Año nuevo, metas nuevas. Enero suele ser el mes en el que surgen creativas intenciones para los próximos meses. En este ensayo, Anuar Jalife escribe sobre las listas y los propósitos de año nuevo.
Despropósitos de año nuevo
Año nuevo, metas nuevas. Enero suele ser el mes en el que surgen creativas intenciones para los próximos meses. En este ensayo, Anuar Jalife escribe sobre las listas y los propósitos de año nuevo.
Texto de Anuar Jalife Jacobo 18/01/23
…el cumplimiento de deseos es un carácter de la representación compartido por los sueños y la psicosis.
S. Freud, La interpretación de los sueños
Enero es el mes de la culpa y el arrepentimiento, del pago de deudas económicas y espirituales. Es un tiempo de obligada austeridad y de anhelos redentores. Como san Agustines, esperamos dejar atrás nuestro pasado de excesos para iniciar una nueva vida, para convertirnos en la “mejor versión de nosotros mismos”, tal y como dicta la imperante moral de la autosuperación. Quizás la más acabada expresión de estas fantasías de fénix que trae el primer mes del año se encuentra en la obligada formulación de los tan esperanzadores como inertes propósitos de año nuevo.
En un escenario ideal, salido de una película de Hollywood, podemos imaginarnos, a la hora cero del nuevo año, de pie ante una mesa colmada de manjares, elegantemente vestidos, llevándonos a la boca, con la parsimonia que se recibe una hostia, una uva por cada campanada imaginaria y enunciando con cada bocado, para lo más profundo de nuestros adentros, un propósito que nos haga mejores hombres y mujeres. Puede ser que las personas menos ceremoniosas se ahorren el ritual y solo anoten sus propósitos en un cuaderno secreto, un diario o una agenda quizás. Los más prosaicos, acaso, sencillamente se los digan en voz baja y los guarden como parte de su fuero de reserva para el año comienza. Tal vez no siempre sean los doce propósitos impuestos por el símil con la simbólica hora, sino algún otro número mágico: diez, siete, tres. La esperanza o la necesidad impondrá la cantidad. En cualquiera de los casos, los propósitos se enlistan, y creo que ahí radica parte de su esterilidad.
Por alguna razón, cierta aura mágica envuelve a las listas. Quizás sea su cercanía con el verso, su parecido al mantra o a la letanía, lo que nos hace imaginarlas como repositorios casi sobrenaturales. Creemos que aquello que se enlista queda sustraído del azar, la contingencia y el olvido. Pensamos en la lista como un remedio contra nuestra imperfección, nuestras falencias, nuestra voluptuosidad.
El decálogo judeocristiano, dictado a Moisés por el mismísimo Jehová, es la imagen arquetípica de la lista; la servilleta donde anotamos las compras que haremos en el mercado, su representación más cotidiana. Sin embargo, al reflexionar sobre estos ejemplos podemos descubrir que si la lista posee algún poder especial, este es de signo contrario al que comúnmente le otorgamos. Bastaron cuarenta días para que el pueblo de Israel comenzara a idolatrar un becerro de oro, traicionando los sagrados mandamientos recién recibidos; se necesitan apenas un par de horas para que, al regresar a casa con el mandado, advirtamos que hemos olvidado algún artículo fundamental: los huevos, la sal, el papel de baño. Lo que se enlista está condenado al fracaso.
No obstante, por ese carácter incontestable que erróneamente se le atribuye, la lista es la forma predilecta para el decreto, la petición, la proyección de deseos. Los más afortunados podremos recordar la ilusión con que, ante la escéptica mirada de nuestros padres, enlistábamos nuestras peticiones a los Reyes Magos. Yo disfruté mucho todo lo que aquellos santos me dejaron, pero debo decir que nunca me trajeron lo que pedí.
Siempre sabia, la literatura tradicional nos advierte, con el motivo de los tres deseos, sobre los riesgos de estas prácticas. En El libro de las mil noches y una noche —según la versión de Mardrus y Blasco Ibáñez—, por ejemplo, se relata la historia de un hombre sumamente piadoso que en la llamada Noche de las Posibilidades de la Omnipotencia se sintió tocado por las gracias divinas y supo que tres deseos le serían concedidos. Pidió a su esposa que le aconsejara cuál debía ser el primero. Esta le recomendó que, para acercarse a la perfección, pidiera un incremento de su virilidad. Así, el hombre rogó a Alá: “¡oh Generoso! haz que engorde mi zib hasta la magnificencia”. Su petición se cumplió de tal modo que el peso del nuevo miembro “obligaba a su propietario a sentarse cuando se le levantaba y a levantarse cuando se acostaba”. Ante tales inconvenientes, el hombre pidió como segundo deseo ser librado de semejante carga. El don le fue concedido y quedó entonces con el vientre completamente liso. Desconsolado por los malos negocios que acababa de hacer, el hombre tuvo que emplear su último deseo en pedir sencillamente que le fuera restituido aquello que tenía desde un principio. ¿Cuántos relatos como este conocemos?
Las listas de deseos resultan tan inoperantes que ni el mismo diablo es capaz de sacarles provecho. En el Evangelio según Mateo encontramos una variante de ellas, cuando Satanás coloca ante Jesús tres tentaciones —cada una más sofisticada que la anterior—, que éste rechaza desde la más absoluta templanza. Cosas peores que el Demonio sucumben ante la infertilidad de las listas de deseos. Por mi Wish list de Amazon han desfilado decenas de productos que yacen ahí durante meses y luego terminan por desvanecerse. ¿Cuáles eran? No lo recuerdo. Si miro ahora, encuentro el método Allen Carr para dejar de fumar, añadido en plena pandemia; un libro sobre Germán Cueto, que ahora descubro que está agotado desde hace seis meses, y un reloj de pulsera que le avisa a uno a qué hora le va a dar un infarto, agregado en agosto de 2021. Aquello que el algoritmo nos presentaba como apetitoso, duerme el sueño de los justos apenas es inscrito en una lista. ¿Quiere ahorrar?: haga una lista de deseos.
De hecho, se me ocurre una práctica, sencilla, eficaz y ecológica idea que le daría un respiro a nuestro agobiado planeta: por ley, antes de realizar una compra, todas las personas deberíamos estar obligadas a anotar los nombres de cada uno de los artículos queridos en una lista de deseos. Estoy seguro de que a partir de ese momento la humanidad comenzaría a vivir en la más perfecta y armónica austeridad. Desaparecerían del mundo el dinero, las mercancías y el trabajo enajenado, y nos consagraríamos felizmente al ocio que procura ocuparse solo de lo necesario. Tal es el poder de enlistar lo que deseamos.
No faltará quien me reproche que el propósito no es estrictamente un deseo, y tendrá razón: el propósito no es un deseo sino su versión puritana, clasemediera, descafeinada. El deseo del hombre del cuento árabe puede ser grotesco, pero es honesto; los propósitos, en cambio, suelen estar cargados de hipocresía. No son tanto lo que deseamos, sino lo que deberíamos desear, un oxímoron. ¿Cuántos realmente queremos levantarnos a las 5 de la mañana para hacer lagartijas? ¿Quiénes, con honestidad, aborreceremos los panes, los quesos y el azúcar? ¿Deseamos en realidad llegar más temprano al trabajo, ahorrar dos de cada tres pesos que ganamos, visitar con mayor frecuencia a insoportables parientes? En internet encuentro otros ejemplos que mi corta imaginación no hubiera atinado a dar forma: “adquirir un nuevo hobby”, “escribir un blog”, “decir más veces «te quiero»”. Lo cursi nunca es sincero. Proponerse cosas, además, es desconocer la naturaleza informe, huidiza y amoral del deseo; es también ignorar el carácter débil, voluble e inconstante de la voluntad humana, que suele claudicar ante la potencia de nuestras auténticas pulsiones.
Pese a todo lo dicho —o precisamente por ello—, no renuncio a los propósitos de año nuevo; al contrario, consciente de lo que hasta ahora he mencionado, me los hago con mayor convicción que nunca.
A las incrédulas y a los descreídos, no sin algo de pudor, les comparto la lista de mis siete propósitos para esta nueva vuelta al sol, llena de retos personales y áreas de oportunidad:
1) Dejar de comer
2) Pedir un jugoso préstamo (en dólares)
3) Conocer nuevos hospitales
4) Cancelar mi Afore
5) Prestar más atención a los grupos de mensajes de vecinos y padres de familia
6) Contestar más llamadas de bancos y aseguradoras
7) Renunciar al ensayismo por la poesía amorosa
¡Feliz año nuevo y que todos sus propósitos se hagan realidad! EP
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