Columna mensual
Pantalla dividida: Crisis en seis escenas. La serie de Woody Allen
Columna mensual
Texto de Ernesto Anaya Ottone 08/07/19
A Daniel Gruener, que me habló de ésta y de varias otras series
Resulta que en 2014, Jeff Bezos, creador y dueño de Amazon, científico-empresario-millonario, emblema del modelo empresarial estadounidense, exitosísimo y rudísimo,1 dio un golpe de cátedra en el mundo de las series con el estreno de Transparent, primera producción de Amazon Studios, un drama-comedia que terminó ganando el Globo de Oro como la mejor en su género. Netflix, HBO y AMC se quedaron boquiabiertos. Más aún cuando el nuevo gigante anunció que la siguiente producción estaría a cargo del octogenario Woody Allen. El boquiabierto terminó siendo el propio Jeff Bezos, porque Woody Allen no es el tipo de persona que trabaja por encargo, ni alguien a quien le guste tener un jefe. Por supuesto dijo: “No, muchas gracias”, varias veces; pero Bezos resolvió el asunto como el millonario todopoderoso que es y puso en el cheque una cantidad de ceros inaudita; Woody Allen suspiró, se acordó del chiste de Groucho Marx que dice: “Éstos son mis principios; si no le gustan, tengo estos otros”, y mandó a decir que sí.
Se trata de una serie a la que incluso el calificativo de miniserie le queda grande. Porque Woody Allen no hace series, hace películas. Crisis en seis escenas (2016) es una película que dura tres horas, dividida en seis partes de treinta minutos cada una. Se emitió completa el mismo día de su estreno. Decir que es serie es un chiste, por lo demás, totalmente voluntario, porque Allen quería dejar en claro que con esto no se estaba jugando nada serio, que haría algo rápido (lo que no significa “a la rápida”) y daría carpetazo. Sin embargo, resultó algo más profundo de lo que él mismo pensaba.
La historia tiene un prólogo que juega con la idea (cervantina) de la serie dentro de la serie: el escritor y expublicista Sidney J. Munsinger (Allen), le cuenta a su peluquero (lector suyo, brutalmente crítico) que está trabajando en una idea para una serie de televisión. Cuando el peluquero le pregunta de qué va, Sidney contesta: “Ya sabes, de una familia”. “Ah —dice el peluquero—, ¿la típica familia disfuncional con una mujer e hijos sarcásticos y un marido maltratado?”. Sorprendido, Sidney reconoce que sí. De esta manera inicia una larga y eficaz cadena de chistes, salpicados con una que otra escena dramática, hasta llegar a la pletórica secuencia final, el chiste en su grado máximo. Pero antes de llegar ahí, es bueno explicar por qué el chiste es tan esencial para Woody Allen y de qué tipo de chiste estamos hablando.
El pueblo judío es un pueblo de humoristas.2 Desde sus orígenes está marcado por la ironía y el absurdo: ser el pueblo elegido por Dios y sufrir las peores desgracias es algo que no embona, es una contradicción, y donde hay contradicción aparece, de manera inevitable, el humor. Pirandello, en El humorismo, lo llamó “el sentido de lo contrario”. Es sentido de lo contrario que Moisés le pregunte a Dios, “¿quién eres?”, y que Dios (Jehová) conteste con un juego de palabras: “Soy el que soy”; podría haber dicho: “Soy amor, soy compasión, soy Yin-Yang”; en cambio, dijo un chiste. Es sentido de lo contrario que el éxodo por el desierto haya durado cuarenta años cuando se trata de una distancia que hoy se recorre en pocas horas; la tradición rabínica justifica el hecho como un acto de expiación: el pueblo tenía que purificarse antes de entrar a la tierra prometida; y de nuevo aparece el sentido de lo contrario porque es irónico terminar una esclavitud de décadas para empezar una penitencia de décadas.
Siglos de decepción y desgarro sólo pudieron ser sobrellevados porque se tomaron las cosas con humor, tal como muy bien dijo el escritor Romain Gary (también judío): “Si eres el depositario del récord mundial histórico de la tristeza, el único lugar al que te queda aferrarte es tu sentido del humor”.3 La máxima manifestación de todo esto fue el yiddish, idioma enloquecido, mezcla de alemán, hebreo, polaco y ruso que, fusionado con la gracia eslava, hizo del relato corto y la parábola jasídica (el lado humanista de la religión judía) un auténtico arte. En el Este europeo (askenazí) surgió “la oblicua mirada de un conjunto humano capaz de reírse de sus propias desgracias y debilidades, de las verdades absolutas y los prejuicios, de arquetipos y roles establecidos, y de Dios mismo”.4 El yiddish hizo del chiste una vocación, convirtió todo lo que tocaba en anécdota sabrosa y sabiduría cínica. El holocausto (que no fue chiste) casi acaba con el idioma. Sobrevivió en Nueva York, Tel Aviv, París, Varsovia y Buenos Aires. Woody Allen era apenas un niño cuando llegó esta oleada de judíos parloteando. En Nueva York, el yiddish anidó y prosperó, llegando incluso a conquistar un Premio Nobel de Literatura en 1978: Isaac Bashevis Singer.
No es casualidad, entonces, que Woody Allen eligiera el apellido Singer para el protagonista de Annie Hall (1977), la película que lo hizo célebre, con la que demostró que la payasada podía ser contada en serio. Casi cuarenta años más tarde volvería a hacer lo mismo con Crisis en seis escenas, bautizando al protagonista con el apellido Munsinger, y a su esposa no Annie, sino Kay, que suena a diminutivo del apellido de Diane Keaton (Annie Hall). Kay es interpretada por la actriz Elaine May, a imagen y semejanza de Diane Keaton.5 Entre las dos películas fluye la misma corriente yiddish, el humorismo que no se ríe de la vida, ni de la muerte, sino del desencanto. De alguna manera, Crisis en seis escenas es lo que hubiera pasado con Alvy Singer y Annie Hall en la tercera edad, él como escritor frustrado y ella como terapeuta sexual. Vista en perspectiva, la película se vuelve enternecedora. Es más, adquiere forma de serie, porque si juntamos las dos películas en una y la dividimos en trece partes, tendremos una temporada como Dios (Jehová) manda: el recorrido de una pareja joven que no es capaz de armonizar sus neurosis, en 1977, y la misma pareja que ya se perdonó, que aprendió a compartir y convivir, en 2016, envuelta en una aventura que los excita y estimula. A las generaciones no familiarizadas con el cine de Woody Allen les recomiendo (y envidio) la experiencia de verlas seguidas.
Crisis en seis escenas transcurre en la locación perenne de Woody Allen (Nueva York) en algún momento de los años sesenta, entre la Cuba castrista, la Unión Soviética y la China de Mao Tse-tung, en plena Guerra Fría. Por eso, ante el comentario de un amigo: “Ah, volver a ser joven…”, Munsinger replica: “No me gustaría ser joven y que me mandaran a Vietnam”. Si en términos políticos el mundo de los sesenta era pesimista, en términos televisivos, en cambio, era totalmente naíf. La serie dentro de la serie, la que presenta Munsinger a unos productores, en el episodio tres, sigue la fórmula que reveló el peluquero: la típica familia disfuncional con el marido atribulado, pero en este caso se trata de una familia de neandertales, con un hijo que pinta cavernas y se enamora de una Homo sapiens. Es una idea ridícula y, sin embargo, apegada a la realidad del momento, porque si miramos el top ten de las series televisivas de los sesenta, nos damos cuenta de que casi todas las historias son así: La familia Monster (en segundo lugar), Los Picapiedra (tercer lugar), Hechizada (cuarto lugar), Los Supersónicos (sexto lugar), La familia Addams (séptimo lugar).6 Llama la atención la inocencia de la época y el alto contraste con el espíritu de lucha que sacudía las calles, las universidades y los gobiernos. Podemos enunciar como realismo/inocencia el contraste que marcó esos años. Pirandello corregiría: contraste no, contradicción.
Esa contradicción es lo que impregna el argumento de Crisis en seis escenas y hace que el drama (el realismo) se resuelva con ligereza (de manera inocente). Ligereza no significa facilidad, más bien todo lo contrario. La película que hizo Woody Allen es muy difícil de filmar: la acción transcurre, casi completa, dentro de la casa Munsinger; progresivamente entran y salen todo tipo de sujetos, hasta llegar al pandemónium final donde “sólo falta que aparezca Groucho Marx”. Crisis en seis escenas empieza como drama de alcoba y termina como número de circo, al estilo 8½ de Fellini, con un desfile de personajes insólitos que parece no tener fin. Ver a un anciano Woody Allen atrapado-rodeado-invadido por sus propios personajes, en su propia casa, de manera tan pirandelliana, convierte el final de Crisis en seis escenas en un momento emblemático de su extensa filmografía.
Las malas calificaciones y pobres críticas que recibió están influidas por distintos factores; tienen que ver con el lenguaje: demasiado teatral (el espectador como cuarta pared, plano secuencias sin cortes, diálogo discursivo); tienen que ver con el género: por no ser serie; tienen que ver con el estilo: por ser artificiosa (no hay ningún chiste que no lo sea), y tienen que ver con Woody Allen mismo, particularmente las denuncias que recibió recientemente a través del movimiento Me Too y que le costaron la relación comercial con Amazon, que se había comprometido a financiarle tres películas y se echó para atrás. Terminaron en los tribunales.
En este espacio me corresponde hablar de la calidad de la obra, no del autor, y al respecto lo que puedo decir es que, si por un momento dejamos los parámetros convencionales, si suspendemos por un instante al voraz espectador de series que llevamos dentro, si entendemos que esta historia es tributaria de la parábola, no de la saga, si aceptamos el chiste como una manera de ser en el mundo, entonces podremos disfrutar el arte y la maestría de una de las mentes humorísticas más originales del pueblo elegido, elegido para enseñarnos a reír. EP
1 El mismo año fue elegido, en Berlín, como “el peor jefe del mundo” por la Confederación Internacional de Sindicatos.
2 Tan sólo en el siglo XX contamos a Charles Chaplin, Groucho Marx, Mel Brooks, Peter Sellers y un larguísimo etcétera.
3 La Danse de Gengis Cohn (Gallimard, 1967).
4 Eliahu y Rudy Toker, ¿Nu? Reír en el país del ídish (Libros del Zorzal, 2006).
5 Elaine May (1932) fue una comediante de éxito en el Nueva York de los años cincuenta. Dejó las tablas para dedicarse al guion y ha tenido dos nominaciones al Oscar, por Heaven Can Wait (1978) y Primary Colors (1998). También es dramaturga y directora.
6 El primer lugar lo ocupa Star Trek.