En el golfo de Baja California encontramos un ejemplo destacado de desarrollos costeros que generan progreso al tiempo que cuidan y preservan los ecosistemas naturales.
Naturaleza posible. Cabo Pulmo: el falso dilema entre desarrollo económico y preservación de la naturaleza
En el golfo de Baja California encontramos un ejemplo destacado de desarrollos costeros que generan progreso al tiempo que cuidan y preservan los ecosistemas naturales.
Texto de Octavio Aburto 06/05/15
¿Qué modelo de desarrollo costero debería impulsar México? ¿Cuál nos dejaría más beneficios económicos a largo plazo? Las respuestas a estas dos preguntas parecen sencillas pero, en realidad, han generado uno de los más importantes debates en el país, en el que se confrontan dos visiones de lo que significa desarrollo humano. Por un lado, el modelo costero basado en grandes construcciones turísticas, impulsado a través de agencias gubernamentales o paraestatales. Por el otro, el modelo que las comunidades costeras —los habitantes de pequeños pueblos— están promoviendo y que se basa en la protección de los ecosistemas con la idea de promover actividades de ecoturismo. Con todo el capital natural que tiene México, el potencial para desarrollar el segundo modelo es inmenso, pero aún estamos lejos de tener una visión de largo plazo y de la voluntad política para detonar desde el Gobierno un cambio radical de desarrollo costero.
El Fondo Nacional de Fomento al Turismo (Fonatur) es una empresa paraestatal mexicana que ha establecido un modelo de desarrollo costero basado en grandes complejos turísticos, entre los que se encuentran Cancún, Huatulco y Los Cabos. Algunos definirían a Fonatur como “una historia de éxito”, principalmente por la inversión privada que ha traído a México. La historia cambia cuando entendemos que los costos monetarios y ambientales de algunas de esas inversiones sobrepasan los beneficios obtenidos (alrededor de una o dos décadas después del colapso de los recursos naturales). Las costas mexicanas se han desfigurado con proyectos fracasados, donde grandes obras turísticas se han dejado abandonadas o a medio construir después de haber destruido ecosistemas originales con la promesa de inversión y empleo. Las mismas atracciones que generaron el desarrollo costero (arrecifes coralinos, bosques de manglar, fauna y flora nativa) han desaparecido a raíz de la fragmentación de los procesos ecológicos que las crearon y las preservaron. En un esfuerzo por mantener la actividad turística en estas zonas, el Gobierno ofrece subsidios al sector turístico para rehabilitar esos ecosistemas, invirtiendo millones de pesos anuales para recuperar algo que la naturaleza había creado gratuitamente. Por ejemplo, en Cancún, cada año se invierten millones de pesos para restaurar las playas de arena que son erosionadas por la acción del viento que choca contra hoteles de más de seis pisos (elevación estimada por científicos y determinada en la norma de construcción como la altura máxima que se permite en la región). Estos mismos estragos se están viendo en otras regiones, como Cabo San Lucas, donde se pagan enormes cantidades de dinero para generar o traer el agua dulce a la región. Además, los costos en aumento para reducir la contaminación en estos puntos turísticos y los generados por los cinturones de pobreza (vandalismo, drogadicción y prostitución) superan ya la viabilidad económica de los municipios. El urbanismo salvaje de las costas, modelo que han seguido varios países en el mundo —México no es la excepción—, ha finalizado en costosos colapsos financieros y ecológicos.
El modelo de desarrollo costero opuesto es el impulsado por comunidades y líderes comunitarios que han entendido que preservar los ecosistemas naturales en un mejor estado de salud no solo genera grandes beneficios ambientales sino que también produce mayores ganancias económicas a largo plazo. Puedo hablar de varios ejemplos pero me centraré en Cabo Pulmo, un pequeño poblado en Baja California Sur que recientemente ha librado al menos tres duras batallas contra la imposición de grandes megadesarrollos. Me atrevo a decir que en México el ejemplo más exitoso de parque nacional está precisamente en Cabo Pulmo, una reserva marina en el Golfo de California donde no se pesca ni se extrae nada desde 1995. Los habitantes, pescadores de antaño, así lo decidieron y han recuperado el área de manera asombrosa. El número de especies marinas dentro del Parque Nacional se ha duplicado desde el establecimiento del mismo. La biomasa de peces (los kilos de peces por hectárea) se ha incrementado en más de 400% y actualmente su productividad biológica es cinco veces mayor que en otros arrecifes de la región. Sin ningún hotel de cinco estrellas o grandes obras públicas, los habitantes de Cabo Pulmo obtienen cerca de 18 mil dólares per cápita a través del turismo, un ingreso por habitante mayor que en cualquier otro polo turístico mexicano. La crisis económica mundial los ha afectado también; sin embargo, en Cabo Pulmo no se están cerrando negocios ni se están malbaratando los paquetes turísticos. Los pulmeños son dueños de sus negocios y de sus propiedades, no tienen que pagar rentas y los servicios de electricidad y agua son mínimos. Su inversión y su ahorro son el capital natural que han estado haciendo crecer en estos 15 años. Los turistas lo saben y cada vez más llegan de otras partes del mundo para conocer los grandes peces, aquellos que hicieron famoso el Golfo de California y que impresionaron al reconocido explorador Jacques Cousteau de tal manera que lo llamó el acuario del mundo. Muy pocos poblados costeros del planeta pueden alardear de la calidad de vida que tienen los “pulmeños”, basada en entender que si se preservan los recursos naturales a largo plazo habrá mayores beneficios sociales y económicos.
A estas zonas las podemos llamar de muchas maneras: reservas marinas, áreas de no-pesca, áreas de repoblamiento, refugios pesqueros, reserva pesquera, áreas sin extracción, pero finalmente todas persiguen los mismos objetivos. Estos lugares, donde las actividades que dañan o alteran al ambiente están permanentemente prohibidas, tienen como objetivo principal conservar una porción de la costa y el mar que contiene diferentes ecosistemas y especies de flora y fauna marina. ¿Cuál es el fin último de aislarlas de las actividades extractivas? Conservarlas prístinas o restaurarlas para que se vuelven tan productivas que exporten sus excedentes a zonas cercanas. La tasa en la que se exportan estos beneficios aumenta conforme pasa el tiempo y conforme crecen las poblaciones dentro de la reserva. Por lo tanto, otro objetivo de crear estas áreas es mantener la productividad marina en una escala de tiempo mayor, conservando así la salud y robustez de los ecosistemas dentro de las reservas y asegurando los beneficios para las generaciones futuras. Si tratamos de hacer una analogía con la economía, una reserva marina puede ser considerada como una cuenta de ahorros donde ponemos nuestro capital natural y solamente los intereses arrojados son utilizados para nuestro gasto corriente.
La organización social y la participación de la comunidad de Cabo Pulmo han sido la piedra angular del éxito de la reserva marina. Los pulmeños han apoyado al Gobierno en todo lo posible: han participado en la vigilancia, en el cuidado de especies como la tortuga marina, en el mantenimiento del poblado y en la creación de empresas turísticas para generar ingresos para el parque y la comunidad. La verdadera importancia de Cabo Pulmo —a 20 años de haberse puesto en marcha como reserva marina y modelo de desarrollo costero— es que demuestra que las comunidades pueden crecer económicamente sin dilapidar sus recursos naturales. Recuperar los arrecifes de Cabo Pulmo ha dado bienestar y beneficios económicos a los descendientes de los pobladores que se decidieron a dar el cambio en el establecimiento de la reserva marina.
Como si se tratara de una gran batalla épica, los dos modelos de desarrollo se han enfrentado desde hace un par de años. Apoyados desde las administraciones presidenciales, dos grandes compañías han tratado de construir y transformar el paisaje desértico en los linderos de Cabo Pulmo. En 2010 el Gobierno municipal de Los Cabos, el Gobierno estatal de Baja California Sur y el Gobierno federal autorizaron el proyecto “Cabo Cortés” (impulsado por la empresa española Hansa Urbana). Este proyecto promovía la construcción de 3 mil 655 habitaciones de hotel, 7 mil 816 unidades residenciales, dos campos de golf, una marina con 490 amarres, varios centros comerciales, una gran planta desalinizadora, un aeropuerto privado, alrededor de 5 mil viviendas para los trabajadores que lleguen a la zona y otras infraestructuras de apoyo. Por supuesto que hubo una fuerte oposición al proyecto, no solamente por los indicios de corrupción durante el proceso para obtener los permisos ambientales sino también por toda la información que demostraba los límites que la región tiene en términos de recursos naturales, principalmente de agua dulce e integridad de la zona costera.
La presente administración se enfrentó a una nueva solicitud para construir este megadesarrollo. El proyecto, al que llamaron “Cabo Dorado”, ahora se encontraba en manos de una empresa chino-estadounidense, y tenía el mismo perfil que el anterior, pero reducía algunos elementos —un campo de golf en lugar de dos, una marina para menos embarcaciones, menos cuartos de hotel— y eliminaba de la lista a la planta desalinizadora. En esta ocasión la sociedad mexicana estuvo atenta y apoyó los argumentos que los pulmeños y científicos habían estado proponiendo y sosteniendo desde hacía varios años. La Secretaría del Medio Ambiente rechazó el proyecto pero la empresa trató de minimizar este rechazo retirando la solicitud de permiso literalmente un minuto antes de que el secretario de Medio Ambiente anunciara la decisión.
Si los beneficios son tan contundentes y los ejemplos como Cabo Pulmo sobrepasan los supuestos de la teoría, ¿por qué no se han creado entonces más áreas como esta? ¿Por qué el desarrollo costero no se cimienta en el establecimiento de reservas marinas para el beneficio de las comunidades y no de los megadesarrollos turísticos que consumen recursos naturales insosteniblemente? En primer lugar porque la implementación de reservas marinas debe ser una decisión tomada por las comunidades, ya que son ellas las primeras en ser beneficiadas o afectadas por el cuidado o sobreexplotación de los recursos marinos. Por ende, la participación de los residentes, de los pescadores y sus familias, tiene que oficializarse. La democratización de los puestos para operar estas áreas y el empoderamiento de las comunidades costeras para garantizar un desarrollo sustentable son dos procesos indispensables para el establecimiento y el éxito de otras reservas marinas. Además, ¿cuántas autoridades de Gobierno, inversionistas o empresarios conocen los beneficios de los modelos de desarrollo costero basados en reservas marinas? Seguramente muy pocos. Incluso la sociedad mexicana en general no ha tenido a su disposición datos precisos, y los beneficios no se han dado a conocer masivamente. Por ejemplo, hay reservas marinas en el mundo que solo por haber recuperado la biodiversidad del área generan actividades de ecoturismo (avistamiento de fauna, safaris, etcétera) que producen un interés del 3% anual. También hay otras reservas donde se han recuperado las poblaciones marinas, principalmente de especies de peces grandes, y que están generando un interés del 25% anual en actividades de buceo. La joya de esta corona es el archipiélago mozambiqueño de las Quirimbas, formado por 32 islas que se encuentran frente a la costa Pemba, en el continente africano. Once de estas islas constituyen una reserva natural conocida como Quirimbas National Park y han generado tal cantidad de alternativas de fuentes de ingresos (restaurantes, hoteles de bajo impacto, expediciones de vida salvaje) que la reserva genera un interés del 52% anual.
Ejecutar un modelo de desarrollo costero con base en la creación de reservas marinas requiere una inversión inicial importante pero muy factible. Se ha calculado, considerando una reserva marina del tamaño de Cabo Pulmo (71 kilómetros cuadrados), que por cada kilómetro cuadrado de área que se deja de explotar y se convierte en reserva se necesitan en promedio 7 mil dólares para la implementación, más una cantidad similar anual para la operación. Sin embargo, con el tiempo los costos de operación se vuelven tan solo una pequeña fracción de los ingresos; por ejemplo, en la famosa barrera de arrecifes australiana, los costos de operación representan únicamente el 10% de los ingresos.
¿Cómo atraer entonces inversión que sostenga los primeros años del modelo, que no comprometa la viabilidad de la reserva y que permita que el ecosistema llegue a un nivel de productividad tal que genere fuentes alternas de trabajo? Se necesita un nuevo modelo de inversión público-privada que invierta en áreas que por sí solas, conservando sus ecosistemas naturales, producirían beneficios económicos y mayor igualdad social. Las comunidades locales se volverían socias de los inversionistas, convirtiéndose en guardianas de la recuperación de los ecosistemas y generando ganancias para ambas partes, en lugar de ser desplazadas por proyectos y personas foráneas que destruirían sus ecosistemas marinos. El modelo existe: Cabo Pulmo lo ha demostrado. Solamente falta la voluntad y una visión de largo plazo de inversionistas y del Gobierno mexicano para dar un giro de 180 grados respecto al modelo de desarrollo que se ha fomentado en el país.
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