Una rica tradición de cultivo y recolección de plantas medicinales en Michoacán está en peligro: una comunidad p’urhépecha detrás de esta tradición pierde el acceso al agua. Las huertas de aguacate, que en su mayoría abastecen al mercado estadounidense, dominan los recursos hídricos en Angahuan.
La agroforestería indígena muere de sed en medio de un mar de aguacates
Una rica tradición de cultivo y recolección de plantas medicinales en Michoacán está en peligro: una comunidad p’urhépecha detrás de esta tradición pierde el acceso al agua. Las huertas de aguacate, que en su mayoría abastecen al mercado estadounidense, dominan los recursos hídricos en Angahuan.
Texto de Monica Pelliccia 30/06/22
Esta historia apareció originalmente en Mongabay y es parte de Covering Climate Now, una colaboración periodística global que fortalece la cobertura de la historia climática.
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ANGAHUAN, México — “Cuchita es la recolectora de hierbas de la cuarta generación de nuestra familia”, cuenta Juana Bravo, de 45 años, señalando una foto de su sobrina. “Mira: ella recogía plantas medicinales en las montañas cuando tenía solo un año y medio”. María de Jesús, llamada Cuchita, ahora de 9 años, todavía comparte esa misma pasión con su tía. Hoy, después de la escuela, se une a Juana para preparar un ungüento antiséptico con hierbas medicinales recolectadas del jardín que está afuera de su puerta.
Angahuan, un pueblo de 6 mil habitantes en Michoacán, cuenta con varias generaciones de mujeres indígenas p’urhépechas que practican la medicina tradicional. Juana y Cuchita forman parte de este grupo de doce curanderas, conocidas por su uso de la medicina herbolaria y comúnmente llamadas tsinajperi (“las que hacen crecer la vida”, en lengua p’urhépecha). También son muy buscadas por sus habilidades en partería y la técnica tradicional de masaje mesoamericano llamada sobada.
Las plantas medicinales como la gobernadora (también llamada creosota, Larrea tridentata), la ruda (Ruta graveolens), la prodigiosa (Brickellia cavanillesii) y la nurite (Satureja macrostema) son fundamentales para su cosmología y se cultivan a pequeña escala en sus diversos jardines llamados ekuarho. Es un sistema agroforestal tradicional que combina en un grupo que crece bien en conjunto árboles maderables, árboles frutales, plantas medicinales, hortalizas y flores; cada planta se beneficia de la sombra y la humedad que les brinda el clima seco. Es como una pequeña farmacia siempre disponible, ubicada justo afuera de la cocina, con hierbas que se usan en remedios para problemas digestivos, insomnio o dolor.
Los p’urhépechas son uno de los 68 grupos indígenas de México, y la medicina tradicional es uno de los principales pilares de su cultura, en la que la agroforestería desempeña un papel importante. Sin embargo, este patrimonio ahora está en peligro por la escasez de agua causada por la sequía provocada por el cambio climático y por la agroindustria: los aguacates son una lucrativa exportación —el 80 % de la cosecha de Michoacán se envía a las tiendas de comestibles de EUA— y sus plantaciones dominan el paisaje durante gran parte de los 40 kilómetros entre Angahuan y Uruapan.
“Las mujeres p’urhépechas tienen un papel fundamental en la riqueza de la preservación de los territorios indígenas: son las custodias de la sabiduría vegetal que se usa para la medicina, el ritual y la alimentación”, dice Rosendo Caro, director de la Comisión Forestal del Estado de Michoacán (COFOM ). “Su legado está en peligro por el desarrollo del aguacate en la región. Este negocio consume el agua que antes se usaba para el ekuarho, deteriora los suelos con agroquímicos y tiene consecuencias a largo plazo sobre los recursos hídricos”.
¿Dónde está el agua?
El jardín de Juana contiene varias hierbas medicinales p’urhépechas importantes como la gobernadora, el epazote (Dysphania ambrosioides), la planta de vaporub (Plectranthus hadiensis), el poleo (Mentha pulegium) y el marrubio blanco (Marrubium vulgare). Se intercalan con plantas comestibles como el nopal y la col, que se utilizan para preparar comidas como el mole atapakua y el pozole.
“El ekuarho es un sistema agroforestal prehispánico propio de la población p’urhépecha”, afirma la bióloga María del Carmen Godínez. “En un principio se desarrolló en el bosque: la gente sembraba maíz con calabaza, chile y frijol, aprovechando los productos del bosque como la madera, las plantas medicinales o los hongos. Luego, tras la Conquista, la llevaron a los núcleos de población. Ahora es más fácil de encontrar en los patios traseros que en los bosques. Sin embargo, mientras las comunidades p’urhépechas aumentaban en población, los ekuarho se reducían cada vez más debido a la fragmentación de la propiedad”.
En Angahuan, el ekuarho sigue siendo el centro de la vida cotidiana de las curanderas. Aquí cultivan plantas medicinales, frutas y verduras, pinos para materiales de construcción y flores para el goce cotidiano. Las mujeres también disfrutan de la sombra de los jardines: comparten momentos familiares o trabajan en bordados bajo el sol abrasador.
No obstante, antes de la temporada de lluvias, el suelo aquí está seco como la arena. “Es difícil seguir trabajando como curanderas tradicionales con la escasez de agua que ha aumentado durante los últimos cinco años”, dice Juana. Viste el traje tradicional p’urhépecha con falda larga plisada, delantal y camisa bordada cubierta por rebozos de rayas azules y negras.
“En la temporada de sequía no tenemos muchas plantas y, a veces, se secan. Hay que esperar a las primeras lluvias para que todo brote”, dice. Un melocotonero murió de sed hace poco en el jardín, por lo que su esposo Nacho lo transformó en una mesa. No obstante, cada mañana, cuando los primeros rayos del sol se filtran en el jardín, riega sus plantas con una palangana.
“Uso solo un poco porque tenemos que evitar el desperdicio”, explica. “Tenemos agua corriente solo cada tres días durante solo una hora, normalmente de 8 a 9 a. m. Uso agua reciclada [y aún así] necesitamos comprar galones en las tiendas para preparar ungüentos y aceites esenciales”.
Un legado de cuarta generación
Aprender medicina tradicional de su abuela, Victoria, es uno de los preciados recuerdos de infancia de Juana. “Solíamos recolectar cerezas negras y hierbas en el bosque. Pero ahora nos rodean menos árboles debido al desarrollo de huertos y el comercio de aserraderos”, cuenta. Cuando Juana creció, siguió una formación profesional en Uruapan para ayudar a su comunidad como curandera.
“Cuando yo era joven, todas las mujeres eran recolectoras de hierbas”, recuerda la madre de Juana, María Teresa, de 67 años. “En ese momento, no teníamos un centro médico en el pueblo, esta era la única opción para nosotros”.
Actualmente, hay menos curanderas en Angahuan, pero a ellas se unen mujeres como “Naná” Gracia Bravo, de 57 años, partera de tercera generación y madre de cinco hijos. Su casa está a unos pasos de la de Juana, entre puestos de comida callejera y tiendas de productos diversos, desde helados hasta joyas. Desde temprano por la mañana hasta la noche, los vendedores anuncian comidas rápidas como pozole.
Caminando por las calles polvorientas, casi todo el mundo conoce a Gracia. “¿Quieres un refresco?”: le dicen un par de hombres mientras pasa frente a las tiendas. “Siempre es así”, afirma Gracia con una sonrisa. “He estado haciendo este trabajo durante 40 años. Cuando camino por la calle, a veces la gente me para y me ofrece un refresco porque he apoyado a sus madres durante el parto”.
Actualmente, ella cuida a cinco mujeres, dando masajes maternales de sobada. Hoy María Guadalupe, de 27 años, embarazada de seis meses, llega a su casa. Gracia le masajea la panza con un aceite esencial para comprobar que todo va bien. Termina con una caricia especial de saludo: “Aunque no lo dijimos, al bebé le llega un buen pensamiento”, dice.
Gracia prepara medicinas con hierbas de su huerta agroforestal como la gobernadora que crece bajo la sombra refrescante del durazno, y hierve agua limpia, que tuvo que comprar en una tienda en su parangua, la tradicional chimenea de la cocina p’urhépecha. Parece estar siempre ocupada preparando remedios a base de hierbas o aceites esenciales para sus pacientes, y muchos de ellos requieren agua.
Aguacates sedientos
En Angahuan, algunos habitantes no tienen agua potable, como Apollonia Cortés, de 67 años, madre de 12 hijos, que vive fuera del centro de la ciudad. Es una de las parteras más viejas aquí, con cabello largo y gris peinado en dos trenzas rojas y azules.
En su ekuarho, los pinos altos dan sombra a frutos como chayote (Sechium edule) y cereza negra (Prunus salicifolia), además de vegetales como col, nopal y plantas medicinales.
“Antes teníamos muchas plantas, pero ahora todo está casi seco, por falta de agua”, explica Leonarda Soto, de 29 años, nuera de Apollonia, mientras sus tres hijos juegan con un perro y unos conejos en el patio. “Tenemos que comprar agua cuando no es temporada de lluvias. La gente toma agua de nuestro manantial de agua dulce: es un problema”.
El punto de abastecimiento de agua de Angahuan está a un par de kilómetros de la ciudad, un corto trayecto en coche por caminos polvorientos; el Paricutín, el volcán más joven de México, se cierne cerca.
“Lo que está pasando con el manantial de Angahuan es un problema común para los p’urhépechas que viven en esta zona”, dice Caro de COFOM, “ya que están ubicados en la cuenca alta y las lluvias no logran crear arroyos, porque el agua se infiltra en el permeable suelo volcánico. Solo hay unos pocos depósitos hidrológicos disponibles y están muy sobreutilizados”.
Las curanderas recolectan hierbas medicinales silvestres en los alrededores del manantial, y Gracia a veces va ahí de madrugada. Hoy, dos jeeps bombean agua a grandes tanques. “Miren: les traen agua a sus huertas de aguacate, y por eso no alcanza para la comunidad”, dice Gracia, luego de saludarlos y continuar su paseo.
Mientras camina, se protege la cabeza del sol haciendo un turbante con un chal, y recolecta hierbas como cola de caballo (Equisetum arvense), lentejilla (Lepidium virginicum) y algunas flores para decorar la casa.
Para las curanderas, la recolección de hierbas silvestres se está volviendo difícil. Algunas partes del bosque están cercadas con alambre, ahora parte de las huertas de aguacate; además, plantas medicinales como el árnica (Arnica montana), una hierba que se usa para hacer ungüentos antiinflamatorios, no se pueden recolectar debido al riego de los vecinos.
“En Angahuan, el cultivo de aguacate ha tomado [el control] en la última década, con aproximadamente 800-1,000 hectáreas [de ellas]”, dice Caro. “Por lo general, comienza con una asociación entre personas de la comunidad y agentes externos que dan el dinero para limpiar [la tierra], y por el tiempo hasta la primera cosecha, [unos] cinco años. Los gastos de mantenimiento son difíciles de asumir para un agricultor indígena. Al final, cuando la huerta es productiva, el agente externo se convierte en propietario, con dinero o por la fuerza”.
Esfuerzo colectivo frente a los días de lluvia
Desde sus jardines, el pueblo p’urhépecha está sembrando semillas de resistencia. “En nuestro ekuarho tenemos un vivero de árboles. Mi esposo y mi hermano ya plantaron 500 pinos en las colinas. Quieren parar un poco el aguacate, hacer reforestación y ayudar a retener el agua”, explica Gracia.
“El sistema ekuarho debe ser preservado: representa a las familias p’urhépechas [y] su vínculo con la tierra”, sostiene Erandi Rivera, profesora de la UNAM y experta en agroforestería. “Pero no podemos protegerlo sin esfuerzos políticos colectivos: la gente está cansada de la violencia estatal y criminal, y desde 2011, la mayoría de las comunidades p’urhépechas están construyendo estructuras de gobierno autónomas”.
En Angahuan tienen autogobierno según la ley de Michoachán. Entre otras iniciativas, patrullan 600 hectáreas de bosques administrados por el Consejo Comunal de Vigilancia local. La tala de árboles está prohibida y las personas pueden recolectar madera solo cuando cae naturalmente al suelo. La madera puede usarse solo para fines comunitarios, como escuelas o iglesias, y no para venderse.
Para las curanderas preservar su legado es una lucha. Juana, Gracia, Cuchita y sus vecinas han creado un colectivo de mujeres curanderas tradicionales llamado Emenda (“Tiempos de lluvia”), inspiradas en la época en que el agua y las plantas medicinales estaban más disponibles. El año pasado, el gobierno de Michoacán las reconoció con un premio al emprendimiento.
A pesar de las dificultades, el grupo sigue soñando en grande. Quieren abrir una farmacia natural en el pueblo para vender tés, ungüentos, champús y remedios elaborados con hierbas recolectadas en un ekuarho destinado a ese fin, con una sala para masajes de sobada.
“Queremos darle valor a la medicina tradicional con un proyecto de mujeres que cuidan la vida y la naturaleza”, cuenta Juana sobre el sueño de continuar el legado de las curanderas p’urhépecha a las generaciones futuras. EP
* Traducción de Gina Velázquez
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