En este texto, Claudia Masferrer nos invita a reflexionar sobre cuáles han sido algunas de las selectivas y discriminatorias posturas migratorias de México y sobre la necesidad de volvernos un país más acogedor con toda persona que lo necesite.
Destino México: ¿podemos ser un país incluyente y acogedor?
En este texto, Claudia Masferrer nos invita a reflexionar sobre cuáles han sido algunas de las selectivas y discriminatorias posturas migratorias de México y sobre la necesidad de volvernos un país más acogedor con toda persona que lo necesite.
Texto de Claudia Masferrer 31/05/23
México, el único país de América Latina en Norteamérica, juega un papel clave en el tema migratorio del continente. Pasó de ser un país proveedor de mano de obra temporal a uno de emigración, de tránsito, retorno, inmigración y refugio; y también a ser un país de migración interna y desplazamiento forzado. Históricamente, México ha sido destino de múltiples flujos migratorios. Pero, a pesar de su vocación migratoria, ¿puede convertirse en un país que reciba a las personas migrantes y en movilidad de manera más incluyente y acogedora?
Con el objetivo de reflexionar en torno a esta pregunta, en abril de 2022 abrí un espacio para dialogar con colegas desde el Seminario “Migración, Desigualdad y Políticas Públicas” (MIGDEP) de El Colegio de México (Colmex). Este espacio lo titulé Destino México. Migraciones y movilidades para resaltar nuestra posición como sociedad receptora. A modo de podcast —aunque disponible tanto en audio como en video y acompañado de un texto corto y de referencias para leer más sobre el tema—, cada dos semanas se abre este espacio para reflexionar en torno a esta cuestión.
Por momentos la respuesta a la pregunta inicial se nubla, pero estoy convencida de que sí podemos ser ese país. La muerte de 40 personas en el incendio de Ciudad Juárez, Chihuahua, el 27 de marzo de 2023, y las noticias continuas sobre los intentos de endurecer las fronteras para limitar el acceso a la protección y controlar la movilidad de las personas, las violaciones de sus derechos humanos y las vulnerabilidades que se viven en nuestro país pueden hacernos desconfiar de esa respuesta. Sin embargo, tenemos razones para ser optimistas cuando se desmenuzan las discusiones y analizan las propuestas que se han planteado a lo largo de los 21 episodios publicados hasta el momento.
En México, menos de una persona de cada 100 nació en el extranjero. En 2020, los datos censales ubicaban en nuestro territorio a 1.2 millones de personas extranjeras, de un total de 126 millones de habitantes. Dos terceras partes nacieron en Estados Unidos y es el grupo de migrantes más grande. De ellos, medio millón de estadounidenses es menor de edad, en su mayoría de padres mexicanos. En la conversación con Erika Pani sobre migración y ciudadanía en el siglo XIX se menciona cómo la presencia de extranjeros ha sido siempre menor al uno por ciento (1%) de la población total residente en México. Podríamos pensar que, en comparación con Canadá donde más de una de cada cinco personas nació en otro país, o con Chile donde nueve de cada 100 son extranjeros, por dar un par de ejemplos, no somos un país de inmigrantes.
Sin embargo, noticias de algunos medios pintan con sus titulares la falsa idea de una presencia mucho mayor de extranjeros en nuestro país y se refieren a ellos como “oleadas” o “mareas” violentas que nos azotan. Sí, hemos observado en años recientes un aumento en la llegada de personas a nuestro territorio, pero la alarma y deshumanización de estos medios ha generado reacciones xenófobas, aunque no son necesariamente nuevas. Como nos dice Erika Pani: “Hemos tratado históricamente muy mal a los migrantes”.
Busqué hacer un recuento histórico —no exhaustivo, pero sí minucioso— sobre las políticas migratorias en el pasado. Las conversaciones con Clara Lida sobre la migración de españoles en el México independiente, con Ivonne Szasz sobre la migración de húngaros judíos y católicos, con Daniela Gleizer sobre la llegada de judíos que huían del nazismo y con Pablo Yankelevich sobre políticas migratorias en perspectiva histórica nos ayudan a comprender que, en realidad, tanto las políticas como la sociedad mexicana han actuado de manera selectiva con respecto a las personas extranjeras.
Por muchos años, la llegada de españoles que huían del franquismo, o de uruguayos, chilenos y argentinos que huían de dictaduras y que fueron acogidos en nuestro país, promovió una narrativa de México como un país de “puertas abiertas”. Se resalta en este punto la fundación de mi institución —El Colegio de México, antes La Casa de España en México— gracias al arribo de intelectuales españoles, o la de algunos otros colegios cuyo propósito fue acoger a los menores que llegaron no acompañados desde España y cuya crianza y educación estuvo apoyada por las llamadas cuidadoras de los “niños de Morelia”.
Pero, al reflexionar más profundamente, es importante matizar esta narrativa al tomar en cuenta las medidas más restrictivas ante el exilio de judíos que huían del nazismo o los mecanismos para restringir la inmigración de personas pobres o de aquellos sin altos niveles educativos y que no gozaban de las mismas oportunidades. En este sentido, Alfonso Ruíz Núñez brinda una mirada actualizada de la migración española y explica cómo México acogió de manera relativamente positiva a quienes llegaron después de la crisis económica de 2008 y lograron desarrollar su carrera profesional u ocupar puestos de cierta responsabilidad y prestigio. Y esto no se limita a los españoles. Pensemos que el hombre más rico del mundo vive en México y es de origen libanés.
El intento por restringir la llegada de algunos extranjeros ha convivido con la bienvenida a otros. Como nos explican Pablo Yankelevich y Daniela Gleizer, en ciertos momentos la exclusión fue justificada por motivos religiosos, adscripción étnica u origen nacional, con tintes de xenofobia, racismo y discriminación. La década de los noventa mostró que México podía ser un país abierto a la migración y refugio de centroamericanos. Resulta notable la acogida que se les dio a los guatemaltecos, por ejemplo, que huían de un genocidio brutal y cuya llegada dio pie a la creación de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR) en 1980. En general, las conversaciones con Andrew Selee, Silvia Giorguli, Francisco Alba y Manuel Ángel Castillo destacan la existencia de políticas de asilo relativamente generosas para perseguidos políticos que coexisten con medidas basadas en la contención y el control migratorio, y con políticas de migración y refugio selectivo. Esta noción de selectividad —es decir, que unos parecen merecer más beneficios que otros por ser intelectuales, por tener un grado universitario o por ser de cierto origen— es problemática para poder definirnos como un destino más incluyente.
Esto no es nuevo y lo seguimos viendo el día de hoy. Por un lado, el aumento reciente de personas solicitantes de la condición de refugiado, como lo explica Andrés Ramírez, Coordinador General de la COMAR, ha implicado desafíos institucionales mayúsculos, pues hay recursos económicos y humanos insuficientes para resolver estas solicitudes; de igual modo, se ven exacerbadas las dificultades de las poblaciones en búsqueda de protección debido a que hay políticas migratorias y de asilo restrictivas en otros países de la región, sobre todo en Estados Unidos. Como ahonda Isabel Gil al analizar las tareas pendientes para fortalecer el sistema de refugio, habría avances importantes con la distribución espacial y la implementación de políticas de integración para las poblaciones en búsqueda de protección internacional en nuestro país. Lo que vemos, sin embargo, son concentraciones de personas en lugares delimitados sin posibilidad de integrarse —aunque sea de manera temporal— a la vida laboral, educativa, cultural y social de nuestro país.
La población que solicita refugio, tanto en México como en Estados Unidos, vive largos tiempos de espera, incertidumbre y vulnerabilidad. Esto quedó de manifiesto en el trágico incendio del 27 de marzo, pues se encontró que algunos de los fallecidos esperaban la resolución a su solicitud de refugio ante COMAR y no debían haber sido detenidos por el Instituto Nacional de Migración (INAMI). Las violencias que sufren en su paso por México las personas migrantes han sido documentadas desde hace muchos años. Pensemos en la tragedia de San Fernando, o en tantos otros ejemplos, producto de políticas de disuasión fallidas que criminalizan y vulneran a las poblaciones migrantes en su tránsito por México, como lo detalla Alejandra Díaz de León en la conversación que tuvimos y como lo han denunciado organizaciones de la sociedad civil por más de veinte años.
Muchas veces asociamos al migrante con el extranjero. Sin embargo, esto deja de lado a muchas personas que viven otros tipos de movilidades dentro de nuestro país. La migración interna ha sido una constante histórica al configurar nuestras ciudades a raíz de procesos históricos de modernización, urbanización e industrialización, como explica Jaime Sobrino. Pero en años recientes, sobre todo después de 2006 cuando se declaró la guerra contra el narcotráfico, el desplazamiento interno forzado a causa de la violencia aumentó. La violencia y la inseguridad en general se agudizaron y se dispersaron. Y, como analiza Oscar Rodríguez, tanto el desplazamiento interno como la migración forzada y la búsqueda de protección internacional en Estados Unidos o Canadá se incrementaron, aunque con tasas bajísimas de reconocimiento. Esto dificulta ver a México como un país por el cual transitan personas que buscan protección internacional en Estados Unidos, pues han aumentado los solicitantes de refugio en México, pero también los migrantes mexicanos que se desplazan de manera forzada dentro de nuestro país y hacia el exterior.
Los mexicanos migramos. Pero, aun así, como dijo Daniela Gleizer: “Uno esperaría sensibilidad hacia los que llegan, porque nosotros somos los que nos vamos”. La migración de retorno, sobre todo desde Estados Unidos, ha sido una constante histórica en nuestro país, pero no son tan visibles en nuestro imaginario los desafíos que enfrenta la población que regresa por diversas razones después de estar un tiempo fuera, o la separación familiar que sufre. En este sentido, pareciera olvidarse a veces algo que explicó Luicy Pedroza con claridad: que “todo emigrante es un inmigrante”.
Estos “olvidos” podrían explicar la falta de empatía hacia las personas migrantes; y es que las narrativas positivas sobre la migración están ausentes en el imaginario colectivo. Como delinea Leonardo Curzio: “Los medios de comunicación presentan al fenómeno migratorio como algo impersonal y genérico”, pero “los migrantes tienen voz humana”. Esta sensibilidad no se observa en una sociedad poco reflexiva que no se evalúa a sí misma, que no recuerda a sus parientes que emigraron y que enfrentaron exclusiones, o que no convive con personas supuestamente distintas.
Varios episodios reflexionan sobre el racismo y la discriminación en México. Como lo analiza Johana Navarrete, los procesos de integración social que viven los migrantes latinoamericanos merecen una reflexión profunda sobre la apertura a la diferencia y los fenómenos de racialización en el marco de la ideología del mestizaje que caracteriza a nuestro país, así como sobre la diversidad cultural y de identidades, y las motivaciones complejas de la migración. Clave para contrarrestar los procesos negativos será la generación de mecanismos formales para que las personas migrantes puedan integrarse a nuestra sociedad. Sin embargo, como deja claro Cecilia Menjívar, es importante considerar las exclusiones directas e indirectas que generan los estados, muchas veces a través de intentos fallidos que solo crean limbos legales o dejan de lado a otros. Estamos a tiempo de tomar en cuenta estas recomendaciones con miras a ser más inclusivos.
Yo nací en México y crecí como hija de madre peruana y padre argentino, y estoy agradecida de que mis padres pudieran vivir seguros en nuestro país y que este contexto nos permitiera florecer y contribuir a su desarrollo de distintas maneras. La migración va a continuar como una realidad en nuestras sociedades. Da tristeza pensar que muchos no tengan la misma oportunidad y que las detenciones, deportaciones, violaciones de derechos humanos y muertes continúen. Da miedo pensar que en futuro la sociedad mexicana se vuelva más cerrada, más racista y xenófoba, y más indiferente a la tragedia.
Sirva este texto como una invitación a reflexionar sobre cómo puede ser México un destino más incluyente y más acogedor para personas migrantes y en movilidad. En “Destino México. Migraciones y Movilidades” continuaremos haciéndolo cada quince días. Pero, más allá de concebir nuevas legislaciones y políticas, los invito a imaginar cómo se traduce esto en la convivencia de nuestro día a día. EP
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