A Ebrard sólo lo obsesiona Ebrard

Boca de lobo es el blog de Aníbal Santiago y forma parte de los Blogs EP.

Texto de 14/07/21

Boca de lobo es el blog de Aníbal Santiago y forma parte de los Blogs EP.

Tiempo de lectura: 2 minutos

A diferencia de India, no tuvimos necesidad de improvisar piras de cadáveres para que hicieran combustión sobre las calles, ni tampoco requerimos arrojar cuerpos aniquilados por el COVID-19 en los ríos, como sucedió en el Ganges. Nuestra gente ha muerto en los hospitales y las viviendas. Sí, hubo algunos en las calles, pero los hospitales y las viviendas han bastado para ser la última morada de 235 mil mexicanos oficialmente fallecidos o, para quien sea más realista, de los casi 494 mil muertos que en cifras del gobierno alcanza la estadística pavorosa “exceso de defunciones”. Y ahora sólo consideremos el primer número de los anteriores, menos escalofriante: de entre todos los países, en decesos somos cuartos. Estados Unidos, India y Brasil nos ganan. Ninguno más.

Sólo 16 % de la población mexicana ya tiene la vacuna completa. Esta semana arrancaremos la segunda mitad del año, y sólo uno de cada seis mexicanos tiene en su organismo la dosis íntegra.

Y si nos faltaba “espectacularidad” en la muerte cotidiana no fue necesario mirar las masacres en Tamaulipas, Michoacán, Guanajuato, y tampoco los 15 mil homicidios que encaminan al 2021 como el más mortífero de nuestra historia. No, esta vez tuvimos que mirar un puente y dos trenes en forma de V para saber que ahí dentro perdieron la vida de modo espantoso 26 personas.

Ebrard ha sido uno de los engranajes del dolor. El gran impulsor de la peor obra pública de la que tengamos memoria, la Línea 12, y el importador de las vacunas que aún sólo protegen a una proporción minoritaria de la población, es él. 

Las ruedas de prensa son un lastimoso hábito de esta administración porque han funcionado como caja de resonancia de mentiras publicitarias, pero sirven, al menos, para desnudar el alma de quienes tienen el micrófono bajo su boca. Al día siguiente de que los vagones del Metro cayeran en Tláhuac, Ebrard nos aclaró: “el que nada debe, nada teme”. A Ebrard le importaba Ebrard. Su prestigio, su futuro. Las víctimas y los deudos, dejó ver Ebrard, eran tan significativos como la serenidad de Ebrard. Lo mío va bien, fue su mensaje. En pleno luto, la madre, el padre de cualquiera de las víctimas, oyó a su político decirle: lo siento por ustedes, pero yo estoy tranquilo.

El martes, el subsecretario de salud Hugo López-Gatell reconoció que sumamos cuatro semanas en una tercera ola de contagios, la prueba más sólida de que la vacunación no va todo lo bien que quisiéramos. ¿Y mientras tanto qué hizo Ebrard, el gestor de la vacuna?

A tres años de las elecciones, en una comida con 100 amigos y operadores (100 personas reunidas en la tercera ola de la pandemia, como para después pedir a la gente ¡no hagan reuniones!), entre ellos miembros del Partido Verde (de tanta decencia), les informó feliz que quiere ser presidente. ¿Tiene alguna importancia? En medio de esta tragedia planetaria y mexicana tendría importancia si hubiera probado ser un político non plus ultra, pero en cuatro décadas de trayectoria ha sido un político con un desempeño muy promedio. Nada que nos maraville.

Estos días, Ebrard tenía la obligación moral de decirnos “más que nunca estoy con ustedes, aquí y ahora”, pero lo que nos dijo es “estoy pensando en mi futuro y quiero más”. La mezquindad.
Ebrard arrancó festivo su carrera presidencial en una atmósfera luctuosa que se prolonga, crece y no cede, donde lo único importante debería ser la defensa de la vida de sus gobernados. Nada más que eso: la salvaje defensa de sus vidas. Por ningún motivo el futuro de Ebrard. EP

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