Boca de lobo: Una Guardia Nacional a lo Cantinflas

Aníbal Santiago escribe sobre el despliegue de la Guardia Nacional en el Metro de Ciudad de México.

Texto de 16/01/23

Aníbal Santiago escribe sobre el despliegue de la Guardia Nacional en el Metro de Ciudad de México.

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Escuché la justificación de Claudia Sheinbaum y me propuse: “por una vez debo creerle, quizá la secuencia de tragedias mortales que sufre el Metro desde que ella nos gobierna es simplemente un sabotaje, y este transporte es una maravilla tan grande como la transformación del país que ellos juran encabezar”. No hablaré del funcionamiento del Metro, una desgracia que millones padecen. Tampoco haré mención de su calamitosa caída presupuestal. Sólo repasaré lo que veo habitualmente, sobre todo en las líneas más antiguas. Uso el Metro y es delirante la conjunción prodigiosa de miles —si sumamos todas las líneas— de espacios en el abandono. 

Los plafones sobre las escaleras se caen por la humedad. Las instalaciones eléctricas que pasan arriba de los pasajeros son marañas indescifrables de cables pelones, retorcidos, apelmazados. Los túneles que conectan las estaciones son cavernas de ultratumba sin focos, o con foquitos que tiritan tenebrosamente. Los carteles luminosos con indicaciones suelen estar quebrados, y dejan ver sus tripas de lámparas polvosas. Las bocas con las escalinatas que dan a la calle están con las estructuras cuarteadas y repletas de hierbajos, maleza. Y así podríamos seguir, únicamente con la cara, la piel, la superficie, lo visible de un Metro que está lejos de ser los de Tokio o Londres, que por las dimensiones poblacionales y físicas de la Ciudad de México deberían ser los referentes. Por supuesto, ni pensar en los vicios ocultos, esa infraestructura escondida que debe dar pánico. 

Sin embargo, en mi ejercicio mental quise ser un ser inocente, crédulo, ingenuo, adorador incondicional de la 4T, y asumí ciegamente la versión de “¡esto podría ser un sabotaje!”. Si efectivamente es un sabotaje para dañar al proyecto transformador y no está entre nosotros el Agente 007 para resolverlo y descubrir a los culpables, solo habría una alternativa: el gobierno capitalino requeriría sofisticados agentes de inteligencia para hallar las pruebas de las fallas provocadas por esos individuos maléficos que frotándose las manos se reúnen secretamente en casa de algún terrible Señor Burns mexicano para planear ataques que descarrilen el proyecto transformador del presidente, la precampaña presidencial de la jefa de gobierno, y al propio tren anaranjado, sin importarles que sus maquinaciones hayan costado —desde que ella nos gobierna— 29 muertos y centenares de lesionados, algunos de ellos con discapacidades de por vida. Si esto se trata de un sabotaje, esos sofisticados elementos de inteligencia tienen que investigar dos frentes: uno, el de los políticos (del PAN, PRI, PRD o Ricardo Monreal, desde luego) que maquinan la conspiración. Y, dos, los autores materiales de la conspiración, los criminales de a pie, porque no creo que Miguel Mancera, Beatriz Paredes o Santiago Creel se cuelen sigilosamente a la maquinaria del Metro para apretar los botones y jalar las palancas de la muerte. 

Aunque imaginar que lo anterior ocurre es ridículo, no es ridículo pensar que un Metro que transporta más de 800 millones de pasajeros al año contara siempre con un equipo antisabotajes. Como no lo tenemos, tampoco sería ridículo que se creara uno lo más rápido posible para descubrir qué está pasando si intuyen algo así.

En cambio, ¿qué hace nuestro gobierno? Atestar los pasillos, andenes y torniquetes, de por sí atestados todos los días, con 6,060 agentes de la Guardia Nacional. Si con dificultades saben los nombres de las estaciones, esos policías solo en el sueño más disparatado podrían tener la preparación para detectar acciones de sabotaje. O qué, ¿acaso uno de esos guardias dirá a los suyos: “Compañeros, miren, ese señor está poniendo un palo en los rieles, ese joven está apretando comandos inadecuados que causarán un choque entre convoyes, esa señora está martillando las trabes de la Línea 12 y se vendrán abajo”?  

Puedo sospechar la desolación y el desconcierto de los elementos de la Guardia Nacional (que no tienen culpa de nada) ante la orden, de origen presidencial, que les exige: “Agentes del orden, tienen la encomienda de descubrir sabotajes. ¡Adelante con su responsabilidad!”. 

Ni en las películas del Patrullero 777, Cantinflas y sus compañeros de azul recibían órdenes tan irracionales. EP

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