Cuota de género: Escribir (no) es (siempre) terapéutico

Cuota de género es el blog de Abril Castillo en Este País y forma parte de los Blogs EP.

Texto de 28/05/19

Cuota de género es el blog de Abril Castillo en Este País y forma parte de los Blogs EP.

Tiempo de lectura: 6 minutos

Lunes 13 de mayo de 2019

11:08AM

El primer día que llegué y me senté frente a mi psicoanalista, ella se quedó en silencio. Tuve que comenzar a tejer por mi cuenta un relato que partió de cualquier lugar por casualidad y que no tenía idea de a dónde llegaría. Quizá mi primera clave autobiográfica me la dio el psicoanálisis. Y aunque eso aún no era escritura, sí me mostró un posible orden del mundo a partir de un relato.

El silencio se parecía a la hoja en blanco y cada vez me importaba menos enfrentarme a él. Romperlo no era todo ni lo más importante del proceso en un segundo momento; al principio sí, me imponía mucho tanto elegir algo de qué hablar, como ver a mi psicoanalista esperarme con una mueca neutra, un gesto suave, pero un silencio implacable. Luego empecé a romper ese silencio a lo loco. Igual que mancha uno un papel sólo para hacer ruido. Nada es para tanto. Un día soñé que mi psicoanalista estaba sentada frente a mí en silencio, pero en el piso; y que tenía el pelo suelto y le flotaba hacia arriba, como si estuviéramos adentro de una alberca. En la vida real, ella siempre traía el cabello amarrado en un chongo.

En las siguientes sesiones, rompí silencios con cada vez menos preocupación. Podía dar varios batazos sin saber bien a qué tender. Divagar un rato hasta encontrar el tema de lo que realmente estaba hablando. No se habla de lo que realmente se habla, y eso es claro sobre todo en las adivinanzas o en la poesía. O lo aceptamos sobre todo ahí. Pero en realidad, esto ocurre en todo: en cualquier conversación, pelea, novela, canción.

Mi detonante para romper el silencio en psicoanálisis muchas veces es nombrar algo que me generó angustia esa semana. Mis pistas son esos temas que me tocan algún nervio que me provoca querer alejarme. Diría que para curar esa caries sensible me tengo que quedar ahí, hacerle frente a ese malestar, descarga eléctrica, incomodidad. Cerrar el dolor depende de que no me vaya de ahí. Luego recuerdo que no soy dentista.

A veces parece que el dolor como materia prima para el arte es sólo regodearse en él. No se cura nada, sólo se habita en un infierno. No entiendo bien para qué. A veces callar no es resistencia, sino autocuidado. A veces hay que irse de ahí.

Pero quizá no. Menos si digo que mi punto de partida es el psicoanálisis. Quizá sí estoy buscando con la escritura una cura a algo. Un aliviar el nervio, quitar la caries, liberar algún fantasma. Lo que pasa (para no evadir la posibilidad anterior como forma de meta-resistencia) es que en el propedéutico de la maestría en dibujo que tomé esta semana, precisamente se habló de la posibilidad de que la autobiografía en el arte, más que algo terapéutico, pueda ser algo destructivo para el artista, aunque el receptor lo vea de otro modo. El arte no necesariamente busca curar nada.

En mi caso, sí creo que existe una búsqueda abiertamente terapéutica. Y yo empecé a escribir tal vez por la misma razón por la que empecé a ir (y por la que sigo yendo) a psicoanálisis. En ese lugar ordeno mi caos presente y pasado. Trato de curar esa angustia o duelo, aunque el camino sea doloroso; busco los hilos de lo que es esencial y aún no veo, persigo pistas falsas y a veces encuentro algún tesoro que sumo a mi colección. Colecciono descargas eléctricas pero también su contraparte: eso que logra que algo se alivie, no que lo destruya. Pero para eso hay que llegar al final. Cruzar el bosque oscuro, que le llaman.

De niña, como antecedente, creo que mi primera escritura en forma y con disciplina tuvo lugar en los diarios.

Domingo 19 de mayo

9:55AM

En una terapia corporal a la que fui en febrero, uno de los ejercicios consistía en explorar el espacio con los ojos cerrados. La manera más sencilla de hacerlo era acostada boca arriba. Acercarme a los límites estirando las extremidades.

En el dibujo hago un poco lo mismo.

Y al nadar boca arriba.

En el dibujo se trata de entender el interior desde lo externo que lo contiene. Le llamo dibujo desparramado. Tratar de abarcar toda la superficie con un cuerpo que no soy yo, sino mi trazo, y bordearla. Esa frase me la decía mucho una maestra de pintura. Un día me dijo: “Todos estos años habías estado bordeando la forma y ahora al fin la has encontrado”. Eso porque quizá una figura humana al fin era visible.

Con el nado es algo parecido, pero se trata de estirar brazos y piernas a cambio de cerrar los ojos para no golpearte contra el borde de la alberca o contra otro nadador. En el mar este problema no existe, así que me estiro por el mero placer de sentir todo el cuerpo con el del océano mismo (inabarcables los dos para adentro o para afuera) y cerrar los ojos para sentir el calor sin que me ciegue su brillo. He de decir que este ejercicio a mar abierto funciona también de noche, si bien cerrar así los ojos con el cuerpo extendido puede ser peligroso. En ese caso, es mejor abrazarse de alguien en la profundidad del agua. Ahí los extremos y límites son otros y la exploración no busca la paz, sino la vida. Nadar puede ser meditación o algo delicioso.

Domingo 19 de mayo de 2019

10:25AM

Me gusta la idea de la divagación porque parte del hecho de que uno no sabe qué está buscando hasta que lo encuentra. Un partir en camino hacia el inconsciente.

Durante dos años, los temas principales para mí eran el azar y la memoria. Tal vez porque sobre eso estaba haciendo mi tesis, y veía el tema en todas partes. O quizá, más bien hice mi tesis de eso, porque esos temas me gustaban.

En Rayuela, Oliveira sale en busca de La Maga y espera encontrarla a la vuelta de cualquier esquina, como ocurrió alguna vez sin planearlo. La magia no ocurre porque sea mágica sino por dos razones que tienen más que ver con mecanismos de la memoria: la invocación y la evocación. La evocación es un sabor que detona una emoción física corporal y total, que nos coloca otra vez en ese espacio y tiempo lejanos, donde fuimos otros. La invocación es ese ritual mágico donde buscamos encontrar ese tesoro perdido. Ésta es voluntaria, la otra involuntaria. La evocación sin duda es más rica, pero menos frecuente y más casual. Nos invade, nos arropa o nos desgarra sin que la veamos venir. La invocación es conducida por uno mismo, es un ejercicio, igual que lo es la escritura. Pero eso no quiere decir que en medio de ella no se cuelen momentos de evocación, esencia pura de lo que realmente buscamos y que es ya inaccesible en realidad.

No debo olvidar, como sea, que nos engañan los recuerdos.

También, que nunca nada se experimenta igual que la primera vez. Eso dicen del primer amor y de la heroína.

Así que podemos invocar todo lo que queramos, pero la sensación pura ya nunca volverá. Lo más cerca que estaremos de esa esencia será quizá gracias a una evocación.

Sólo somos aproximaciones, sólo revivimos ecos.

Jueves 23 de mayo de 2019

8:05AM

Escribir no es terapéutico.

Escribir es siempre terapéutico.

Creo en los primeros impulsos y en que no existe una verdad universal, sino versiones. Pero sí me parece que existe una verdad presente o en tiempo presente. Y ésa es la que busco desentrañar con cada camino de la escritura. Por eso no es lo mismo lo que escribo un día que lo que escribo otro. Pero si es que existe una verdad más grande, mía, siempre mía, ha de estar en la repetición de un tema. Como un dibujo que siempre es de otro modo el mismo por algo, pero también cada vez, en cada aproximación, me muestra algo diferente. Y en ese puente constante y en ese vacío variable, aparece algo cierto. Aunque las certezas no existan.

Durante cuatro años dibujé por lo menos una vez a la semana una sobremesa. Si iba de viaje era casi diario. Si traía ganas, podían ser dos en un día.

Las obsesiones me dan muestra de quién soy. De dónde estoy atorada. Del espacio donde anhelo la perfección y acepto que nunca la tendré.

Por años me fui convenciendo de que escribir era reparador.

Cuando empecé a dar clases, le pregunté a mi hermano, que es psicólogo, si no podría sin querer dañar a alguien por sugerir una ruta que los condujera a algún infierno personal. Si no era irresponsable. Él me dijo: Sólo déjalos cerrados, haz un cierre, no los dejes abiertos; un cirujano no te opera y te deja con la tripa al aire. Sólo trata de hacer un cierre.

A veces pienso que escribir en sí mismo no es reparador, pero que sí debería haber una intención reparadora en la escritura, si quiero salvarme como artista, lectora y persona.

Y esa intención reparadora quizá pueda aparecer más bien en la forma.

En un ritmo que sea como canción.

O en decidir abiertamente cerrar heridas, no tocarlas. Como escuché decir al escritor español Eliacer Cancino en una conferencia que dio en un Congreso de LIJ: En los libros para niños, como narradores debemos asomarnos al infierno, pero jamás habitarlo.

Y luego me digo que qué más da. Que hay que hacerlo. Habitar otra vez esos infiernos, porque como dicen: ganar sin riesgo es triunfar sin gloria.

3:33 PM

No escribas en segunda persona. La autobiografía se escribe en primera. Me tengo que hacer responsable. (Toda esta última parte, la había escrito originalmente en segunda persona.) EP

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