México es uno de los 26 países que continúa con las fronteras de las aulas cerradas al estudiantado. ¿Cuáles son las repercusiones de esta decisión?
Adultocracia viral
México es uno de los 26 países que continúa con las fronteras de las aulas cerradas al estudiantado. ¿Cuáles son las repercusiones de esta decisión?
Texto de Ana Lucía Guerrero 03/05/21
La etimología de infancia describe a quienes no saben hablar, a quienes no pueden expresarse en términos legales; en México y durante la pandemia, el término se ha ajustado a nuestra infancia de forma literal: niñas, niños y adolescentes (NNA) han sido presencias ausentes en las políticas y los planes del gobierno. Al principio nos maravillamos con la resiliencia que mostraban, y a algunos los pusimos a socializar frente a las pantallas creyendo que los (¿nos?) protegíamos. Y quizá. Sin embargo, el mundo empezó a levantar las restricciones y las escuelas, con apoyos gubernamentales, se organizaron; muchas después del verano de 2020, otras hace poco. De acuerdo con la Unesco, el promedio de cierre presencial de escuelas a nivel global fue de 3.5 meses; en abril de 2020, 190 países habían cerrado las puertas y, un año después, son sólo 26 países los que siguen así. El retorno a la presencialidad ha resultado, en la mayoría, exitoso. Entonces, ¿por qué en México la escolaridad no ha regresado a lo presencial?
Es verdad que el regreso aterra, más habiendo llorado a tanta gente y viendo llorar a tantos más. El contagio no sólo es una nube gris que amenaza, sino que ya ha sido tempestad. Sin embargo, si algo nos ha regalado este capítulo de la humanidad es que la ciencia es esperanza, en forma de vacunas, de medicinas, de certidumbre. Y la ciencia indica que los contagios no se incrementan con el regreso a las aulas. No obstante, esta adultocracia nos tiene absortos en el miedo al contagio por medio de la niñez, y la desgracia nos ha pasado todo el año sin que la infancia o la adolescencia cuente en lo público. Habrá quienes digan que no nos fue peor gracias a que los confinamos al ámbito privado, pero estudio científico tras estudio científico expone que en NNA los contagios o son iguales que en adultos o son menores. Más aún, evidencian que mantener las escuelas abiertas es más benéfico si se compara con los costos de mantenerlas cerradas. A la niñez no sólo le quitamos sus espacios lúdicos y de enseñanza, sino que incluso hubo absurdas prohibiciones. Al grado que, hasta el día de hoy, en las páginas de los grandes supermercados se puede leer —con el argumento de protección a la integridad de los clientes— que quienes asistan lo hagan sin menores de 12 años. Apestada la pobre infancia. Y sus cuidadores.
No es sencillo el dilema en el que se encuentra el Gobierno. La tragedia es invisible en lo público, pero existe entre las paredes donde se esconde la violencia sin testigos de terceros. Las fronteras del aula eran un respiro; en ellas estaban presentes los ojos avizores del profesorado y los servicios de protección social. ¿Cuántos estómagos dejaron de recibir la nutrición de los programas de alimentos escolares? En el futuro, ¿qué deserción escolar habrá, sobre todo entre adolescentes, particularmente del género femenino? El Banco Mundial da buena cuenta de la desgracia que hay y la que se avecina en materia de brechas: tecnológica, de apoyo en casa, socioemocionales, y la educativa, que cada vez se ensancha más y da pie a que quienes tengan recursos —los menos— mantengan a sus estudiantes en escuelas privadas que dan educación mucho más personalizada que la que puede ofrecer un canal de televisión. Además, el exceso de cuidados dentro del hogar, y el tratar de escolarizar a NNA en la casa, tiene un impacto negativo sobre las oportunidades laborales de sus cuidadores (mujeres, en particular). La desigualdad no hará sino reforzar la discriminación de los grupos previamente marginados (estudiantes con necesidades especiales, niñas…) y, mientras más tiempo permanezcan cerradas las instalaciones escolares, la brecha será más difícil de cerrar. No, los pobres no han ido primero en el sistema educativo pandémico.
Aún con este panorama, no todos los involucrados en el regreso a clases presenciales están de acuerdo con que suceda. No sorprende escuchar a una parte del profesorado argumentar que no podrán dar clases desde el ataúd, además del miedo de padres de familia por la salud de sus integrantes. En la misma sintonía, el Gobierno debe negociar con los sindicatos para garantizar la integridad de sus maestros. No es de extrañar, entonces, que mientras su actitud ha sido muy laxa, promoviendo el libre albedrío en la ciudadanía durante prácticamente toda la pandemia (ha aconsejado quedarse en casa, usar cubrebocas, desinfectar, pero no ha impuesto sanciones por incumplimiento o toques de queda), con el cierre de escuelas ha sido tajante y sin distinciones, quizá porque el contagio en cines o en bares es mucho más anónimo que en una escuela, donde la responsabilidad recae en gran medida en que se implementen políticas de seguridad desde el Gobierno.
Nos tenemos que acostumbrar al virus, nos dicen, pero aparentemente sólo será para ir a restaurantes, a bares o al boliche. La tarea para el éxito del regreso a clases en casi todos lados no fue sencilla; requirió grandes reestructuraciones, casi reingenierías de las instalaciones y de las logísticas (pruebas constantes, grupos pequeños, precaución en transporte). Ha habido muchas propuestas y recomendaciones; a grandes rasgos, dicen los expertos, se necesitaría un sistema dual con atención virtual (o seguir Aprende en casa) para NNA que corran riesgo de agravamiento, para proteger a su entorno cercano o en resguardo del profesorado con comorbilidades. Ahora que el personal escolar ya está contemplado en el esquema de vacunación mexicano, surge una esperanza nublada ante las deficiencias que prevalecen (al menos comunicativas) sobre las estrategias de reinserción y de recuperación del aprendizaje. Casi todas las acciones para mitigar la desgracia educativa, sin embargo, involucran erogación de recursos. Pero México está en campaña; hay otras necesidades financieras y los niños no son ciudadanos. Las escuelas están cerradas por temas políticos, no de salud.
En México, el Gobierno ha sido permisivo con la ciudadanía (no se ha hecho obligatorio el uso de cubrebocas, por ejemplo), pero estricto con la infancia a la que ha prohibido abrir sus pupitres por más de un año. De acuerdo con la OMS, cerrar las escuelas debió de ser una medida de último recurso. La pandemia nos llegó de lleno a México cuando se cerraron las escuelas, y sigue sin irse. Tan poca prioridad ha tenido la educación que, en medio del cierre más abrumador y casi total de las escuelas, el Secretario no sólo cambió de giro sino hasta de país; en plena tormenta, el capitán dejó el barco. Además, la prioridad es tan nula que sólo hasta fechas recientes, y en muy pocas ocasiones, las referencias discursivas relacionadas con la educación o las escuelas han brotado del Palacio Nacional. Incluso, durante su Segundo Informe Presidencial en septiembre, el Presidente prácticamente dejó de lado las menciones al drama de los estudiantes en el país. ¿Será que de tanto machacarnos las fallas de los gobiernos anteriores, ahora ya todos estamos tan absortos en el pasado que no nos da el presente para ver el futuro? Porque si la infancia no es esencial en México, este país no tiene porvenir. Es cierto, no trae votos en la inmediatez el invertir en semillas que germinarán en una generación; no es atractivo para los políticos pensar en la sociedad que se está dejando de formar, por eso es más fácil negar la infancia, invisibilizarla y dejarla en el ámbito privado. La ciudadanía socializa en los espacios públicos, con la interacción con los otros, externando las necesidades. NNA ya no dicen: “Presente”; NNA deben existir como personas y no como proyecto de personas. No, no hay una solución simple y el regreso a clases presenciales se antoja imposible por la falta de voluntad del principal actor que podría invertir recursos para una apertura organizada y responsable. Sin embargo, da gusto escuchar que cada vez más voces se integren al debate porque NNA están cargando un peso que no les corresponde, llevando a cuestas una responsabilidad de sí mismos, de aislamiento, que no tendría que ser suya. Y, para dimensionar la tragedia, así como se contabilizan los casos de contagio, también debería de hacerse notar los días que NNA llevan sin su derecho a la escuela, a ir a clases, a socializar. Para eso no hay otros datos. EP
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