¿Existe el “genoma mexicano”?, ¿tiene sentido indagar en el “genoma indígena mexicano”? En este texto, Agustín B. Ávila Casanueva habla sobre estas categorías y sus implicaciones.
Los cuidados dentro de un genoma
¿Existe el “genoma mexicano”?, ¿tiene sentido indagar en el “genoma indígena mexicano”? En este texto, Agustín B. Ávila Casanueva habla sobre estas categorías y sus implicaciones.
Texto de Agustín B. Ávila Casanueva 17/03/22
A la ciencia le encanta categorizar. Finalmente, ha resultado muy útil partir el universo en cachitos y ordenarlo en distintas cajas marcadas con nombres tan diversos como «galaxias», «moléculas», «especies» u «Homo sapiens»; para luego estudiar sus interacciones o adentrarse en el infinito contenido en cada caja. No obstante, ¿puede la ciencia meter toda la realidad dentro de estas cajas? Vayamos a un ejemplo más concreto. Las y los mexicanos existimos, y cada uno de nosotros tiene un genoma; ¿existe, entonces, una cajita hecha por la ciencia cuya etiqueta diga “El genoma del mexicano”?
El 11 de mayo del 2009, el Dr. Gerardo Jiménez —entonces director del Instituto Nacional de Medicina Genómica (INMEGEN)— le entregó al presidente en turno, Felipe Calderón, los resultados de un proyecto que, en parte, justificaba la creación del INMEGEN: el Mapa del Genoma de los Mexicanos. Esto podría parecer una respuesta afirmativa a nuestra pregunta. Sin embargo, otras personas dedicadas a la ciencia, a la filosofía y a los estudios sociales de la ciencia, rápidamente saltaron a discutir el término. Porque no hay un gen —o un conjunto de genes— que nos defina como mexicanos. No hay alguna mutación compartida por toda la población; es decir, no hay manera genética, ni biológica de definir a un mexicano o una mexicana.
Ese es el punto: la categoría “mexicanx” no es biológica. En otras palabras, dentro de la categorización de la ciencia, no hay ninguna cajita llamada “mexicanx”. Por supuesto que la caja existe, la usamos diario y hay muchas decisiones basadas en la definición de esa categoría. Pero es una categoría política; no es científica.
Esta mezcla de categorías ha vuelto a surgir recientemente. Se está volviendo a hablar de “el genoma mexicano” para un nuevo proyecto genómico y ahora también del “genoma indígena mexicano”. Y, para esta última cajita topamos con la misma piedra. En las palabras de Yásnaya Elena A. Gil, lingüista ayuujk (mixe) “el problema [con la categoría indígena] es cuando se atribuye como categoría esencial, genética o cultural, inamovible. Y no es una categoría cultural, no es una categoría identitaria nada más, no es una categoría genética, ni racial, sino es una condición política”.
Otro problema que puede surgir es que al querer ver solamente la categoría científica, se descontextualicen las otras categorías, o se ignoren por completo. Al respecto, Jocelyn Cheé, genómica que realiza investigación en estudios sociales de la ciencia, da el siguiente ejemplo: “Se habla del background genético étnico-indígena sobre la predisposición del mexicano a la diabetes, pero no se menciona que ha habido toda una política de la alimentación que también influye”. Es decir, al encontrar o proponer una causa genética para un fenotipo o una enfermedad, es fácil deslindar a las causas ambientales —atravesadas por los contextos sociales y políticos— de su contribución al problema y sólo enfocarse en una parte que la ciencia no va a poder resolver por sí misma.
Entonces ¿qué le queda a la genómica humana? ¿Tiene algún sentido continuar con estos estudios? La genómica de poblaciones humanas puede hablarnos sobre diversidades. Desde celebrarla, demostrándonos que cada uno de nosotres es único y tiene una combinación de mutaciones irrepetible. Al mismo tiempo, también nos comprueba que, genómicamente hablando, somos 99.9% idénticos, y que el racismo y la segregación racial son —social y biológicamente— insostenibles.
Con los análisis del ADN de distintas poblaciones, también podemos conocer las historias de migración de nuestra especie: cómo fuimos saliendo de África, cómo nos encontramos con los neandertales en Europa y con los denisovanos en Asia, y cómo logramos habitar todos los rincones de este planeta que se encuentran por encima del agua. Sin embargo, también hay que tener consideraciones con estas investigaciones. No porque la genómica pueda contestar una pregunta, significa que le corresponde a ella responderla.
Al respecto, la Dra. Krystal Tsosie —miembro de la nación navajo, y con estudios en genética y bioética— da un ejemplo en una entrevista para PBS: “Muchas tribus a lo largo de la costa del Pacífico pueden ser más receptivas a discutir la evolución de poblaciones que involucra a su comunidad, ya que ellos ya cuentan con historias de creación que indican que su comunidad proviene de personas que llegaron de lugares remotos. Así que podrían ver a la genética como un posible medio de unir su conocimiento cultural con su conocimiento genético. Mientras que para otras comunidades, como los havasupai, quienes creen que se originaron en la base del Gran Cañón, estas otras narrativas pueden ser conflictivas culturalmente”.
Al trabajar con poblaciones humanas, especialmente indígenas, debemos asegurarnos no solamente de que la investigación beneficie a la comunidad en cuestión, sino también que no entre en conflicto con sus creencias culturales. Estar conscientes de dónde viene cada caja, y saber cuáles son las problemáticas que las atraviesan. O aún mejor: no voltear a ver a las comunidades como una mina de datos, sino invitarlas a ser partícipes activas de la investigación. Es así como surgen iniciativas como el consorcio Escuela de Verano en Genómica para Personas Indígenas (SING, por sus siglas en inglés), que imparte escuelas de genómica en Estados Unidos, Canadá, Australia y Aotearoa (Nueva Zelanda) con un modelo de investigación colaborativa.
De esta manera, las comunidades involucradas en el estudio no solamente pueden dar su visto bueno sobre el tipo de investigación y las preguntas que se desean plantear y responder, sino que también pueden generar las propias desde sus propias inquietudes y cosmovisiones. Este contacto directo y participación activa de las comunidades estudiadas, también genera una comunicación constante e imprescindible en el proceso de investigación científica. Porque, en el caso de la genómica humana, las discusiones no terminan cuando se publica un artículo y se dan los resultados. Falta discutir qué va a pasar con los datos.
Los datos genómicos de estas poblaciones, que normalmente —dados los convenios de investigación— quedan disponibles en bases de datos públicas. Esto genera que cualquier persona con conocimiento de las técnicas pueda utilizar los datos sin necesariamente obtener el consentimiento de las comunidades involucradas e intentar resolver cualquier pregunta que se le ocurra. Sin necesariamente tener los cuidados arriba mencionados. Es por eso que la comunicación constante con las comunidades es indispensable, para que estas tengan la potestad sobre sus propios datos y decidan a quiénes les permiten, si es que les permiten, hacer investigación con ellos.
Es aquí donde también entran las cajitas de la economía. Según Carlos Bustamante —director de una compañía de biotecnología llamada Galatea Bio— en entrevista para Tec Review: “Los datos genéticos son más valiosos que todo el petróleo”. Gracias a declaraciones como estas es que Nelly Rosario, profesora asociada de estudios latinos del Williams College, hace la analogía: “la doble hélice empieza a parecerse a una versión moderna de El Dorado”. Esa ciudad mítica construida con oro puro, que los colonizadores literalmente morían por encontrar, para poder explotar por su propia cuenta. Un ejemplo reciente de esto se puede leer en el reportaje de Pie de Página: Traficantes de ADN.
Debería ser sencillo poder ver que al hacer investigación sobre nosotros mismos no podemos mantenernos objetivos. No porque una de las categorías —cajas— usadas durante un proceso de investigación provenga de la ciencia, significa que todo el proceso adquiera las supuestas propiedades de objetividad, imparcialidad y de buscar siempre el bien, que nos gusta asignarle a la ciencia —y que no siempre las cumple—. Mejor reconocer cada nuevo elemento involucrado, cada pregunta, saber desde dónde viene, a quiénes involucra, y a quiénes beneficia.
El llamado es a hacer una genómica humana colaborativa, donde no se realicen preguntas en nombre de alguien más. Pero para eso tenemos que admitir nuestros sesgos e intereses, y mostrarlos de frente a alguien con quien estamos dispuestos a dialogar, como iguales. Hablar del ADN humano, también debería implicar hablar de los cuidados que se deben tener al respecto. EP
Referencias
Irma Silva-Zolezzi, Alfredo Hidalgo-Miranda, et al. Analysis of genomic diversity in Mexican Mestizo populations to develop genomic medicine in Mexico. Proceedings of the National Academy of Sciences May 2009, 106 (21) 8611-8616; DOI: 10.1073/pnas.0903045106
Carlos López Beltrán (ed). Genes (y) mestizos. Genómica y raza en la biomedicina mexicana. Instituto de Investigaciones Filosóficas, UNAM. México, 2011, 358 páginas.
Carlos López Beltrán, Peter Wade, Eduardo Restrepo, Ricardo Ventura Santos (eds). Genómica mestiza. Fondo de Cultura Económica, 2017, 432 páginas.
Rosario, Nelly. 8. DNA+Latinx: Complicando the Double Helix. Critical Dialogues in Latinx Studies: A Reader, editado por Ana Y. Ramos-Zayas y Mérida M. Rúa, Nueva York, EUA: New York University Press, 2021, pp. 104-118.
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