A propósito de la publicación del volumen VIII de los Diarios de Søren Kierkegaard en español (UIA: 2021), Ilya Semo reflexiona acerca de la vacilación de este autor por continuar escribiendo.
Søren A. Kierkegaard, Diarios de 1846
A propósito de la publicación del volumen VIII de los Diarios de Søren Kierkegaard en español (UIA: 2021), Ilya Semo reflexiona acerca de la vacilación de este autor por continuar escribiendo.
Texto de Ilya Semo Bechet 07/07/22
Søren Kierkegaard, filósofo y escritor danés, llevó un diario durante más de veinte años, desde 1834, cuando contaba con la edad de veintiuno, hasta 1855, su último año de vida. El periodo más intenso de su producción va de 1843 a 1846, tres años en los que Kierkegaard publicó catorce libros, entre los cuales se cuentan O lo uno, o lo otro, Temor y temblor, La repetición, El concepto de la angustia, Migajas filosóficas, Postscriptum no científico y definitivo a Migajas filosóficas, Los estadios en el camino de la vida, Dos edades: Una reseña literaria y seis volumenes de la serie Discursos edificantes. El diario de Kierkegaard simula una forma epigramática de escritura, en la que coexisten tanto intenciones y estilos muy diferentes como ideas en apariencia aisladas. Todas las variaciones, sin embargo, obedecen al signo de una misma idea. Así, en un pasaje se lee la descripción de dos hermanos que sólo se diferencian por la cantidad de botones en los mangos de sus paraguas;1 en otro, el reclamo de una distinción de carácter entre la actividad de filosofar y el oficio de deshollinador de chimeneas.2 El diario de Kierkegaard no contiene solamente aforismos hermosos y disparatados, también incluye en sus páginas fragmentos piadosos, reflexiones metafísicas, críticas literarias, conversaciones ficticias, aclaraciones de sus escritos y hasta ese raro obsequio que por otra parte es considerado de ordinario como la promesa de todo diario: imágenes personales.
Después de ocho años de su muerte, Kierkegaard escribe sobre su padre: “Qué espanto lo de ese hombre que una vez, siendo pequeño, mientras cuidaba ovejas en el páramo de Jutlandia, con mucho dolor, muerto de hambre y agotado, se levantó en una colina y maldijo a Dios: y ese hombre no pudo olvidarlo jamás, ni siquiera a los 82 años.”3 Posiblemente, la firmeza que para Kierkegaard tiene la idea, quiere emular la indeleble marca de ese cerro que su padre subió de pequeño y del cual jamás pudo bajar. El elemento arbitrario de este recuerdo hace tanto más terrible el contraste de la resignación que refleja, que consiste en la agotadora imposibilidad de deshacerse del recuerdo. Pero, acaso Kierkegaard percibió que la resignación no consiste en conceder al recuerdo la victoria sobre el espíritu, antes bien en sostener la interminable lucha de éste contra aquél. “Un viejo, él mismo inmensamente melancólico (no describiré el modo), tiene en la vejez un hijo que hereda toda esa melancolía – pero que tiene además un espíritu tal que le permite ocultarla, a la vez que, por otra parte, justo porque su espíritu es esencial y eminentemente sano, su melancolía no tiene poder sobre él, aunque tampoco su espíritu es capaz de superarla, sino a lo sumo de soportarla.”4
La producción literaria de Kierkegaard se disparó en 1843, dos años después de renunciar a una carrera académica y anular su compromiso de matrimonio. Con todo, Kierkegaard sospechaba de toda forma de reconocimiento. La simpatía del reconocimiento acostumbra a una persona a realizar sólo la mitad de su trabajo, dejando fuera la mitad que consiste en ser uno mismo, lo cual nadie tiene la obligación de reconocerle. Si Kierkegaard intentó evitar a toda costa que cualquier signo de reconocimiento cayera sobre sus escritos es porque no estaba dispuesto a llevar a cabo esta profesión a medias. El menor reconocimiento implicaba para él, el fin de su profesión. “Mientras viva, nunca seré ni podré ser reconocido precisamente porque uso la mitad de mis fuerzas para impedirlo. En el mismo momento en que viviendo, empiezo a ser reconocido, en ese mismo instante comienzo a convertirme en una autoridad y entonces, en ese mismo momento, mi misión está terminada.”5 Mas en 1846 y a pesar de sus esfuerzos, sintió por fin la pena de esa simpatía que ya temía, y que significaba el fin de su producción: “alabado sea Dios, mi actividad como escritor está ahora terminada… Me ha dolido por ese reconocimiento que yo creí poder esperar: terminemos entonces.”6 La aparición de esta fluctuación en su estado de ánimo en torno a la escritura tal vez sea el acontecimiento más vistoso de este Volumen VIII del diario de Søren Kierkegaard.
Esta fluctuación será recurrente en partes y volúmenes posteriores del diario, no obstante, Kierkegaard continuó escribiendo hasta los últimos días de su vida. La razón es misteriosa. Muchos aluden a una dependencia a la escritura, como una dependencia a un fármaco. Otra hipótesis sería que los siguientes escritos de Kierkegaard, después del año de 1846, combaten el reconocimiento de sus escritos anteriores con un redoblamiento del esfuerzo por arrebatarlos a la simpatía del público. Lo más sencillo sería postular que Kierkegaard se resignó a sostener la idea, como antes se resignó a soportar los estragos de la melancolía. Pero acerca de esta actitud anota: “Sin duda, nadie comprende mi resignación. Algunos porque no tienen el tiempo o la ocasión o las ganas de pensar en esas cosas. Otros porque no podrían entenderla aunque quisieran.”7 Un autor diferente agregará un siglo más tarde una glosa a esta certeza. Durante una de sus conversaciones en Cambridge, Ludwig Wittgenstein y Maurice Drury discutieron el tema de Kierkegaard como escritor. Según Drury, el autor del Tractatus hizo una observación en esa ocasión, con toda la apariencia de un inocente comentario, acerca del significado de la renuncia en la obra del escritor danés.
“En lo que toca a esta última categoría no pretendo entender cómo es que sea posible. Yo nunca he sido capaz de negarme nada a mí mismo, ni siquiera una taza de café. Debo decir que yo no creo en lo que Kierkegaard creía, pero de esto estoy seguro, que no estamos aquí para pasar un buen rato.”8
La observación de Wittgenstein tiene la ventaja de ser tan enigmática como el enigma respecto del cual es una digresión. En ese sentido, es una observación instructiva. No se trata de comprender la resignación del escritor danés, mucho menos de adoptarla; se trata de resignarme a no ser capaz de comprender, porque esto es, paradójicamente, lo mejor que puedo hacer en este caso para ofrecer mi comprensión. La decisión de dejar de escribir anotada en su diario, y la subsecuente revocación de esta decisión, se encuentran entretejidas en un solo y definitivo, casi irrevocable, estado de ánimo: “Yo soy –escribe Kierkegaard–, en el sentido más profundo, una individualidad infeliz.”9 La lectura de Kierkegaard implica una constante confrontación con el signo inclemente de esta infelicidad resignada, cuya comprensión reside en la disposición del lector mismo. La disposición de aventurarse en la difícil, pero acaso no impracticable, posibilidad de ser feliz, que él todavía tiene.EP
- Søren Kierkegaard, Colección papeles de Kierkegaard: Diarios Volumen VIII: 1846 (Ciudad de México: Universidad Iberoamericana, 2021), 150. [↩]
- Kierkegaard, Diarios: 1846, 93. [↩]
- Kierkegaard, Diarios: 1846, 4-5. [↩]
- Kierkegaard, Diarios: 1846, 64. [↩]
- Kierkegaard, Diarios: 1846, 59. [↩]
- Kierkegaard, Diarios: 1846, 44. [↩]
- Søren Kierkegaard, Colección papeles de Kierkegaard: Diarios Volumen VIII: 1846 (Ciudad de México: Universidad Iberoamericana, 2021), 59. [↩]
- Rush Rhees (ed.), Recollections of Wittgenstein (Oxford, New York: Oxford University Press, 1984), 87-8. (traducción personal) [↩]
- Kierkegaard, Diarios: 1846, 65. [↩]
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