Este País conversó con Raquel Aguirre y Daniela Ancira, dos de las autoras del libro Acusáis a la mujer sin razón, sobre el panorama de las mujeres privadas de su libertad frente a un sistema penitenciario ineficiente.
La cárcel es un microsistema de lo que vivimos todos los días: Entrevista con Daniela Ancira y Raquel Aguirre
Este País conversó con Raquel Aguirre y Daniela Ancira, dos de las autoras del libro Acusáis a la mujer sin razón, sobre el panorama de las mujeres privadas de su libertad frente a un sistema penitenciario ineficiente.
Texto de Este País 15/03/23
Este País (EP): Entendiendo la situación de justicia en México, y sobre todo el contexto patriarcal en el que estamos, ¿qué tiene que cambiar en las cárceles?
Raquel Aguirre (RA): Después de tantos años de experiencia yendo a distintas cárceles, es necesario un cambio de raíz. En todos los estados, a nivel local y federal, deberían existir más reclusorios hechos con perspectiva de género. Hay un fenómeno de reclusorios mixtos en México, que no es que las mujeres y los hombres estén juntos, sino más bien es un reclusorio varonil en el que adaptan un espacio para las mujeres. Desde contar con perspectiva de género, capacitar a las autoridades para tratar a la población penitenciaria con esta misma perspectiva, desde la sociedad civil, cambiar los estigmas que existen, la cultura, la educación de estos roles de género que causan una desigualdad enorme y una violencia estructural desde la infancia. Las estadísticas son claras: a las mujeres se les imponen penas más altas, y el porcentaje de personas privadas de la libertad sin sentencia es más alto para las mujeres. Hoy en día me parece increíble que se siga juzgando sin perspectiva de género, considero debe ser algo que nos debe involucrar a todos. Desde las autoridades del sistema penitenciario, el sistema de justicia, la sociedad civil, la sociedad en general.
EP: ¿Qué significa juzgar con perspectiva de género?
Daniela Ancira (DA): En general se refiere a visibilizar aquellas diferencias que existen con base en el género. En este libro en particular nos estamos refiriendo a las diferencias que existen respecto de las mujeres y los hombres, y en particular al juzgar en el sistema de justicia penal y en el penitenciario. No se toma en cuenta, por ejemplo, el contexto de violencia que viven las mujeres o que vivían las mujeres antes de entrar en la delincuencia o antes de involucrarse con una pareja que tiene que ver con la delincuencia. En el libro viene la historia de una mujer que a los 15 años es casada con un hombre 30 años mayor que ella, ella no lo sabía en el momento pero este hombre se dedicaba al secuestro. Ella era víctima de violencia de género por parte de su pareja, de violencia física, psicológica, emocional, sexual. A la hora que lo agarran a él, también la agarran a ella, la consideran su cómplice y le dan una sentencia de más de 40 años. Yo creo que la persona juzgadora debió tomar en cuenta este contexto, no estoy justificando la comisión de un delito, no estoy justificando que ella sabía o no acerca de los secuestros, y aunque de alguna forma se hubiera visto involucrada, tiene que tomarse en cuenta el contexto de violencia en el que se vivía y así, las penas adaptarlas a este contexto.
Nada va a solucionar que a esa mujer de 18 años la metan 40 años a la cárcel, porque qué va a pasar con sus hijos, qué va a pasar con ella cuando salga, qué va a aprender. ¿Va a estudiar, va a trabajar? Se juzga a los hombres y a las mujeres por igual sin tomar en cuenta los roles que tenían dentro del grupo delictivo, la violencia o el contexto en el que vivían. A esto nos referimos con analizar estos contextos, esas diferencias y juzgar de tal manera en que sí podamos hablar de justicia, porque como sociedad solemos entender la justicia como venganza. Cuando meten a alguien a la cárcel decimos “perfecto, ya se hizo justicia”, pero no nos cuestionamos qué va a pasar con esa persona, qué va a pasar con sus hijos, qué va a pasar con la víctima, se le va a reparar o no el daño. La cárcel es un lugar donde los problemas que ya se tenían, como la violencia o la pobreza, solamente se acentúan.
EP: El movimiento feminista, sobre todo de la Ciudad de México, parece no hablar mucho de la situación de las mujeres que están privadas de su libertad. ¿Qué es lo que le hace falta a este “feminismo dentro de la cárcel” —como lo nombran— para poder visibilizarse más?
RA: A todo mundo le incomoda el tema. Todo mundo aplaude la cárcel, pero nadie se pregunta qué pasa después, qué pasa una vez que están adentro, y sobre todo, qué pasa cuando que regresan a las calles. Les falta voz a las que están adentro, y por eso es tan importante lo que estamos haciendo nosotras. A través de este libro es precisamente lo que queremos. Nosotras que tuvimos más oportunidades podemos estar visibilizando todo lo que pasa en ellas. Hablando de mujeres privadas de la libertad, se criminaliza la pobreza. Sí es un factor común el que ellas estén carentes de recursos desde sus infancias, llenas de violencia, de abusos, y voltear a ver esto incomoda, pero es algo que se tiene que hacer. La cárcel es un microsistema de lo que vivimos todos los días. Si no volteamos a ver eso y prevenimos, ¿cómo le hacemos para que estas mujeres no acaben en prisión? Nosotras estamos conscientes y tenemos la certeza de que es algo que nos involucra a todos. Como sociedad le fallamos a todas esas infancias, a todas esas niñas que se vieron obligadas a salir de la escuela, que fueron violentadas desde sus primeros recuerdos. Apostemos por la educación, por cambiar estos estereotipos, porque la gente ya no vea que las mujeres están hechas para el hogar.
DA: Cuando nos referimos a feminismo desde la cárcel es para visibilizar estas situaciones y en el libro es que proponemos una solución. Nosotras llevamos, formalmente, casi siete años implementando programas de reinserción en cárceles de mujeres que se basan en capacidad laboral, empleo, salud mental y en empoderar a las mujeres para que tengan las herramientas, tanto económicas como psicológicas y emocionales, para salir de contextos de violencia, para tener un proyecto de vida lejos de la violencia y la delincuencia. Cuando hablamos de feminismo, hablamos no solamente de hacer que se escuche la voz de estas mujeres, sino también proponer una solución para la delincuencia o para la privación de su libertad. Si estamos hablando de que muchas mujeres terminan en prisión a causa de sus parejas, el feminismo desde la cárcel es como un paso para desarmar esta violencia estructural.
EP: ¿Cómo se planean estos programas de reinserción social, en dónde está la falla actualmente?
DA: Primero, hay que atender las causas. El sistema penitenciario está —por más que ya no esté en legislación así— hecho para castigar. La realidad es que tenemos que entender los motivos y las causas que llevan a las mujeres a delinquir para empezar a transformarlas. Son mujeres que, en su mayoría, nunca han tenido una oportunidad. Desde enseñarles un oficio, trabajar todos los temas de salud mental que traen arrastrando desde sus infancias, educación desde los niveles más básicos. Recientemente implementamos computación, porque esta es la realidad hoy en día. Si no sabes usar una computadora, estás muy alejada de tener una buena oportunidad laboral. Con base en las necesidades de afuera y la falta de oportunidades que ellas han tenido, nosotras lo capitalizamos para enseñarles y que una vez que estén afuera puedan encarar los retos de la vida en libertad.
RA: Lo primero que deben de tener los programas de registro social es existir. La realidad es que cualquier esfuerzo es muy bueno, hay cárceles que no tienen ni una sola actividad productiva, no tienen trabajo, no tienen nada que ver con tratamiento de adicciones, no tienen cualquier actividad que las distraiga de la rutina del día a día. ¿Qué esperamos de gente que está años, décadas quizás, privada de la libertad? No podemos esperar que mágicamente consiga un trabajo, se compre una casa, regrese con su familia. Es imposible. El primer paso es que la sociedad y nuestros gobernantes tomen consciencia de que no existen programas de reinserción social, y que si no existen no vamos a solucionar absolutamente nada. Las cárceles como están ahorita no funcionan. A nivel nacional, el 20% de la población que sale de prisión reincide en la delincuencia, estamos hablando de una de cada cinco personas que sale de prisión reincide. En La Cana, donde estuvimos trabajando, es únicamente del 2%. Creo que los números hablan por sí solos, creo que es un modelo de reinserción social que ha sido muy exitoso, donde tenemos muchos casos de éxito de mujeres que han transformado su vida, que hoy tienen un trabajo formal, están estudiando, son económicamente independientes, se han alejado de la violencia y demás. Este libro busca visibilizar las historias y el contexto, pero también propone una solución para que esto que hacemos en La Cana se replique a nivel política pública.
EP: ¿Cuál fue el impulso que las llevó a hacerlo, a publicarlo?
DA: Llevamos siete años trabajando en el sistema penitenciario y escuchando historias desgarradoras, pero más bien de tantas historias que escuchamos con el mismo patrón fue que decidimos hacer una investigación de cuáles son los motivos que llevan a las mujeres a delinquir o acaban en la cárcel, creyendo que el hombre a lo mejor iba a tener un factor importante en esta situación. Nos dimos a la tarea de, en un año, visitar diferentes penales en la República Mexicana, y así es como descubrimos los mismos patrones, las mismas carencias. Decidimos hacer el libro porque se necesita visibilizar esta realidad que se vive en nuestro país, y que por más fuerte que sea, es lo que pasa hoy en nuestras cárceles. Fuimos estratégicamente a distintos estados de la República en el norte, centro y sureste del país para tener una buena muestra, pero era muy triste porque siempre que íbamos a entrevistar, era la misma historia una y otra vez. La historia de las mujeres puede ser la misma aunque cambie la ciudad o cambie el contexto o el hombre, en el fondo es la misma historia. Obviamente la violencia no se limita a la cárcel, la violencia de género no reconoce clases sociales, estados, contextos, nada, pero es muy triste que se repita la misma historia una y otra vez a lo largo del país.
EP: ¿Es la misma violencia de género que viven estas mujeres fuera que dentro de las cárceles?
RA: Sí, es una violencia que empieza con sus familias, tanto física como psicológica, económica, sexual, y dentro [de la cárcel] se sigue perpetuando por el simple hecho de que son abandonadas por sus familias, por sus parejas. En el momento de la detención casi todas son torturadas. Para ellas salir de donde están es muy complicado, por eso la importancia de los programas como los que tenemos en La Cana. Lo más importante es re educarlas, regresarles ese autoestima y sacarlas de ahí para que se reinserten en la sociedad.
EP: ¿Por qué el cambio, la reestructuración, tiene que recaer en las mujeres y no en el sistema penitenciario?
DA: Creo que la violencia de género no depende solamente de empoderar a las mujeres, es un conjunto de actores que tienen que participar. Nos referimos a las mujeres porque comienza con que ellas mismas se den cuenta de su valor, que recuperen ese poder que olvidaron o que no se la creen por todo lo que les dicen desde niñas en sus familias, en la sociedad, en la escuela, en el sistema penitenciario. Para erradicar la violencia de género se necesita, sí de las mujeres, pero también de los hombres como principales perpetradores de la violencia de género. Son quienes deben reconocer su propio machismo, los estereotipos de género que tienen enraizados en lo más profundo de su educación y de la cultura. El sistema penitenciario tiene que hacer muchos cambios con perspectiva de género empezando con los espacios que se les destina a las mujeres, con los servicios que hay para las mujeres en prisión. No puede ser que la gran mayoría de las cárceles no tenga un espacio para los niños y niñas que viven en prisión con sus mamás, o que no tenga atención médica especializada, ginecológica y demás. Esto es un gran reflejo de que el sistema penitenciario está hecho para hombres, por ejemplo. Si bien nos enfocamos nosotras a trabajar con las mujeres, a empoderarlas, a reconocer su propia historia de violencia y a salir de ella, desde luego que no dejamos fuera el hecho de que los hombres tienen que formar parte de este movimiento como aliados. Y por supuesto, el sistema penitenciario tiene que cambiar y el sistema de justicia penal también.
RA: Nosotras hablamos de erradicar la violencia de género, pero la realidad es que debería ser un tema de prevención, un tema de educación para que no exista la violencia de género. Nosotras nos referimos a las mujeres, pero esto tiene que empezar por cada uno de nosotros, hombre, mujer, quien seas.
EP: Finalmente, ¿cómo describirían su experiencia en La Cana?
RA: Levamos casi una década visitando las cárceles del país, actualmente trabajamos en seis penales, cinco en el Estado de México y uno en la Ciudad de México. Tenemos distintos programas como independencia económica, donde capacitamos a mujeres en distintos oficios para que ellas puedan aprender un oficio en el que se vean remuneradas lejos de la delincuencia. También tenemos un área de empleo donde vendemos productos hechos en prisión, tenemos un eje de salud mental, donde hay diferentes talleres como para tratar temas de depresión, ansiedad, empoderamiento y demás. Sin embargo, nos enfocamos más en educación sobre violencia de género, porque muchas veces tienen la creencia de que “como a mí no me pegaba, yo no era víctima de violencia”.
DA: También hacemos incidencia e investigación en políticas públicas, Acusáis a la mujer sin razón es un claro ejemplo de este eje. Tenemos otro de educación, arte, cultura y deporte, donde organizamos distintos talleres como computación, yoga, meditación, taller de teatro, un club de lectura. En el proyecto llamado Libertad, defendemos a mujeres que fueron injustamente encarceladas o que han sufrido violaciones a sus derechos durante el proceso penal o durante el tiempo que pasan en el sistema penitenciario. Por último, hay un programa de seguimiento en libertad: cuando las mujeres salen de prisión les ayudamos a conseguir un empleo, les damos atención psicológica y les damos las oportunidades para que puedan terminar su educación básica o aplicar para una beca para una licenciatura, si así lo desean. Ahora estamos próximas a inaugurar nuestra casa en Medio Camino, una casa donde distintas mujeres que salen de prisión van a poder vivir de manera temporal, en un espacio seguro, en lo que rehacen sus vidas. En esta experiencia hemos conocido a miles de mujeres privadas de la libertad en todo el país, hemos podido hablar con muchas de ellas, escuchar sus historias. Si bien hemos avanzado y ha sido un programa muy exitoso, desde luego que este tipo de programas no puede recaer solamente en unas cuantas organizaciones de la sociedad civil, tiene que ser una política pública central en el gobierno. EP
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