Un texto muy íntimo de María Alvarez Malvido que nos invita a ver las posibilidades de reconocerse queer.
Reconocer, de ida y vuelta
Un texto muy íntimo de María Alvarez Malvido que nos invita a ver las posibilidades de reconocerse queer.
Texto de Maria Alvarez Malvido & Diana Mar 28/06/23
La palabra reconocer se convirtió en una de mis palabras favoritas el día en que me enteré que es un palíndromo. Una palabra que es forma y fondo, porque se lee de ida y vuelta, como un espejo.
Reconocer
Reconocer(me)
Reconocer(nos)
Reconocer, al final. De ida y vuelta.
“Los palíndromos no se inventan, se encuentran”. Me dijo una vez alguien que cuenta ser miembro de algo así como “La sociedad de los palindromistas”, cuando le pregunté cómo había sido la primera vez que había inventado uno.
Reconocer: un palíndromo, un espejo y un recordatorio. No podría decir que lo encontré yo, pero sí que me lo encontré ¿o me encontró?
Así también me encontré recién con el guión de El fin de las primeras veces, una película queer escrita por Rafael Ruíz Espejo. La lectura de una película queer que fue como asomarme a otro espejo, o a un cuerpo de agua, más bien, para reconocerme ahí. Un reflejo con ondas y movimiento en el que encontré las miradas que conozco desde que me reconocí como una mujer queer.
Queer como espectro de posibilidades. Queer porque no sé bien cómo nombrarme. Queer como fuera de la heteronormatividad. Queer as in free, me dijo una vez sonriente una amiga canadiense.
“María, estoy haciendo una película erótica queer, te mando el guión y me dices si te gustaría entrarle?” me escribió Luna en un mensaje y se me aceleró el corazón. Abrí el PDF desde el celular, mientras entraba a mi casa. Abrí la cerradura mientras leía. Así también le di de comer al perro, me serví agua, creo que me preparé una quesadilla y en una posición incomodísima y con la mochila aún puesta, me senté en mi cama a leer por primera vez el guión de una película erótica queer.
Dormí abrazada por una historia en la que me reconocí. Reconocer, pensé. De ida y vuelta.
Reconocí las miradas en las que parece que puede caber toda la incomodidad de un mundo heteronormado, cuando te ve jugando a ser otra cosa de la establecida. Jugando a ser, a amar, a besar, a abrazar. A existir nomás.
Miradas que se sienten. A veces con coraza suficiente para diluirlas en el aire. A veces con un temor que se cuela por el cuerpo y nos regresa a un lugar de discreción que nunca pedimos. A veces pienso que ese temor debería tener su propia palabra para nombrarlo. Reconocerlo y seguir imaginando un mundo en el que no exista.
¿Cuántos besos habrá en el limbo-de-los besos-que-no-nos-damos por sentir esas miradas? ¿Cuántos encuentros de manos, de cuerpos enredados en abrazos se quedarán en un limbo de los afectos? ¿A dónde se va toda la vida que hay en el deseo, cuando no puede ser?
Una vez escuché a una poeta lesbiana hablar de los besos como actos políticos. Porque un beso en la calle, en el parque o en la plaza, que sucede entre una mujer y un hombre, no implica nunca lo que un beso queer en todas sus (¿infinitas?) combinaciones. Un beso queer es uno cargado de una decisión de existir, en un mundo que prefiere lo contrario.
O un mundo que te concede el permiso de existir, pero donde no te veas.
Los besos como statement.
Reconocer las sensaciones que le implican a la familia más cercana reconocerte como una mujer queer. Reconocer los dolores y las distancias.
Re
co
no
ceR
Re-conocerte. Sí, como volverte a conocer, junto con un combo de preocupaciones que no existían cuando el mundo había asumido que crecías dentro de la norma.
Reconocí también otra familia de miradas. Esas con las que nos abrazamos de complicidad, porque las reglas del mundo son otras a las que suceden y se confirman dentro de una mirada en la que te sabes reconocida, reconocido, reconocide.
Miradas respiro, nervio, abrazo y compañía. Miradas que se atreven a desear, o a no hacerlo. Miradas que se atreven a existir.
Reconocerme en aquel personaje que llega de pareja queer a un espacio familiar por primera vez. El recorrido silencioso que emprenden sus ojos para encontrarse con miradas que te reconocen, otras que prefieren no, otras que se incomodan, que lo apapachan para decirle que está en un lugar seguro para ser. Y se ríe y suelta, hasta convertirse en la mano invisible que empuja la cabeza del cumpleañero al centro del pastel para llenarle la naríz de betún.
Reconocer a les amigues que son familia, que sostienen. Que nos reconocen como nos reconocemos, sin proceso requerido. Así nomás.
Reconocer las preguntas que antes no nos atravesaban.
¿Cuándo te diste cuenta de que eras heterosexual? ¿Ya le dijiste a tus papás? Dijo nadie nunca.
La heterosexualidad como la historia que nos narraron al crecer. La historia con la que me narré hasta que me di cuenta que quería habitar otra historia. Que ya me habitaba otra historia en el cuerpo.
Escribir una peli queer es entonces reconocer(nos). En la decisión de existir de cada personaje que teje una historia.
Leer una peli queer es reconocer(nos). Sentir como en un espejo el deseo atravesado por nuestras historias. Y el deseo que atraviesa nuestras historias.
Reconocer las sensaciones que acompañan un descubrimiento expansivo. Hacia adentro y hacia afuera.
Encontrar los lugares donde sentimos que podemos ser.
Narrar las historias donde sentimos que podemos ser.
Narrar nuestras historias para poder ser.
Así como besar, narrar una historia queer es un acto político.
Reconocernos pues, de ida y vuelta. EP
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