Las vacunas cada año salvan la vida de aproximadamente 6 millones de personas, lo que las convierte en una de las tecnologías médicas más exitosas. En este ensayo, la autora analiza los factores que debemos considerar para vacunarnos contra el COVID-19 cuando la vacuna esté disponible.
Las vacunas y el riesgo en la vida
Las vacunas cada año salvan la vida de aproximadamente 6 millones de personas, lo que las convierte en una de las tecnologías médicas más exitosas. En este ensayo, la autora analiza los factores que debemos considerar para vacunarnos contra el COVID-19 cuando la vacuna esté disponible.
Texto de Alejandra Ortiz Medrano 23/12/20
Hoy, de manera muy ingenua, creí que había iniciado con un algo en tuiter. Un amigo escribió “Comiste tacos del Chupacabras y te da miedo la vacuna”, citando a su vez el tuit de otro amigo que decía “Comiste muertortas de Coapa y te da miedo la vacuna”. Yo recordé tal vez lo más riesgoso que he hecho en mi vida a sabiendas de que era riesgoso, y tuiteé: “Comiste en el pasillo de la salmonela y te da miedo la vacuna”. El pasillo de la salmonela es un lugar con varios changarros de comida justo afuerita de Ciudad Universitaria, en Copilco, CDMX. Varias personas comenzaron a responder a mi tuit, citando los tacos de 10×5 afuera de Metro General Anaya, el sushi de afuera del Metro La Raza y demás lugares, la mayoría en CDMX, asociados ya sea a estaciones de metro o a cercanías de universidades, pues, al parecer, frecuentar lugares de poca higiene es una práctica universitaria que no conoce de fronteras. Al rastrear esos tuits me encontré con dos cosas: la primera fue que muchísimos tuits eran provenientes de Chile, con la leyenda “Fuiste al baño del Entrelatas y te da miedo la vacuna” —el Entrelatas es un bar universitario en Santiago de Chile. La segunda fue que no, yo no había comenzado con ese algo de tuiter, ni siquiera había contribuido significativamente con él.
Todos estos tuits me dieron cierto gusto: apuntan a que hay mucha gente que tiene noción de que la vida está llena de riesgos, y que, de cierta manera, intuyen que muchos de ellos son mayores al riesgo de ponerse una vacuna (en este caso, alguna de las que pronto habrá contra el COVID-19). No todos los tuits se referían a la comida, aunque sí la mayoría. Había varios sexuales, como “Coges sin condón y te da miedo la vacuna”; otros mencionaban la ingesta de otras sustancias, “Tomas 4 Four Loko en las fiestas y te da miedo la vacuna”, “Le hablas al dealer cada fin y te da miedo la vacuna”. Y pues sí. Prácticamente cada decisión que tomamos es una evaluación sobre los riesgos y beneficios que traerá. Las vacunas no son una excepción, pues, como cualquier medicamento, tienen riesgos. También, como cualquier medicamento, hay investigaciones científicas que determinan la frecuencia de esos riesgos, y si esa frecuencia riesgosa vale la pena de cara a los beneficios que traerá. Más o menos como cuando apostamos al echar un volado, o gastamos nuestro dinero en un boleto de lotería.
No es igual de fácil ganar en un volado que ganar en la lotería. La diferencia radica en sus probabilidades: un volado sólo tiene dos opciones, por lo que la probabilidad de ganarlo es de una en cada dos tiros. En el Melate la probabilidad de ganar un premio es de una en 9 millones. Una apuesta es más segura que otra, aunque generalmente lo que se está apostando o tratando de ganar también difiere mucho en cualidad y cantidad. Por eso lo importante no sólo es saber qué tan probable (o riesgoso) es hacer algo, sino qué tanto ganaremos o perderemos al hacerlo o no hacerlo.
El qué tanto, es decir, la probabilidad de que cierta conducta o actividad produzca determinado resultado (ya sea benéfico o adverso), depende de muchas cosas. Por ejemplo, el sexo sin protección no tiene la misma probabilidad de producir un embarazo si una mujer tiene 15 años que si tiene 50. Es complicadísimo, si no imposible, calcular riesgos individuales, y por eso se calculan riesgos con poblaciones. Con cualquier medicamento se hace de esa manera: investigando los efectos en poblaciones muy grandes y calculando así probabilidades o riesgos asociados a la aparición de efectos secundarios. O sea, se da dicho medicamento a muchas personas y luego se hace estadística.
Para las vacunas en general, y en particular para las de COVID-19, el número de personas en las que esto se ha investigado es de lo más alto en cuanto a medicamentos se trata: los ensayos clínicos han reclutado, para cada vacuna, a decenas de miles de personas alrededor del mundo. Esto es un número suficiente para determinar qué tan frecuente sería encontrar efectos adversos en una de cada 10 mil personas. ¿Eso es mucho o es poco? Supongo que depende de cada quien, pero podemos compararlo con otras cosas que hacemos. Por ejemplo, tomar una aspirina.
Por cada 10 mil personas que toman una aspirina se espera que a entre cien y mil personas les cause indigestión. A entre diez y cien les dará urticaria. Y a entre una y diez personas de esas 10 mil les causará una reacción anafiláctica (o sea alérgica) que puede incluir un shock que, de no ser tratado de inmediato, puede conducir a la muerte. Hasta tomar una aspirina puede ser, en muy raras ocasiones, apostar la vida contra el dolor de cabeza.
Generalmente estas “apuestas” con medicamentos las hacemos no sólo con base en el riesgo de lo que nos puede pasar al consumirlos, sino también tomando en cuenta el riesgo de lo que nos puede pasar si no lo consumimos. Por ejemplo, con la anestesia general, de cada 10 mil operaciones se espera que una persona muera por causas directamente asociadas a la anestesia y otra persona después de algunos días. En este caso, la anestesia general se administra porque es necesaria para una operación mayor, así que, con bastante seguridad, las otras opciones de esta apuesta —el no someterse a la operación o hacerlo sin anestesia— tienen riesgos mucho mayores. Por lo tanto, en la gran mayoría de las operaciones donde hay anestesias involucradas, no se duda en usarlas a pesar de que entre diez y veinte personas de cada 10 mil se despertarán durante la operación, en una situación horrible que se llama percepción intraoperatoria, con la conciencia de lo que está pasando (en raros casos incluso experimentan dolor), sin poder moverse ni hablar ni comunicar de ninguna manera lo que están viviendo.
Mi intención con estos datos no es traumatizar a quien los lea y que opte por abandonar totalmente cualquier tipo de procedimiento médico, desde una aspirina hasta una operación importante. Cifras similares existen también en actividades que no requieren de ninguna dolencia, por ejemplo, manejar para ir al súper o a la escuela o a cualquier lugar. Entre una y dos personas de cada 10 mil en México morirán inmediatamente en un accidente de tránsito. Y esto es sólo inmediatamente, pues, por ejemplo, en Estados Unidos, cien de cada 10 mil personas morirán por causas relacionadas con este tipo de accidentes, una cifra que debe ser bastante similar a la de nuestro país.
Y así podría seguir recitando ociosamente el riesgo de no traer cinturón de seguridad, o de sí traerlo y gracias a eso quedar atrapado en un coche que explotará. O el riesgo de que tu gatito te contagie toxoplasmosis, o el riesgo de que tu pareja te mate intencionalmente. Pero lo que nos ocupa en este escrito es el riesgo de vacunarse y, por lo tanto, el riesgo de no hacerlo.
Antes de entrar en eso, hay que tomar en cuenta que cualquier riesgo depende de muchas cosas contextuales. Cada vacuna y cada enfermedad tiene riesgos diferentes, que a su vez dependen de la edad de las personas, del país en el que estén, de condiciones médicas previas, etcétera. Pero, en términos generales, podemos decir algunas cosas para poner en perspectiva a estos medicamentos.
La influenza estacional tiene una mortalidad más o menos del 0.1%; es decir que, de cada millón de personas, mil morirán por influenza. La mayoría de esas muertes pudo haber sido prevenida con una vacuna. Pero también hay que tomar en cuenta cuántas personas podrían morir por vacunarse contra la influenza. De cada millón de personas que se pongan esta vacuna, se ha visto que aproximadamente una tendrá una reacción alérgica severa o anafilaxis, que puede llevar a la muerte. Eso es cien veces menos riesgoso que sufrir esta misma reacción por una aspirina: de un millón de personas que se tomen una, se espera que cien tengan esa respuesta alérgica grave, y es mil veces menos probable que morir por la enfermedad de la que está protegiendo, o sea la influenza.
Esa misma vacuna está asociada con el riesgo de desarrollar síndrome Guillain-Barré, un síndrome en el cual el propio sistema inmune ataca a los nervios y que puede causar parálisis. De un millón de personas vacunadas, se espera que una o dos desarrollen este síndrome. Esta tasa es diez veces menor al riesgo de desarrollar este síndrome sólo por estar vivo: de cada millón de personas, se espera que entre diez y veinte lo desarrollen en algún momento de sus vidas. Entre las principales causas que inician con la respuesta inmune del síndrome están las infecciones, una de ellas la de influenza. En pocas palabras: es mayor el riesgo de desarrollar el síndrome Guillain-Barré por influenza que por vacunarse contra la influenza.
Este tipo de balances son los que una persona tendría que hacer al decidir someterse a cualquier procedimiento médico, incluida la vacunación. Pero hay muchos obstáculos en esto, como el analfabetismo numérico, la disponibilidad de estos datos, sesgos cognitivos, tiempo, angustia, etcétera. Sin embargo, son este mismo tipo de balances los que se evalúan al aprobar o no una medicina. Es decir: equipos de científicos y médicos ya hicieron el cálculo por ti, de manera que si te están ofreciendo un medicamento es porque existe un cálculo del balance entre sus riesgos y beneficios, tomando en cuenta la probabilidad de lo que te puede pasar sin dicho medicamento.
Por ejemplo, en el caso de tratamientos de quimioterapia, los riesgos asociados son bastante altos. Entre los efectos secundarios comunes y pasajeros están infecciones, pérdida de cabello, fatiga, diarrea, vómitos. Y entre los posibles efectos secundarios permanentes están la infertilidad, o el daño al sistema nervioso y pulmonar. Un medicamento con tales riesgos es aprobado porque lo que combate es mucho más riesgoso: el cáncer.
En el caso de las vacunas, como se suministran a personas sanas (a diferencia de casi todas las otras medicinas), los riesgos de efectos secundarios graves deben ser realmente muy bajos para su aprobación. La incidencia de los efectos secundarios (ya sean leves o graves) se calcula en las fases de investigación o ensayos clínicos, particularmente en la fase 3. En esta fase la vacuna a investigar se suministra a decenas de miles de personas, lo que da información estadística confiable como para encontrar el riesgo de efectos secundarios que afectan a menos del 0.1% de la población. Es verdad que efectos secundarios que afectaran a, digamos, una persona en un millón, no se sabrán hasta que cientos de miles o millones se pongan la vacuna nueva.
Como con todo medicamento, el balance entre el riesgo de consumirlo contra el riesgo de no hacerlo debe ser puesto sobre la mesa. Hasta ahora, se calcula que el 10% de la población mundial se ha contagiado de COVID-19; suponiendo, de manera muy burda e ingenua, que este número se mantendrá fijo, el riesgo de contagio se puede ver como que de 1000 personas, 100 se van a contagiar de COVID-19. De esas 100 personas contagiadas, se espera que cuatro enfermen gravemente requiriendo hospitalización. De esas cuatro personas, en México, más de una morirá.
Pero morir, si bien es un riesgo a considerar, no es el único riesgo asociado al COVID-19. Desconocemos aún los efectos a mediano y largo plazo de la enfermedad, incluso de los casos leves. Por ejemplo, el Long Covid, o COVID-19 persistente, parece que lo padece uno de cada diez pacientes, que sufre de síntomas por más de 3 meses, independientemente de si la enfermedad inicial fue leve.
¿Cuáles son los riesgos que queremos tomar como comunidad frente a esta pandemia? Las vacunas cada año salvan la vida de aproximadamente 6 millones de personas, lo que las convierte en una de las tecnologías médicas más exitosas que, además, resuelven no curando, sino previniendo. Este éxito sólo puede lograrse si mucha gente se vacuna, pues, de esa manera, se reduce las oportunidades que tiene el virus de dispersarse en una población. Hay personas que no se pueden vacunar, ya sea por problemas médicos (como alergias), por la edad (niños muy pequeños o adultos muy grandes), por condiciones socioeconómicas (no les llega la vacuna), entre otras. Cuando en una comunidad existe un alto porcentaje de vacunación, estas personas no vacunadas están también protegidas. De repente, entre tantos hilos de tuiter y las pasiones que provocan, se nos olvida que algo de lo que hablan esos hilos, aparte de su contenido en sí, es de cómo estamos conectados con todos. Las redes sociales son sólo una representación virtual de esas conexiones, que ahí, en internet, podrán tener sus consecuencias, pero que, en el mundo, lejos de la pantalla, tienen repercusiones mucho más profundas. La pandemia es una expresión tangible de estas interconexiones: entre cada una de las ocho mil millones de personas que vivimos en el mundo actualmente. Las vacunas podrían ser otra de estas expresiones, donde la decisión individual de vacunarse tiene efectos en el resto de la humanidad. EP
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