En la primera parte de este trabajo nos proponemos realizar un recuento de los principales avances y rezagos en el nivel educativo del bachillerato entre 1990 y 2015, con un énfasis en los aprendizajes de los alumnos. En la segunda, llevamos a cabo un ejercicio de reflexión prospectiva en el que sostenemos que se requiere de una nueva escuela para el siglo XXI mexicano. Pensando en el futuro, de aquí a 2040, identificamos algunas de las transformaciones que habrían de realizarse en la educación media superior (EMS), sobre todo en su modelo educativo, para encarar los desafíos viejos y emergentes.
Recuento y visión de la educación media superior en México
En la primera parte de este trabajo nos proponemos realizar un recuento de los principales avances y rezagos en el nivel educativo del bachillerato entre 1990 y 2015, con un énfasis en los aprendizajes de los alumnos. En la segunda, llevamos a cabo un ejercicio de reflexión prospectiva en el que sostenemos que se requiere de una nueva escuela para el siglo XXI mexicano. Pensando en el futuro, de aquí a 2040, identificamos algunas de las transformaciones que habrían de realizarse en la educación media superior (EMS), sobre todo en su modelo educativo, para encarar los desafíos viejos y emergentes.
Texto de Rodolfo Tuirán & Sofía Frech, Sylvia Ortega y Daniela Jasso 09/04/16
La educación media superior en el último cuarto de siglo
El mundo hace 25 años
Hace un cuarto de siglo, con el fin de la Guerra Fría inició una época de importantes eventos en el ámbito internacional. Acababa de caer el Muro de Berlín (1989) y estaba por ocurrir la desintegración de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (1991) y el nacimiento de la Unión Europea (1993). México, al igual que otros países de Latinoamérica, venía saliendo de la dolorosa “década perdida” de los ochenta, cuando por la “crisis de la deuda” y el estancamiento económico que esta provocó, se frenó el crecimiento de las oportunidades educativas para adolescentes y jóvenes.
Un mundo sin teléfonos celulares e internet sería difícil de imaginar hoy en día para un joven que ingresa a la “prepa”. Sin embargo, así eran México y buena parte de los países del mundo hace 25 años. Apenas en 1989 apareció tímidamente internet en el país, sin que hubiese entonces una conciencia clara de su poder revolucionario.
En los últimos cinco años se ha acelerado de manera exponencial el uso de internet y la participación en redes sociales. Ahora, la gran mayoría de los jóvenes está “conectada”. Tan solo en México, casi un cuarto de siglo después de haberse introducido internet, alrededor de 80% de los jóvenes mexicanos de 12 a 17 años son usuarios de la llamada “red de redes”. Se trata de las generaciones más conectadas en la historia del país, un rasgo que contrasta con modelos educativos que a menudo permanecen ajenos a esas realidades.
Cobertura, equidad y calidad en el bachillerato a partir de 1990
Para tener una idea general de la transformación de la EMS en los últimos 25 años, es preciso revisar brevemente la evolución de algunos indicadores relevantes de este nivel educativo.
En relación con la matrícula y la cobertura de la EMS, conviene recordar que durante la década de los años ochenta, en plena crisis de la deuda, las oportunidades educativas se estancaron, como consecuencia de la fuerte caída de los recursos asignados al sector educativo. Sin embargo, el esfuerzo desplegado a partir de los años siguientes fue muy significativo. De más de 2.1 millones de estudiantes en este nivel educativo en 1990, el número se elevó a casi 3 millones en 2000; en 2010 superó 4.2 millones y en 2015 alcanzó cerca de 5.3 millones, lo que significa que en apenas un cuarto de siglo el tamaño original de la matrícula se multiplicó 2.5 veces.
Esta evolución marcó las oportunidades disponibles para los jóvenes. Al salir de la crisis, la cobertura de la EMS era del orden de 34% en 1990. Esto significa que hace un cuarto de siglo, dos de cada tres jóvenes en edad de estudiar quedaban fuera del bachillerato. A partir de entonces empezó a crecer la cobertura de este nivel educativo: en el año 2000, el equivalente a casi la mitad de los jóvenes de 15 a 17 años asistía al bachillerato (47.2%); se elevó a poco menos de dos de cada tres en 2010 (62.7%), y a más de tres de cada cuatro en 2015 (78.6%).
En los años anteriores a 1990, el bachillerato excluía a la gran mayoría de los jóvenes en situación de desventaja. Afortunadamente, la expansión de la matrícula de la EMS en los últimos 25 años favoreció cada vez más a los jóvenes de escasos recursos (es decir, a los cuatro primeros deciles de ingreso per cápita) y, al hacerlo, propició la atención en este nivel educativo de una demanda cada vez más diversa y heterogénea. La tasa de cobertura de los más pobres se situó en alrededor de 29% en 1989; se elevó a 38.7% en 2000, y creció a 52% en 2010 y a 67.8% en 2014. Es decir, hoy en día el equivalente a poco más de dos de cada tres jóvenes de los segmentos de menores ingresos asisten al bachillerato.
En los próximos años, será necesario garantizar que todos los jóvenes de escasos recursos puedan ejercer, sin excepción, su derecho a la educación. Un obstáculo para lograrlo lo constituyen las diferentes expresiones del fracaso escolar y la exclusión educativa: altos niveles de abandono escolar, ausentismo reiterado, bajo rendimiento escolar y altos niveles de reprobación, entre otros. Recuérdese, por ejemplo, que el abandono escolar ha sido uno de los problemas más graves del bachillerato. Hace 25 años, la tasa de abandono era de casi 19%; apenas disminuyó a 17% en 2000 y cayó a 12.6% en 2015. Estos datos muestran las enormes dificultades que han enfrentado las escuelas para acompañar, apoyar y orientar a los jóvenes, sobre todo a quienes se encuentran en situación de desventaja.
Sobre la calidad de la educación, conviene reconocer que la EMS ha padecido múltiples insuficiencias e inercias en el último cuarto de siglo, no obstante las diversas reformas educativas instrumentadas. Dichas insuficiencias no han afectado por igual a los más de 30 subsistemas que operan en este nivel educativo. Sin embargo, la queja recurrente y casi generalizada entre académicos y tomadores de decisiones es que la EMS no forma a sus egresados con suficiencia y pertinencia para desenvolverse en el mundo del trabajo, tampoco los habilita adecuadamente para ingresar a la educación superior, e incluso no cultiva en los jóvenes las competencias clave para desempeñarse de manera adecuada como ciudadanos en la sociedad moderna.
Esta percepción tiene algún fundamento en algunas de las limitaciones propias del modelo educativo predominante en las últimas décadas, a las que nos referimos a continuación:
• Sobreviven aún en la EMS los modelos educativos tradicionales, poco flexibles, caracterizados por prácticas pedagógicas que privilegian el estudio memorístico y el aprendizaje pasivo, en detrimento del razonamiento, el pensamiento crítico y el juicio independiente;
• Los planes y programas de estudio de la EMS continúan sobrecargados de asignaturas e información;
• La fragmentación del conocimiento en una diversidad de asignaturas alimenta prácticas pedagógicas repetitivas antes que integradoras, poco apropiadas para desarrollar las competencias que demanda la sociedad moderna,
• Muchos jóvenes ven en los contenidos de la EMS aprendizajes irrelevantes y poco estimulantes, lo que a menudo propicia su desmotivación y desinterés;
• Prevalece además una débil profesionalización de los docentes de la EMS. Pese a los diversos esfuerzos, muchos maestros todavía no cuentan con una formación consolidada y una preparación pedagógica suficiente;
• Una proporción significativa de los docentes de este nivel educativo son refractarios a los cambios en las corrientes pedagógicas y a las nuevas prácticas didácticas, y
• El ejercicio de la docencia a menudo se ve limitado por el individualismo y el aislamiento que caracterizan a esta profesión, en contraste con los beneficios probados que derivan de las prácticas de trabajo colaborativo y colegiado.
Para superar algunos de estos problemas e insuficiencias, se impulsaron en la última década varias importantes reformas educativas. No obstante los avances en este renglón, el aprendizaje de los jóvenes en las aulas sigue siendo insuficiente, desigual e inadecuado. Así lo confirman los resultados de diversas pruebas estandarizadas aplicadas en el país en los últimos 15 años.
Uno de los instrumentos de evaluación más relevantes es la prueba internacional pisa (Programme for International Student Assessment), impulsada cada tres años por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Esta prueba se aplica a jóvenes de 15 años, quienes en su mayoría ya se encuentran estudiando el primer año de bachillerato. Los resultados más recientes, que corresponden a 2012 (los de 2015 aún no están disponibles), permiten poner de manifiesto dos retos importantes:
• Una elevada proporción de jóvenes (entre 40 y 50%) tiende a concentrarse en los niveles más bajos en los tres campos (40.1% en lectura, 47.4% en ciencias y 50.8% en matemáticas), lo que implica que los estudiantes no están siendo preparados con las habilidades que les permitan alcanzar una vida productiva y fructífera en la sociedad actual, y
• Una reducida proporción (entre tres y seis por ciento) tiende a ubicarse en los niveles más altos de los tres campos (5.7% en lectura, 3.3% en ciencias y 5.4% en matemáticas). Esto significa que los alumnos no están siendo preparados para realizar actividades cognitivas complejas.
Adicionalmente, la evolución de los resultados obtenidos por los estudiantes mexicanos en cada una de las ediciones de la prueba pisa permite advertir que los cambios en su logro escolar han sido un tanto parsimoniosos e incluso marcados por algunos retrocesos:
• En matemáticas, los estudiantes obtuvieron en la escala de pisa un promedio de 385 puntos en 2000 y 413 puntos en 2012, con una tendencia ascendente en casi todo el periodo, excepto entre 2009 y 2012, cuando ocurrió una caída de seis puntos;
• En lo que toca a lectura, México alcanzó un promedio de 422 puntos en 2000, y a partir del trienio siguiente se registran algunos altibajos, para estabilizarse en 424 puntos en 2012, y
• En cuanto a ciencias, los estudiantes mexicanos registraron 422 puntos en promedio en 2000. En las ediciones posteriores cayó su desempeño hasta alcanzar 415 puntos en 2012.
Como se puede advertir, los jóvenes de nuestro país mostraron entre 2000 y 2012 avances y retrocesos en la prueba pisa. En matemáticas se advierte una mejoría importante, en lectura un claro estancamiento y en ciencias un retroceso preocupante.
Los resultados de la prueba del Plan Nacional para la Evaluación de los Aprendizajes (Planea), aplicada en 2015, permitieron confirmar que los aprendizajes de los alumnos están aún lejos de ser satisfactorios. Como en el caso de pisa, existe un alto porcentaje de alumnos que se concentra en el nivel más bajo de la prueba Planea, es decir, jóvenes que no han logrado desarrollar las competencias necesarias para participar en la sociedad moderna. Específicamente, en el área de lenguaje y comunicación 43.3% de los estudiantes se ubicó en el nivel más bajo de desempeño (nivel I), mientras que en el caso de matemáticas se elevó a 51.3 por ciento.
Planea también permitió evidenciar que los aprendizajes de los jóvenes son marcadamente desiguales según su nivel de marginación. Por ejemplo, los contextos de carencia se relacionan con un desempeño mucho más bajo en las dos áreas que evalúa esta prueba, lo que sugiere que el sistema educativo no solo no es capaz de compensar esas desventajas, sino que incluso tiende a reproducirlas y acentuarlas.
La escuela del futuro para los jóvenes mexicanos
La EMS, después de 25 años de avances y tropiezos, está siendo transformada según la ruta trazada por las reformas educativas recientes, a fin de que pueda brindar una educación de calidad y ofrecer más y mejores oportunidades de aprendizaje para los jóvenes.
En un mundo cada vez más globalizado, países como México enfrentarán en el siguiente cuarto de siglo complejos desafíos, muchos de ellos de naturaleza y alcance distintos a los conocidos hasta ahora. La evolución demográfica, la revolución tecnológica, el desarrollo de las tecnologías de la información y la comunicación (tic), las futuras demandas tanto sociales como laborales, el impulso a modelos de desarrollo sostenibles y otros cambios relevantes, deberán servir como referencia para repensar el papel de una “nueva escuela” en la formación de los jóvenes.
En México, por ejemplo, el avance de la transición demográfica implicará en los próximos 25 años una gradual disminución de la población que demanda el nivel medio superior (principalmente el grupo de edad entre 15 y 17 años), como consecuencia de la caída en las tasas de fecundidad que viene ocurriendo en el país desde hace varias décadas. El Consejo Nacional de Población (Conapo) prevé que el tamaño de este grupo de edad disminuirá de 6.7 millones en 2015 a 6.5 millones en 2025, y más tarde, en 2040, a 6.3 millones. Este hecho demográfico podría contribuir a facilitar la universalización de la EMS, lo que, de acuerdo con la reforma constitucional de 2012, deberá lograrse a más tardar en el año 2021, y crearía condiciones demográficas propicias para impulsar mejoras en la calidad de la educación.
En este contexto, ¿qué rasgos del modelo educativo deberían transformarse para el siguiente cuarto de siglo, tomando en cuenta no solo las insuficiencias educativas actuales sino también las olas de cambio que condicionarían la adaptación del modelo educativo al contexto emergente? ¿Qué es lo que debe repensarse o replantearse? Apoyados en diversos estudios y propuestas formuladas por organismos internacionales, universidades y especialistas de reconocido prestigio, se delinean a continuación algunos de los rasgos esenciales que deberá asumir la nueva escuela.
Hacia una educación reflexiva
Mientras subsistan en la educación los modelos de enseñanza tradicionales, de carácter memorístico, no será posible formar jóvenes capaces de reflexionar y desarrollar el pensamiento crítico y el juicio independiente. Precisamente porque los jóvenes enfrentarán un mundo “a toda velocidad”, es preciso dotarlos de habilidades cognitivas y socioemocionales que les permitan descifrar y dar respuesta a estos cambios. Por esta razón, será necesaria una “nueva escuela”, con docentes que sean capaces de desarrollar estrategias de enseñanza que permitan transformar a los estudiantes de receptores pasivos de información a sujetos activos y autónomos, con capacidad de aprender a aprender, y fomentar en ellos las capacidades reflexivas para la solución de problemas complejos y relevantes de la vida cotidiana.
Hacia una educación incluyente y situada
Durante los últimos 25 años, la EMS se ha caracterizado por registrar aprendizajes insuficientes y desiguales, así como altas tasas de abandono escolar y baja eficiencia terminal. Si bien es cierto que en el último cuarto de siglo se lograron avances relevantes en estos renglones, el fracaso escolar y la exclusión siguen afectando principalmente a los jóvenes en situación de desventaja.
La educación de calidad supone lograr resultados favorables en los aprendizajes, alcanzables para todos. La nueva escuela debe estar empeñada en la permanencia de los alumnos, en brindarles acompañamiento y en atender la diversidad. Las enormes brechas en los aprendizajes y los marcados contrastes sociales, culturales y étnicos deben superarse en la escuela y convertir la educación en un instrumento de movilidad, progreso y desarrollo social.
El reto será acompañar a los educadores en la búsqueda de opciones pedagógicas y alternativas didácticas apropiadas para el contexto en el que se desenvuelven, y profundizar en la profesionalización docente, basada en el aprendizaje colaborativo y el desarrollo de las capacidades de investigación y la aplicación de soluciones situadas.
Hacia una educación personalizada
Hemos visto en los pasados 25 años un sistema educativo con estudiantes que no se sienten motivados ni interesados en los contenidos que les ofrece la escuela, lo cual refleja una suerte de alejamiento de los docentes de los intereses y necesidades relevantes de sus alumnos.
La nueva escuela —apoyada en los hallazgos de la investigación sobre la inteligencia, el aprendizaje y el pensamiento— deberá desarrollar formas creativas, innovadoras y flexibles de enseñanza que logren atraer a los jóvenes, darles voz, escucharlos y aprender de ellos, al tiempo que adecúe las prácticas de los educadores a las características, disposiciones y preferencias de los educandos, a fin de que alcancen las habilidades indispensables para que “quieran y puedan” seguir aprendiendo a lo largo de sus vidas.
Hacia una educación que use las tic para mejorar los aprendizajes
La práctica docente refleja hasta hoy capacidades limitadas para integrar a su labor educativa las tic y todo lo que ellas comprenden (acceso a información de vanguardia y redes sociales, por ejemplo). Desarrollar estas habilidades entre docentes y alumnos es imprescindible en un mundo cada vez más interconectado.
De esta manera, pensar en el impulso a un modelo educativo para los próximos 25 años implica de manera urgente adaptar planteles, docentes, programas e infraestructura educativa para aprovechar el infinito potencial de las tic y formar, al mismo tiempo, alumnos con capacidades que puedan usar de manera selectiva con el fin de mejorar sus aprendizajes. La “nueva escuela” no puede poner entre paréntesis al mundo en el que los jóvenes se desenvuelven cotidianamente ni puede hacer a un lado instrumentos como internet y los dispositivos inteligentes, sino que debe incorporarlos a los procesos de enseñanza-aprendizaje.
Hacia una educación que prepara ciudadanos globales
Los resultados de la prueba pisa muestran claramente una marcada brecha entre los aprendizajes de los estudiantes de México y los del resto de los países evaluados. Es clara la desventaja de los egresados de nuestro sistema educativo frente a los de otras naciones.
La “nueva escuela” deberá tener entre sus finalidades fundamentales el desarrollo de aprendizajes que reposicionen a los jóvenes mexicanos a nivel mundial, amplíen sus horizontes, incentiven su formación como ciudadanos responsables y competentes, y estimulen y cultiven sus capacidades de creación, convivencia, tolerancia y respeto a la diversidad, que son necesarias para forjar ciudadanos globales, capaces de contribuir a enfrentar los desafíos del mundo contemporáneo.
Hacia una educación que forma para el tránsito al mundo del trabajo
Una de las principales demandas no satisfechas durante largo tiempo por la educación es su articulación con el mundo del trabajo. La conceptualización de las competencias profesionales constituye una vía para aumentar la eficacia y pertinencia de un currículo centrado en el tránsito de los jóvenes al mundo del trabajo para que estén en posibilidades de influir sobre su entorno.
La nueva escuela deberá desarrollar capacidades para “aprender todo el tiempo”, ya que el avance tecnológico y las nuevas formas de organización de la sociedad, entre otras, están volviendo rápidamente obsoletos los “contenidos educativos”, y por lo tanto debe dotarse a los jóvenes de conocimientos, aptitudes y enfoques de pensamiento que los hagan capaces de estar siempre preparados para el cambio, brindándoles así bases estables para mundos inestables en todos sentidos.
Este breve recuento sugiere la necesidad de revisar a profundidad el modelo educativo, como lo establece la reforma de 2013, para evitar ofrecer a los jóvenes más de lo mismo en las siguientes décadas y estar en posibilidades de resolver los asuntos críticos de su formación. Esto no hace más que recordarnos, como dice Jorge Luis Borges, que “el futuro no es lo que va a pasar, sino lo que vamos a hacer”.
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RODOLFO TUIRÁN es subsecretario de Educación Media Superior de la SEP. SOFÍA FRECH es asesora en la Subsecretaría de Educación Media Superior (SEMS). SYLVIA ORTEGA es directora general del Colegio de Bachilleres. DANIELA JASSO es asesora en la Coordinación Sectorial de Desarrollo Académico (Cosdac) de la SEMS.
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