Manual para zurdos: (miscelánea) enero de 2016

Nos incumbe Se le ocurría a mi mujer que para las próximas elecciones de Estados Unidos en principio debieran votar los ciudadanos de todos los países, ya que lo que ocurra ahí afecta al mundo entero, nos incumbe a todos. Es decir, si las cosas van mal a todos nos puede llevar la trumpada. ¿Carisma? Es […]

Texto de 23/01/16

Nos incumbe Se le ocurría a mi mujer que para las próximas elecciones de Estados Unidos en principio debieran votar los ciudadanos de todos los países, ya que lo que ocurra ahí afecta al mundo entero, nos incumbe a todos. Es decir, si las cosas van mal a todos nos puede llevar la trumpada. ¿Carisma? Es […]

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Manual para zurdos: (miscelánea)  enero de 2016

Nos incumbe

Se le ocurría a mi mujer que para las próximas elecciones de Estados Unidos en principio debieran votar los ciudadanos de todos los países, ya que lo que ocurra ahí afecta al mundo entero, nos incumbe a todos. Es decir, si las cosas van mal a todos nos puede llevar la trumpada.

¿Carisma?

Es aterrador lo que el candidato Trump ha removido en las raíces de la recalcitrante Norteamérica profunda, la cual se identifica con sus posturas grotescas. Lo aconsejable, claro, es no subestimar lo que emerge del subsuelo. Por ejemplo, es factible que el algoritmo que resolvió el episodio Bush Jr. tenga que ver con la falta de ritmo de Al Gore. No se le dio a Al Gore ritmo. Más allá del posible juego de palabras, es cierto: un enorme sector del público elector consideraba que Gore era un hombre desabrido, sin gracia. Cuando se difundió una imagen de él bailando juzgaron que además era un hombre torpe y acabaron de inclinar la balanza en contra, enfocándose en lo que identificaron como un candidato con carisma. El resto ya se sabe.

El humanista candoroso

Está claro que se requiere de dos fuerzas en oposición para mantener tensa la cuerda pero en referencia a la escalada de los actos violentos entre las poblaciones de Israel y Palestina me es imposible dejar de apabullarme en particular ante lo que representa Binyamin Netanyahu como líder retrógrado, obtuso y virulento, y no dejan de venirme a la mente las palabras que con inocencia e idealismo formulara el escritor austrocheco de origen judío Franz Werfel en medio de su éxodo de Europa en 1938: “La única ventaja que el perseguido tiene en este mundo es que nunca podrá ser el perseguidor”. Qué belleza de espíritu hay en el candor de su humanismo, y qué penoso desenlace el que invalida su dicho.

Traidor y algo más

Werfel combatió en el frente ruso durante la Primera Guerra Mundial y a pesar de ello fue acusado de traición por sus convicciones pacifistas. ¿De qué no sería acusado hoy si fuera un súbdito de la nación del señor Netanyahu?

Verdadero libro vaquero

Hacia finales de año tuve el gusto de leer la breve novela Armería: Un libro vaquero del inclasificable Javier García Galeano. En efecto, el libro es breve por su número de páginas, pero un universo sutil, complejo y denso lo habita. El eficaz tejido de las palabras es apretado al punto que esto produce una intensidad sorprendente que venturosamente no declina, se sostiene de principio a fin. Es un caso extraordinario el de este autor que no figurando en la narración se hace notar en la imaginación del lector, como si fuera la sombra del observador que cruza la página, todo por el modo singular de atestiguar cada detalle. Así, su carácter, de tan consistente, llega a convertirse en una especie de presencia feroz, un devorador de la realidad circundante. La novela sigue las andanzas del maleante Evaristo Almada, acompañado del Mudo Gómez, el Olmeca y otros charros y truhanes que se mueven entre pueblos apartados y rancherías. En términos generales la historia podría transcurrir hace setenta años u hoy día. La prosa, idiosincrática, personalísima, es igualmente atemporal, de tal modo que asomarse a Armería es como visitar un paraje campirano ignoto y familiar a la vez, un lugar perdido entre los siglos.

Nota por nota

En su célebre ensayo Musicofilia, el neurólogo Oliver Sacks dejó asentado que lo último en perderse cuando se desvanece la memoria es lo relacionado a lo musical: un paciente con el mal de Alzheimer podrá desconocer a sus familiares antes que dejar de detectar con inmediatez cuando ha sido alterado un solo compás de alguna melodía que le es conocida desde la juventud. Así, podríamos concluir que la nostalgia, al menos la musical, no admite remiendos o modificaciones, por más leves que estos sean. La noción puede quedar ilustrada con el caso mexicano de nuestro músico Francisco Gabilondo Soler, Cri-Cri, a cuyas canciones le han querido enmendar la plana en repetidas ocasiones y sin éxito. Desde las adaptaciones cantadas por Plácido Domingo con voz engolada o Mireille Mathieu extraviada en la intención hasta las más recientes versiones para coro con orquestación robusta, cada tentativa de cambiar las grabaciones originales de Cri-Cri, con su compacto ensamble y su flaca voz, resulta en un producto que la audiencia no acaba de tragarse —porque atenta contra su educación sentimental— y solo le aviva la nostalgia por el original.

Por estas razones es de festejarse la iniciativa del tenor operístico Javier Camarena, quien entendiendo la esencia de esta música sencilla pero bien construida, ha tramado una reconstrucción orquestal, como si se tratase de un proyecto de arqueología musical, y piensa acompañar la melodía con un canto sin pretensiones grandilocuentes, más bien inclinado al registro cálido y limitado de Gabilondo Soler. Declara con inteligencia Camarena: “Yo estudié para usar mi voz como instrumento, y esta vez voy a usar mi instrumento al servicio de la música de Cri-Cri”. Por fin alguien tiene la humildad de tributar las partituras nota por nota, devolviéndole su lugar al modesto y sabroso conjunto musical de Gabilondo: el clarinete, la flauta, el saxofón y el chelo, el bandoneón y los indispensables efectos sonoros típicos de una cabina radiofónica: paso libre a la nostalgia.

Satrapía

Como todos saben, los extremos se tocan y los fanatismos se parecen, sean de izquierda o de derecha, de una religión o de otra. En la rigidez del dogma se asemejan las tendencias exaltadas. Si bien los programas de denuncia, información y crítica política conducidos por Bill Maher en la cadena hbo contienen elementos indiscutiblemente valientes y meritorios, y por más que uno tienda a simpatizar con las filiaciones de la figura mediática norteamericana, sus modos de proceder llegan a contradecir su prédica. Basándose en la recursividad de un buen número de guionistas de talento, Maher despliega un apreciable humor irreverente y con frecuencia demuestra la tara que puede llegar a representar el prurito de la “corrección política”. Sin embargo, en la práctica, ante sus invitados, Bill Maher ejerce una incorrección más honda y alarmante: en sus debates es maniqueo, sofista y alevoso. Perdida alguna línea de argumentación recurre con habilidad al humor como tangente para esquivar la médula del asunto. Cuando se impacienta, interrumpe a sus invitados, incluso a los que le caen bien o considera aliados; cuando se exaspera los deja de escuchar o frena, alzando la voz y cambiando el tema, es su prerrogativa como anfitrión. El arsenal de su modus operandi tiene mucho que ver con el terrorismo y la imposición fascistoide que ridiculiza a menudo, por más que su bandera sea expresamente libertaria. Una vez más, la esencia no es sostenible cuando la forma es incorrecta. La intención supuesta se desfonda. Sigo viendo el programa de Maher cuando lo encuentro, me divierte con su ironía y me nutre su información, pero eso no me evita el escalofrío de intuir, bajo una fina capa de apariencias, las maneras de un pequeño sátrapa.

Más de la dictadura bajo disfraz

Asociado a lo anterior, me viene el recuerdo de una profesora española, nacionalizada mexicana tras el exilio de la Guerra Civil, que se declaraba no solo antifranquista y republicana, sino atea y librepensadora de cepa, jacobina de ser posible. Alguna vez escuché a esta buena dama proponer sin titubeos que a todas las niñas recién nacidas se les removiera clínicamente el himen, “para acabar de una vez por todas con el culto (machista) a la virginidad”. El ejemplo claramente sigue el patrón de aquello que refería de Bill Maher: la bandera y las consignas son de un signo mientras la médula indica otra cosa: esta mujer —que más que antimachista sería el terror de las feministas— se declaraba dispuesta a morir por sus ideas, pero, ¿cuáles eran estas? Se entiende lo que en teoría, muy en teoría, pudiera ser su intención: liberadora. Pero, ¿acaso no era dictatorial su bárbara sugerencia?

Revisar, desechar

Aunque sus libros estén en la sección de autoayuda de los anaqueles, hay bastante que capitalizar de lo que arrojan los libros del sociólogo canadiense Malcolm Gladwell, quien accedió a la fama con el título Blink, en donde explicaba la virtud y pertinencia de ciertas decisiones tomadas en una fracción de segundo, en un “pestañeo” (blink en inglés). Acabo de escuchar a Gladwell en una entrevista televisiva en la que asegura: “La vitalidad de un ser humano se asegura cuando revisa periódicamente la vigencia de todos sus credos, en eso consiste la verdadera inteligencia”. Tomen nota, señores inteligentes.

Hilo conductor

La idea de Gladwell me remite de nuevo a la profesora española dispuesta a morir por sus ideas (sin revisarlas), lo cual a su vez me lleva a lo aconsejado por Bertrand Russell, quien famosamente decía con su peligroso matiz de mofa: “Yo no estoy dispuesto a morir por mis ideas porque bien podría estar equivocado”.

Escena común

En la calle ya es raro encontrar a alguien que no esté haciendo uso de su teléfono celular. Aquel que mira al cielo o papa moscas es ya la excepción. El ser contemplativo está en vías de extinción. En cambio surge, de entre los géneros de usuarios telefónicos tan variados, un nuevo personaje: aquel que está en medio de la multitud pero no tiene prisa y se dedica decididamente a perder el tiempo, pero no quiere que esto se sepa y por tanto finge estar concentrado en la pantalla de su celular. Para aquel que se hace el ocupado hay una palabra en holandés: epibreren. La definición formal sería algo como: desempeñar actividades no específicas con el fin de dar la impresión de que son de relevancia, cuando en realidad no tienen propósito o sentido alguno. Convendría importar el vocablo para aplicárselo a aquellos impostores con el celular en mano, que además no tienen el valor de admitir su sano ocio y defenderlo contra la prisa artificial y neurótica de los otros.  ~

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Escritor, artista plástico y cineasta, CLAUDIO ISAAC (1957) es autor de Alma húmedaOtro eneroLuis Buñuel: A mediodíaCenizas de mi padre y Regreso al sueño. Su novela más reciente se titula El tercer deseo (Juan Pablos Editor, 2012).

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