En la entrega pasada de esta columna escribí sobre cómo el arte y la creación literaria han sido transformados en forma y fondo a partir de la revolución tecnológica de la era digital. Entre las industrias más afectadas están las de la música y el periodismo, a diferencia de las del cine, la televisión y […]
IDENTIDADES SUBTERRÁNEAS Las letras en la era digital II: Hipertextualidad en los medios
En la entrega pasada de esta columna escribí sobre cómo el arte y la creación literaria han sido transformados en forma y fondo a partir de la revolución tecnológica de la era digital. Entre las industrias más afectadas están las de la música y el periodismo, a diferencia de las del cine, la televisión y […]
Texto de Bruno Bartra 23/07/16
En la entrega pasada de esta columna escribí sobre cómo el arte y la creación literaria han sido transformados en forma y fondo a partir de la revolución tecnológica de la era digital. Entre las industrias más afectadas están las de la música y el periodismo, a diferencia de las del cine, la televisión y la literatura convencional. En la música son los grandes corporativos discográficos los que se las han visto negras en esta época de conocimiento casi infinito disponible en la palma de la mano. Pero, en su mayoría, los músicos han gozado las bondades de una mayor y más equitativa difusión, así como de un aumento considerable de espacios dónde poder presentarse en vivo. En periodismo, aunque ha aumentado también la masa de lectores, los medios tradicionales han sufrido más con el cambio, y esta industria también se halla en un momento de transformación y adaptación aún más complejo que el de la industria de la música.
El acceso masivo a internet por parte de autores independientes o cronistas amateurs es enormemente positivo, pues ha permitido hallar mayores puntos de vista y formas de cubrir las noticias, sin que uno deba conformarse con las líneas editoriales de los medios convencionales, en muchos casos coludidos con fuertes grupos políticos o comerciales, decidiendo así en qué momento y a quién criticar, con un fin, más que de informar, político o económico. Esto ha democratizado el acceso a la información, pero también a partir de ello han proliferado múltiples “reportajes”, “crónicas” e incluso “entrevistas” apócrifos. Ante un público aún acostumbrado a creer todo lo que está escrito, dudando poco de la veracidad de la información presentada, las teorías de la conspiración se encuentran en una pequeña era dorada: desde los que presentan videos o textos aparentemente fundamentados sobre cómo la Tierra es plana, la Flat Earth Conspiracy, hasta las mil y un teorías sobre la muerte de Michael Jackson, la desinformación ha alcanzado niveles estratosféricos.
Confío en que sea un mal temporal mientras los medios de comunicación o periodistas independientes que verifican su información logran hallar la forma de reafirmarse en la era digital. Hoy, más que nunca, se requiere dar a conocer claramente los principios éticos del periodismo, para que los lectores puedan distinguir entre la información apócrifa y la verdadera, así como distinguir la opinión de los hechos descritos.
En cierta forma, esto último se está dando poco a poco, gracias a la colaboración entre las redes sociales y ciertos medios de comunicación —que describí también en la columna pasada—, de tal modo que los internautas cada vez tengan más claro qué información es fidedigna y cuál puede ser apócrifa. Los lectores digitales comienzan a entender que no por estar publicado en internet algo es necesariamente cierto, por más bien redactado y lógico que parezca. Desde luego, aquí se debe tener mucho cuidado para evitar que la alianza entre redes sociales y medios de comunicación lleve a una suerte de censura o mordaza extremas.
Otro elemento esencial para que el periodismo —en particular el de revistas y periódicos— logre salir airoso en medio de este cambio de paradigma, está vinculado con el nuevo alfabeto, concepto que describí también en este espacio, pero en julio de 2008. Dos años antes de que saliera la primera tablet de Apple, el iPad, escribía con cierta emoción que surgiría un nuevo gadget tamaño libro que podría presentar, además de texto, video e imagen, y que permitiría la interacción. Ante ello, los escritores futuros debían desarrollar un nuevo alfabeto que integrara movimiento, imagen, música e interacción como parte de sus “caracteres”. Los periódicos y revistas ya han comenzado a reinventarse aprendiendo a utilizar este nuevo alfabeto, pero aún hay mucho trecho por recorrer: de entrada se debe aceptar, por más cariño que le tengamos al papel impreso, a las computadoras de escritorio y a las laptops, que en los próximos años el público leerá periódicos y revistas casi exclusivamente en tablets y teléfonos celulares. Por lo tanto, los periodistas deberán leer con más frecuencia su trabajo en estos dispositivos, para perfeccionar la narrativa a base de ensayo y error, y, por qué no, de la serendipia.
Esta narrativa hipertextual incluye también la exploración de nuevas formas de comercializar los productos y hallar nuevas formas de mostrar la publicidad, que es, nos guste o no, fundamental para la supervivencia del periodismo. Como un ejemplo inspirador está la historia de Doug Morris, quien ha dirigido todas las grandes transnacionales discográficas: un día, mientras su nieto le mostraba unos videos en YouTube, vio que había pequeños anuncios al calce de algunos de ellos. De ahí creó el canal musical Vevo de YouTube, quizás el más redituable de esa red social, y a partir del cual se han buscado múltiples maneras de publicitar el contenido en video de internet.
Será una combinación del uso efectivo de este nuevo alfabeto, la cimentación y divulgación de los principios éticos del periodismo y del vínculo entre redes sociales y los medios, lo que forjará el nuevo modelo de periodismo, lleno de prestigio y redituable económicamente.