Entre las sábanas del amor, activismo y matrimonio

La activista Lol Kin Castañeda Badillo fue una promotoras más importantes del matrimonio igualitario en la ciudad de México: ella y su pareja fueron las primeras lesbianas en casarse en América Latina. Este es su testimonio en primera persona. #VisibleEnEstePaís🌈

Texto de 12/03/21

La activista Lol Kin Castañeda Badillo fue una promotoras más importantes del matrimonio igualitario en la ciudad de México: ella y su pareja fueron las primeras lesbianas en casarse en América Latina. Este es su testimonio en primera persona. #VisibleEnEstePaís🌈

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Ver sus ojos, su sonrisa, sentir sus brazos fue suficiente para dar paso al amor. Dos mujeres absolutamente distintas que coincidían en el anhelo de compartir la vida. Miremos la historia en su contexto hace casi dieciocho años. Las parejas de lesbianas no éramos reconocidas como familias y desde luego, no había ningún derecho garantizado. Vivíamos al arbitrio de los prejuicios como justificación de la desigualdad.

Nuestro amor no cabía en ningún clóset y por eso siempre fue público. Las miradas de desprecio al caminar tomadas de la mano no fueron suficientes para que dejáramos de hacerlo y con ello, de a poco conquistáramos nuestras calles. Hubo insultos, ofensas y agresiones, pero nada venció al amor.

Como en muchas de las historias, una de las familias la repudiaba por ser lesbiana y había desarrollado vínculos de violencia simbólica, de chantajes y justificaciones para intentar tutelar sus bienes y sus emociones. La orfandad en la que quedan las personas que son excluidas por su familia biológica, si tiene impacto y marcan la piel.

Luego de un año de ser pareja, una de ellas perdió la salud y tuvo que ser ingresada a un hospital. A su compañera no le permitieron tomar decisiones médicas, pero si la obligaron a asumir los costos de hospitalización. El familiar que acudió a “decidir” lo hizo seis horas después, cuando en un minuto se va la vida. No había familia más cercana que el vínculo de ellas dos.

Ese hecho cimbró la relación e hizo que cada una colocara sus saberes en un proyecto común: la búsqueda del reconocimiento a familias (en plural) y al matrimonio igualitario.

El camino no fue fácil, había que articular acciones para impulsar una agenda de derechos, esquivando incluso la misoginia de los compañeros gays. Coordinar la XXX Marcha del Orgullo era clave para fortalecer al movimiento social, mostrar la ausencia de derechos, impulsar iniciativas para resolverlas, así como también una oportunidad enorme para dar cuenta del trabajo que la sociedad civil realizaba a lo largo del año. Esa fortaleza hizo que los partidos políticos buscaran tener el voto arcoíris.

En 2009 llegamos al proceso electoral con una candidatura abiertamente lésbica y una agenda de tres puntos: matrimonio igualitario, identidad a personas trans y un organismo para prevenir la discriminación. 

Hasta entonces, cualquier pareja heterosexual que decidiera casarse debía simplemente reunir requisitos, elegir la fecha y preparar los festejos. Para una pareja de lesbianas implicaba cambiar la legislación y arrancarle al Estado los derechos negados. 

“”Ese matrimonio era más de la historia que nuestro.”

Con un grupo de activistas y un importante respaldo social fuimos a construir el matrimonio igualitario en la Ciudad de México. Encabezar los trabajos exigía templanza y precisión. Esquivar las descalificaciones, dimensionar las amenazas y tener la claridad de que debíamos defender una causa y llevarla a puerto. Fueron días de veinticuatro horas, con poco descanso pero compensado con el sueño de la igualdad. 

Cuatro meses de precisión, de ajustes minuto a minuto, de sorpresas ante el intento de bloquear por parte de un grupúsculo de lesbianas y gays. Todo se inscribe en la historia. Sólo un pequeño grupo conocía lo fino de la estrategia, no obstante, la opinología intentaba imponer su ritmo. No cedimos. Habíamos construido un código de respeto y confianza infranqueable. 

El 21 de diciembre de ese año la Asamblea Legislativa estaba lista para discutir y no faltaron resistencias. Logramos la aprobación que modificó el código civil y desechamos la propuesta de condicionar el tema de adopción. Nada sabe mejor que el triunfo, la conquista de derechos.

Ese reconocimiento cambió a México, colocó en todos los escenarios públicos del país la urgente necesidad de garantizar el matrimonio igualitario a parejas del mismo sexo. Esta fue la primera ciudad de América Latina en reconocer este derecho y los reflectores del mundo estaban a la expectativa de registrar la historia. 

Ser la primera pareja de lesbianas en casarse en América Latina implicaba mucha responsabilidad. No se trataba de documentar nuestra historia de amor sino de dar voz a miles de parejas que enfrentan esas mismas vulneraciones. Abrimos nuestro tiempo y espacio al periodismo para que hurgara en nuestras vidas y documentara cómo somos las lesbianas. Las insistente preguntas como ¿quién es el hombre y quién la mujer?, o ¿después de casarse buscarán adoptar? Cuestionamientos de la hegemonía heterosexual y que hasta ese momento no se habían pensado desde la otredad. Fue un proceso de pedagogía colectiva muy importante.

De camino a la entrada en vigor siguieron las amenazas, un intento de detención policial sin ningún fundamento, persecuciones. Nada debía desviar la atención. Resistimos y tomamos fuerza cada día al despertar abrazadas. 

“El 3 de abril de 2010 nos presentamos al Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) a dar de alta a Judith como beneficiaria y negaron el registro. Durante cuatro meses recorrimos las oficinas hasta reunirnos con el Director General Daniel Karam, quien reconoció que era nuestro derecho, pero aseguró que el Presidente Felipe Calderón había dado indicaciones “de no facilitar el proceso”, es decir, negar el derecho.”

Llegó el 11 de marzo, la historia convocaba a tomar lugar. Luego de firmar el acta, Judith mostró el pulgar cubierto de tinta y dijo: esta es la huella de la libertad. Flores, abrazos, familia, compañeras y compañeros, entrevistas, correr. Ese matrimonio era más de la historia que nuestro.

Continuamos hacia el derecho a la seguridad social. El 3 de abril de 2010 nos presentamos al Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) a dar de alta a Judith como beneficiaria y negaron el registro. Durante cuatro meses recorrimos las oficinas hasta reunirnos con el Director General Daniel Karam, quien reconoció que era nuestro derecho, pero aseguró que el Presidente Felipe Calderón había dado indicaciones “de no facilitar el proceso”, es decir, negar el derecho. 

Fue el 2 de agosto cuando nos entregaron la negativa y promovimos un amparo en materia de Trabajo. Tocó turno para responder a la Cámara de Diputados, Cámara de Senadores, Secretaría del Trabajo, IMSS y Presidencia de la República quienes justificaron la negativa. Luego del análisis y los argumentos de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), nos otorgaron el amparo. El Presidente de México instruyó al Secretario del Trabajo a recurrir el amparo. 

El Estado puso al aparato institucional para combatir a dos ciudadanas que lo único que querían era gozar de los derechos por los que ya habían trabajado, tributado y que no había razonamiento legal para continuar deteniéndolos. Ellos calcularon mal y optaron por desistirse. El 12 de febrero de 2011 le arrebatamos a judicialazos el derecho a la seguridad social.

“No todas las personas pueden tomar la defensa de sus derechos en sus manos, ni todas las historias resisten los tiempos legales. La misoginia y la lesbofobia pesan, complican la participación política de las lesbianas. Pero también es cierto que hay más alegrías y recuerdos hermosos, historias que hemos acompañado y que valen todo el esfuerzo.”

Cada capítulo de esta historia está permeado por la discriminación que siempre traslada sus costos a quienes la vivimos. No todas las personas pueden tomar la defensa de sus derechos en sus manos, ni todas las historias resisten los tiempos legales. La misoginia y la lesbofobia pesan, complican la participación política de las lesbianas. Pero también es cierto que hay más alegrías y recuerdos hermosos, historias que hemos acompañado y que valen todo el esfuerzo. El silencio y el ocultamiento nunca serán opciones, la vida debe tomarse con orgullo y dignidad, gestionar desde nuestra identidad y trabajar por el bien común.

Gracias por caminar de la mano. EP

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