Nunca olvidemos la portada del diario Récord

Boca de lobo es el blog de Aníbal Santiago y forma parte de los Blogs EP.

Texto de 16/12/20

Boca de lobo es el blog de Aníbal Santiago y forma parte de los Blogs EP.

Tiempo de lectura: 6 minutos

Todas las semanas lleno con mi vida un documento de Word llamado “Calendario”, que es en realidad una agenda. Escribo en líneas consecutivas mis pendientes de trabajo, tipo “4 de agosto 11 am – Clase sobre estructura podcast”, “16 de diciembre 7 am – Columna sobre mi no chavorruquez”. 

Es decir, enumero mis actividades en un punteo para que no se me pase nada de lo que me da para el súper, la luz y la renta. Mi agenda se complementa con acciones de pandemia no lucrativas para sostener la salud y la vida social: “12 diciembre 7 am – Corro azotea”, “6 de septiembre 8 pm – Zoom Virgilio” (un amigo), “21 de noviembre 5 pm – Hacemos pastel”.

Pero algo trasciende lo anterior. Cada semana reviso el calendario deportivo para apartar el horario en que jugarán las Águilas de Filadelfia, el Atlante, los Dodgers, además de Gimnasia y Esgrima La Plata (el equipo argentino al que mi familia siempre ha estado unida). Y ojalá todo acabara ahí. Para este fin, por ejemplo, a mi Calendario sería natural que se sumaran Manchester United vs. Leeds, Barcelona vs. Valencia, Inter vs. Napoli, y Union Berlín vs. Dortmund.

Mi consumo deportivo viaja de Inglaterra a España, de ahí Estados Unidos, y navega por el Océano Atlántico hasta Italia, desde donde subirá hasta Alemania. Hará escala en México con destino a Sudamérica. En el inicio de la pandemia, cuando el futbol se suspendió en casi todo el planeta, me descubrí viendo un partido de la Liga Bielorrusa. 

No me enorgullece. Consumir tanto deporte no creo que me haga bien, supongo es un atentado contra una posible vida de pareja y a veces hoy, enajenado, hago cuentas en forma de reflexiones culposas: “Si las horas en que esta semana vi partidos hubiera leído, me habría echado la cuarta parte de las 4,215 páginas de En busca del tiempo perdido, que aún tengo pendiente”. 

Lo cierto es que mi cargo de conciencia aún es débil, y sigo en esa dinámica. Pero hay algo que nunca está contemplado en mi calendario de Word. Y mi nunca es, para ser justos, un jamás. El futbol femenil.

¿Por qué? Hasta hoy que escribo esto ni siquiera lo había meditado. No está en mi radar. En mi indiferencia, no lo dudo, intervienen el machismo, el prejuicio y varias razones oscuras más. A todas ellas, de una forma u otra, los hombres las confrontamos desde que hace tres o cuatro años los feminismos (que han adquirido la potencia de un huracán) nos obligan a revisar nuestra conducta cotidiana.

Pero ayer, después de que con mi hijita fuéramos al exclusivo Waldo’s a comprar un edredón para el invierno, crema de avellana y chocolate blanco, jugo de maracuyá, semillas de girasol para botanear, churritos enchilados y otras cosas aún más sanas, de vuelta a casa pensé: “Hoy es la Final femenil”. Me parecía sorprendente que por cuarta vez Tigres y Rayadas, ambas regias, jugaran una Final, y eso me atrajo, pero en realidad me hicieron prender la tele muchísimos comentarios en los medios sobre el partido definitivo de una liga que crece y crece, y de la que yo me había mantenido ajeno porque sí.

De entrada, me sorprendió la combatividad fuera de proporción. A veces deportivamente y a veces no, había una disputa por el balón desgarradora, como si a las veintidós futbolistas les hubieran avisado que era el último partido de sus vidas y en cada jugada se les fuera a cada una la piel y el alma. Sin contemplaciones. Uno debería vivir así: asumiendo que no hay tiempo para postergar, y que el reloj de la existencia se consume horriblemente. En la pantalla fui testigo de un compromiso abrumador por el trabajo.

Pero vi más que coraje. Había precisión, disciplina y, en algunas, arte. La delantera Stephany Mayor es gambeteadora, ligerísima al avanzar, explosiva en el área y, supe por los comentaristas, una certera goleadora.

Y en Rayadas la convicción ofensiva de Desirée Monsiváis mete miedo: posee una furia ganadora que calienta su sangre, tensa los músculos y se descarga en su mirada de guerrillera ante el arco. 

Rayadas necesitaba un solo gol para empatar el global y llevar el partido a penales. No encontraron el modo en todo el partido aunque lo buscaron con una voluntad que conmovía. 

Hasta que llegó la última jugada del duelo: un contrataque increíble de ocho toques en 19 segundos, con una emotividad de Hollywood, acabó con el balón en la red. El drama deportivo en su versión extrema: las de amarillo, destrozadas, veían su castillo derrumbarse después de su batalla ejemplar. Y las de azul y blanco con la felicidad borboteando en sus venas, recompensadas luego de 93 minutos de una persistencia extenuante. El partido se fue a penales y las universitarias, que uno imaginaba hundidas emocionalmente, con un atajadón de Ofelia Solís emergieron de las penumbras. Increíble.

¿Qué más tenían que hacer los dos equipos femeninos para ser portada de Récord, el más influyente diario deportivo nacional? ¿Qué otra hazaña? ¿Viajar a la luna? 

Nada más podían hacer. Era un hecho que la portada luciría alguna hermosa imagen de la Final regia, pues además, por si faltaba algo, el resto del ámbito deportivo nacional estaba vacío. La Final, única del año en el futbol femenil, había sido extraordinaria, memorable. E incluso su poder mediático no tenía cuestionamientos: se había transmitido por los canales TUDN y Afizzionados (donde la vieron cientos de miles, si no es que más). Y también 110,600 personas la habían visto por los streaming de Tigres y TUDN. La Liga BBVA MX Femenil difundió en redes: “Se establece un nuevo récord”.


“¿Qué más tenían que hacer los dos equipos femeninos para ser portada de Récord, el más influyente diario deportivo nacional? ¿Qué otra hazaña? ¿Viajar a la luna?” 

Al despertar observé mi teléfono y me topé con un tuit de la periodista Claudia Pedraza (@funkyclaus), calculo que la más grande luchadora en México por la igualdad de género en el deporte y el periodismo deportivo. Decía así: “Ayer se coronó @TigresFemenil… y adivinen qué redacción machista no les da la portada por el ‘notición’ de un traspaso (al finalizar la temporada, qué inédito e impensable). Ser campeona te alcanza para un recuadro, lucir un bikini te gana más espacio”.

Bajo el texto, colocó la portada y contraportada de Récord. En la primera, con el gigantesco titular “Rematan goles” y enorme foto, aparecía el delantero Carlos González que será vendido por Pumas. Y en un cuadrito a la derecha, del tamaño de la quinceava parte de la portada, podíamos ver a las campeonas, diminutas como hormiguitas, junto a la palabra “Tigrísimas”.

¿Y la contraportada? Momento, ahí sí había una mujer. ¿Quién era? ¿Acaso la gimnasta Alexa Moreno, la pentatleta Mariana Arceo, la corredora paralímpica Daniela  Velasco? No, en una foto cuatro veces más grande que las tigrísimas y con el título “¡Uff!” vimos a la modelo rusa Irina Baeva en bikini sobre una playa. Una deportista no justifica la cara de un diario deportivo. Una modelo que muestra su cuerpo, vaya que sí. ¡Uff!

La Final femenil fue sensacional, pero ¿qué se llevó la portada del más importante diario deportivo? El subcampeón vende a un delantero paraguayo que en la última temporada regular sumó la monumental cifra de ¡7! goles (dos de penal, aclaremos). No importó. A la hora de sopesar, los jerarcas de la redacción consideraron que el traspaso de un jugador normal, normalísimo (e incluso con un desempeño pobretón), era diez veces más importante que el título de las chicas de Tigres (si nos guiamos por el tamaño de ambas imágenes).

Retuitié el tuit de Claudia sin arrobar a nadie para no personalizar (Claudia tampoco lo hizo), pero de inmediato el director de Récord, Carlos Ponce de León, se puso el saco y respondió: “la explicación de cómo está armada la portada no pasa por asuntos de género, sino de escudo o geografía. O nunca habrían salido portadas como estas”, y tuiteó la imagen de dos viejas portadas en las que aparecían Chivas y América femenil el día que fueron campeonas. O lo que es lo mismo, el director de Récord nos decía: “ayer apapaché a las campeonas y hasta les regalé una flor; hoy se merecen un madrazo”. 

También nos tocaron madrazos, por cierto. El director de Récord acusó a Claudia de alimentar “el odio por el odio”, y a mí me calificó de “violento” e “ignorante”. 

Con dos viejas portadas buscaba salvar una salvajada que tenía fecha de 15 de diciembre. Para desmontar su argumento, Claudia publicó una portada del diario Récord de arriba abajo dedicada a Tigres varonil: cuando venció al América en el torneo Apertura 2016, que dice en enormes letras “¡Gracias, Tigres!”.  Es decir, cuando se trata de hombres al periodismo deportivo le importa poco el escudo (el de Tigres) o la geografía (Nuevo León) y hasta se les da las gracias a esos hombres. Cuando se trata de mujeres, esos factores sí son muy importantes. Si un día Tamarinderos de Tulancingo sale campeón (varonil, desde luego), Tamarinderos de Tulancingo será portada.
Podríamos decir que la portada del 15 de diciembre del 2020 es, simplemente, “para olvidar”, y así pasar a otro capítulo. No lo hagamos. Que ese diario Récord quede como un anti manual para nuestro periodismo (y sobre todo para las carreras en Ciencias de la Comunicación). Atesorémoslo, por siempre. La violencia hacia la mujer también se puede construir desde una portada, y claro, desde una contraportada con una chica en bikini. Uff. EP

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