti; el gobierno no te apoya como te debería de apoyar. He pensado, “voy a dejar las cosas así, ya basta, ya si mi hijo está descansando en paz, voy a ir a prender una veladora a la iglesia con una foto de él y pedirle a Dios por él y ya, quiero cerrar ese círculo porque siento que me estoy acabando”; pero digo: “no, es mi hijo y así me lleven junto con él, yo tengo que sacarlo de ahí. Él no es ningún animal para dejarlo en una casa, como si no tuviera quien le diera cristiana sepultura”.
Bárbara: Yo misma me vuelvo a levantar el autoestima al día siguiente, porque hay días que caigo al piso totalmente. No quiero saber de nada, no quiero saber de nadie, no me quiero levantar de la cama, no quiero comer, y si como, la comida no me sabe. Hay momentos que una misma piensa en quitarse la vida. Pero volteas a los lados y dices: “tienes otros hijos por quien ver, tienes que ver por él, que te necesita para que lo saques de ahí, no lo puedes dejar ahí”.
Isabel: Hay muchos misterios que Dios tiene, muchos misterios que tiene la vida y dicen por ahí que el sufrimiento purifica. Yo ya estoy bien purificada. Yo me tuve que ir para Veracruz porque el más chico se me mató, se cayó de un puente. Se mató y luego con Miguel desaparecido. Mi papá también murió y me tuve que ir así[...] Son cosas duras que se dobla uno pero me tengo que levantar. Dios me sostiene y aquí estoy hasta que él diga. No queda de otra.
Fotografía: Mujer buscadora de espaldas. Al fondo se ve el paisaje, montañas y llanura.
Foto: Valeria Gutiérrez Vega

¿Quién habla cuando desaparece una persona?, ¿dónde resuena su voz?, ¿quién la escucha? La potencia de sus voces —lenguajes del dolor—, que señalan el daño y la perdida, vuelve presentes a quienes no pueden testimoniar las injurias de la guerra. La fuerza de su memoria y sus recuerdos mantienen entre nosotrxs a quienes nos seguirán faltando. La resonancia de sus voces ha plagado cientos de lugares para recordarnos que nunca debió ocurrir, que nunca se olvidarán sus nombres, que nunca nada volverá a ser como antes.

En este purgatorio los colectivos de familiares  se  acompañan en el dolor y han sido una fuente de motivación, pues han construido un espacio de contención y encuentro que les ha ayudado a continuar buscando. En este andar han encontrado formas de escucha y reparación sin abandonar la exigencia al Estado de asumir la responsabilidad de encontrar a las personas desaparecidas. 

Bárbara: El salir a búsquedas me ha ayudado mucho porque al encontrar digo: “Gracias, Padre mío, que, aunque no es mi hijo, el saber que otra familia ya va a tener el descanso, que yo muy pronto tendré”; pienso: ”Hoy fue un día que hice algo. Hoy es el día que pudiste cerrar tres o cuatro días malos de dolor y angustia, porque hoy le estás dando la tranquilidad a otra persona”. Si por mí hubiera búsquedas todos los días, todos los días andaría afuera. Es como un escape a la realidad. Mantienes tu mente ocupada, en que no se te tiene que ir un pedacito sin revisar porque ahí puede estar una persona. Tu mente la centras en el momento que estás viviendo, se te olvida lo demás. Cuando pasa, sientes la pedrada otra vez: “Hey, estás en esta realidad”. Pero eso ha sido mi escapatoria: las búsquedas, ir a juntas o pláticas que hacemos con las chicas del colectivo, eso ha sido mi escape para no cometer una tontería.

En esta frontera yo también vine a sanar la herida de una muerte. A buscar respuestas para entender cómo es que la ausencia extenuante ha transformado nuestros espacios. En un país donde es difícil descifrar las lógicas de la violencia y nos han intentado arrebatar las razones y las palabras, las voces de las buscadoras revelan partes de la espacialidad que nos ha legado la guerra y cómo es que han hecho para devolver el sentido a sus vidas y rehabitar su cotidianeidad.

En este texto se plantearon algunas dimensiones que me han llevado a concebir la desaparición como un purgatorio, y cómo los estados, emociones y sensaciones que se encarnan en el tránsito de la búsqueda son elementos que dan cuenta de la percepción y el entendimiento de una realidad y espacialidad que se ha construido a partir de la herida que produce la desaparición. Como señalé al inicio, esto es parte de una lectura propia que se ha basado en el acompañamiento a buscadoras y en mi interpretación sobre los testimonios de búsqueda que he recuperado entre 2018 y 2023 en Tijuana. Consideré pertinente plantear esta analogía entre desaparición y purgatorio como una forma de navegar algunos de los significados de la desaparición. Mientras desarrollaba la idea me percaté de que mi visión del espacio y de cómo lo había entendido se había transformado. A partir del contacto con las buscadoras conocí otra Tijuana, pude mirarla desde otros ángulos; esto me llevó a pensar cómo nombrar los lugares escondidos, las fosas, las sensaciones que se desprenden de ahí, cómo nombrar el olvido, el borramiento, el dolor y la esperanza. Al entender el purgatorio como un estado que induce la desaparición, concibo una atmósfera espectral colmada de espera y dolor que transita y se materializa en los cuerpos de las buscadoras y de forma particular en algunos de los lugares de búsqueda y hallazgo de cuerpos. Los ejemplos de estos lugares se abordarán en otros textos. A modo de cierre dejo una pregunta abierta: ¿la atmósfera del purgatorio es suficiente para dimensionar la transformación del espacio después de la guerra? EP


Referencias bibliográficas

  • Anzaldúa, Gloria, (1999), Borderlands-La frontera, San Francisco, CA, Aunt Lute Books.
  • Carbajal Ávila, Sofía Enriqueta, Julia Estela Monárrez Fragoso, Rosa Isabel Medina Parra, (2020), “Nuevas guerras y crímenes contra la humanidad: las mujeres sin cuerpo y sin espacio”, en Feminismos y derecho: un diálogo interdisciplinario en torno a los debates contemporáneos, Ana Micaelo Alterio, Alejandra Martínez Verástegui, (coord.), México, Centro de Estudios Constitucionales de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, 1era edición, pp. 75- 122.
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