Este texto, escrito por la antropóloga feminista Yayo Herrera, parte de una reflexión sobre medio ambiente, trabajo doméstico y un sistema patriarcal que rige cada ámbito de la vida de hombres y mujeres.
Hacia una necesaria reformulación del trabajo
Este texto, escrito por la antropóloga feminista Yayo Herrera, parte de una reflexión sobre medio ambiente, trabajo doméstico y un sistema patriarcal que rige cada ámbito de la vida de hombres y mujeres.
Texto de Yayo Herrero 05/05/22
Publicado originalmente en 2010 en Ecología Política
Ya no hay duda de que las cuentas estaban mal hechas. El crecimiento económico del norte y la promesa de desarrollo en el sur, se han basado en la extracción masiva de materiales finitos y en la generación de enormes cantidades de residuos. El progreso asociado acríticamente al crecimiento económico escondía en la trastienda un proceso de deterioro social y ambiental que podría tener diferentes nombres: cambio climático, sometimiento de culturas indígenas, desertificación, crisis energética o crisis de insostenibilidad.
La bonanza de los últimos treinta años en el norte rico se ha sostenido en el uso de abundante petróleo barato (un recurso no renovable que empieza a dar signos de agotamiento), en el comercio de recursos naturales a bajo coste, en el expolio de ecosistemas y riquezas del subsuelo, en la explotación de la fuerza de trabajo de los colectivos más frágiles y en la externalización de cantidades ingentes de residuos. En un planeta con recursos finitos, esta situación no podía durar mucho.
Sin embargo el crecimiento monetario lleva décadas siendo objetivo prioritario de todos los gobiernos, muy por delante de las políticas de protección social. Los datos económicos al uso no contabilizan la desaparición de culturas, la contaminación de agua suelo y aire, la precariedad de la población de los suburbios de las ciudades o la pérdida de biodiversidad. La contabilidad económica, más bien, llega a computar la destrucción como riqueza. El PIB sube, por ejemplo, cuando se producen catástrofes ecológicas que obligan a gastar mucho dinero para minimizar la destrucción.
Nuestro sistema económico se apropia hasta el agotamiento de los recursos indispensables: bosques, agua limpia, minerales, trabajo doméstico… y los transforma en residuos. La naturaleza y la vida humana (la tierra y el trabajo) se convierten en simples herramientas para alimentar el crecimiento del capital.
Este reduccionismo económico que ha enfocado nuestra mirada en el dinero, ha hecho desaparecer de las grandes cuentas el puntal en el que se ha de asentar una economía centrada en la supervivencia: el cuidado de la vida. Sin este no existirá futuro, ni existirán siquiera los economistas haciendo cuentas equívocas.
Para construir y mantener la ceguera monetaria no sólo es necesaria una estructura de poder, sino también un pensamiento que lo sustente: el pensamiento occidental, que subyace, sin que seamos muy conscientes, en nuestra forma de entender la realidad.
El pensamiento occidental ordena el mundo en parejas de opuestos entre sí: naturaleza-cultura, cuerpo-alma, razón-emoción, público-privado, hombre-mujer. Los dos valores de cada par se plantean como separados y excluyentes. Esta organización dicotómica simplifica nuestra comprensión del mundo. Pero los dos términos del par no se consideran de igual valor. Uno es considerado superior al otro. De este modo se jerarquiza la razón sobre la emoción, la cultura sobre la naturaleza y el hombre sobre la mujer. Y por último, un término llega a invisibilizar al otro y erigirse como patrón de la normalidad e incluso de la realidad. Así, el espacio público ocupa nuestro imaginario haciendo casi desaparecer el espacio privado, la cultura pretende someter e incluso desarrollarse al margen de la naturaleza, y los hombres se convierten en la norma del ser humano.
La invisibilización de la naturaleza y de las mujeres se ha completado al considerarse que sus aportaciones son gratuitas y, en el seno de una sociedad que asocia valor y dinero, son invisibles. En este sentido patriarcado y capitalismo se realimentan recíprocamente y resultan funcionales el uno al otro.
La ignorancia de los límites físicos del planeta y del carácter imprescindible que tienen los trabajos que garantizan la reproducción social, y que dado el rol de género que el patriarcado asigna a las mujeres, recae mayoritariamente en éstas, ha provocado una profunda contradicción entre humanidad y medio ambiente que se conoce como crisis ecológica; pero también provoca un importante problema social como es la crisis de los cuidados.
Crisis de los cuidados
En las últimas décadas se han dado una serie de factores que han alterado profundamente el modelo previo de reparto de las tareas domésticas y de cuidados que sostiene la economía, el mercado laboral y la propia vida humana.
Lo que llamamos crisis de los cuidados es el resultado de las sinergias de un conjunto de circunstancias. Entre ellas se encuentra el acceso de las mujeres al empleo remunerado dentro de un sistema patriarcal. La posibilidad de que las mujeres sean sujetos políticos de derecho está ligada a la consecución de independencia económica a través del empleo. El trabajo doméstico pasa a verse como una atadura de la que hay que huir lo más rápidamente posible. Sin embargo no es un trabajo que pueda dejar de hacerse y el paso de las mujeres al mundo público del empleo no se ha visto acompañado por la asunción de estas tareas por parte de los hombres.
Dado que hay que seguir atendiendo a las personas ancianas, a la infancia y a las personas con discapacidades, y que los hombres miran hacia otro lado y no se hacen responsables de ellas, las mujeres acaban asumiendo dobles o triples jornadas, viviendo la dificultad de su atención con un fuerte sentimiento de culpa.
Por otra parte, el envejecimiento de la población y mantenimiento de la vida hasta edades muy avanzadas, en muchos casos en situaciones de fuerte dependencia física, exige una mayor dedicación a las personas mayores.
Los cambios en el modelo urbano también juegan un papel fundamental en la dificultad que existe en nuestras sociedades para garantizar el bienestar y el cuidado de la vida humana. Del mismo modo que el hipertrofiado modelo de transporte motorizado deteriora los ecosistemas, también separa los diferentes espacios físicos en los que se desarrolla la vida de las personas, obligando a invertir mucho tiempo en los desplazamientos del trabajo a casa, al colegio, a la casa de los mayores que hay que atender, etc.
Además, la precarización de la vida obliga a plegarse a los ritmos y horarios que impone la empresa y la pérdida de redes sociales de apoyo fuerza a resolver los asuntos cotidianos de una forma mucho más individualizada con las dificultades añadidas que eso supone.
La crisis del sistema que hasta el momento garantizaba el mantenimiento de las condiciones básicas de bienestar humano (a costa de la explotación de las mujeres) se hace especialmente grave ante el progresivo desmantelamiento y privatización de los servicios sociales que trataban de paliar algunos de estos problemas.
En los hogares se reorganiza la atención a las necesidades de las personas sin la participación de los hombres. Aquellas mujeres que por su condición de clase pueden pagar parte de los trabajos de cuidados, compran en el mercado servicios domésticos, mientras que otras mujeres venden su fuerza de trabajo para realizarlos, frecuentemente en condiciones de precariedad y ausencia de derechos laborales. En otros casos se produce también transferencia generacional del trabajo de cuidados y son sobre todo las abuelas quienes se ocupan de parte de la crianza y cuidados de sus nietos.
Colocar la vida en el centro, cambiar las prioridades
Como vemos, puede decirse que existe una irreconciliable contradicción entre el proceso de reproducción natural y social y el proceso de acumulación de capital (Piccio, 1992).
En un planeta con los recursos finitos, es absolutamente imposible extender el estilo de vida occidental, con su enorme consumo de energía, minerales, agua y alimentos. El deterioro social y ambiental es una parte insoslayable de un modelo de desarrollo basado en el crecimiento constante. Igualmente, la consideración de los mercados como epicentro de la sociedad, desbarata e impide el mantenimiento de la vida humana en condiciones dignas. Nos encontramos, entonces, ante una crisis civilizatoria, que exige un cambio en la forma de estar en el mundo.
Los mercados tienen que dejar de ser los que organizan los tiempos, los espacios y la actividad humana para articular la sociedad alrededor de la reproducción social, la satisfacción de las necesidades y el bienestar humano sin menoscabar la naturaleza que nos permite existir como especie.
Colocar la satisfacción de las necesidades y el bienestar de las personas en condiciones de equidad como objetivo de la sociedad y del proceso económico representa un importante cambio de perspectiva que sitúa al trabajo que permite a las personas crecer, desarrollarse y mantenerse como tales como un eje vertebrador de la sociedad y, por tanto, de los análisis. Desde esta nueva perspectiva, las mujeres no son personas secundarias y dependientes sino personas activas, actoras de su propia historia, creadoras de culturas y valores del trabajo distintos a los del modelo capitalista y patriarcal. (Borderías y Carrasco, 1994). Y el trabajo doméstico, por ser imprescindible y en muchas ocasiones penoso, tiene que ser asumido como responsabilidad social y compartido con los hombres en condiciones de equidad.
Redefiniendo los conflictos
Reconocer que todos y todas somos seres dependientes que precisamos del cuidado de otras personas a lo largo de nuestro ciclo vital permite redefinir y completar el conflicto capital-trabajo, afirmando que ese conflicto va más allá de la tensión capital-trabajo asalariado, para ser una tensión entre el capital y todos los trabajos, los que se pagan, y los que se hacen gratis (Pérez, 2009).
Si recordamos, además, que desde la perspectiva del ecologismo social, también es palpable la contradicción esencial que existe entre el sistema capitalista y la sostenibilidad de la biosfera, nos hallamos, de nuevo, ante un importante encuentro entre feminismo y ecologismo. La perspectiva ecológica demuestra la inviabilidad física de la sociedad del crecimiento. El feminismo aterriza ese conflicto en la cotidianeidad de nuestras vidas y denuncia la lógica de la acumulación y del crecimiento como una lógica patriarcal y androcéntrica. La tensión irresoluble que existe entre el capitalismo y la sostenibilidad humana y ecológica muestra en realidad una oposición esencial entre el capital y la vida.
Mantener la vida, una responsabilidad social
Salir de esta lógica obliga a formular otras preguntas en el ámbito de la economía: ¿qué necesidades hay que satisfacer? ¿cuáles son las producciones necesarias para que se puedan satisfacer? ¿cuáles son los trabajos socialmente necesarios para ello?
Alcanzar la sostenibilidad obliga a que la sociedad se haga responsable de la vida. En lo ecológico supone reducir notablemente las extracciones de materiales finitos, disminuir al máximo la generación de residuos, y conservar los equilibrios de los ecosistemas. Estos imperativos abocan inexorablemente a que las sociedades ricas aprendan a vivir con menos recursos materiales.
En una sociedad que necesariamente tendrá que aprender a vivir bien con menos es fundamental pensar qué trabajos son social y ambientalmente necesarios, y cuáles no es deseable mantener. La pregunta clave para valorarlos es en qué medida facilitan el mantenimiento de la vida en equidad. Los trabajos de cuidados, que históricamente han realizado las mujeres, los que sirven para mantener o regenerar el medio natural, los que producen alimentos sin destruir los suelos y envenenar las aguas, así como los que consolidan comunidades integradas en su territorio, facilitan el mantenimiento de la vida en equidad y por ello son trabajos deseables.
Por tanto, la mirada desde las gafas de la sostenibilidad nos ofrece un panorama del mundo del trabajo completamente diferente del actual. Podríamos diferenciar con propiedad entre trabajos ligados a la producción de la vida y trabajos que sin embargo conducen a su destrucción.
Pero no basta que con que el cuidado se reconozca como algo importante si no se trastoca profundamente el modelo de división sexual del trabajo. Es preciso romper el mito de que las mujeres son felices cuidando. Muchas veces cuidar es duro y se hace por obligación, porque no se puede dejar de hacer.
La sostenibilidad social necesita de un cambio drástico en el espacio doméstico: la corresponsabilidad de hombres y mujeres en las tareas de mantenimiento de la vida, realizada en equidad y mantenida en el tiempo. La transformación que un cambio así puede provocar es de una enorme dimensión: variaciones en los usos de los tiempos de vida, en el aprecio por el mantenimiento y la conservación, en la comunicación, en las formas de vida comunitaria, en la vinculación entre el espacio público y privado, en la consideración de los espacios no monetizados…
La forma en que se diseñen e implementen las políticas públicas y las normativas dirigidas a la empresa privada (a la que habrá que obligar a hacerse responsable de la vida humana), cómo se configuren los sistemas de protección social, estará configurando una organización específica de distribución del tiempo y del espacio, de utilización de los recursos públicos y privados.
La visibilización, politización y priorización del cuidado es una tarea necesaria para la sostenibilidad. Se trata de un cambio de prioridades al tiempo antipatriarcal y anticapitalista. Es antipatriarcal porque se enfrenta al orden que impone la división sexual del trabajo. Es anticapitalista porque cuestiona el concepto y el valor que el mercado da al trabajo, denuncia la dependencia que el mercado tiene del trabajo de cuidados y propone la sustitución del objetivo de crecer por crecer por un compromiso con la defensa de las vidas (cualquier tipo de vidas) en condiciones dignas.
El cuidado, como exigencia para el mantenimiento de la vida, es un requerimiento de la sostenibilidad y tiene que ser asumido por la sociedad, no es una obligación sólo para las mujeres. EP
Bibliografía
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Cembranos, F. Herrero, Y. y Pascual, M. coords (2007), Educación y ecología. El curriculum oculto antiecológico de los libros de texto. Editorial Popular.
Fernández Durán, R. (2008), Crepúsculo de la historia trágica del petróleo. Coed. Virus y Libros en Acción.
Herrero, Y. (2006), Ecofeminismo: una propuesta de transformación para un mundo que agoniza. Cuadernos Mujer y Cooperativismo noviembre 2006 n. 8 p
UCMTA. Naredo J.M. (2006), Raíces económicas del deterioro ecológico y social. Más allá de los dogmas. Siglo XXI. Madrid.
Novo, M. (coord) (2007), Mujer y medio ambiente: los caminos de la visibilidad. Los Libros de La Catarata, Madrid.
Pérez Orozco, A. (2009), Feminismo anticapitalista, esa Escandalosa Cosa y otros palabros. Intervención en las Jornadas Feministas de Granada 2009. (www.feministas.org).
Piccio (1992). Social Reproduction: the political economy of Labour Market. Cambridge University Press.
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