Carlos Heredia Zubieta, miembro del grupo México en el Mundo, analiza tres ángulos de la problemática actual del nuevo éxodo centroamericano.
El nuevo éxodo centroamericano
Carlos Heredia Zubieta, miembro del grupo México en el Mundo, analiza tres ángulos de la problemática actual del nuevo éxodo centroamericano.
Texto de Carlos Heredia Zubieta 19/10/22
En el otoño de 2022, cada semana se reciben en México noticias de un nuevo éxodo de guatemaltecos, salvadoreños y nicaragüenses. Temen por su seguridad y por su vida.
Además del tradicional flujo de migrantes expulsados por las necesidades económicas, la violencia sistémica y la degradación ambiental, están llegando a nuestro país numerosas personas perseguidas políticamente por los gobiernos de esos países. Algunos tienen plan de quedarse aquí, pero los más siguen camino hacia Estados Unidos, Canadá, España o algún otro lugar en Europa.
Este éxodo tiene como referente lejano la firma de los acuerdos de paz, en 1992 para El Salvador y 1996 para Guatemala. Hoy no hay paz en estos países.
La ilusión del fin de las guerras no vino acompañada del progreso económico y social para las mayorías. Aun cuando las fuerzas políticas que nacieron de los movimientos de liberación nacional se insertaron en el sistema político-electoral, se volvieron una parte subordinada del status quo, dejando de lado la transformación estructural de las economías centroamericanas.
La correlación de fuerzas que antecedió a los movimientos de liberación y a la firma de los acuerdos de paz no se ha modificado, y no parece admitir mutación alguna. Está construida sobre la base de una economía extractivista de los bienes de la naturaleza y depredadora de la fuerza de trabajo, hecho que repercute en el conjunto de las sociedades a través de tres rasgos: la economía atrapada; el Estado encadenado y la deriva autoritaria; y el imperativo de construir una nueva narrativa.
1. La economía atrapada
Las sociedades guatemalteca, salvadoreña, hondureña y nicaragüense están edificadas sobre la base de la concentración extrema del poder económico. Fuentes Knight (2022) escudriña cómo los sectores privilegiados encadenaron al Estado apoyados en complicidades con los mercados ilícitos, para perpetuar una economía cimentada en redes familiares que controlan intereses monopólicos y oligopólicos en sectores como el financiero, las telecomunicaciones, la energía, la construcción inmobiliaria, el gran comercio y algunas ramas industriales.
No se trata, como equivocadamente se señala, de países pobres: en cada país se producen grandes fortunas en un contexto de pobreza casi generalizada. Los ultra-ricos controlan la agroexportación, la banca y servicios financieros, los centros comerciales, las telecomunicaciones, entre otros sectores. Se trata de familias extendidas y multigeneracionales, protegidas por el poder político que les otorga privilegios fiscales y tributarios extralegales.
Los oligarcas en Guatemala, El Salvador y Honduras se conducen como si sus respectivos países fueran sus fincas y los trabajadores sus peones. Parecería que para ellos las estructuras del poder y las formas de su ejercicio son inmanentes, es decir, que son inherentes a cada sociedad y que van unidas de un modo inseparable a su esencia. El puñado de personas que controla cada país se resiste a cualquier transformación del estatus quo que signifique ceder un milímetro de su poder oligárquico.
La migración tradicional del norte de Centroamérica hacia Estados Unidos viene de lejos, pero se incrementó hace medio siglo, precisamente a partir de las guerras civiles en los años setenta y ochenta. Sus causas de raíz han sido históricamente la pobreza, la falta de oportunidades económicas y el deterioro ambiental, a las que en años recientes se han sumado la violencia sistemática de maras y pandillas, el crimen organizado, la corrupción y el autoritarismo político. Las economías centroamericanas siguen siendo una fábrica de pobres, donde el mejor negocio es exportar personas para que se vayan a trabajar a Estados Unidos y envíen remesas a casa.
2. El Estado encadenado y la deriva autoritaria
En Centroamérica el rol del Estado define el tipo de capitalismo existente. Desde principios del siglo XX, Estados Unidos dirigía directamente el rumbo de Honduras y de Nicaragua, impidiendo el surgimiento de la modernidad: Nicaragua exportaba minerales y Honduras sólo plátano. Hoy Honduras sigue siendo rehén de la triple alianza: la burocracia política corrupta, la élite empresarial y las multinacionales, históricamente protegida por EUA, el crimen organizado y los militares.
En contraste, el éxito relativo de Costa Rica, señala Segovia (2021), no reside en su plataforma de exportaciones, sino en su capacidad de construir una economía sustentada en la pequeña propiedad, en una educación de calidad y un Estado del Bienestar y un sistema político donde las élites tradicionales no han tenido el control total de la economía y la política.
Tras los movimientos de liberación, Guatemala y El Salvador establecieron democracias procedimentales sin derechos políticos verdaderos para las mayorías. Esa dinámica ha sido pervertida por quienes han secuestrado al Estado nacional para su beneficio. Las mayorías votan, pero no deciden.
El caso de Nicaragua es distinto. Lo que fue un movimiento de amplia raigambre popular y social, el Frente Sandinista de Liberación, ha sido convertido en un monopolio del poder por la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo. Inconformes asesinados, oposición presa, periodistas en el exilio, iglesias acosadas, universidades cerradas, organismos civiles asediados: esa es la política de tierra arrasada de la dupla Ortega-Murillo.
Las élites tradicionales han tratado de sofocar el disenso por distintas vías. En la hora actual, los regímenes autoritarios ni siquiera reivindican una ideología o una política; se sustentan en una cultura política patrimonial y patriarcal, matriz de los caudillos y de prácticas personalistas y arbitrarias que impiden que aflore la institucionalidad democrática y el Estado de derecho.
3. Una nueva narrativa
La instalación y operación de la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (CICIG), auspiciada por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), y de comisiones similares, aunque de menor alcance en El Salvador y Honduras, fue rechazada por las oligarquías y las cúpulas del poder político cuando estos se convirtieron en objeto de investigaciones sobre corrupción.
En cada país, la respuesta del núcleo duro de los beneficiarios del sistema de poder no se hizo esperar. Se desató una persecución en contra de actores políticos de oposición, activistas de defensa de los derechos humanos, exfiscales y jueces que intentaron enjuiciarlos y terminar con la impunidad.
Los presidentes Alejandro Giammattei de Guatemala, Nayib Bukele de El Salvador y Daniel Ortega de Nicaragua, se envalentonaron y desafiaron al gigante norteamericano. Las personas perseguidas resultaron ser precisamente aquellos individuos en que Estados Unidos había depositado sus esperanzas de revitalización de la democracia en el istmo. Con todo, lo que cambia y no cambia en Centroamérica sigue teniendo mucho que ver con Estados Unidos.
La migración al norte no puede pensarse como un camino para el desarrollo de estos países. Yo me resisto a plantear que la opción menos mala para las mayorías sea abandonar su país buscando estar mejor afuera. Las remesas son salarios privados y factores del bienestar familiar, no fondos públicos ni el ingrediente fundamental de un programa nacional de desarrollo.
Se trata de construir un nuevo contrato social que construya el poder desde las mayorías, sujeto al Estado de derecho, que sustituya los tratos económicos con los sectores privilegiados y empodere a personas y comunidades como sujetos de su propio desarrollo, más que pasivos receptores de dádivas del hombre fuerte en turno.
El desafío es interpretar la región centroamericana como unidad en un contexto de diversidad; ver a la región y al mismo tiempo observar las particularidades de cada país. La nueva narrativa debe considerar que los países de Centroamérica no son homogéneos, sino diversos. Guatemala es un país multicultural y multilingüístico. El Salvador es un país binacional, con más de una cuarta parte de su población en Estados Unidos.
Este nuevo éxodo forzoso impele a México a entender mejor qué está pasando en nuestros vecinos del sur. Es un error de Estados Unidos y de México interpretar la realidad centroamericana y delinear sus políticas desde la contención migratoria; nuestro abordaje de la región debe abarcar los desafíos compartidos: democracia, falta de bienestar, cambio climático y desarrollo sostenible. EP
Referencias
Fuentes Knight, Juan Alberto (2022). La economía atrapada: gestores de poder y Estado encadenado (F & G editores, Guatemala).
Heredia, Carlos (23 de septiembre, 2022). Guatemala: gravísimo, el cierre del espacio cívico. El Universal.
Kurmanaev, Anatoly, y Jody García (17 de septiembre, 2022). EE. UU. prometió defender la democracia en Centroamérica. Los líderes de la región tenían otros planes, The New York Times. Segovia, Alexander (2021). El gran fracaso: 150 años de capitalismo ineficiente, concentrador y excluyente en Centroamérica (F & G editores, Guatemala).
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