La colectiva Mexicanas Frente al Cambio Climático plantean a la agroecología como una alternativa que puede ayudar a mitigar los efectos del calentamiento global en un futuro cercano.
Agroecología: una propuesta para un futuro sostenible
La colectiva Mexicanas Frente al Cambio Climático plantean a la agroecología como una alternativa que puede ayudar a mitigar los efectos del calentamiento global en un futuro cercano.
Texto de Mexicanas Frente al Cambio Climático 29/09/22
Desde la antigüedad la agricultura ha sido una de las actividades humanas más importantes a nivel mundial. Por ejemplo, en nuestro país se domesticaron especies como maíz, frijol, chile, tomate, calabaza y aguacate. Además, México es uno de los países con mayor diversidad biológica y cultural en el mundo y la agricultura forma parte esencial en el resguardo de esa diversidad ya que incentiva el arraigo a las tierras y la preservación de los recursos naturales.
Paradójicamente, la agricultura moderna es una de las actividades humanas que mayor impacto negativo tiene sobre la diversidad biológica. Al modificar los ecosistemas para lograr la producción de pocas especies “económicamente rentables”, tiene como consecuencia la pérdida de muchas variedades y ecotipos de plantas de cultivo. Aunque a nivel global, los sistemas agrícolas representan de entre un 50 a un 70% de los ecosistemas terrestres, se estima que de las cerca de 80 mil plantas comestibles que existen, sólo unas 200 se usan para consumo, y únicamente 12 son los alimentos básicos más importantes (FNUAP,1991). De este modo se han proliferado los famosos “monocultivos”. Esta falta de variabilidad genética restringe a su vez las fuentes potenciales de resistencia a plagas, enfermedades y adaptación a condiciones desfavorables (sequías, salinidad, bajas temperaturas, entre otras), haciéndolas más vulnerables a los efectos del cambio climático.
Pero ¿de dónde surge este problema? La agricultura moderna tiene sus inicios en la década de los 60 donde, bajo el argumento de la escasez de alimentos y el incremento poblacional, la “Revolución Verde” propició una reconfiguración agrícola que incentivó el uso de paquetes tecnológicos (semillas, fertilizantes, agroquímicos, máquinas agrícolas, etc.) para lograr obtener cultivos muy productivos por unidad de superficie. Sin embargo, esto provocó que fueran, de la misma manera, muy dependientes de insumos, haciendo de la Revolución Verde un modelo insostenible y altamente vulnerable, poniendo en duda la posibilidad de alimentar a las futuras generaciones.
Por otro lado, el sector agropecuario ha sufrido un rezago frente al resto de la economía nacional, fomentando el crecimiento desigual entre la población y la producción de alimentos. Así, esta tecnificación agrícola no sólo no resolvió la crisis alimentaria, sino que también ha generado una gran cantidad de daños ambientales, sociales y económicos a nivel mundial.
En la parte social y económica, este modelo ha provocado la exclusión de un gran número de agricultores y agricultoras de los países en vías de desarrollo, ya que para adecuarse al modelo, era necesario disponer de un capital importante para adquirir insumos. Así, estos pequeños productores quedaron relegados, dejando la producción de alimentos en las manos de grandes compañías, generando una dependencia de procesos industrializados. Además, el reemplazo de mano de obra por maquinaria ocasionó un aumento en el desempleo.
La agricultura industrial también ha tenido un impacto cultural al expandirse en gran parte del mundo “ignorando” y “despreciando” los conocimientos locales por su incompatibilidad con el sistema actual. Como consecuencia, se ha perdido una gran cantidad de saberes acumulados durante más de 10 mil años de interacción entre la humanidad y la naturaleza.
En la cuestión ambiental nos enfrentamos a varios problemas: la agricultura tecnificada aporta más de 20% de los gases de efecto invernadero y consume aproximadamente 70% del agua mundial, lo que invariablemente se traduce en problemas de escasez de agua. También el uso inapropiado y la excesiva dependencia del uso de agroquímicos han producido efecto negativo sobre ecosistemas terrestres, incluidos organismos del suelo, costeros y acuáticos, así como en la salud humana. México es uno de los países con mayor índice de consumo de plaguicidas a nivel mundial. Entre 1990-2018 el consumo mundial de plaguicidas (herbicidas, fungicidas e insecticidas) creció en 79%, al pasar de 2.3 a 4.1 millones de toneladas. En 2018, nuestro país registró un consumo total de 53.1 miles de toneladas de plaguicidas. El uso de plaguicidas ha provocado desde intoxicaciones ocupacionales hasta efectos crónicos que se manifiestan como efectos en el sistema endócrino, problemas reproductivos e incluso cáncer de diversos tipos. Sin embargo, este problema no sólo afecta a las personas del campo, ya que se han encontrado plaguicidas en alimentos, leche materna, sangre y orina.
En los últimos cincuenta años la extensión de tierras dedicadas al cultivo a nivel mundial ha incrementado un 12% y la superficie de regadío se ha duplicado (FAO y Earthscan, 2011). En contraste, las extensiones de terreno están limitadas, a su vez, por la expansión urbana. Esto ha ocasionado un cambio del uso de suelo de bosques, humedales y tierras de pastizales, además de la intensificación del uso de recursos naturales para la producción de alimentos. En consecuencia, la suficiencia de recursos en función de la fertilidad natural del suelo o de la incorporación de la tecnología determinarán el volumen de alimento. Esta es la razón por la cual la degradación del suelo es considerada el mayor problema ambiental que amenaza la producción mundial de alimentos. De hecho, la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural menciona que para afianzar la seguridad alimentaria es necesario implementar prácticas que estén orientadas al restablecimiento de la salud de los suelos.
Todos estos efectos ambientales y sociales de la agricultura moderna indican la urgencia de sistemas más sostenibles. Existen algunas iniciativas públicas y programas de financiamiento que proponen alternativas sustentables, como la inclusión en la política agroalimentaria que se da en nuestro país por el gobierno actual a los productores de pequeña y mediana escala, generando más del 60% de los empleos bajo contrato del sector, y preservando la agrobiodiversidad. Sin embargo, estas acciones requieren propuestas más completas para atender los problemas en todos los contextos socioambientales a nivel mundial.
Para ello, es necesario un nuevo paradigma que intente dar soluciones novedosas que consideren las interacciones de todos los componentes físicos, biológicos, socioeconómicos y culturales de los sistemas agropecuarios, y que a su vez integre este conocimiento en el ámbito regional. Este nuevo enfoque es la agroecología.
La agroecología es una propuesta que surgió en la década de los 70 como respuesta a los problemas causados por la Revolución Verde. Se basa en la aplicación de principios ecológicos con el fin de optimizar las interacciones entre plantas, animales, seres humanos y medio ambiente, mediante el diseño y manejo de agroecosistemas sostenibles. Esta propuesta abarca tanto cuestiones técnicas, políticas y sociales, por lo cual se considera cómo ciencia, práctica y movimiento.
La aplicación de la agroecología tiene como principios el reciclaje de nutrientes, la diversidad, las sinergias o la integración. Esto quiere decir: el tratamiento del espacio de cultivo como un lugar vivo, lo que implica un uso óptimo del agua, la siembra de policultivos utilizando las variedades idóneas según el territorio, la preservación de la biodiversidad, el uso de pesticidas y abonos verdes, o técnicas de labranza de conservación, incrementando el contenido de materia orgánica en los suelos y recuperando así sus propiedades, nutrientes y fertilidad.
En el sentido social, el movimiento agroecológico busca poner en marcha una serie de procesos capaces de crear sinergias positivas que logren el desarrollo humano a partir del fortalecimiento de la economía local. Esto significa promover una distribución más equitativa (tanto de la producción como de los costos). Mientras que, desde el punto de vista cultural, la agroecología entiende que la intervención sobre los ecosistemas debe considerar valores y saberes locales de las poblaciones rurales y que los mismos deben ser el punto de partida para la generación de propuestas de desarrollo rural.
Así, la agroecología ha tenido buena recepción en los entornos urbanos y rurales en las últimas décadas, pues ésta al basarse en conocimientos tradicionales como científicos para ofrecer soluciones adaptables y específicas a cada contexto, busca asegurar la seguridad alimentaria y la nutrición. En el caso de los entornos rurales, la agroecología es una forma de validar los conocimientos tradicionales ante el paradigma científico, con la incorporación de nuevas ecotecnias que están en sintonía con las prácticas tradicionales. Un ejemplo es la Escuela de Agricultura Ecológica U Yists Ka’an (del maya “rocío que cae del cielo”) con sede principal en el municipio de Maní, en Yucatán que promueve el “Buen Vivir” entre las familias campesinas de la Península, contribuyendo a la soberanía alimentaria y a la conciencia ecológica.
En el caso de los entornos urbanos, la agroecología es una actividad por la cual diversos colectivos sociales buscan crear conciencia sobre la producción y desperdicio de alimentos, la justicia social de mantener espacios verdes en medio de las ciudades para mejorar la salud del ecosistema y las personas, así como la soberanía alimentaria. Algunos ejemplos de estos espacios son el Huerto Roma Verde, el Huerto Tlatelolco y la Huerta Yelimiki en la Ciudad de México. Otros ejemplos de huertos urbanos en México se encuentran en Puebla con la cooperativa agraria Red de Huertos Urbanos; en Oaxaca, el Huerto Urbano Jako impulsado por mujeres; EarthBox México en Guadalajara y Jardines Comestibles en Veracruz.
Llama la atención que Bután es el primer país en el mundo en el cual se ha planteado que toda la producción de alimentos será ecológica, tanto para consumo interno como para la exportación. Aunque nuestro país aún no ha realizado esta transición, afortunadamente comienzan a florecer grupos urbanos con tendencia agroecológica y respeto a la diversidad biológica, frente al auge de los monocultivos y las grandes industrias alimenticias. Un ejemplo es El Limón en Jalisco que en 2021 fue declarado el primer municipio agroecológico en México.La presión demográfica y el aseguramiento de la alimentación es un problema latente. Se estima que para 2050 la población mundial ascienda a 9 mil millones de personas que ocuparían anualmente cerca de mil millones de toneladas (Mt) de cereales y 200 Mt de productos derivados de la ganadería para alimentarse. La agricultura deberá hacer frente a difíciles desafíos y afrontar las consecuencias del cambio climático. La agroecología es una propuesta que mitigaría estos problemas. La incorporación de los principios agroecológicos, con una perspectiva sistémica y holística, podrá asegurar una producción de alimentos ecológicamente adecuada, económicamente viable y socialmente justa para nosotros y para las futuras generaciones. EP
Referencias
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