Ocios y letras: Ignacio Rodríguez Galván (1816-1842): Primer romántico mexicano

El próximo 22 de marzo se cumplen doscientos años de la llegada a este mundo, en Tizayuca, Hidalgo, de Ignacio Rodríguez Galván, poeta cuyos infortunios, poemas, dramas y narraciones le han valido el adjetivo de romántico. Su vida pública abarcó a duras penas poco más de un lustro, pues produjo su obra entre 1836 y […]

Texto de 23/03/16

El próximo 22 de marzo se cumplen doscientos años de la llegada a este mundo, en Tizayuca, Hidalgo, de Ignacio Rodríguez Galván, poeta cuyos infortunios, poemas, dramas y narraciones le han valido el adjetivo de romántico. Su vida pública abarcó a duras penas poco más de un lustro, pues produjo su obra entre 1836 y […]

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El próximo 22 de marzo se cumplen doscientos años de la llegada a este mundo, en Tizayuca, Hidalgo, de Ignacio Rodríguez Galván, poeta cuyos infortunios, poemas, dramas y narraciones le han valido el adjetivo de romántico. Su vida pública abarcó a duras penas poco más de un lustro, pues produjo su obra entre 1836 y 1842. Miembro distinguido de la célebre Academia de Letrán, que tuvo vida justamente en ese lapso, fue recordado por Guillermo Prieto (a quien el poeta consideraba su hermano gemelo por la orfandad, pobreza y desventura), muchos años después:

El aspecto de Ignacio era de indio puro, alto, de ancho busto y piernas delgadas no muy rectas, cabello negro y lacio que caía sobre una frente no levantada pero llena y saliente; tosca nariz, pómulos carnudos, boca grande y unos ojos negros un tanto parecidos a los de los chinos. Era Ignacio retraído y encogido, y solía interrumpir su silencio meditabundo con arranques bruscos y risas destempladas y estrepitosas. Entró como dependiente a la casa de su tío D. Mariano Galván, en su librería del Portal de Agustinos [esquina de 16 de septiembre y Palma]; aseaba y barría la librería, hacía mandados y cobranzas, y por su aspecto y pelaje parecía un criado. El tío lo alojó en su casa en un observatorio astronómico, de suerte que sus primeras relaciones fueron con los astros y con el infinito. Acaso alguna idealidad de las obras de Rodríguez refleja estas primeras impresiones… se lanzó de bruces a la escuela romántica, y su vestido y su larga cabellera, su andar trágico y sus paseos solitarios, lo constituyeron en un tipo estrambótico de esa escuela.

Rodríguez Galván entró a la República de las letras por la puerta de la Academia de Letrán el año de su fundación, y fue uno de los miembros más entusiastas. Además, en aquellos años de crisis política a causa de la llamada Guerra de los pasteles, la separación de Texas, las entradas y salidas de López de Santa Anna, las disputas masónicas y muchas otras dificultades, se dio tiempo para departir en las tertulias de la librería de su tío don Mariano Galván y asistir a las reuniones en la casa de Francisco Ortega.

Esta sociabilidad explica en buena medida la labor de Rodríguez Galván como editor de El Recreo de las familias (1838) y El Año Nuevo (1837, 1838, 1839 y 1840), legado que debe situarse en la línea de José María Heredia y José Justo Gómez Conde de la Cortina en lo que se refiere a la producción de publicaciones literarias durante aquellas primeras décadas de vida independiente, como señala María del Carmen Ruiz Castañeda en el estudio que sirve de prólogo a la edición facsimilar del Recreo que publicó la unam hace ya dos décadas. El cubano Heredia, junto con los italianos Claudio Linati y Florencio Galli, fundó El Iris (1826), editó las revistas Miscelánea (entre 1829 y 1832) y Minerva (1832-1833); y el Conde de la Cortina impulsó la crítica literaria académica en El Zurriago literario (primera época, 1839-1840). El antecedente directo del Recreo sale de la imprenta de Ignacio Cumplido en 1836 con el título de El Mosaico mexicano o colección de amenidades curiosas e instructivas, y al año siguiente se suspende y comienza a circular bajo el cuidado de Ignacio Rodríguez Galván el tomito de El Año Nuevo. Presente amistoso, como órgano de difusión de los lateranenses.

Convertido en editor, el poeta decide en 1838 llenar con el Recreo el vacío dejado por el Mosaico, el de una revista ilustrada que instruyera en varias materias con amenidad a los lectores, tan apegada como fuera posible a las que se publicaban en Europa, a tal grado que el editor no tenía reparos en copiar y traducir los textos e imágenes que les parecían provechosos. Asoma, y ese es el mérito que se le atribuye, la mayor colaboración de escritores mexicanos y, desde luego, el haber dado espacio a los trabajos de miembros de la Academia de Letrán.

El Recreo no pasó de 1838 por la falta de lectores y, por ende, de financiamiento; no obstante, fue un año de intensa actividad para Rodríguez Galván porque, además de dedicarse a formar las revistas, escribió el drama Muñoz, visitador de México, que fue representado en el Teatro Principal el 27 de septiembre. Y también fue un año de infortunio porque encontró ocasión para declararse definitivamente víctima del amor no correspondido y aun engañado, pues la actriz Soledad Cordero, que al parecer participó en la obra, rechazó sus apasionadas proposiciones.

Sintetiza José Emilio Pacheco el episodio y las motivaciones del romántico: “El infortunio personal nutre la obra literaria: sin el rechazo de Soledad Cordero y sin la dictadura de Santa Anna, quizá Rodríguez Galván no hubiera escrito nada”. El mismo crítico advierte que mayor fue el éxito de El privado del virrey, drama representado y publicado en abril de 1842, mes de logros de los lateranenses porque además llegaron a la escena Hernán o la vuelta del cruzado, de Fernando Calderón, y Alonso de Ávila, de Guillermo Prieto.

Acepta el escritor por entonces una comisión para representar al país en Sudamérica, por apremios económicos o para remediar su pasión. Emprende en mayo el viaje a Cuba con el dolor del exiliado y escribe el poema “Adiós, oh patria mía”, conocido por la resonancia de la versión satírica que Vicente Riva Palacio hizo para despedir a Carlota. En el viaje enferma de vómito negro o fiebre amarilla y muere el 25 de julio.

Los amigos del poeta lamentaron su muerte y le rindieron sentidos homenajes, publicaron unos Apuntes necrológicos y biográficos en el periódico El Siglo XIX, y Manuel Payno escribió: “Rodríguez tenía genio, estudio y vocación, y he aquí por qué fue poeta, porque escribió mucho en el corto periodo de su vida, y porque la sociedad culta de México, con su muerte, se ve privada del inagotable tesoro de sus pensamientos”. Pedía en su nota la publicación de la obra a sus familiares e invitaba a entregarla a Cumplido. Su petición fue atendida por el hermano Antonio Rodríguez, que editó en 1851 dos tomos con el título de Poesías de Ignacio Rodríguez Galván.

Cabe recordar que el extenso poema “La profecía de Guatimoc” (escrito en septiembre de 1839 y publicado en el tomito de El Año Nuevo de 1840) debe su primer reconocimiento al crítico español Marcelino Menéndez y Pelayo, quien en 1893, en su famosa Antología de poetas hispanoamericanos, publicada por la Real Academia Española con motivo del cuarto centenario del viaje de Colón, lo calificó como “la obra maestra del romanticismo mexicano”. Fernando Tola de Habich, a quien le debemos el rescate más completo de la obra de Rodríguez Galván, así como un útil y riguroso estudio bibliográfico, prefiere considerarlo como el poema mayor del escritor, porque, por un lado, en él se encuentran los temas que antes había tratado: la soledad, el paisaje, la desdicha familiar, el desengaño del amor y la amistad, y el amor no correspondido; y por otro porque lo anterior da lugar a una actitud ante la historia patria que constituye su originalidad y, sobre todo, porque “es una posición en la encrucijada del mestizaje que ningún poeta o narrador había expuesto ni manejado en sus argumentos. Dentro del pobrísimo caudal de las artificiales poesías románticas de ‘indigenismo’ antihispánico que se ejerció en esos años posteriores a la independencia, este poema toma distancia y se impone como un claro mensaje y una línea ideológica fundadora […]”. El diálogo del poeta y el noble rey azteca fundirá la tristeza de la raza vencida con la esperanza de que Dios auxilie a la nueva nación, la profecía en la que quería creer el alma romántica de aquella generación.  ~

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DOPSA, S.A. DE C.V