Actualmente, es incuestionable la alienación sexual en torno a la producción del deseo y el placer en el envejecimiento. En este texto, las investigadoras Vanessa de los Santos y Verónica Montes de Oca explican las metáforas de esta alienación y sus implicaciones.
Dildotopía, contrasexualidades y vejeces
Actualmente, es incuestionable la alienación sexual en torno a la producción del deseo y el placer en el envejecimiento. En este texto, las investigadoras Vanessa de los Santos y Verónica Montes de Oca explican las metáforas de esta alienación y sus implicaciones.
Texto de Verónica Montes de Oca & Vanessa de los Santos 25/10/21
Cuando nos adentramos en las tramas discursivas de la sexualidad en la vejez, nos enfrentamos a una especie de caleidoscopio desde el cual podemos observar las tecnologías insertas en las subjetividades, que escritas en el cuerpo hacen del deseo y el placer un lugar subsidiario. A través de una serie de relatos que anunciaban la autorrenuncia sexual, las personas mayores intentan afirmarse en una supuesta naturaleza de las cosas, una forma de predestinación que se expresa mediante una pérdida simbólica, inherente y absoluta al ser humano. Fue aquí donde comenzamos a cuestionarnos —de la mano de las reflexiones de Preciado (2020) en Manifiesto contrasexual— sobre los usos normativos de la sexualidad en esta etapa del curso de vida: ¿cuáles son las tecnologías sexuales desde las que se materializan las vejeces?, ¿cómo está regulada la retención o circulación del deseo? y ¿cómo se producen sujetos sexuales en el envejecimiento?
La modernidad nos ha fincado de manera exacerbada no sólo en la reproducción de capitales, sino también en la economía del deseo, los afectos y la erotización de los cuerpos, colocando la permisividad de la sexualidad sobre el “monolingüismo sexual” que exacerba las dicotomías hombre/mujer, masculino/femenino, heterosexual/homosexual, público/privado, natural/artificial y juventud/vejez, desde las que se ha regulado la fuerza de trabajo sexual. A más de 40 años de las “revoluciones sexuales”, producto de los movimientos feministas en el siglo pasado, se situó la sexualidad como un asunto de derechos humanos. Al respecto, podemos señalar que no han desaparecido las tensiones en el ejercicio sexual y reproductivo de las poblaciones, ya que evidencia lo conflictivo que es, en democracias liberales, la igualdad formal versus la igualdad sociocultural y económica, porque justo en la sexualidad hay algo que excede el mero reconocimiento.
Con la creciente atomización de las clases, la alienación sexual se hace incuestionable en la producción del deseo y el placer en el envejecimiento. Entonces no resulta extraño que dentro de los propios cuerpos exista esta fragmentación en el ejercicio de la sexualidad. A partir de lo anterior, en las vejeces esta aparece velada en una multiplicidad de metáforas que enmascaran dicha alienación, y que nos van dando pauta para entender la dialéctica existente en las subjetividades sexuales de quien las dice y de quien las escucha, que insertos en lenguajes patriarcales, económicos y coloniales imprimen distintos caminos para entender las identidades de las personas al envejecer.
Metáfora 1
“Esas cosas son mi jardín secreto”. Las personas mayores asumen que la sexualidad es aquel espacio privado, oculto e invisible sobre el que no se debe hablar, incluso se puede apreciar cierta imposibilidad de entablar diálogos con ellas mismas sobre su propia sexualidad. Ahora bien, esta invisibilidad no sólo se presenta en el sujeto, sino que también existen huecos en otros lenguajes, como el político y científico; ubican la sexualidad en el campo de la salud y la prevención de la violencia sexual, que no hace sino patologizar y asumirla como un riesgo social, quitándole entonces su carácter revolucionario, irruptivo y libertario.
En contraste con ello, hemos sido lanzados de manera abrupta a la cultura de la hipersexualización, el hedonismo y la farmacopornografía presente en las redes sociales, donde existe una necesidad constante de comunicar sobre cuerpos y corporalidades, y en este acto de masificación y consumo, extraerles plusvalor, que no hacen sino agudizar los modelos estéticos hegemónicos impulsados por la globalización. Esta estética se presenta como un impedimento ético para muchas personas mayores para poder situarse como sujetos deseantes: “¡Todo ya te cuelga por todos lados!”, donde evidentemente existe una autoexclusión de las vejeces en el orden de los discursos entre lo “bello” y lo “feo”, como si los cuerpos ocupasen una entidad absoluta en alguno de estos dos polos. Adicionalmente, en los medios de comunicación, las vejeces aparecen representadas como las y los Sugar, que se asocia al poder adquisitivo y de los que se puede extraer algo (beneficio económico) que poco constituyen a la diversidad y contacto intergeneracional.
Metáfora 2
¿A qué venimos al mundo? La “naturaleza” estática aparentemente nos manifiesta una verdad, que creemos que ha sido uno de los alones sobre los que se ha fincado la sexualidad de forma dominante: la reproducción. Desde esta se unilateraliza toda potencialidad y pluralidad, ya que estos eventos biológicos marcan el propósito de la existencia de los sujetos, pero que también construyen el sometimiento de los cuerpos a cadenas de producción y reproducción sistémicas. En esto Preciado es muy puntual al exponer que los cuerpos sólo son reconocidos como sexuados en cuanto productores de óvulos y espermatozoides. Análogamente, existen mandatos genéricos trascendentes en los cuerpos de hombres y mujeres: la procreación, la erección y la penetración. En esta narrativa, las personas fuera del sistema binario son excluidas, y más en la vejez.
A causa de estos mandatos, se fragmenta el cuerpo en órganos sexuales (genitales) dando especial preponderancia al útero y al pene que se reducen a términos de poder, eficiencia y eficacia. Por consiguiente, no es extraño que los mayores restrinjan su ejercicio sexual al hecho meramente reproductivo, haciendo que cuando aparecen algunos signos de “disfuncionalidad” experimenten una especie de “castración” ficticia. Encerrados en sus propios cuerpos asumen la vejez como una pérdida de aquello que edificó sus vidas, reduciéndola a que sólo hay dos cuerpos, dos sexualidades y una finalidad. En consecuencia, en los hombres aparece el relato de la “sin-usitis”, que tensiona el imaginario de la funcionalidad del pene; en el caso de las mujeres, la menopausia se presenta como un campo problemático.
Particularmente, se señala que desde la raíz epistemológica de este evento surge la idea de la carencia, de sujetos en falta: “mens” y “pausi”. Es así que una mujer mayor expone que a partir de la ausencia de la menstruación (por lo tanto, de la reproducción), las féminas “olemos a agua estancada”. Esto tiene que ver con las tecnologías instauradas en la autorepresentación que se juega en la propia subjetividad, pero que también es afianzada por las técnicas médicas que han hegemonizado la explicación sobre ella, y la producción normativa e institucional de ellas. Aquí hay que tener cuidado con las categorías conceptuales y científicas con las que intentamos aprehender los fenómenos sociales.
Metáfora 3
“Erecciones hasta los 150 años”. Los embates de la modernidad y los avances de la tecnología han confrontado a lo humano frente a la finitud; no obstante, la vejez en primera instancia no podría ser traducida dentro de los aparatos hermenéuticos, por lo que hubo que normalizarla. Curiosamente, dentro de los discursos esta angustia se presenta como caricaturización “¡Nacimos juntos y ya te moriste!”, que no hace sino enmascarar el malestar. Por este motivo, se han fabricado tecnologías sexuales que eximen a los sujetos de la “disfunción”, con la colectivización de fármacos e instrumentos de placer sexual que ayudan a las personas a sobrellevar las exigencias sociales de la erección perpetua y del multiorgasmo, que se han convertido en edictos biopolíticos. Aunque resultan tener algunos beneficios, la crítica se centra en que no descolocan, ni ofrecen otra mirada sobre la sexualidad y los órganos sexuales, pues su esencia radica en “aumentar la potencia”. En este punto, Preciado (2020) señala que existe un encadenamiento a la “repetición virtuosa” del acto sexual (coital), una especie de territorialización donde los sujetos tienen certezas sobre lo ya conocido, pero que les dificulta transgredir el “monolingüismo sexual” y a fomentar la creatividad.
Conviene precisar que las metáforas señaladas no son exclusivas de la vejez ni se construyen llegados los 60 años, sino que nos interpelan durante el curso de vida a todos los sujetos, y que se manifiestan en silencios, represiones y angustias. Es decir, se producen en el envejecimiento. ¿Hay salida? Sí, y una de las posibles respuestas está en subvertir el sentido de las cosas a través de juegos emancipatorios consigo mismo y en las relaciones que se establecen con los otros. Concordamos con Preciado (2020) al señalar que debe existir una reapropiación micropolítica de los cuerpos que nos lleve a posicionar el deseo y el placer desde otro ámbito. Ahora bien, la dildotopía1 no está en suplir aquello que se pierde, sino en salir de los lugares domesticados por la realidad, salirse de los órganos sexuales (que no se reducen a lo exclusivamente genital), para experimentar la sexualidad desde la plenitud de las corporalidades dentro y fuera del propio sujeto: fantasías, pieles, manos, bocas, deseos, etc.
Metáfora 4
“Una feria de cohetes”. El autor voltea a ver a aquello que nombra “minorías sexuales”, indicando que las contrasexualidades se trazan en lo aparentemente diferente y extraño: es una invitación a crear formas alternativas de apropiación de los cuerpos que lleven al reconocimiento mutuo como seres sexuales en todas las etapas de la vida, llevándonos a reescribir en nuestros cuerpos “el deseo a flor de piel”. Esta última metáfora nos habla justamente de eso, de hacer ruido; es decir, politizar aquello que ha permanecido invisible, colectivizar y conectar con los otros, y salir de las dicotomías peligrosas que delinean la sexualidad actual. Finalmente, conviene sorprendernos de nuestra propia extrañeza, convirtiéndonos en dildos amatorios parlantes. EP
1 La dildotopía se refiere a un espacio abierto del placer desde todos los ámbitos de lo humano, corporales y no corporales, desubicándolo de las tecnologías tradicionales de la sexualidad. Es, pues, una incitación hacia nuevas prácticas de subjetivación.
Referencias bibliográficas
De los Santos Amaya, Vanessa, Construcciones sociales del erotismo. Un estudio cualitativo en adultos mayores del área metropolitana de Monterrey, Nuevo León, Tesis para optar por el grado de doctor. Universidad Autónoma de Nuevo León, 2018.
Montes de Oca, Verónica, Viudez, soledad y sexualidad en la vejez: mecanismos de afrontamiento y superación, Revista Temática Kairós Gerontología, 14(5), pp. 73-107, 2011.
Preciado, Paul B., Manifiesto contrasexual, 2a. edición, Anagrama, 2020.
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