Aníbal Santiago escribe sobre el primer partido de la Selección mexicana en Qatar 2022.
Boca de lobo: Qatar 2022 – Los mineros se vistieron de verde
Aníbal Santiago escribe sobre el primer partido de la Selección mexicana en Qatar 2022.
Texto de Aníbal Santiago 23/11/22
Cuando las cámaras de la Copa del Mundo enfocaron a Gerardo “Tata” Martino al bajar del autobús que dejó el martes a la Selección Mexicana en el Estadio 974, el técnico miraba al piso, adusto, sin vestigios de alegría. Sus ojos, caídos, desvanecidos en el pavimento, conformaban el gesto amargo, triste y tenso del burócrata ingresando a la oficina.
A 14 mil kilómetros de distancia de donde el argentino caminaba hacia los vestidores con su plantel, del otro lado del mundo, en México, decenas de millones de personas seguro encaraban con algo más de entusiasmo el espectáculo futbolístico, pese a que la historia reciente del Tri no justifica ilusionarnos. Pero Martino no, parecía resignado a lo que vendría: “ya es la hora de entrar al trabajo y checar tarjeta, una Copa del Mundo más, ¡qué fastidio!”.
Aunque quizá esa parquedad excesiva es simplemente el seco espíritu trabajador del obrero que entra a la fábrica. O del minero a la mina, porque México en el primer partido de Qatar 2002 fue un grupo de mineros machacando duro la piedra, transpirando, con músculos adoloridos y manos heridas de tanto empuñar y sacudir el pico en la oscuridad con tal de romper el cero ante Polonia.
No puede haber reproches. Hirving “Chucky” Lozano se desvivió por derecha para escabullirse como serpiente y dañar. Alexis Vega y Henry Martin remataron a gol, buscaron desesperados grietas en la roca polaca. Y Edson Álvarez jugó de todo —defensa, medio, delantero— y mereció su sueldo al triple. Si lo exigiera, nadie podría negárselo.
México no tiene astros fulgurantes, posee un patrimonio mínimo, y con eso el martes le bastó para alcanzar momentos muy dignos. Y si bien Polonia es eso, piedra —rudimentaria, hostil, rasposa —, su centro delantero es el mejor del mundo. Nadie, ningún hombre del Polo Norte a la Antártida, es mejor que él. Por eso no fue cualquier cosa que en casi 100 minutos de partido la defensa comandada por Héctor Moreno haya permitido a Robert Lewandowski disparar al arco de Guillermo Ochoa una vez, y esa vez haya sido el penal que el guardameta atajó como un sabio. Miró la pelota hasta el instante final, y solo cuando ya volaba a su izquierda se recostó con sus dos brazos estirados. La espera del lance hasta el instante del tiro puede ser contraproducente: si tus reflejos son lentos, no llegarás; si son ágiles, quizá llegues, solo quizá. Ochoa cumple su quinta Copa del Mundo: dos décadas en la élite mundial sin que a su cuerpo —al que no le falta tanto para los 40 años— lo aqueje la “vejez”. Confió en sus reflejos, no en la fortuna del adivino, ellos le respondieron, y mantuvo el cero.
Ahora solo falta hacer goles, y eso no suena fácil con delanteros modestos con la excepción de Lozano. El martes dos remates mexicanos tuvieron dirección de arco; solo dos. Así es imposible hacerse ilusiones. Ojalá no sea demasiado tarde, el adusto “Tata” que mira tristemente al suelo empuje soluciones, y no sigamos pensando de aquí al 2026: “Cómo no llevó a Santiago Jiménez”. EP
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