Aníbal Santiago escribe sobre Claudia Sheinbaum y su imagen política durante los últimos años.
Boca de lobo: La tiktokera Sheinbaum está irascible
Aníbal Santiago escribe sobre Claudia Sheinbaum y su imagen política durante los últimos años.
Texto de Aníbal Santiago 30/01/23
Cuando este sexenio iniciaba y de a poco descubríamos que el político elegido como presidente sufría una adicción a sí mismo, y debido a ese padecimiento se conducía con modos vulgares, socarrones, violentos, indignos, había cierto alivio: su gran aliada, la gobernante de la capital del país, optaba por otros caminos.
Claudia Sheinbaum se mostraba mesurada, prudente, razonable, seria. Aunque jamás nos atrapara con su discurso —plano, inexpresivo, a veces sedante— era una funcionaria sobria. La sobriedad era su máxima virtud, y en este país donde la política es un vergonzoso palenque a las 4 de la madrugada, estridente, con aliento alcohólico, excedido en desfiguros, vicios, mugre y charcos fétidos, que ella fuera sobria, solo eso y no más, ya era una victoria. Mientras en el púlpito presidencial había gritos, carcajadas, insultos y fuchis cacaaaas, a la jefa de gobierno la dominaba la mesura. ¡Viva! Un poco de equilibrio.
La tranquilidad nos duró poco: todo cambió en julio de 2021. Es decir, faltaban más de tres años para concluir esta administración federal, y Sheinbaum ya era ungida por su superior como aspirante a sucederlo, la principal aunque no la única. En cualquier trabajo, si tu jefe anuncia que eres el gran candidato a ocupar su lugar lo sensato es consolidar tu cargo presente, volverte más creativo, riguroso, responsable, demostrar que te mantienes como un empleado de excelencia cuya capacidad supera tus responsabilidades actuales. Es decir, posees la aptitud para ascender y ser número uno.
Pero ese compromiso con su presente le valió. Lo primero que observamos fue que se acortó esa sana distancia con el estilo de gobernar del presidente. Seguramente para congraciarse con su padre político, Sheinbaum empezó a parecerse cada vez más a López Obrador. No le fue necesario ganar peso, gritar con voz nasal, llenarse de canas, ni tampoco jugar beisbol y grabarse bateando. Fue suficiente instalar un discurso según el cual todo crítico —sin excepción— es reaccionario, fifí, corrupto, fascista, conservador, vendido a los viejos poderes del PRI, PAN y el empresariado de los que seguro se servía botines suculentos e ilegales.
Y después, junto con ese discurso que no admite que sí podemos ser críticos sin ser una basura, Claudia se hizo la simpática y ocurrente. No jugaba beis pero sí cantaba y tocaba la guitarra para todo el país en dueto junto a su novio, hacía TikToks con movimientos que eran casi coreografías de Fresas con Crema en 1983, subía videos bailando el Noa-Noa. Aunque muchos pensemos que su actuación ha tenido menos gracia que chiste en velorio —como dice el dicho—, quiénes somos para juzgar su simpatía. En todo caso, el verdadero problema de esa conducta es que esté canjeando tiempo para gobernar en tiempo para volverse influencer. Patético si sucede en una ciudad insegura que ha convertido su transporte esencial, el Metro, en un arma mortífera que ya ha dejado cientos de lesionados y 29 muertos.
Y después, las giras. Si está enloquecida por el poder, si ese es el motivo de sus desvelos, ¿por qué no renuncia? Simple, su actual puesto le brinda una plataforma pública con un millón de veces más alcance que la que tendría si sus simpatizantes y ella costearan la precampaña. Y entonces el problema se agudizó: nuestro Metro explotaba, en él se perdían vidas, mientras ella andaba en caminos de Michoacán, como también los ha pisado en Jalisco, Chiapas, Tabasco. En síntesis, distraía y delegaba la misión para la que la elegimos.
¿Y la capital y su Metro? Bien, gracias, pese a que su mandato en Ciudad de México le faltan casi dos años. Ante la crisis, hubiéramos deseado que emprendiera una transformación profunda del sistema de transporte, pero prefirió consagrar su energía en acusar a sus enemigos de sabotaje (y, aceptemos, parece que tal cosa no es un disparate).
Con el más reciente accidente del Metro, acorralada por la opinión pública, anunció que suspendía las giras. Pero poco duró ese gesto responsable: días después echó reversa y avisó que siguen los viajes todo pagado a los estados para ser la ungida.
¿Y qué fue de Sheinbaum la guitarrista, tiktokera, bailadora simpática? Mutó por una mujer seria, furiosa, descompuesta, ojerosa, que advierte que con la crisis chilanga su proyecto podría terminar pulverizado.
Si su candidatura presidencial termina en cenizas no será por los sabotajes, los adversarios conservadores ni porque la alcaldesa en Cuauhtémoc, Sandra Cuevas, imprimió unos papelitos contra ella. Será por sus propios errores. Porque se inmoló.
A la irascible Sheinbaum no le vendría nada mal, en este momento clave de su carrera, hacer algo bien. Algo. Por ejemplo, volverse la política razonable y sobria que alguna vez fue. EP
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