Seis grados de separación es el blog de Sylvia Aguilar-Zéleny y forma parte de los Blogs EP
Juntas somos invencibles
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Texto de Sylvia Aguilar-Zéleny 21/09/20
para Isabel
Cuando Isabel me dijo, en el inicio de esta pandemia, que las reuniones semanales con su club de tesis (seguro no se llama así, pero: ¿apoco no suena bonito?) se mudaron de la biblioteca de su universidad a Zoom, me acoplé. O me invitó. No sé. Sólo sé que tesistas vienen, tesistas van, y ella y yo seguimos juntándonos un par de veces a la semana (y a veces hasta en fin de semana) en un estudio virtual. Cada una trabaja en lo suyo, sí, pero cada una avanza acompañada de la otra.
“¿En tu Zoom o en el mío?”, bromeamos.
A veces alguno de sus compañeros se asoma y entonces mantenemos la seriedad a toda costa (o casi, porque si hay chismes urgentes nos tecleamos por Whats). Pero cuando estamos solas, iniciamos la sesión platicando un poco de casi-cualquier-cosa, luego nos relatamos lo que la una y la otra hará en la sesión del día, desconectamos micrófonos y finalmente nos ponemos a escribir, leer, investigar. Ella hace su tesis, yo ya ni sé qué. Nuestros proyectos no van a cambiar el mundo, ni encontrarán la cura de esta pandemia, mucho menos solución al sistema que nos ciñe, pero para nosotras son importantes porque le dibujan un rumbo a nuestros días y porque en ellos, en realidad, depositamos lo que somos y lo que creemos. Nuestras opiniones.
En el momento en que escribo esto la tengo frente a mí. Isabel es una ventanita en mi pantalla que, como la voz de mi conciencia, me recuerda que hay que seguirle dando a esto sin importar nada. Y cuando digo nada, me refiero a todo, obvio.
Acompañamiento, lo que hacemos es acompañamiento.
*
Mi madre hizo esto mismo muchas veces en su vida. Ella brindó acompañamiento, por ejemplo, a aquella amiga suya cuyo divorcio se cerró en harta violencia. Nos llevó a mí y a las hijas de su amiga a entretenernos un poco, mientras la otra se reponía de una pelea que terminó en discos y platos rotos. (Los discos y los platos rotos, por cierto, los recogió mi madre). Nos recuerdo a todas tomando malteadas sin preguntar nada de lo ocurrido. “Las parejas se pelean y es normal”, seguro pensábamos las niñas. ¿Qué preguntas podíamos hacer si éramos, incluida mi mamá, ajenas ante lo que ahora sabemos que se llama violencia doméstica? Y aunque yo sé que mi madre es especial, lo que hizo es un acto natural, hizo lo que muchas de nosotras hemos hecho, hacemos, haríamos por nuestras amigas: cuidar.
La cosa es que mi madre, además, lo hizo también por muchas desconocidas.
“Una vez trajo a una chica a dormir en la casa de Escandón porque estaba sola en la calle, era de noche y tenía un bebé”, me cuenta mi hermana. Yo misma recuerdo que con frecuencia subía a chicas que pedían raite (cuando se podía pedir raite) bajo el calor de un Hermosillo de verano. También sé de las muchas veces que se topó a esposas, madres, e hijas de presos que iban a visitar a los suyos y que mi madre terminó subiendo a su carro. Se las encontraba camino a la penitenciaría, ninguna pidiendo nada, era mi madre quien las reconocía por su andar y su ruta, y ofrecía llevarlas.
Acompañamiento.
*
Hace unos días Verónica Gago, en conversación con Raquel Gutiérrez y Andrea Fuentes hablaba, a partir de su libro La Potencia feminista, sobre cómo esta marea feminista que hemos venido atestiguando en los últimos años es el resultado de una diversidad de luchas, experiencias, colectivos y movimientos surgidos a lo largo y profundo del continente. Repercusión es una palabra clave para entender este desborde (siguiendo la idea de la marea, claro) de acciones, imágenes, consignas que con fuerza nos repiten #NoEstánSolas #YoCreoEnTi #NiUnaMenos, entre tanto más.
Dice Gago que este tiempo: “Es el sentir de una fuerza común, el sentir de la repercusión que cada una, en términos personales, en términos colectivos, en términos de movimiento va haciendo y saber que eso afecta en otros lugares y conecta con otras compañeras da qué pensar y, al mismo tiempo provoca.” Yo diría que esto además convoca.
La rabia y la injusticia convocan y tienen repercusión.
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Las instalaciones de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH( en la Ciudad de México y en otros estados, fueron tomadas por colectivos feministas como una protesta ante la inseguridad, la violencia contra mujeres y niñas, y los feminicidios. Las madres de las víctimas exigen puntualmente la emisión de una alerta nacional por violencia de género, investigación y resolución de sus casos, nuevos protocolos de atención a mujeres víctimas de violencia, creación de fiscalías feministas y casas de refugio.
Refugio, ¿por qué es tan difícil encontrar/tener/construir un refugio? Más aún, ¿por qué se siguen necesitando refugios? Pienso en dos de las preguntas que Verónica Gago se hace en Potencia feminista, “¿qué significa producir formas de autodefensa feminista frente al incremento de las violencias? Y aún más: ¿cómo sería si el movimiento feminista pudiera producir sus propias máquinas de justicia?” Las mujeres en la CNDH proponen precisamente eso, una máquina de justicia desde el feminismo; y es que, como dice Silvia Federici, estamos experimentando “un estado de guerra permanente contra las mujeres”. Eso es México: un estado de guerra permanente contra las mujeres.
Seguía una noche en las redes la toma de la comisión de derechos humanos de Ecatepec, cuando de pronto los policías entraron amedrentaron, jalaron, empujaron a las mujeres. El video lo tomaba mi amiga L y en cierto momento un policía se dirigió a ella. L comienza a explicar que es de prensa, se ve la mano del policía acercándose a ella. Su video se apaga. La visión en negro. Twitter se volvió espacio de información, fotos y videos de que se las llevaron en camionetas no identificadas, comentarios de que las retuvieron horas, fotos de cómo a algunas las violentaron dentro de un auto cuando finalmente salieron. Las que salieron.
Lo repito: estado de guerra permanente contra las mujeres.
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El lunes 14 de septiembre llegaron a mi teléfono imágenes de una de esas noches en este nuevo refugio que se le exigió ser a la CNDH en la Ciudad de México. Me las envía A, quien junto con sus amigas fue a donar ropa, llevar despensas y ser parte de La Antigrita como tantas-tantísimas otras mujeres que estuvieron ahí, acuerpando la protesta.
Comparto las fotos y videos con Isabel y escuchamos, cada una desde nuestra pantalla, las consignas, los cantos, los gritos de apoyo de mujeres acompañando mujeres. Asombradas, conmovidas, ¿cómo estábamos? Comenzamos a hablar del tema y de pronto discutimos las divisiones que, me recuerda mi amiga, subyacen al interior de movimientos, grupos y colectivos feministas. Le digo que sí, que tiene razón, pero esperanzada le cito a Raquel Gutiérrez quien dijo que estamos “aprendiendo una experiencia de acuerpamiento no exenta de tensión, pero finalmente una posibilidad de converger, de actuar, de resonar”. Casi casi solté el micrófono al hacer esto.
Isabel, como siempre, me escuchó atenta, hizo una pausa y me dijo algo que quiero escribir y pegar en mi escritorio, “es que siento que creceríamos mucho más todas juntas.” Lo repito: “Creceríamos mucho más todas juntas”. Cerré los ojos un minuto y, esta vez citando a Guru Amma Sankalpa le dije, o imagino que le dije, “porque juntas somos invencibles”.Volvimos cada una a lo nuestro, seguras y en casa, sí, lejos de todo eso, ya lo sé, pero estoy segura que estábamos acuerpando la idea de que juntas —nosotras, ellas, todas— somos invencibles. EP
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