Entre fronteras y ausencias: la labor de la Primera Brigada Internacional de Búsqueda

Este texto de Camila Plá, con fotografías de Javier Perea, reflexiona sobre la labor de la Primera Brigada Internacional de Búsqueda; esta es tan esencial no sólo para encontrar a los desaparecidos en la frontera norte, sino para el acompañamiento de quienes forman parte de ella.

Texto de & 11/04/22

Este texto de Camila Plá, con fotografías de Javier Perea, reflexiona sobre la labor de la Primera Brigada Internacional de Búsqueda; esta es tan esencial no sólo para encontrar a los desaparecidos en la frontera norte, sino para el acompañamiento de quienes forman parte de ella.

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“Nunca pensé venir a un lugar así, y mírame, aquí ando”, dice Silvia sosteniendo la ficha de búsqueda de su hijo en una mano. Frente a ella se extiende la ciudad de Mexicali, aquella que sorprende por el contraste en sus calles. Por un lado se observa un hotel de porte exuberante, un guardia cuida las puertas de entrada de un bar nocturno con luces rojas de donde entran y salen autos constantemente. Y atrás, sobre la calle, se ven las construcciones armadas con láminas, sobre las banquetas se amontonan tiendas de campaña en las que habitan personas en situación de calle. El 4 de abril de 2021, Jeancarlo Román de la Cruz fue desaparecido en la frontera norte de México y Estados Unidos. Hace ya un año que se comunicó por última vez con su madre, Silvia de la Cruz, y desde entonces ella no ha parado de buscarlo. Madre e hijo son originarios de Huancayo, Perú, él viajó a México para cruzar la frontera obligado por las necesidades económicas de la familia y ella vino buscándolo a él. “El 4 de abril fue cuando lo abandonaron pero fue hasta el 11 de abril que me contaron que mi hijo no llegó a Estados Unidos”, dice con una voz queda, y después agrega con firmeza: “Yo quiero ubicar a la persona que dejó a mi hijo y pedirle su manifestación. Porque es una vida, porque este señor… por qué no quiere decirme. ¿Por qué no me dicen qué le pasó a mi hijo? Si lo dejaron, ¿por qué no me dicen dónde? Los que lo dejaron se esconden”; Jeancarlo no desapareció, fue desaparecido por la violencia permitida en la frontera.

Silvia nunca había salido de Perú y no había imaginado jamás venir a México. Debido a la pandemia, la familia se encontraba en una situación económica vulnerable y Jeancarlo optó por buscar opciones laborales en Estados Unidos. “Yo no conocía México ni sabía que era peligroso. Antes de viajar a este país esperé dos meses, tres meses y al cuarto mes no había ningún resultado y entonces vinimos a México yo y mi esposo”. Sin embargo, la búsqueda de su familiar ha sido constantemente entorpecida por las autoridades. Jeancarlo buscó cruzar la frontera por Acuña, Coahuila y ahí fue que Silvia y su esposo Heber pidieron que se realizara una diligencia, una búsqueda a profundidad de la zona en donde Jeancarlo desapareció. 

“El plan de búsqueda era ir a Acuña, Coahuila, pero antes de salir, a las 5 de la mañana, las autoridades nos dijeron que no íbamos a ir por ahí porque había mucha trocha,1 y era muy riesgoso. Fuimos por Piedras Negras, entonces no hubo ningún resultado porque él no fue por ahí”, también comenta Silvia que sin dar una explicación mayor las autoridades negaron la búsqueda en el perímetro acordado. “Acá la fiscalía tarda mucho, he pedido las huellas dactilares de mi hijo a Perú pero tardan demasiado y no me dan respuesta. Yo pienso que el trabajo de las autoridades no es como debe ser. Se demora mucho, no hay interés”, menciona Silvia. 

Movido por la desconfianza hacia las autoridades del Estado mexicano, el padre decidió buscar a su hijo por cuenta propia, pero poco después él también perdió comunicación con Silvia: “mi esposo también fue desaparecido buscando a mi hijo”. Ante esta situación, Silvia decidió que no volvería a Perú hasta encontrarles y fue entonces que sus hijas viajaron a México para acompañarla. Junto a ellas continuó la búsqueda y pudo localizar a su esposo: “Nosotras buscábamos de noche y mi hija encontró que mi esposo está en Texas detenido. Aunque tiene una visa humanitaria, no les importó, lo detuvieron buscando a mi hijo”. 

“Esta Brigada fue acogida por los colectivos del norte del país, quienes durante sus búsquedas en el territorio han sido espectadores de la violencia que emana y genera la frontera; constantemente observan a las personas que intentan cruzar y son desaparecidas en el proceso, o aquellas que después de conseguirlo son obligadas a regresar a México, aunque su país no sea este”.

Desde que comenzó su búsqueda, Silvia ha conocido a más madres y familiares de personas desaparecidas. Fue así que llegó a participar en la Primera Brigada Internacional de Búsqueda, la cual comenzó el 16 de febrero y terminó el 4 de marzo de 2022. Esta Brigada fue acogida por los colectivos del norte del país, quienes durante sus búsquedas en el territorio han sido espectadores de la violencia que emana y genera la frontera; constantemente observan a las personas que intentan cruzar y son desaparecidas en el proceso, o aquellas que después de conseguirlo son obligadas a regresar a México, aunque su país no sea este. La frontera norte es habitada por todas aquellas personas que han sido expulsadas, violentadas y hostigadas. Como un grito urgente, la Brigada Internacional recorrió los estados de Sonora y Baja California Norte junto a familias de Perú, Colombia, El Salvador, Honduras y la mayor parte de los estados de México. “Me enteré de la Primera Brigada Internacional y a mí la verdad me interesó. Mi hijo no está por acá, pero uno nunca sabe. Aparte de buscar aquí, voy ganando experiencia, estoy aprendiendo bastante. Estoy conociendo a personas de diferentes países y la verdad es que nos medimos el dolor entre nosotras; nos entendemos y eso me hace querer ayudarlas y apoyarlas”, cuenta Silvia, siempre con voz baja y calmada.

La Brigada Internacional se dividió entre búsqueda en vida y búsqueda en campo. Todas y todos los participantes (en su gran mayoría mujeres) recorrieron ambos estados de la república en caravana, durmiendo en los mismos lugares; durante el día, la Brigada se dividía para llevar a cabo acciones simultáneas de búsqueda. Hay quienes viajaron solas y que, aunque tienen pistas de encontrar a sus hijos o hijas en vida, prefirieron caminar entre los cerros y entregarles las fichas de búsqueda a sus compañeras. La Brigada funcionó como una articulación de respuesta ante la violencia e ineptitud del Estado, además de ser un espacio de acompañamiento entre pares, de abrazo colectivo y de alegría: “Ahorita me río y estoy contenta porque estamos todos aquí juntos, pero en cuanto acabe la Brigada nos vamos a quedar mi esposo y yo solos y se siente otra vez la tristeza”, comentó en el refugio Olga Castillo, de Tijuana, quien busca a su hija Selena desde hace más de un año.

“Estuvieron aquellas amigas que siempre se acompañan, que juntas han aprendido a buscar y deciden no soltarse del brazo porque saben bien que cuatro ojos ven mejor que dos, y aún mejor si es entre compañeras y risas”.

El grupo de búsqueda en campo recorrió los alrededores de las ciudades; las familias caminaron por los cerros, lodazales y la inmensidad del desierto. Con varilla, pico o pala sobre el hombro, el grupo caminó durante días buscando fosas o restos de personas. Cada familiar va a su propio paso y ha aprendido a caminar a su manera. Participó aquel que suele avanzar solo observando el suelo y con paso lento, leyendo las marcas en la arena o la tierra, asomándose entre las rocas, levantando cada gorra, zapato o pantalón tirado en el camino, preguntándose qué historia carga y cómo fue a dar a tal rincón del mundo. Estuvieron aquellas amigas que siempre se acompañan, que juntas han aprendido a buscar y deciden no soltarse del brazo porque saben bien que cuatro ojos ven mejor que dos, y aún mejor si es entre compañeras y risas. También fue la de la sonrisa alegre, que mientras camina canta boleros, corridos, rancheras y baladas. Y no faltó aquel que vio su ruta desde que se bajó del autobús, miró al cerro y con paso firme y rostro taciturno subió sin mirar atrás, sin miedo a alejarse del grupo. Cada vez que se encuentra un resto, una fosa o una osamenta, las familias se toman de las manos y rezan juntas, “porque alguien regresa hoy a su casa y una madre descansa”. 

Mientras tanto, el otro grupo (el eje de búsqueda en vida) recorrió las ciudades pegando fichas con la información de sus seres queridos, buscando pistas y preguntando directamente a la gente por información. Recorrieron basureros, albergues, centros de rehabilitación, picaderos, bares y cada rincón que se les permitió, tapizando las calles con los rostros de sus hijos e hijas, e incluso con fotografías de conocidas que no pudieron asistir o que prefirieron ir a la búsqueda en campo. 

“Algunos familiares han ido adaptándose poco a poco a ver las condiciones en las que viven, y cobijan a aquellas que no: para algunas es más normal que extraño, pero para otras es enfrentarse por primera vez a esas realidades”.

Entre las ciudades recorridas, Tijuana y Mexicali resaltan por la cantidad de población que habita en sus calles. Muchos de sus pobladores son estigmatizados y excluidos, la persecución policial y la exclusión de algunas zonas de las ciudades aumenta su nivel de vulnerabilidad. El paisaje citadino y las condiciones sórdidas en las que viven las personas en situación de calle en la zona fronteriza impactan y sorprenden a cualquiera, son imagen del olvido y la violencia. El trabajo de búsqueda en vida implica recorrer centros de rehabilitación, albergues, cárceles y sitios en los que habitualmente se reúnen personas en situación de calle. Algunos familiares han ido adaptándose poco a poco a ver las condiciones en las que viven, y cobijan a aquellas que no: para algunas es más normal que extraño, pero para otras es enfrentarse por primera vez a esas realidades.

Las madres fueron con las fichas de sus seres queridos preguntando a cada una de las personas si lo reconocían. Abordaron a la gente siempre apelando al cariño que ellas les tienen a sus hijos; preguntaron repetidas veces si ya les avisaron a sus familias que están vivos, dónde están y en qué condiciones viven. Y después, les contaron y preguntaron sobre sus esposos, hijos, hijas o hermanas. 

En muchas ocasiones la primera reacción de las personas en situación de calle fue de desconfianza, pero poco a poco algunos fueron escuchando el sentimiento y la necesidad que se esconde detrás de las preguntas de las familias, y comenzaron a su vez a contar su historia, qué los llevó ahí y en qué condiciones viven. Durante la búsqueda en Mexicali, se recorrió un terreno baldío junto a una fábrica. En el terreno muchos hombres han habilitado con láminas, telas o troncos el espacio para construirse un refugio de la intemperie. “Miren, esta es mi casita”, comentó Luis Berto, alias “El Gil”, señalando un hueco entre el cemento del suelo que cubre la explanada, “aquí yo duermo”, dice con una sonrisa. Un hueco en medio del cemento. “El Gil” llegó a Mexicali de Chilapa, Guerrero, y así como él, gran parte de los hombres que habitan las calles de Mexicali no son originarios de Baja California. 

Según el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas (RNPDNO), presentado el 5 de abril de este año, en México hay registro de 98,636 personas desaparecidas y no localizadas. Pese a que este número resulta verdaderamente alarmante, se sigue sin tener claridad cabal de la magnitud del problema. Este registro no toma en cuenta a la mayor parte de las personas extranjeras que desaparecen en su intento de cruce por México. Son pocas las familias sudamericanas o centroamericanas que consiguen viajar a México, levantar una denuncia por desaparición y ser atendidas correctamente.

“Mi meta es buscar todo México. Esa es la razón por la que vine a esta Brigada, aprender de la Brigada, conocer a las compañeras y coger lo que ellas saben, ganar esa experiencia para ir a buscar a Coahuila porque la que voy a ir soy yo. Quiero llegar ahí”, concluye Silvia. EP

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